Jo Nesbø - Petirrojo

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Año 1944. Daniel, combatiente del frente oriental, muere asesinado en las trincheras de Leningrado. En un hospital de Viena, un soldado herido dice ser Daniel. Entre él y la enfermera Helena surge un romance.
Año 1999. El investigador Harry Hole dispara por accidente a un agente de los servicios secretos durante la visita a Noruega del presidente norteamericano Clinton. Harry Hole es trasladado a la policía de seguridad ciudadana, donde se le asigna la misión de comprobar la información sobre una red de tráfico de armas relacionada con círculos de viejos y nuevos nazis.
Año 2000. Mientras la nieve se funde en las calles de Oslo, entra en escena un asesino con un objetivo muy especial.

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– Con abrigo -dijo Harry-. Ése es el Mohicano. Konrad Åsnes, marino de guerra. Un buen tipo, pero ha dejado de ser un testigo fiable, me temo. Bueno, Juul dijo que había estado en la cafetería de enfrente, la Kaffebrenneriet. Pero allí no hay ningún teléfono público. De modo que si quería hacer una llamada, lo normal sería que cruzase la calle y entrase en el Schrøder.

Møller hizo una mueca y lanzó una mirada suspicaz a su kebab. Había accedido, a duras penas, a probar el kebab que Harry había presentado como «encuentro de Turquía con Bosnia, de Bosnia con Paquistán, de Paquistán con Grønlandsleiret».

– ¿De verdad que tú crees en esas historias de personalidad dividida, Harry?

– A mí me parece tan increíble como a ti, jefe, pero Aune dice que es una posibilidad. Y está dispuesto a ayudarnos.

– Entonces, crees que Aune es capaz de hipnotizar a Juul e invocar a ese tal Daniel Gudeson que él lleva en su interior y conseguir una confesión.

– No es seguro que Even Juul sepa siquiera lo que Daniel Gudeson hizo, de modo que es imprescindible hablar con él -aseguró Harry-. Según Aune, las personas que sufren trastorno de personalidad múltiple son, por suerte, relativamente fáciles de hipnotizar, puesto que eso es lo que ellas hacen consigo mismas constantemente: autohipnosis.

– Estupendo -ironizó Møller alzando la vista al cielo-. Y ¿para qué quieres una orden de registro?

– Como tú has dicho, no tenemos ninguna prueba física, ningún testigo, y ya sabemos que ese tipo de dictámenes psicológicos no siempre se tienen en cuenta en el tribunal. Pero, si encontramos el rifle Märklin, lo habremos conseguido y no necesitaremos ninguna otra cosa.

– Mmm -Møller se detuvo sobre la acera-. El móvil.

Harry lo miró inquisitivo.

– La experiencia me dice que incluso las personas desquiciadas suelen tener un móvil, en medio de toda su locura. Y no veo el de Juul.

– No el de Juul, jefe -advirtió Harry-. El de Daniel Gudeson. El que Signe Juul se pasase, por así decirlo, al enemigo, puede haberle dado a Gudeson un motivo de venganza. Lo que había escrito en el espejo, «Dios es mi juez», puede indicar que ve los asesinatos como una cruzada de un solo hombre, que tiene una causa justa aunque otras personas lo recriminen.

– ¿Qué hay de los otros asesinatos, de Bernt Brandhaug? ¿Y si tienes razón y se trata del mismo asesino, Hallgrim Dale?

– No tengo idea de cuál puede ser el móvil. Pero sabemos que a Brandhaug le dispararon con el Märklin y Dale conocía a Daniel Gudeson. Además, según el informe de la autopsia, Dale estaba seccionado con tanta perfección como si hubiese intervenido un cirujano. Y, en fin, Juul inició estudios de medicina y soñaba con convertirse en cirujano. Tal vez Dale tuvo que morir porque había descubierto que Juul se hacía pasar por Daniel Gudeson.

Halvorsen carraspeó ligeramente.

– ¿Qué pasa? -preguntó Harry desabrido.

Conocía a Halvorsen lo suficiente para saber que presentaría alguna objeción. Y seguramente, una objeción con fundamento.

– Según lo que nos has contado sobre el trastorno de personalidad múltiple, tuvo que ser Even Juul en el instante en que mató a Hallgrim Dale. Daniel Gudeson no era cirujano.

Harry se tragó el último bocado del kebab, se limpió con la servilleta y miró a su alrededor en busca de una papelera.

– Bien -dijo al fin-. Podría decir que pienso que deberíamos esperar y no hacer nada hasta no tener las respuestas a todas las preguntas. Y estoy convencido de que al fiscal le parecerá que las pruebas son algo inconsistentes. Pero ni nosotros ni él podemos ignorar que tenemos a un sospechoso que anda suelto y que puede volver a matar. A ti te asusta el escándalo mediático que saltará si señalamos a Even Juul, jefe, pero imagínate el escándalo que desencadenaría el que matase a más gente.

Y al final se sabría que sospechábamos de él pero no lo detuvimos…

– Vale, vale, eso ya lo sé -atajó Møller-. ¿O sea que tú crees que volverá a matar?

– Son muchos los aspectos de este caso sobre los que no estoy seguro -confesó Harry-. Pero si estoy convencido de algo es de que ese sujeto aún no ha terminado de ejecutar su plan.

– ¿Y por qué estás tan seguro?

Harry se palmeó el estómago con media sonrisa irónica.

– Un pajarito me lo dice desde aquí dentro, jefe. Que ésa es la razón de que se haya agenciado el mejor rifle y el más caro del mundo. Una de las razones por las que Daniel Gudeson se convirtió en una leyenda fue, precisamente, que era un tirador excelente. Y ahora tengo la sensación de que tiene pensado darle a esta cruzada su lógico final. Será la coronación de su obra, algo que hará inmortal la leyenda de Daniel Gudeson.

El calor estival desapareció por un instante cuando una última ráfaga de invierno recorrió Moztfeldtsgate levantando por los aires polvo y papeles. Møller cerró los ojos y se ajustó más el abrigo con un escalofrío. «Bergen -se dijo-. Bergen es la ciudad ideal.»

– Bien, veré lo que puedo conseguir -anunció al fin-. Estad preparados.

Capítulo 90

COMISARÍA GENERAL DE POLICÍA

16 de Mayo de 2000

Harry y Halvorsen estaban preparados. Tanto que cuando sonó el teléfono de Harry, ambos dieron un salto. Harry cogió el auricular:

– Aquí Hole.

– No tienes que gritar -le advirtió Rakel-. Para eso, precisamente, se inventó el teléfono. ¿Qué decías el otro día sobre el Diecisiete de Mayo?

– ¿Cómo? -Harry necesitó varios segundos para caer en la cuenta-. Que yo tendría guardia, ¿es eso?

– No, lo otro -insistió Rakel-. Que removerías cielo y tierra.

– ¡Ah! ¿Te refieres a eso? -Harry sintió un agradable cosquilleo en el estómago-. ¿Queréis pasar el día conmigo si encuentro a alguien que me sustituya en la guardia?

Rakel sonrió.

– Qué encantador. Debo señalar que no eras mi primera opción, pero puesto que mi padre me dijo que este año quería pasar ese día solo, la respuesta es sí, pasaremos el día contigo.

– ¿Qué le parece a Oleg?

– Fue él quien lo propuso.

– ¿Ah, sí? Mira que es raro este Oleg.

Harry estaba feliz. Tanto que le costaba hablar con su voz de siempre. Y le importaba un comino que Halvorsen sonriese de buena gana sentado al otro lado del escritorio.

– ¿Tenemos una cita? -dijo la dulce voz de Rakel.

– Si consigo arreglarlo, claro que sí. Te llamaré luego.

– Vale, pero también puedes venir a cenar esta noche. Si tienes tiempo, vaya. Y ganas.

Sus palabras sonaron tan exageradamente indolentes que Harry sospechó que había estado practicándolas un rato antes de llamar. La risa bullía en su interior, sentía la cabeza ligera como si hubiese ingerido un narcótico y estaba a punto de decirle que sí cuando recordó algo que ella había dicho en Dinner: «Ya sé que no se quedará en una sola vez». Rakel no estaba invitándolo a cenar.

«Si tienes tiempo, vaya. Y ganas.»

Aquél era un buen momento para que le entrase el pánico.

Una luz intermitente en el teléfono vino a interrumpir sus pensamientos.

– Tengo una llamada por la otra línea y debo contestar, Rakel, ¿puedes esperar un poco?

– Por supuesto.

Harry pulsó la tecla almohadilla y enseguida oyó la voz de Møller:

– Ya tienes la orden de detención. La de registro está en camino. Tom Waaler espera con dos coches y cuatro hombres armados. Espero, por lo más sagrado, que el pajarito de tu estómago cante bien, Harry.

– A veces desentona en alguna que otra nota, pero nunca en un trino completo -aseguró Harry mientras le hacía señas a Halvorsen para que se pusiera la chaqueta-. Luego hablamos -dijo antes de colgar el auricular.

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