Bryson miró hacia el tejado del edificio. Malcolm Fletcher se despidió de él con la mano y desapareció.
Unas caras borrosas se apiñaron en torno a él. Una se aproximó.
– Enseguida vendrán a ayudarlo. -Era una voz de mujer. Lo agarró de la mano y se la apretó-. Me quedaré aquí con usted. ¿Cómo se llama?
La voz era suave y tranquilizadora, como la de su madre. El día que se cayó del árbol, estaba tendido en el suelo creyendo que iba a morirse cuando, de repente, su madre apareció corriendo por la puerta trasera, corriendo lo más rápido posible con sus zapatos de tacón, con el delantal manchado de harina y de relleno de pastel. «La ambulancia viene de camino -le dijo, besándole la frente. Bryson vio las hojas rodar por el césped con el soplo del viento-. Tranquilo, Timmy, tú quédate ahí tumbado y estate tranquilo. Ahora todo va a ir bien. Ya lo verás.»
Darby recibió la noticia por boca de Bill Jordan, el hombre que dirigía las labores de vigilancia. La estaba esperando en la entrada del hospital.
Jordan le explicó rápidamente lo ocurrido con el Jaguar y la última conversación de Tim Bryson con Mark Lang, un policía de Narcóticos de incógnito y conductor de la segunda furgoneta de vigilancia. Lang había seguido a Bryson a Boston. Bryson había entrado en el club con su compañero, Cliff Watts, que les había explicado los detalles de lo ocurrido en el interior del sótano privado del club, pero que no podía explicar por qué habían esposado a Bryson y se lo habían llevado, ni por qué éste había acabado en el techo de la segunda furgoneta de vigilancia. Jordan iba a llevar a sus hombres a la ciudad.
Darby permaneció a solas en la oscuridad, con las manos hundidas en los bolsillos y la mirada perdida en la espesura del bosque, mientras dejaba que la noticia le calara hondo. Tenía que enfrentarse a aquello. Ahora mismo.
Dejó a Coop a cargo de la escena del crimen y se dirigió en coche a Boston.
Con la mano firme sobre el volante y el motor del Mustang tronando mientras pisaba el acelerador por la autopista, marcó el número del teléfono de casa de la inspectora.
Chadzynski ya había recibido información actualizada en distintas ocasiones sobre los sucesos de Boston. En esos momentos, los detalles eran aún confusos. Darby informó a la inspectora acerca de lo que había descubierto en la capilla del hospital.
– Esas estatuillas de la Virgen María que ha encontrado dentro de la caja, ¿son las mismas que se encontraron en los cadáveres de Hale y Chen? -preguntó Chadzynski.
– Parecen las mismas. Me interesa más la estatua de la Virgen María que hay junto al altar. -Darby le habló de los trapos de limpieza que había encontrado en el suelo y de la esponja en el cubo de agua-. La estatua estaba impoluta. Ese hombre ha estado ahí hace poco. Cuando hayamos acabado con los restos óseos, quiero montar un dispositivo de vigilancia en la capilla, dejar un par de hombres dentro para estar preparados la próxima vez que vaya.
– ¿De veras cree que volverá?
– Siempre y cuando siga creyendo que es seguro.
– De acuerdo, buscaré a alguien para que prepare el dispositivo.
– No podemos implicar al Departamento de Policía de Danvers.
– ¿Es que no están implicados ya?
– No saben lo de los restos óseos. Y me gustaría que siguiese siendo así.
– Pero Darby, no podemos…
– Ya sé que técnicamente es su jurisdicción, pero cuanta más gente metamos en esto, mayor riesgo corremos de que haya filtraciones de información. Si la prensa se entera de que hemos encontrado restos humanos en esa capilla y decide publicarlo, el hombre que mató a Chen y a Hale no volverá. Y si es el mismo hombre que ha secuestrado a Hannah Givens, podría matarla y huir.
– ¿Y los hombres de Reed? ¿Cómo va a conseguir que mantengan la boca cerrada?
– No podemos. Bill Jordan y algunos de sus hombres ya trabajan con la gente de Reed, así que estamos tratando de contener la situación como podemos. El hecho de haber encontrado esa capilla podría ser la oportunidad que necesitábamos. No me gustaría nada perderla.
– Hablaré con Jordan. Llámeme cuando tenga más noticias de Bryson. Quiero estar informada en todo momento.
Darby aparcó en el primer hueco que encontró en la calle y cubrió el resto del camino a pie, corriendo tras la estela de luces rojas, azules y blancas que parpadeaban como balizas de emergencia por encima de los tejados de los edificios de Lansdowne Street.
El acceso a las calles estaba bloqueado por caballetes y coches patrulla. Era como si hubiesen llamado a todos los vehículos de emergencia de la ciudad. Los agentes de policía estaban por todas partes, desarrollando labores de control.
Darby se abrió paso entre los periodistas y mostró su identificación a uno de los agentes. Al cabo de un momento avanzó por entre policías, bomberos y miembros del servicio de emergencias médicas hasta llegar al cuerpo de Tim Bryson.
Tim Bryson yacía en el techo hundido de una furgoneta de vigilancia, con un charco de sangre bajo su cuerpo. El reguero de sangre coagulada se derramaba por los laterales y las puertas traseras de la furgoneta, y había manchas en el parabrisas hecho añicos de la parte delantera, donde sus piernas torcidas habían quedado colgando, una de ellas cerca del salpicadero. Miraba hacia el cielo, con la cabeza ladeada hacia el hombro, como perplejo. Se había roto el cuello.
Dos hombres de Identificación fotografiaban el cuerpo. No podía examinar el cadáver de Bryson hasta que aquellos hombres hubiesen terminado.
Darby inspeccionó el edificio de ladrillo, lleno de ventanas a oscuras. «Oficinas -pensó-. ¿Por qué te llevó Fletcher al tejado, Tim? Si quería matarte, ¿por qué no lo hizo abajo, en el sótano?»
Encontró a Cliff Watts sentado en la parte de atrás de una ambulancia; se sujetaba una máscara de oxígeno contra la boca mientras un enfermero le cosía un corte de aspecto muy feo en la frente. Llevaba la parte delantera de la chaqueta y la camisa manchadas de sangre y vómito.
Vio a Darby, se quitó la mascarilla y le dio un informe detallado de lo ocurrido en el ataque en el sótano.
– Dejó una granada de aerosol en el interior de la ducha -explicó Watts-. Los bomberos han dicho que contenía algún producto químico que provoca vómitos. La vi y, de repente, recibí un impacto. Creí que era un disparo, y desde luego, por el dolor, eso es lo que parecía. Me caí y me abrí la cabeza contra el canto de la ducha. -Inhaló oxígeno un momento mientras se sacaba algo del bolsillo de la chaqueta-. Nos golpeó con esto.
Watts extrajo una bola azul del tamaño de una canica.
– Es un arma cinética -dijo-. Parecía una escopeta. No sé cómo consiguió pasarla por el control de seguridad. Encontrarás cartuchos del tamaño de los de escopeta además de estas balas de goma por todo el suelo.
Darby frotó la bala de goma entre los dedos. Era muy dura.
Las armas cinéticas eran artefactos «no letales» que las fuerzas de seguridad empleaban en los disturbios callejeros y alteración del orden público. La policía de Boston las había utilizado hasta hacía unos años, cuando, durante una operación de control de masas después de un partido de los Red Sox, habían disparado pelotas de goma y una de ellas había golpeado a un estudiante universitario en la cabeza. El estudiante murió y los padres denunciaron al Ayuntamiento y obtuvieron una cuantiosa indemnización.
El arma que había descrito Watts poseía más poder de disparo que los artefactos tradicionales que disparaban pelotas de goma. La bala de escopeta estaba diseñada para golpear en el blanco con la máxima potencia. A diferencia de una bala normal, aquel proyectil estallaba al producirse el impacto.
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