– Bueno, no todos -rectificó, señalando la mesa del comedor como si quisiera dejar claro a quién se refería-. Pero nosotras sí, las que estábamos aquí ayer omitimos nombres. En nuestra vida nos hemos liado con hombres que al poco tiempo hemos descubierto que no nos gustaban. A veces incluso nos resulta desagradable recordar que hemos… estado con alguien en particular. Luego pasa el tiempo y se nos olvida todo el asunto, consciente o inconscientemente. Aunque normalmente hay algún nombre almacenado en la corteza cerebral, no lo mencionamos, ni siquiera a las mejores amigas.
Él dejó al cachorro con cuidado en el suelo y éste empezó a gimotear, ansioso por volverse a subir. Yngvar lo apartó con decisión y se acercó la hoja de papel que estaba sobre la mesa. El perro se encaminó al rincón con aire compungido y allí se echó, dejándose caer con un golpe seco.
– Aquí sólo hay un «novio» -señaló Yngvar-. Karsten Åsli. Hay otra que lo ha nombrado como amigo, bueno, como ex amigo, en realidad. ¿Piensas entonces que este Åsli puede haber estado con varias de las madres?
– No necesariamente. Puede ser cualquier otro, alguien al que nadie nombra, bien porque han reprimido todos sus recuerdos sobre el tipo, bien porque no quieren admitir que…
– Pero supongo que las madres comprenden la gravedad del asunto -la interrumpió él-. Saben lo importante que es que digan la verdad, que las listas que les pedimos estén bien.
– Sí -asintió ella-. No digo que estén mintiendo, sino que quizás estén reprimiendo el recuerdo. ¿Te apetecería tomar una copa? ¿Un whisky? ¿Un gin-tonic?
Él consultó el reloj automáticamente, como si no pudiera aceptar una copa sin antes mirar qué hora era. Quizás Inger Johanne había acertado, quizá nunca bebía.
– Tengo que conducir -contestó él, vacilante-, así que no, gracias, aunque es una oferta tentadora.
– Puedes dejar aquí el coche -dijo ella, y acto seguido se apresuró a añadir-: No pretendo presionarte. Yo no sé si estas señoras han tenido algún novio en común, simplemente estoy jugando con la idea. Hay algo en la furia que destilan los crímenes de este hombre, en la amargura, en la maldad… Es más fácil imaginarse que algo así obedece al rechazo de una mujer, de varias mujeres, quizá de todas las mujeres, que pensar que el tipo actúa movido por sus problemas con… Hacienda, por ejemplo.
– Pues no estés tan segura -dijo Yngvar-. En Estados Unidos…
– En Estados Unidos hay ejemplos de gente que mata porque les han servido una hamburguesa fría -repuso Inger Johanne-. Pero creo que deberíamos atenernos a las condiciones de por aquí.
– ¿Qué pasó en realidad entre Warren y tú?
Inger Johanne se sorprendió de que la pregunta no la turbase más. Desde que Yngvar le había desvelado que conocía a Warren ella había estado esperando que él se la formulara, pero como se hacía esperar supuso que el asunto no le interesaba, cosa que la alegraba y la decepcionaba al mismo tiempo. No quería hablar de Warren, pero que Yngvar no le hubiera preguntado por él antes podía ser indicio de una indiferencia que no le gustaba del todo.
– No quiero hablar de Warren -dijo tranquilamente.
– No pasa nada. Si te he ofendido de algún modo, lo siento mucho, no era mi intención.
– No me has ofendido -replicó ella, forzándose a sonreír.
– Creo que al final me voy a tomar esa copa.
– ¿Cómo vas a llegar a casa?
– En taxi. ¿Puedo pedirte un gin-tonic ?
– Ya te he dicho que sí.
Los cubitos de hielo tintineaban en las dos copas que Inger Johanne trajo de la cocina.
– Lo siento, pero no tengo limón -dijo-. Warren me traicionó, profesional y sentimentalmente. Como yo era muy joven, le di más importancia a lo segundo, pero ahora estoy más enfadada por lo primero. -Tomó un sorbo e hizo una mueca. Había puesto demasiada ginebra-. Aunque, a decir verdad, hace siglos que no pienso en ello. Y como te he dicho, no quiero hablar de ello.
– ¡Chinchín! En otra ocasión, quizás. -Alzó su copa y bebió.
– No -dijo ella-. No quiero hablar de ello. No quiero ahora ni querré otro día. Para mí Warren no existe ya.
El silencio que se impuso, por alguna razón inexplicable, no resultaba embarazoso. Unos preadolescentes estaban armando jaleo en el jardín. Habían entrado para recoger un balón de fútbol. Aquel barullo tan veraniego los hizo sonreír, aunque no se miraron al hacerlo. Eran ya más de las nueve y media. Inger Johanne sintió que la ginebra se le subía a la cabeza. Aunque sólo había tomado un trago, notó un mareo ligero y agradable. Dejó la copa sobre la mesa y se relajó.
– Si jugamos con la idea de que estamos buscando a un ex novio -dijo-, o a alguien que hubiera querido ser novio de alguna de estas madres, entonces la nota encaja bastante bien: «Ahí tienes lo que te merecías.» No hay forma más cruel de hacer daño a una madre que quitándole un hijo.
– Tampoco hay forma más cruel de hacer daño a un padre.
Inger Johanne lo miró algo desconcertada y entonces comprendió.
– Ay… Lo siento muchísimo. Perdóname, Yngvar, no he pensado en que…
– No tiene importancia, la gente tiende a olvidarse. Supongo que es por lo… grotesco que fue el accidente. Tengo un compañero que perdió un hijo en un accidente de tráfico hace cerca de un año, y todo el mundo habla con él de eso. Es como si resultara más fácil enfrentarse a un accidente de tráfico. En cambio, que alguien se mate al caerse de una escalera y mate también a su madre en la caída es el tipo de cosa que… -Sonrió forzadamente y tomó un sorbo de su copa-. El tipo de accidente que aparece en la novelas de John Irving, así que nadie dice nada. En realidad no importa. Te he interrumpido en medio de un razonamiento.
Ella no quería continuar, pero algo en la mirada de Yngvar la impulsó a decir de todos modos:
– Pongamos que estamos hablando de un hombre aparentemente normal. Guapo, quizás atractivo. A lo mejor es encantador y tiene facilidad para establecer contacto con mujeres. Como es muy manipulador, consigue retenerlas durante un tiempo, pero no mucho. Hay algo malo en él, algo inmaduro y muy egocéntrico que, combinado con las paranoias que no tardan en salir a la luz, hace que las mujeres lo rehúyan. Fracaso tras fracaso. Él no piensa que sea culpa suya, él no hace nada malo. Son las mujeres las que lo traicionan, son astutas y calculadoras, no se puede confiar en ellas. Entonces le pasa algo.
– ¿Como qué?
Yngvar estaba a punto de acabarse la copa, e Inger Johanne no sabía si ofrecerle otra o no, así que prosiguió:
– No lo sé. ¿Otro rechazo más? Quizá. Probablemente algo más serio, algo que hace que se le crucen los cables del todo. El tipo que fue visto en Tromsø… ¿Habéis averiguado algo más sobre eso?
– No, no se ha presentado nadie más a declarar. Eso puede significar que fuera nuestro hombre, pero también puede que fuera otro, alguien que no tiene nada que ver con este caso, pero que quizás estaba haciendo algo que no tiene muchas ganas de contarle a la policía. Puede ser algo tan inocente como una visita a casa de una amante, así que en realidad no hemos avanzado mucho.
– El caso Emilie lo complica todo -dijo ella-. ¿Quieres más?
Él se quedó mirando su vaso durante un buen rato. Los cubitos de hielo se habían fundido. De pronto, él apuró el vaso y dijo:
– No, gracias. Sí, Emilie es un misterio. ¿Dónde está? Como la madre lleva más de un año muerta, dudo que se pueda pensar que el secuestro de la niña sea un ataque contra ella. Tu teoría hace agua.
– Sí…
No lo decía muy convencida.
– No la han devuelto como al resto de los niños, o por lo menos no se la han devuelto al padre, pero ¿habéis comprobado…?
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