Karin Fossum - Una mujer en tu camino

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Gunder Jomann se siente un hombre feliz tras regresar de un viaje a la India.Ha conseguido lo que más deseaba: una esposa india, joven y maravillosa. Pero su destino se tuerce, y el día que ella debe llegar a Noruega, desaparece. Poco después, el cuerpo de una mujer extranjera aparece mutilado a las afueras del pueblo. El inspector Sejer y su colega Skarre se ponen tras la pista del asesino. En su pequeña comunidad, donde todo el mundo se conoce y los secretos son difíciles de ocultar, nadie es sospechoso y, al mismo tiempo, cualquiera podría ser un asesino.

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– ¿Cicatrices, por ejemplo? -prosiguió el inspector jefe. Volvió a mirar fijamente a Gunder-. La víctima tenía una cicatriz en el hombro izquierdo.

Entonces Gunder se desmoronó.

– Pero ¿y la maleta? ¡Nadie viaja desde la India a Noruega sin maleta!

– No hemos encontrado ninguna maleta -contestó Sejer -. El asesino debió de haberse librado de ella. Pero llevaba un bolso. Un bolso muy especial.

Empezó a abrir la bolsa marrón. Lentamente iba apareciendo el bolso amarillo. En ese momento, Sejer agradeció al destino -por lo demás tan cruel – que el bolso estuviera limpio y no manchado de sangre.

Gunder se había aferrado a la esperanza durante mucho tiempo. Resultó extraño, casi un alivio, dejarse caer.

– Jomann -dijo Sejer -, ¿es este el bolso de su mujer?

9

La visión del hombre derrumbado lo perseguía. El momento en que por fin se resignó. Su voz rogando desesperadamente ver a su mujer muerta. «Tengo derecho, ¿no? -dijo Jomann -. ¿De verdad me lo puede negar?»

No podía. Solo pedirle que se lo ahorrara a sí mismo. «Ella no habría querido que usted la viera así», le dijo Sejer con insistencia. Gunder no era más que una sombra de sí mismo cuando recorría el pasillo. Una agente lo llevaría a su casa. A una casa vacía. ¡Cómo la estuvo esperando! Con la ilusión de un niño. Sejer se acordaba del certificado de matrimonio que con tanto orgullo les había mostrado el hombre. Ese importante documento, la prueba de su nuevo estado.

– Se llama Poona Bai -dijo Sejer más tarde en la puerta abierta de la sala de guardia -. De la India. De visita en Noruega por primera vez.

Soot, que se ocupaba del teléfono abierto al público, abrió los ojos de par en par.

– ¿Se va a publicar en la prensa?

– No, no tenemos ningún papel. Pero un hombre de Elvestad la estaba esperando. Se casaron en la India el 4 de agosto. Ella venía para quedarse con él.

Se inclinó hacia delante y leyó en la pantalla.

– ¿Qué tienes ahí?

– Una joven -contestó Soot alterado -. Acaba de llamar. Habrá que procurarle un coche. Linda Carling, dieciséis años. Pasó en bicicleta por Hvitemoen el día veinte, un poco después de las nueve de la noche. Había un coche rojo aparcado en el arcén, y un hombre y una mujer estaban retozando en el prado.

– ¿Retozando? -dijo Sejer -. De repente se puso en estado de alerta.

– Le costó mucho encontrar las palabras adecuadas -dijo Soot -. Pensó que estaban echando un polvo. Corrían el uno tras el otro, como si estuvieran jugando. Luego se tumbaron en la hierba. Más tarde se le ocurrió que tal vez se tratara de la víctima y su asesino. Que primero tuvieran relaciones sexuales y que luego él la matara. Ninguno de los dos se percató de su presencia.

– No hubo sexo -se apresuró a decir Sejer -. Pero puede que él lo intentara. ¿Y el coche?

Sin darse cuenta, apretó los puños.

– Un coche rojo. Y lo del coche rojo es interesante -dijo Soot -. Karlsen se pasó por aquí. Un tío con un Volvo rojo aparcó esta noche junto al lugar de los hechos. Estaba como meditando. Le tomaron los datos por si acaso. Se comportó de un modo muy extraño.

– ¿Su nombre?

– Gunder Jomann.

Se hizo el silencio en la estancia.

– Es su marido -explicó Sejer -. Dudo mucho que lo haya hecho él.

– ¿Podemos estar tan seguros de ello?

– Si no me equivoco, él estaba en ese momento en el Hospital Central. Tiene una hermana ingresada allí. Lo he comprobado. Skarre, ve tú a ver a Linda Carling. Tendrás que sonsacarle. ¡Ella vio el coche!

– De acuerdo -dijo Skarre -. Pero es muy tarde.

– En este asunto no podemos tener consideración con nadie. ¿Qué más? -añadió mirando a Soot.

– Nada importante.

– Hay algo extraño -señaló Skarre mientras se ponía la chaqueta de cuero -. El arma. ¿Con qué la golpeó? No hay piedras en la hierba. Si llegó en coche y llevaba alguna herramienta, no se me ocurre nada que pudiera producir las terribles lesiones que presenta la mujer. ¿Qué suele llevar la gente en el coche?

– Puede que un gato para las ruedas -contestó Sejer -. Pequeñas herramientas. Cosas así. El forense Snorrason habla de algo grande y pesado. Tenemos que volver a inspeccionar los alrededores. Hay un pequeño lago al otro lado de la carretera. Norevann. Puede que tirara allí el arma y también la maleta. Tenemos que encontrar a su hermano.

– ¿Su hermano? -preguntó Soot.

– Su único pariente. Y cuñado de Jomann. Tenemos que traerlo aquí, si se puede.

– ¡Allá vamos! -exclamó Skarre, entusiasmado.

El deseo de Linda de atraer la atención no tenía límites. Estar entre la gente, ser el centro de atención, era vital para ella. Si estaba en la sombra, se sentía sola. Pero ahora iba a darse un baño de sol. ¡Un poli iba de camino a su casa! Estaba buscando el cepillo del pelo. Se roció con el Lagerfeld de su madre. Luego volvió a salir a la calle a mirar. Aún no se veía ningún coche. Abrió la ventana para poder oírlo y se puso a ordenar la mesa del salón. La revista juvenil Girls estaba abierta por el medio con una foto de Di Caprio. La metió en la cesta de los periódicos. Se quitó las zapatillas y anduvo desnuda por el salón mientras pensaba en lo que diría. Era importante tener la cabeza despejada y contar con exactitud lo que había visto, no lo que creía haber visto. Pero no se acordaba muy bien, y eso le fastidiaba. Volvió a repasar su excursión en bicicleta y formuló unas frases para sus adentros. Tenía poca información que dar a ese hombre. Porque sería un hombre, claro, el que estaba en camino. Ni se le ocurrió pensar que podía ser una agente, aunque sabía que había mujeres policías. Cuando al fin oyó el ruido de un coche y de neumáticos en la gravilla, el corazón le empezó a palpitar con fuerza. Oyó el timbre, pero tardó un poco en abrir, pues no quería precipitarse hacia la puerta como una chiquilla. Entonces se le ocurrió que estaba demasiado arreglada y corrió al baño a desarreglarse un poco. Cuando por fin se abrió la puerta, Skarre se encontró cara a cara con una chica apurada y sin aliento, con las mejillas sonrojadas y una nube de pelo que le rodeaba la cabeza como una corona. Olía mucho a perfume.

– ¿Linda Carling? -preguntó Skarre con una sonrisa.

Justo en ese instante algo sucedió en la cabeza de Linda. Miró fascinada al joven agente. La luz de fuera se reflejaba en sus rizos rubios. Su chaqueta de cuero negro brillaba. Sus ojos azules la alcanzaron como un rayo. Se mareó un poco. De repente era importante. Perdió el habla y enderezó el cuerpo, estaba como un arco tensado en el marco de la puerta.

Skarre la miró con curiosidad. Esa chica podría haber pasado por Hvitemoen en el mismo instante en que se estaba cometiendo el crimen. ¿Era una testigo fiable? Él sabía que las mujeres eran mejores testigos que los hombres. Ella era joven, tal vez tenía buena vista. Además, a las nueve todavía era de día. Ella había pasado en bicicleta, no en coche. En coche se tardaría cuatro o cinco segundos en pasar. También sabía que lo que Linda le contara seguramente sería todo lo que recordaba. Lo que añadiera luego sería dudoso. Los seres humanos sentían una imperiosa necesidad de completar la imagen con el fin de crear una totalidad. Una armonía interna. Lo que ahora eran fragmentos de un suceso podría ser algo más con el tiempo. Se dio cuenta del ardiente deseo de la joven de ser útil. Skarre conocía la psicología de los testigos, todas aquellas cosas que influyen en la vivencia de una persona de lo que realmente ve. «La relatividad de la impresión.» Edad, sexo, cultura y estado de ánimo. La manera en que él formulaba la pregunta. Además, la chica parecía descentrada, incoherente y nerviosa. Su cuerpo se movía constantemente, gesticulaba con vehemencia y sacudía la cabeza. El intenso perfume le llegaba a Skarre en ráfagas.

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