Anne Holt - Noche cerrada en Bergen

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Noche cerrada en Bergen: краткое содержание, описание и аннотация

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Durante unas frías navidades, la psicóloga y profiler Inger Johanne Vik se encuentra, junto a su familia, involucrada en la investigación de unos desagradables crímenes. Su marido, el detective Yngvar Stubø, ha sido enviado a Bergen tras el asesinato de la obispo local, Eva Karin Lysgaard. Mientras, en Oslo, se suceden una serie de asesinatos de diversa naturaleza. A pesar de que no hay un vínculo aparente entre ellos, Inger Johanne Vik acabará descubriendo la relación existente.
La cuarta entrega de la serie de Vik/Stubø es una emocionante novela negra que aborda temas actuales. Noche cerrada en Bergen va más allá de la investigación criminal al uso al invitar a la reflexión acerca de temas políticos, religiosos y de derechos humanos. Es, además, una contundente crítica a la intolerancia.

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Se lavó las manos, se las secó bien y salió.

Lukas Lysgaard estaba esperándolo. Abrió la puerta de la calle sin decir una palabra.

– Entonces sabremos de ustedes -dijo sin ofrecer la mano a Yngvar.

– Evidentemente.

Yngvar se ajustó la chaqueta y salió a la pequeña marquesina. Estaba a punto de desearle feliz Navidad, pero, por suerte, se contuvo; justo a tiempo.

El extranjero

– ¡Feliz Navidad, entonces! ¡Que lo disfrutes!

La subinspectora Silje Sørensen subió las escaleras de dos en dos mientras saludaba agitando la mano hacia un colega que se había detenido a charlar cuando salía del espacioso y casi vacío edificio de la Central de Policía. Todos los servicios al público estaban suspendidos, excepto Homicidios, donde un agente somnoliento la había saludado inclinando la cabeza detrás de las paredes de vidrio cuando ella entró corriendo por las puertas en forma de esclusa del acceso de Grøndlandsleiret 44.

– Tengo a los niños en el coche -gritó, explicándose-. Vengo sólo a buscar mis esquíes, están en la oficina porque…

El colega ya estaba fuera del edificio. Silje Sørensen llegó al piso que buscaba. Agitada, dobló la esquina del pasillo y redujo la velocidad al acercarse a la puerta de su oficina. Se enredó con las llaves. Estaban heladas después de haber pasado un día entero en el coche. Además, tenía demasiadas llaves, y por lo menos la mitad pertenecían a cerraduras que ya ni siquiera recordaba a dónde pertenecían. Finalmente encontró la correcta y abrió la puerta.

En su época, el arquitecto había ganado un premio por el diseño de la Comisaría Central de Policía. Eso no era fácil de entender. Una vez dentro de la estrecha entrada, uno se engañaba al principio y creía que allí lo importante eran el aire y la luz. El gigantesco vestíbulo crecía en varios pisos de altura, circundado por galerías que lo bordeaban como los cantos de una herradura. Las oficinas, en cambio, eran pequeños cubículos conectados por extensos y opresivos pasillos. A Silje Sørensen siempre le habían parecido estancas y enclaustradas, independientemente de cuánto procurase ventilarlas.

Desde fuera, la Central de Policía parecía no haber soportado bien las sucesivas estaciones, sino haberse torcido y doblado con los golpes, ahí colgada de las alturas, entre la prisión de Oslo y la iglesia de Grønland. Durante sus quince años en la Policía, Silje Sørensen había visto cómo el municipio, el Estado y algunos optimistas entusiastas de la ciudad intentaban mejorar gradualmente la zona. Pero el bello parque Middelalder estaba demasiado lejos como para brindar gloria a la ruinosa Central de Policía. Tampoco la Ópera era más que un techo blanco e inclinado que apenas podía verse desde su oficina, por encima de los edificios sucios, bajo una cubierta de gases de escape.

Se disponía a abrir la ventana, pero tenía prisa.

La mirada planeó sobre el escritorio. Guardaba un orden pulcro en la oficina, al contrario de lo que hacía en todos los demás sitios. La atestada bandeja de entrada ubicada en el borde de la mesa le pesaba como una losa en la conciencia desde que había salido de la oficina, el viernes anterior a la Navidad. La bandeja de salida estaba vacía, y se percató del estrés que le sobrevendría cuando se le acabaran las vacaciones.

En el centro de la mesa vio una carpeta que no reconoció.

Se inclinó sobre ella y leyó el papelito amarillo adherido a la cubierta.

Subinsp. Sørensen:

Adjuntos encontrará unos documentos referentes a Hawre Ghani, presuntamente nacido el 16/12/1991. Tenga a bien ponerse en contacto en cuanto pueda con el abajo firmante.

Detective inspector Harald Bull, tel. 937*****/231*****

Los niños se iban a enfadar y se volverían intratables si se demoraba demasiado. Por otro lado, los había dejado en el asiento trasero de su coche, cada uno con su Nintendo DS, en un estacionamiento ilegal y con el motor en marcha. Considerando que habían recibido los juguetes ayer y que aún se sentían atraídos por la novedad, quizá no fuera tan peligroso.

Se sentó, todavía con el abrigo puesto, y abrió la carpeta.

Lo primero que vio era una fotografía. En blanco y negro y de grano grueso, con sombras bien marcadas. Podía ser la ampliación de una foto de un documento de identidad, pero tampoco satisfacía los requisitos de una foto de pasaporte. El muchacho (porque éste era más bien un muchacho, y no un hombre adulto) tenía los ojos a medio cerrar. La boca estaba abierta. Los detenidos solían poner caras cuando los fotografiaban, para volverse fácilmente irreconocibles. Por una u otra razón, ella no creyó que ése fuese el caso del joven en cuestión. Lo más probable era que hubieran sacado el retrato mal, simplemente, y que en ese momento el fotógrafo no hubiera tenido ganas de repetirlo.

Hawre Ghani no significaba mucho.

No era lo suficientemente importante.

La fotografía la conmovió.

Los labios del muchacho brillaban, como si se hubiese pasado la lengua por ellos. Había algo infantil e indefenso en el abultado labio superior, con el profundo arco de Cupido. En torno a los ojos, la piel era brillante y los pómulos no mostraban rastros de barba. Lo único que decía que aquél era un muchacho en plena pubertad era la insinuación de un bigote que asomaba bajo una nariz tan grande que casi ocluía el resto de la cara. En todo caso había algo de juvenil desproporción en su rostro. Algo de cachorro. Un rápido cálculo mental le dijo que Hawre Ghani acababa de cumplir diecisiete años.

Cuando siguió hojeando el informe, averiguó que, de todos modos, el joven no había llegado a vivir para cumplirlos.

A pesar de que Silje Sørensen había trabajado durante años para el Departamento de Delitos Violentos y Atentados contra la Moralidad y que había visto más de lo que se había imaginado que era posible ver cuando era una joven estudiante de Policía, la siguiente fotografía la hizo reaccionar. Dentro de una capucha oscura había algo que debía de ser una cara. Todos los rasgos estaban desdibujados, la piel estaba descolorida y terriblemente hinchada. La única órbita ocular era grande y estaba vacía; la otra era apenas visible. El labio superior había desaparecido parcialmente en una grieta irregular que exponía cuatro dientes blancos y uno plateado. En todo caso ella presumió que era plateado, en la loto era más un contraste negro y singular en la hilera de incisivos blancos como la tiza.

Siguió pasando las hojas con rapidez.

La penúltima hoja de la delgada carpeta era un informe escrito por un agente de la Unidad de Personas Extranjeras. Nunca había oído aquel nombre. El informe estaba fechado el 23 de diciembre de 2008.

Hacía ya dos días.

El abajo firmante acudió esta mañana a la Central de Policía para trasladar a dos detenidos, extranjeros con residencia ilegal en el reino, hasta el internado para extranjeros de Trandum. En la celda escuché la conversación de dos colegas acerca del cadáver de un desconocido, encontrado en la bahía de Oslo el 20 de diciembre pasado. Uno de ellos comentó que el cuerpo casi deshecho tenía un diente de plata en el maxilar superior. Reaccioné de inmediato, ya que durante seis semanas había tratado en vano de ubicar al refugiado kurdo (menor de edad) Hawre Ghani, en relación con su solicitud de residencia en Noruega. En una pelea de pandillas en Oslo City, en septiembre (por lo demás registrada como caso individual número 98*****37***/08), Hawre Ghani perdió el incisivo central derecho. Fue detenido después del episodio, y yo lo acompañé personalmente en una visita al dentista ese mismo día. Prefirió que le colocasen un diente plateado en vez de una corona blanca, y por lo visto eso se arregló luego conjuntamente entre Protección Infantil, Recepción de Refugiados y el dentista en cuestión.

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