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Lawrence Block: Los pecados de nuestros padres

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Lawrence Block Los pecados de nuestros padres

Los pecados de nuestros padres: краткое содержание, описание и аннотация

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Una joven prostituta aparece asesinada en un apartamento de Greenwich Village. El principal sospechoso acaba de suicidarse en la cárcel. La policía de Nueva York ha cerrado el caso, pero el padre de la víctima quiere reabrirlo. Y nadie mejor que Matthew Scudder para buscar respuestas en un entorno sórdido de perversión y placeres… Un mundo donde los hijos se ven abocados a morir para expiar los pecados más secretos de sus padres. La novela negra norteamericana tiene tres grandes autores: los clásicos son Dashiell Hammett y Raymond Chandler. El tercero se llama Lawrence Block.

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– ¿Qué había en el exterior de la ventana?

– Un pozo de ventilación.

– ¿Lo has inspeccionado?

– Ajá. Cualquiera pudo cogerla, cualquier chaval que pasara por allí.

– ¿Comprobaste si había manchas de sangre en el pozo de ventilación?

– ¿Estás bromeando? ¿Un pozo de ventilación del Village? La gente orina por las ventanas, lanzan tampones, basura y todo tipo de cosas. En nueve de cada diez pozos de ventilación encontrarás manchas de sangre. ¿Lo habrías inspeccionado tú? ¿Después de haber cogido al asesino?

– No.

– De todos modos, olvida el pozo de ventilación. Sale corriendo del apartamento con el cuchillo en la mano. O la navaja, o lo que coño fuera. Lo lanza por las escaleras. Sale corriendo a la calle y lo tira en la acera. Lo mete en un cubo de basura. Lo tira por una alcantarilla. Matt, no tenemos ningún testigo presencial que lo viera salir del edificio. Habríamos buscado uno, pero ese hijo de puta se mató treinta y seis horas más tarde de dejar tiesa a la chica.

No paraba de repetir eso. Yo estaba haciendo un trabajo que la policía habría hecho de haber tenido que hacerlo. Pero Richard Vanderpoel les había resuelto el problema.

– Así que no sabemos cuándo se echó a la calle -siguió diciendo Koehler-. ¿Dos minutos antes de que lo atrapara Pankow? ¿Diez minutos? Podía haber triturado el arma y habérsela comido en ese tiempo. Dios sabe lo loco que estaba ese tipo.

– ¿Había una navaja en el apartamento?

– ¿Te refieres a una navaja recta? No.

– Me refiero a una navaja de afeitar.

– Sí, había una eléctrica. ¿Por qué demonios no te olvidas de la navaja? Ya sabes cómo son esas putas autopsias. Yo tuve una hace un par de años. El gilipollas de la oficina del forense dijo que la víctima había sido asesinada con un hacha. Cogimos al bastardo en el edificio con un mazo de croquet en la mano. Cualquiera que pueda confundir el daño hecho al golpear un cráneo con un hacha con el que haría un mazo no sería capaz de distinguir un navajazo de un coño.

Asentí y dije:

– Me pregunto por qué lo hizo.

– Porque estaba como una puta cabra, por eso lo hizo. Recorrió la calle de arriba abajo, cubierto de sangre, gritando barbaridades y enseñándole la polla a todo el mundo. Pregúntale por qué lo hizo, no lo sabría ni él.

– Qué mundo.

– Dios, no me hagas empezar con eso. Ese vecindario está cada vez peor. No me hagas empezar. -Me hizo una seña con la cabeza, salimos juntos de la oficina y atravesamos la comisaría. Los hombres, de paisano y de uniforme, estaban sentados ante sus máquinas de escribir, tecleando historias sobre supuestos sinvergüenzas y presuntos culpables. Una mujer que estaba prestando testimonio en español a un oficial uniformado hacía pausas de vez en cuando para llorar. Me pregunto qué habría hecho o qué le habrían hecho.

En la comisaría no vi a nadie conocido.

Koehler dijo:

– ¿Has oído lo de Barney Segal? Lo han ascendido. Ahora es el jefe del distrito 17.

– Sí, es un buen hombre.

– Uno de los mejores. ¿Cuánto hace que te saliste del cuerpo, Matt?

– Un par de años, creo.

– Sí. ¿Cómo están Anita y los chicos? ¿Están bien?

– Sí.

– Mantienes el contacto, entonces.

– De vez en cuando.

Cuando llegamos a la recepción, se paró y se aclaró la garganta.

– ¿Has pensando alguna vez en volver a ponerte la placa, Matt?

– Ni hablar, Eddie.

– Es una puñetera lástima, lo sabes, ¿no?

– Tú haz lo que tengas que hacer.

– Sí. -Se estiró y volvió al asunto-. He acordado con Pankow que se encontrará contigo esta noche alrededor de Lis nueve. Estará en un bar llamado Johnny Joyce's. Es en la Segunda Avenida, he olvidado la calle que cruza.

– Conozco el sitio.

– Allí lo conocen, pregunta al camarero y te indicará quién es. Esta noche libra, así que le he dicho que valorarías su tiempo.

Y seguro que también le has dicho que una parte era para ti.

– ¿Matt? -Me volví-. ¿De todos modos, qué vas a preguntarle?

– Quiero saber qué tipo de lenguaje obsceno estaba empleando Vanderpoel.

– ¿En serio? -Asentí-. Creo que estás tan loco como Vanderpoel -me dijo-. Por el precio de un sombrero puedes escuchar todas las guarrerías que quieras.

3

La calle Bethune discurre hacia el oeste desde Hudson hasta llegar al río. Es un área estrecha y residencial. Se habían plantado recientemente algunos árboles. Sus bases estaban protegidas por pequeñas cercas de estacas, de las que colgaban unos letreros en los que se pedía a los propietarios de los perros que no dieran rienda suelta a los instintos naturales de sus mascotas. «Queremos a nuestro árbol, / Por favor, controla a tu perro». El número 194 era un edificio de piedra caliza de color rojizo con una puerta de entrada del color del astroturf. Había cinco apartamentos, uno por cada piso. En el sexto timbre del portal ponía «Conserjería». Llamé y esperé.

La mujer que abrió la puerta tenía alrededor de treinta y cinco años. Llevaba una camisa blanca de hombre con los dos botones de arriba desabrochados y unos vaqueros manchados y desteñidos. Tenía la constitución de una boca de incendios. Llevaba el pelo corto y parecía que se lo había cortado al azar con un par de tijeras de podar. Sin embargo, el efecto no era desagradable. Se asomó a la puerta, me miró y en cinco segundos llegó a la conclusión de que yo era un poli. Le dije mi nombre y me enteré de que el suyo era Elizabeth Antonelli. Le dije que quería hablar con ella.

– ¿Sobre qué?

– Sus inquilinos del tercer piso.

– Mierda. Pensé que ya habíamos acabado con eso. Todavía estoy esperando a que sus hombres abran la puerta y se lleven sus trastos. El propietario quiere que le muestre el apartamento y ni siquiera puedo entrar en él.

– ¿Todavía está precintada?

– ¿No se informan unos a otros?

– No pertenezco al cuerpo. Esto es una investigación privada.

Su mirada se dulcificó. Ahora que no era un poli le gustaba más, pero también tenía que saber para qué lado trabajaba. Además si no estaba de visita oficial, eso quería decir que no estaba obligada a perder su tiempo conmigo.

Dijo:

– Escuche. Estaba haciendo algo. Soy artista y tengo trabajo.

– Le llevará menos tiempo contestar a mis preguntas que deshacerse de mí.

Lo pensó, se dio la vuelta bruscamente y se metió en el edificio.

– Hace frío ahí fuera -dijo-. Bajemos las escaleras y hablemos un poco, pero no se piense que le voy a dedicar mucho tiempo, ¿eh?

La seguí por un tramo de escaleras hasta el sótano. Tenía una única habitación grande con aparatos de cocina en un rincón y un catre en la pared orientada al oeste. Se veían tubos y cables eléctricos por el techo. Su arte era la escultura y había varias muestras de su trabajo a la vista. No llegué a ver la obra en la que estaba trabajando en ese momento. Un trapo húmedo la cubría. Las otras obras eran abstractas y en buena parte de ellas había una clara evocación de monstruos marinos.

– No voy a poder contarle gran cosa -dijo-. Soy la conserje porque llegué a un acuerdo para poder pagar el alquiler. Tengo buenas manos y puedo reparar la mayoría de las cosas que se estropean, y se me da bastante bien gritarle a la gente cuando se retrasa con el alquiler. Me paso la mayor parte del tiempo metida en mis cosas. No presto demasiada atención a lo que pasa en el edificio.

– ¿Conocía a Vanderpoel y a la señorita Hanniford?

– De vista.

– ¿Cuándo se trasladaron aquí?

– Ella estaba aquí antes de que yo viniera, y en abril hará dos años que vivo aquí. Y creo que él se instaló en el piso hace poco más de un año. Creo que justo antes de Navidad si no recuerdo mal.

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