Münster asintió. Dio marcha atrás para salir del aparcamiento.
– Imagínate -continuó Van Veeteren- que tienes trece o catorce años. Una pubertad temprana… sensible y en carne viva como una herida abierta. El muchacho camino de hacerse un hombre… los primeros pasos vacilantes. ¿Cuál es tu primer objeto de identificación?
– El padre -dijo Münster, y pensó: él ha pasado por esto.
– Así es. ¿Y qué hace tu padre? Beber y degradarse. Te pega. Te pega no sólo una vez sino noche tras noche, te atormenta, te ultraja… tu madre es demasiado débil para ponerse en medio. Le tiene tanto miedo como tú. Se hace como si no pasara nada. Se calla y se deja que continúe… se guarda en la familia. Tú no tienes defensa… ningún derecho: como educador y cabeza de familia, todos los derechos los tiene él. No tienes adónde ir, ningún sitio al que acudir en busca de consuelo… aunque sí, hay un sitio. Una única persona capaz de aliviar tus penas.
– Tu hermana.
– A la que a veces también apalea, pero ni de lejos tanto. Ella está allí, es un poco más fuerte que tú, está un poco menos dañada… está en vuestro cuarto cuando al fin te libras… digamos que tenéis catorce años los dos… estáis acostados en la cama y ella te consuela. Tú te acurrucas a su lado y ella te protege. Pone sus manos que curan en tu cuerpo… tenéis catorce años… estáis acostados muy juntos, sentís seguridad de estar juntos, y le oís alborotar por la casa, ahora la emprende con la madre… exige sus derechos… ¡Hay que joderse, Münster!
Münster tosió ligeramente.
– Luego es de noche y estáis desnudos… tenéis catorce años y sois hermanos. Cómo va a estar mal lo que hacen, en realidad, Münster, quién coño va a acusarlos de nada. Quién sino los dioses tendrían derecho a reprochar a esos dos niños que pase lo que pasa. Que se conviertan en amantes. Quién, Münster, quién.
– No sé -dijo Münster.
– ¿Te das cuenta de lo que ella le daba? -siguió diciendo Van Veeteren al tiempo que emitía un profundo suspiro-. Poder acudir a una mujer cuando uno está apaleado y humillado y sin valor ninguno… a una mujer que es la amada de uno… la madre y la hermana de uno. Todo al mismo tiempo. ¿Qué amor podría ser más fuerte, Münster? Imagínate que amas por primera vez y que todo es perfecto desde el principio mismo… es un amor y un vínculo tan fuerte que tiene que durar y mantenerse por encima de todo lo demás que puedas experimentar… hay que joderse, Münster, ¿qué mierda de posibilidades tenía él, en realidad?
– ¿Cuánto duró? -preguntó Münster.
– Dos o tres años, me figuro. No parece recordar con exactitud cuándo empezó. Seguramente fue también igual de fuerte para los dos durante bastante tiempo. Yo creo que Eva logró salir de ello, no porque lo deseara realmente, sino porque sabía que estaba mal… prohibido… imposible de sostener.
– Para él resultaría imposible de romper -dijo Münster.
Van Veeteren encendió un cigarrillo.
– Sí, pero ella le rechazó. Lo que pasó en esa casa… tanto mientras vivió el padre como luego… yo no quiero ni imaginármelo, Münster.
– Y luego aparece Paul Bejsen -dijo Münster.
– Sí. A lo mejor no fue más que un intento de parte de ella, no creo que estuviera verdaderamente enamorada. Seguramente le eligió para demostrar que era irrevocable la ruptura con lo que había pasado… y Rolf… pues… Rolf…
– Esperó su momento -dijo Münster.
– Pues sí, digámoslo así -dijo Van Veeteren-. Esperó la ocasión en la que demostrar lo serio que era para él… y en aquella fiesta encontró la oportunidad.
– Estuvo al acecho en las praderas -dijo Münster.
– Exactamente. Dando vueltas fuera en la oscuridad esperando la ocasión… como un hombre lobo, casi…
– ¿Contó eso también?
Van Veeteren afirmó.
– Aunque bastante por encima… hace veinte años de eso. Prescribe a los veintiuno… nos da tiempo a acusarle de eso también, si es que hay algún sentido en ello.
– ¿Y Eva le obligó a marcharse?
– Sí. Le dio un ultimátum. O desaparecía o ella se encargaba de denunciarle… ponte en su lugar, Münster. Ha matado, no sólo por celos sino también para demostrar su amor… y ella le rechaza. Creo que estuvo a punto de quitarse la vida durante esos meses, él insinuó algo… también los primeros tiempos en el destierro por cierto. Tal vez…
– ¿… hubiera sido mejor? -completó Münster.
– ¿Tenemos derecho a pensar una cosa así? -preguntó Van Veeteren-. ¿Lo tenemos?
Münster no contestó. Miró el reloj. Las seis menos cuarto.
– ¿A qué hora sale el avión? ¿A las siete y media?
Van Veeteren asintió.
– Tengo que estar una hora antes.
– Llegamos en veinte minutos.
Guardaron silencio unos segundos, pero Münster pensaba que debían repasarlo todo.
– ¿Y esta Ellen Caine? -dijo.
– Sí -dijo Van Veeteren-. Se las arregló bien durante ocho años… es un poco extraño, pero se asentó… se instaló en Toronto, cambiaba de trabajo cada dos por tres, pero así y todo se mantuvo a flote… hasta que conoció a una mujer. Él dice que fue ella la que le ligó y no al contrario, y debe de ser verdad… en todo caso esa mujer no podía darle ni una mínima parte de lo que recibía de Eva… Dios sabe lo que le ronda la cabeza cuando se trata de sexo y de mujeres, Münster. Lo que exige es lo imposible… puesto que una vez ha vivido lo imposible. Así que mata a Ellen porque le ha traicionado… no sé si le dejó, no quiere decirlo… quizá no es capaz de ser amante, quizás hay una mezcla de celos normales y sinceros… en todo caso la mata. La empuja desde un viaducto delante de un camión, nadie sospecha nada más que ha debido de ser un accidente. Posiblemente suicidio. Nadie sabe siquiera que él ha estado allí.
– ¿Por qué cambia de nombre?
– Yo creo que empezó a pensar en regresar a Europa bajo una nueva identidad… ya entonces, después de la historia de Ellen… en 1980 más o menos. Se traslada a Nueva York. Se hace ciudadano de Estados Unidos al cabo de unos años, adopta el nombre de Carl Ferger… y parece haber vivido una vida bastante normal. Visto desde fuera, por lo menos. Aunque claro que es un misterio, Münster. ¿Qué es lo que hace que regrese en enero de 1986? Él no da ninguna explicación.
– ¿Los determinantes, tal vez? -dijo Münster con una leve sonrisa.
– ¿Cómo? -exclamó Van Veeteren sorprendido-. Veo que el intendente va empezando a enterarse de unas cosas y otras. Bueno, la cosa es que regresa, busca a Eva, se dedica a perseguirla… seguro que de todas las maneras posibles. Se puede pensar que la cercanía de ella le resulta casi insoportable… así lo dice él por lo menos… los celos de Berger son lacerantes, pero el niño es lo peor. Que ella haya tenido un hijo con otro… todo se vuelve un laberinto muy negro, Münster.
– ¿Mata al niño para castigarla?
– Yo diría que sí. La noción que tiene de su propio yo oscila entre la de un dios todopoderoso y punitivo y la de un angustiado muchacho púber carente de identidad.
– ¿Y después del asesinato?
– Eva vuelve a protegerle a pesar de que ella misma está perdiendo el sentido. Tengo la impresión de que en ese momento se rinde, se da cuenta de que su vida nunca podrá ser normal. Quizá también reconozca que los lazos que la atan a él son más fuertes de lo que había imaginado. También sexualmente… Vuelven a mantener su relación prohibida algunas veces durante esos años. Él vive en Francia, ella no quiere tenerle cerca, pero viaja para visitarle de vez en cuando… eso es lo que él dice. Él tal vez sueña con que al final será como él desea, tal vez ella le hace concebir esperanzas de nuevo…
Читать дальше