Lawrence Block - Un paseo entre las tumbas

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`Un millón de dolares en efectivo o matamos a tu mujer`. Los traficantes de drogas son presa fácil de la extorsión y, por razones obvias, no pueden acudir a la policía. Kenan Khoury recibió el mensaje, pero vaciló frente al precio del rescate: no volvió a ver a su mujer con vida. Ahora sólo piensa en vengar su muerte. Para ello contrata los servicios de Matt Scudder, un detective privado sin apenas trabajo y que sufre algún que otro problema con el alcohol. Con ayuda de dos genios de los ordenadores, un punk callejero y una amiga prostituta, Scudder busca a los asesinos en los bajos fondos de Brooklyn.

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– Por mercancía se refiere a cocaína.

– En realidad no trabajo mucho con la cocaína. Lo mío es sobre todo la heroína. Algo de hachís, pero mayormente heroína los dos últimos años. Mire, se lo digo de entrada, no me voy a disculpar. La gente se la chuta, se engancha, le roba a la madre, entra en las casas a robar, se mete una sobredosis y muere con la jeringuilla en el brazo o comparte agujas y se contagia el sida. Conozco la historia. Hay quien fabrica armas, quien destila licores, quien cultiva tabaco. ¿Cuánta gente muere al año por culpa del alcohol y el tabaco, y cuánta por culpa de las drogas?

– El alcohol y el tabaco son legales.

– ¿Y qué importancia tiene eso?

– La tiene, pero no sé cuánta.

– Tal vez. Yo no la veo. En cualquier caso, el producto es sucio. Mata a la gente o es la sustancia que usan para matarse o matar a otros. Hay una cosa a mi favor, yo no hago publicidad de lo que vendo, no tengo cabilderos en el Congreso. No contrato gente de relaciones públicas para que digan al público que la mierda que vendo es buena para ellos. El día que la gente deje de querer drogas, ese día me buscaré otra cosa que comprar y vender, y no me lamentaré por eso ni haré que el gobierno me dé un subsidio.

– No estás vendiendo pirulís, niño -dijo Peter.

– No, no lo son. La mercancía es sucia. Nunca he dicho que no lo fuera, pero lo que yo hago, lo hago limpiamente. No jodo a nadie, no mato a nadie. Mis tratos son justos y miro con quién trato. Por eso estoy vivo y por eso no estoy en la cárcel.

– ¿Ha estado alguna vez?

– No. Afortunadamente nunca me han detenido. De manera que si ése es un problema, ¿cómo se vería si trabajara para un conocido mercader de drogas…?

– No es algo que tenga que considerar.

– Bueno, desde un punto de vista oficial no soy un comerciante conocido. No voy a decir que no haya alguien en la brigada de estupefacientes que no sepa quién Hoy, pero no tengo antecedentes. Que yo sepa, nunca he Mido objeto oficial de una investigación. Mi casa no tiene micrófonos ocultos y mi teléfono no está intervenido. Ya le dije que lo sabría si lo estuviera.

– Sí.

– Quédese sentado tranquilamente un minuto. Quiero enseñarle una cosa. -Fue a otro cuarto y volvió con una fotografía en colores de trece por dieciocho en un marco de plata-. Fue en nuestra boda. Hace dos años. Ni siquiera dos años, hará dos años en mayo.

Él iba de esmoquin y ella totalmente vestida de blanco. Él sonreía ampliamente, pero ella no, creo que ya lo he dicho antes. Estaba radiante, sin embargo, y se podía ver que era de felicidad.

No supe qué decir.

– No sé qué le hicieron -admitió-. Ésa es una de las cosas en las que no me tomaré la molestia de pensar, pero la mataron y la descuartizaron, la convirtieron en una especie de humor negro y tengo que hacer algo al respecto, porque me moriría si no lo hiciera. Lo haría todo yo solo si pudiera. En realidad, Pete y yo tratamos de hacerlo, pero no sabemos qué hacer, no tenemos los conocimientos adecuados, no conocemos las movidas. Las preguntas que hizo antes, el enfoque que le dio, me demostraron, por lo menos, que ésta es un área en la que no sé qué hacer. De manera que quiero su ayuda y puedo pagarle lo que sea. El dinero no es problema. Tengo mucho dinero y gastaré lo que tenga que gastar. Y si dice que no, encontraré a algún otro o trataré de hacerlo solo porque ¿qué mierda más voy a hacer? -Alargó la mano por encima de la mesa, me quitó la fotografía y la miró-. ¡Dios mío, qué día más feliz fue aquél! ¡Qué perfectos todos los días desde entonces! Hasta que después todo quedó convertido en mierda. -Me miró-. Sí, soy traficante, o comerciante en drogas, como quiera llamarlo. Sí, tengo la intención de matar a esos hijos de puta. Eso es lo que hay. ¿Qué dice? ¿Le interesa o no?

Mi mejor amigo, el hombre con el que había planeado reunirme en Irlanda, era un delincuente de carrera. Según la leyenda, una noche había recorrido las calles de «la Cocina del Infierno» con una bolsa de deportes en la que llevaba la cabeza de un enemigo. No podría jurar que ocurrió, pero no hace mucho había coincidido con él en un sótano de Maspeth, donde le cortó la mano a un hombre con un cuchillo de carnicero. Aquella noche tenía yo un arma en la mano y la había usado.

De manera que si todavía tenía yo mucho de policía en algunos aspectos, en otros había sufrido cambios considerables. Hacía rato que había engullido la borraja, así que ¿por qué hacer ascos ahora a la carne?

– Me interesa -dije.

3

Volví a mi hotel poco después de las nueve. Había tenido una larga charla con Kenan Khoury y había llenado algunas páginas en mi bloc con nombres de amigos, asociados y miembros de la familia. Había ido al garaje para revisar el Toyota y encontré la casete de Beethoven todavía en el aparato. Si había otras pistas en el coche de Francine, no las detecté.

El otro coche, el Tempo gris usado para entregar sus restos en pedazos, no estaba disponible para el examen. Los secuestradores lo habían estacionado en zona prohibida y en algún momento durante el transcurso del fin de semana una grúa de tráfico había aparecido para llevárselo. Podría haber intentado rastrearlo, pero ¿con qué objeto? Seguramente lo habían robado para la ocasión y, dado su estado, era probable que ya lo hubieran abandonado. El equipo de un laboratorio policial podría haber descubierto algo en el maletero o en el interior, manchas o fibras o marcas de algún tipo que señalarían una línea de investigación ventajosa. Pero yo no tenía los recursos para ese tipo de inspección. Andaría corriendo por todo Brooklyn para mirar un coche que no me diría nada.

En el Buick, los tres rastreamos un largo recorrido, pasando por D'Agostino y el establecimiento árabe de Atlantic Avenue para luego seguir hacia el sur, hasta el primer teléfono público en Ocean y Farragut, luego más al sur, en Flatbush, y al noreste, hasta la segunda cabina de Veterans Avenue. En realidad, yo no tenía que ver estas cosas. No se puede conseguir demasiada información mirando fijamente un teléfono público. Pero siempre he descubierto que valía la pena dedicarle algún tiempo al escenario del crimen, caminar por las calles y subir por las escaleras y verlo todo de primera mano. Ayuda a hacerlo real.

También me daba una oportunidad de que los Khoury pasaran por eso nuevamente. En una investigación policial, los testigos casi siempre se quejan de tener que contar la misma historia una y otra vez a un montón de gente diferente. Les parece inútil, pero tiene sentido. Si se cuenta bastantes veces a bastantes personas diferentes, tal vez aparezca algo que se ha omitido con anterioridad o tal vez una persona oiga algo que les pasó inadvertido a todas las demás.

En un momento dado del recorrido, nos detuvimos en el Apolo, un café de Flatbush. Todos pedimos souvlaki. Era bueno, pero Kenan apenas probó el suyo. En el coche, más tarde, se disculpó:

– Tendría que haber pedido huevos o algo parecido. Desde la otra noche no le encuentro sabor a la carne. No puedo comerla, se me revuelve el estómago. Sé que puedo superarlo, pero por el momento tengo que acordarme de pedir alguna otra cosa. No tiene sentido pedir algo y luego no poder comerlo.

Peter me llevó a casa en el Camry. Se quedaba en Colonial Road. Había estado allí desde el secuestro, durmiendo en el sofá de la sala de estar, y necesitaba pasar por su habitación para recoger ropa.

De otro modo, yo habría llamado a un servicio de taxis. Me siento muy cómodo en el metro. Rara vez me siento inseguro en él, pero parecía una ironía ahorrar en taxi teniendo diez mil dólares en el bolsillo. Me hubiera Mentido como un tonto si me tropezaba con un atracador.

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