Jo Nesbø - Petirrojo

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Año 1944. Daniel, combatiente del frente oriental, muere asesinado en las trincheras de Leningrado. En un hospital de Viena, un soldado herido dice ser Daniel. Entre él y la enfermera Helena surge un romance.
Año 1999. El investigador Harry Hole dispara por accidente a un agente de los servicios secretos durante la visita a Noruega del presidente norteamericano Clinton. Harry Hole es trasladado a la policía de seguridad ciudadana, donde se le asigna la misión de comprobar la información sobre una red de tráfico de armas relacionada con círculos de viejos y nuevos nazis.
Año 2000. Mientras la nieve se funde en las calles de Oslo, entra en escena un asesino con un objetivo muy especial.

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– ¿Qué clase de heridas?

– En la cabeza. Y también en la pierna, claro. Faltó poco para que el doctor Brockhard tuviese que amputársela.

– Pero se recuperó y fue destinado a Oslo el verano de 1944, ¿no es así?

– Sí, claro, se suponía que tenía que ir a Oslo.

– ¿Qué quiere decir con que se suponía?

– Pues que desapareció. Y, en cualquier caso, no se presentó en Oslo, ¿no?

– No, por lo que nosotros sabemos. ¿Conocías bien a Gudbrand Johansen?

– Muy bien. Era un tipo extrovertido y un excelente narrador de cuentos. Creo que todas las enfermeras estuvieron enamoradas de él.

La mujer soltó una risa clara y sonora.

– Yo también. Pero él no me quería a mí.

– ¿No?

– Oh, bueno, yo era muy guapa, ¿sabes? No era ése el motivo. Urías quería a otra mujer.

– ¿Ah, sí?

– Sí, y ella también se llamaba Helena.

– ¿Y qué Helena es ésa?

La anciana frunció el entrecejo.

– Pues Helena Lang. Eso fue lo que originó la tragedia, que ellos dos se querían.

– ¿Qué tragedia?

La mujer miró perpleja a Harry, después a Fritz y luego otra vez a Harry.

– ¿No es por eso por lo que habéis venido? -preguntó la mujer-. ¿Por ese asesinato?

Capítulo 86

SLOTTSPARKEN

14 de Mayo de 2000

Era domingo, la gente caminaba más despacio que otros días y el anciano recorría Slottsparken a su paso. Se detuvo a la altura de la garita de la Guardia Real. Los árboles tenían ese claro color verde que tanto le gustaba. Todos, menos uno. El alto roble que se erguía en el centro del parque nunca alcanzaría un verde más intenso que el que ahora tenía. Ya empezaba a apreciarse la diferencia. A medida que el árbol se fue despertando del sopor invernal, el flujo vital de su tronco empezó a circular y a difundir el veneno por la red de sus venas. Y a aquellas alturas, había atacado ya a todas y cada una de las hojas, provocando una hipertrofia que, en el transcurso de una o dos semanas, haría que las hojas se ajasen, se tornasen ocres y cayesen al suelo hasta que, al final, el árbol muriese.

Pero ellos no lo habían comprendido aún. Al parecer, no comprendían nada. Bernt Brandhaug no figuraba en aquel plan y el anciano comprendía que el atentado hubiese desconcertado a la policía. Las declaraciones de Brandhaug en el diario Dagbladet no habían sido más que una de esas curiosas coincidencias y él había sufrido mucho leyéndolas. Por Dios santo, si él incluso estaba de acuerdo con Brandhaug, los perdedores deberían ser colgados, así lo mandaba la ley de la guerra.

Pero ¿qué se había hecho de todas las demás pistas que él les había suministrado? Ni siquiera habían sido capaces de relacionar la ejecución del fuerte de Akershus con la gran traición. Tal vez se les iluminase la mente la próxima vez que los cañones tronasen desde la muralla.

Miró a su alrededor en busca de un banco. Los dolores eran cada vez más frecuentes y no necesitaba acudir a la consulta de Buer para averiguar que la enfermedad se había extendido por todo su cuerpo, él lo sabía. Ya faltaba poco.

Se apoyó en un árbol. El abedul real. El gobierno y el rey huyen a Inglaterra. «Sobrevuelan bombarderos alemanes.» Aquel poema de Nordahl Grieg le producía náuseas. Aludía a la traición del rey como a una gloriosa retirada, a que abandonar a su pueblo en una situación tan grave fue un acto moral. Y a salvo en Londres, el rey no era más que otro de esos monarcas exiliados que daban discursos conmovedores ante las esposas de la clase alta que simpatizaban con su causa y sus ideas, en cenas de representación, mientras se aferraban a la esperanza de que su pequeño reino quisiera verlos regresar un día. Y luego todo pasó; llegó el momento de la acogida, cuando el barco en el que viajaba el príncipe heredero atracó en el muelle y la gente gritó hasta desgañifarse, para disimular la vergüenza, la propia y la de su rey.

El anciano cerró los ojos al sol. Gritos de órdenes, botas y fusiles AG3 restallaban en la gravilla. Novedad. Cambio de guardia.

Capítulo 87

VIENA

14 de Mayo de 2000

– ¿De modo que no lo sabíais? -preguntó Helena Mayer.

La mujer meneó la cabeza mientras Fritz se afanaba al teléfono para encontrar a alguien que se pusiese a buscar casos de asesinato prescritos o archivados.

– Seguro que lo encontramos -le susurró Fritz.

A Harry no le cabía la menor duda.

– De modo que la policía estaba totalmente segura de que Gudbrand Johansen asesinó a su propio médico -le preguntó Harry a la señora.

– Desde luego que sí. Christopher Brockhard vivía solo en uno de los apartamentos de la zona hospitalaria. La policía llegó a la conclusión de que Johansen rompió el cristal de la puerta de su casa y lo mató mientras dormía en su propia cama.

– ¿Cómo…?

La señora Mayer se pasó un dedo por la garganta, con un gesto dramático.

– Yo misma lo vi más tarde -explicó-. El corte era tan limpio que podría pensarse que era obra del propio doctor.

– Mmm. ¿Y por qué estaba tan segura la policía de que había sido Johansen?

La mujer se rió.

– Pues, verás, te lo explicaré: porque Johansen le había preguntado al vigilante cuál era el apartamento de Brockhard, y lo vio aparcar el coche ante el edificio y entrar por el portal. Después, vio cómo salía de allí a la carrera, ponía el coche en marcha y, a toda velocidad, tomaba la carretera hacia Viena. Al día siguiente, Johansen había desaparecido,y nadie sabía dónde estaba. Según las órdenes que tenía, debía estar en Oslo tres días después. La policía noruega lo esperaba, pero él nunca llegó a su país.

– Aparte del testimonio del vigilante, ¿recuerdas si la policía encontró otras pruebas?

– ¿Si lo recuerdo? ¡Estuvimos hablando de ese asesinato durante años! La sangre que hallaron en el cristal de la puerta de entrada coincidía con su grupo sanguíneo. Y las huellas que encontró la policía en el dormitorio de Brockhard eran las mismas que las que había en la mesilla de noche y la cama de Urías en el hospital. Además, tenían un móvil…

– ¿Ah, sí?

– Sí, ellos querían estar juntos, Gudbrand y Helena. Pero Christopher había decidido que Helena sería suya.

– ¿Estaban prometidos?

– No, no. Pero Christopher estaba loco por Helena, eso lo sabía todo el mundo. Helena procedía de una familia adinerada que se había arruinado cuando su padre fue encarcelado y un matrimonio con la familia Brockhard les daría a ella y a su madre la posibilidad de recuperarse económicamente. Y ya sabes cómo son esas cosas, una joven tiene ciertos deberes para con su familia. O al menos ella los tenía, en aquel entonces.

– ¿Sabes dónde se encuentra ahora Helena Lang?

– Pero, hombre de Dios, si no has probado el Strudel -exclamó la viuda.

Harry tomó un buen trozo y, mientras masticaba, asintió complaciente a la señora Mayer.

– No, no lo sé -admitió la señora-. Cuando se supo que Johansen y ella habían estado juntos la noche del asesinato, también se abrió una investigación sobre ella, pero no encontraron nada. Helena dejó su puesto en el hospital Rudolph II y se trasladó a Viena, donde abrió un taller de costura. Desde luego, hay que reconocer que era una mujer fuerte y emprendedora; yo solía cruzarme con ella por la calle de vez en cuando. Pero, a mediados de los cincuenta, vendió la tienda y, a partir de entonces, dejé de saber de ella. Alguien me dijo que se había ido a vivir al extranjero. Pero sé a quién podéis preguntarle. Si sigue con vida, claro. Beatrice Hoffmann trabajaba como asistenta en la casa de la familia Lang. Después del asesinato, ya no podían pagar sus servicios y sé que estuvo trabajando un tiempo en el hospital Rudolph II.

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