Anne Holt - Noche cerrada en Bergen

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Noche cerrada en Bergen: краткое содержание, описание и аннотация

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Durante unas frías navidades, la psicóloga y profiler Inger Johanne Vik se encuentra, junto a su familia, involucrada en la investigación de unos desagradables crímenes. Su marido, el detective Yngvar Stubø, ha sido enviado a Bergen tras el asesinato de la obispo local, Eva Karin Lysgaard. Mientras, en Oslo, se suceden una serie de asesinatos de diversa naturaleza. A pesar de que no hay un vínculo aparente entre ellos, Inger Johanne Vik acabará descubriendo la relación existente.
La cuarta entrega de la serie de Vik/Stubø es una emocionante novela negra que aborda temas actuales. Noche cerrada en Bergen va más allá de la investigación criminal al uso al invitar a la reflexión acerca de temas políticos, religiosos y de derechos humanos. Es, además, una contundente crítica a la intolerancia.

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El viudo levantó la vista por primera vez.

– Es lo que dice Eva Karin. «Cautivador», dice cuando habla del pesebre.

Dejó escapar un pequeño ronquido, como si tratase de evitar ponerse a llorar. Yngvar acercó un poco la silla.

– Muchas personas -soltó despacio, e hizo una pausa-. Muchas personas van a decirle en los próximos días que saben cómo se siente, pero pocas lo saben a ciencia cierta. Aunque la mayoría de los que tienen nuestra edad… -Yngvar debía de ser diez años menor que Erik Lysgaard-… han pasado por la experiencia de perder a alguien, las cosas son muy distintas cuando ha habido un crimen. No sólo perdemos a alguien de una manera brutal, sino que además nos quedamos con tantas preguntas. Un crimen de este tipo… -«No sé qué tipo de crimen es éste», pensó mientras hablaba. Estrictamente hablando, todavía no se había comprobado nada- es un ultraje para muchos otros, aparte de para la víctima. Puede quitarle el aire a cualquiera. Es…

– Disculpe.

El hijo de Erik, Lukas Lysgaard, abrió la boca por primera vez desde que había recibido a Yngvar y lo había conducido a la sala. Le había parecido lloroso y agotado, pero dueño de sí. Hasta ese momento había permanecido bastante quieto, al lado de la ventana más lejana, que se abría al jardín. Ahora arrugó el ceño y se acercó un par de pasos.

– No creo que mi padre necesite consuelo. No por parte suya, por lo menos, con el debido respeto. Tanto él como yo preferiríamos estar solos. Cuando accedimos a este interrogatorio… -se corrigió rápidamente-, a esta entrevista que no iba a ser un interrogatorio, fue porque, por supuesto, queremos ayudar a la Policía tanto como nos sea posible. Y más aún dadas las circunstancias. Como sabe, estoy dispuesto a declarar en la comisaría de Policía en cuanto lo dispongan, pero por lo que a mi padre respecta…

El padre se recuperó visiblemente en el sillón. Enderezó la espalda, parpadeó con énfasis y levantó la barbilla.

– ¿Qué es lo que quiere saber? -preguntó mirando directo a los ojos de Yngvar.

«Idiota», pensó Yngvar de sí mismo.

– Lo siento -dijo-. Por supuesto, debí dejarlos tranquilos. Es solamente que…, por una vez, no tenemos a los medios sobre la nuca. Por una vez sería posible adelantarse a esa pandilla que está allí fuera.

Señaló con el pulgar por encima el hombro, como si ya hubiese un grupo de periodistas en las escaleras.

– Pero debí pensarlo mejor. No los molestaré hoy. Por supuesto.

Se puso de pie y tomó la chaqueta que colgaba sobre una de las otras sillas del comedor. Erik Lysgaard lo miró con asombro, la boca entreabierta y el puño en la frente, justo sobre las poderosas gafas de pesada montura negra.

– ¿No tiene usted alguna pregunta? -preguntó con gentileza.

– Sí. Muchísimas. Pero como dije: eso puede esperar. ¿Podría utilizar el cuarto de baño antes de irme?

Esto último iba dirigido a Lukas.

– En la entrada, segunda puerta a la izquierda -murmuró éste.

Yngvar inclinó levemente la cabeza hacia Erik Lysgaard y caminó hacia la puerta. A mitad del camino se volvió.

Dudó.

– Una sola cosa -dijo rascándose una mejilla-. ¿Podría preguntarle qué hacía la obispo Lysgaard en la calle, caminando sola a las once de la noche en Nochebuena?

Siguió un extraño silencio.

El hijo miró al padre, pero no había realmente ninguna pregunta en la mirada. Sólo un aire expectante y sin expresión, como si ya supiese la respuesta, o como si ésta no le interesase. Por su parte, Erik Lysgaard apoyó las manos en los brazos del sillón, se recostó sobre el respaldo y respiró hondo antes de mirar a Yngvar directamente a los ojos.

– Eso no es asunto suyo.

– ¿Cómo?

Inoportunamente, Yngvar comenzó a reír.

– ¿Qué ha dicho?

– Dije que es algo que no le interesa.

– Bien. Yo creí que habíamos convenido…

Nuevamente se hizo el silencio.

– Tendremos oportunidad para hablar de esto más tarde -dijo finalmente, saludó al viudo levantando una mano y salió de la habitación.

La sorpresiva y absurda respuesta había hecho que se olvidara por un momento de la necesidad que lo acuciaba. En cuanto cerró la puerta tras de sí, sintió que tenía que darse prisa.

– En la entrada, segunda puerta a la derecha -susurró para sí; tomó el picaporte y abrió la puerta.

Un dormitorio. No muy grande, quizá de unos diez metros cuadrados. Rectangular, con una ventana en la pared corta, la más alejada de la puerta. Bajo la ventana, un camastro simple con ropa de cama color lila. En la cabecera, sobre la almohada, descansaba una prenda plegada. Un camisón, supuso Yngvar, que aspiró con energía por la nariz.

Definitivamente no era un cuarto de huéspedes. El olor dulce del sueño se mezclaba con un perfume débil, casi indiscernible.

La puerta no se podía abrir totalmente, golpeaba contra un armario.

Debía cerrarla y encontrar el baño.

En lugar de escritorio, el pequeño dormitorio tenía una mesa de luz espaciosa, con una pila de libros y una lámpara bajo un estante con cuatro retratos de familia enmarcados. Reconoció enseguida a Erik y a Lukas, junto a un viejo retrato en blanco y negro que probablemente era de la familia, de muchos años atrás, de cuando Lukas era pequeño. Aparecían todos en un bote durante el verano.

En la pared entre el armario y la cama, colgaba una pintura de intensos tonos rojizos, y sobre el respaldo de una silla de madera al pie del lecho vio algunas ropas. Las cortinas eran espesas, oscuras y estaban cerradas.

Eso era todo.

– ¡Oiga! ¡Por ahí no!

Yngvar regresó a la entrada con un sobresalto. Lukas Lysgaard se acercaba rápido agitando las manos.

– ¿Qué está haciendo? ¿Espiando por la casa? ¿Quién le ha dado permiso para…?

– ¡Usted me dijo en la entrada, segunda puerta a la derecha! Quería solamente…

– ¡Segunda puerta «a la izquierda»! ¡Ahí! -Indicó indignado la puerta enfrente de Yngvar.

– ¡Oh, disculpe! No era mi intención…

– ¿Puede darse un poco de prisa? Quisiera estar a solas con mi padre.

Lukas Lysgaard tendría unos treinta y cinco años. Un hombre de apariencia común con una anchura de hombros nada común. Tenía el cabello oscuro, con profundas entradas, ojos probablemente azules. Era difícil decirlo, eran pequeños y se ocultaban tras unas gafas que reflejaban la luz de la lámpara del techo.

– A veces, mi madre tenía problemas para dormir -dijo cuando Yngvar abrió la puerta correcta-. Entonces le gustaba leer. Para no molestar a mi padre, entonces…

Inclinó la cabeza en dirección al pequeño dormitorio.

– Entiendo. -Yngvar sonrió y entró en el baño.

Se tomó su tiempo.

Hubiera dado mucho por ver el dormitorio una vez más. Se arrepentía de no haber estado más despierto. De no haber visto más. No podía, por ejemplo, describir qué clase de ropa había sobre la silla; si era ropa de fiesta, o de Nochebuena o para uso diario. Tampoco se acordaba de qué libros reposaban sobre la mesa. No había la más mínima razón para creer que alguien en la familia tuviese algo que ver con el asesinato de una madre y esposa aparentemente amada. De todos modos, Yngvar Stubø sabía mejor que cualquiera que la resolución de un asesinato misterioso se esconde por lo común en la casa de la propia víctima. Podían ser cosas que ni sus más íntimos supiesen. Tal vez algún pequeño detalle, algo en lo que ni ella ni otros hubiesen reparado.

Pero que de todos modos podía ser importante.

En todo caso, una cosa era segura, pensó mientras se desabrochaba la bragueta: Eva Karin Lysgaard debía de tener enormes problemas para dormir si tenía que buscar refugio en el pequeño cuarto de servicio cada vez que no podía conciliar el sueño. Una explicación más satisfactoria era que la pareja dormía separada.

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