– ¿Una de las víctimas del Viajero no era de Connecticut?
Darby asintió.
– Echa un vistazo a este nombre.
– Thomas Preston, de New Caanan, Connecticut -leyó Banville-. Tuvo el vehículo durante dos años y lo vendió hace sólo un par de meses. No se ha efectuado todavía el cambio de nombre.
– El Viajero pudo haber comprado ese coche. Investiguemos a Preston, comprobemos si ha vivido en Connecticut y si tiene una furgoneta.
Banville descolgó el teléfono que había en la pared.
– Steve, Mat al habla. Echa un vistazo a la página quince. A media página verás el nombre de Thomas Preston, residente en New Caanan, Connecticut. Averigua cuanto puedas sobre él. Necesito saber si tiene una furgoneta.
Veinte minutos más tarde sonaba el teléfono. Banville atendió la llamada y luego tapó el receptor con la mano.
– Preston no tiene antecedentes. Cincuenta y nueve años, abogado, divorciado, lleva veinte años viviendo en la misma dirección. Nunca ha tenido una furgoneta.
Darby tachó a Preston.
– Tenemos que descubrir a quién le vendió el coche -dijo Darby-. Hay que averiguar su nombre. Dile a tu hombre que consiga los números de teléfono de Preston, el del trabajo, el móvil… Y el nombre de la compañía de seguros.
Banville transmitió la información y colgó el teléfono.
– Si el comprador resulta ser el Viajero y dio un nombre falso, no habrá forma de localizarlo.
– Crucemos los dedos. Nos merecemos un poco de suerte.
– ¿Para qué querías el nombre de su compañía de seguros?
– La forma más segura de abordar el tema es llamarlo fingiendo ser alguien de su compañía de seguros. El tipo es abogado. Ya sabes cómo actúan esos sujetos cuando intentas hacerles preguntas sobre un caso criminal. Nos enterrará bajo montañas de papeleo y excusas legales. Tardaremos una semana en conseguir una respuesta. Pero si llamamos diciendo que somos de la compañía de seguros, nos dará la información.
– Bien pensado.
El contacto de Banville volvió a llamar a los diez minutos.
– ¿Te importa si hago la llamada? -Darby no quería que la aspereza habitual de Banville molestara a Preston.
Banville le tendió el teléfono.
Darby empezó por el número del despacho. La secretaria le informó de que el señor Preston estaba hablando por la otra línea. Darby tuvo que esperar varios minutos en los que soportó la suave melodía del hilo musical.
– Tom Preston.
– Señor Preston, le llamo de la compañía de seguros Sheer con relación a su Aston Martin Lagonda.
– Lo vendí hace dos meses.
– ¿Lo comunicó a Tráfico?
– Claro que sí.
– Según nuestro registro, Tráfico dice lo contrario.
Preston se puso a la defensiva.
– Llamé para darme de baja. Si hay algún problema entiéndase con la gente de Tráfico.
– Está claro que se ha cometido un error. ¿Hizo alguna fotocopia del contrato de venta?
– Maldita sea, seguro que sí. Saco copias de todo. Malditos funcionarios, si yo llevara mi bufete a su estilo me echarían de la profesión.
– Comprendo que esté molesto, señor Preston. Le propongo una solución: dígame el nombre y la dirección de la persona a quien transfirió el título de propiedad, y veré si puedo ahorrarle una visita al registro.
– No recuerdo su nombre. La copia que me pide la tengo en casa. La llamaré mañana a primera hora. ¿Cómo me ha dicho que se llama?
– Señor Preston, el asunto es de la mayor urgencia. ¿Puede llamar a alguien a su casa?
– No, vivo solo. Espere… Le envié el manual de usuario por correo.
– ¿Perdone?
– Cuando vino a buscar el coche yo no tenía el manual de usuario. No lo encontraba. Él me lo pidió, junto con cualquier otro documento que tuviera, así que le prometí buscarlo. Me dio su dirección y le dije que se lo enviaría por correo. Debo de tenerla anotada en la agenda… Aquí está. Carson Lane, número quince, Glen, New Hampshire.
– ¿Y su nombre?
– Daniel Boyle.
El inspector del Registro de Massachusetts, siguiendo órdenes de Banville, ya había coordinado esfuerzos con el Departamento de Vehículos de Motor de New Hampshire. Según constaba en los registros informáticos, Daniel Boyle había vendido la furgoneta hacía dos días pero no había presentado cambio de nombre alguno. No constaba ningún dato sobre la posesión de un Aston Martin Lagonda.
El Departamento de Vehículos de Motor de New Hampshire les facilitó la fotografía que aparecía en el permiso de conducir de Boyle, que vieron en la pantalla: permiso extendido a nombre de Daniel Boyle, varón blanco de cuarenta y ocho años, ojos verdes, espeso cabello rubio y rostro amable.
Banville colgó y al instante se dispuso a marcar otro número.
– Boyle dio de baja el teléfono de su casa hace tres días.
– Es como si planeara trasladarse -dijo Darby.
– Tal vez ya se haya ido. Estamos intentando comprobar si tiene móvil. Si es así, y lo lleva encima conectado, podemos localizarlo a través de la señal. No dispongo del equipo necesario aquí. Tendremos que recurrir a alguien de la compañía telefónica.
Acto seguido, Banville habló con la oficina del sheriff del condado de Glen. Mientras, Darby observaba la pantalla del GPS. Circulaban a toda velocidad por la 95 Norte. A esa marcha llegarían a la dirección que constaba en la ficha de Boyle en menos de una hora.
– El sheriff del condado, Dick Holloway, está ausente hoy -dijo Banville-. Su ayudante lo ha llamado al busca. La mujer con la que he hablado conoce bien la zona: son seis o siete casas diseminadas alrededor de un lago. Me ha dicho que es un área bastante solitaria. No recuerda a Daniel Boyle, pero conoció a su madre, Cassandra. Vivió allí durante años antes de desaparecer.
– ¿La ayudante recordaba todo eso?
– Glen es una zona pequeña, poblada por residentes muy estables. La mujer con la que he hablado se crió allí. Se sorprendió al oír que Boyle se había instalado de nuevo en su casa. Creía que ésta llevaba años deshabitada.
»También me facilitó otro dato interesante. A finales de los setenta, Alicia Cross, una chica del barrio, desapareció. Nunca encontraron su cuerpo. Pondrá a alguien a investigar si hubo indicios de que en algún momento Boyle fue considerado sospechoso.
Darby presintió que las piezas empezaban a encajar.
– ¿Cuánto tardará el condado de Glen en movilizar a la unidad del SWAT?
– Los miembros del SWAT proceden de diferentes condados -dijo Banville-. Una vez que Holloway efectúe la llamada, los tendremos allí en un par de horas como mucho.
– ¿Y si enviamos un coche patrulla para ver si Boyle está en casa?
– No quiero correr el riesgo de asustarle. Esta furgoneta parece un vehículo del servicio técnico de la compañía telefónica. Llegaremos allí en menos de una hora. Propongo ir a casa de Boyle a ver si está en casa. Si el Lagonda está aparcado en el garaje, llamamos a Holloway y pedimos refuerzos.
– No creo que sea muy apropiado presentarnos allí con toda la artillería. Si Boyle ve a un poli en la puerta de su casa tal vez decida matar a Carol y a las demás mujeres.
– Estoy de acuerdo. Washington, el hombre que nos lleva hasta allí, irá vestido de técnico de la compañía telefónica. Disponemos de un par de uniformes. Su cara no ha salido en televisión, así que Boyle no le reconocerá. Es más probable que abra la puerta a un empleado del servicio técnico que a nosotros. En cuanto abra, entramos a saco.
Daniel Boyle había pasado la mayor parte de su vida haciendo maletas. Su entrenamiento militar le había enseñado a sobrevivir con lo básico. No poseía demasiados enseres personales.
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