Lawrence Block - Un baile en el matadero

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Un baile en el matadero: краткое содержание, описание и аннотация

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Matt Scudder ha pasado muchos de sus días sumergido en el alcohol, dejándose el alma en cada rincón de la Gran Manzana. Hace tiempo perteneció al Departamento de Policía de Nueva York, pero todo aquello ya quedó atrás. Ahora es un detective sin licencia, perseverante y de mente afilada, y no deja que sus obsesiones enturbien la investigación.
Lo acaban de contratar para que demuestre una sospecha: que Richard Thurman, personaje influyente de la vida pública, planeó el brutal asesinato de su esposa, estando ella embarazada. En medio de la investigación aparecerán pistas desconcertantes, aparentemente desligadas del caso, pero todos los misterios acabarán confluyendo para enseñar al detective que una vida joven e inocente puede ser comprada, corrompida y aniquilada.
`Un baile en el matadero` recibió el premio Edgar 1992.

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– Claro que sí.

– Y a él nadie podría inculparle. Ellos podrían decir que estaba viva cuando se marcharon, pero lo cierto es que eso lo dirían en cualquiera de los casos.

Se terminó el café y tiró el vaso de plástico a la papelera.

– Joder, podríamos estar aquí dando vueltas y vueltas durante todo el día. Yo creo que lo hizo el marido. No sé si lo planeó o le cayó del cielo, pero creo que es culpable. Con todo ese dinero por medio…

– Ella había heredado más de medio millón, según el hermano.

– Además del seguro -añadió Joe, asintiendo.

– A mí no me dijo nada de un seguro.

– Puede que no se lo dijera a nadie. Justo después de casarse, cada uno se hizo una póliza con el otro como beneficiario. Cien mil dólares si la muerte es por causas naturales, y el doble de la indemnización si es por accidente.

– Vaya, eso endulza bastante las cosas -dije yo-. Eleva las apuestas otros doscientos mil.

Él asintió con la cabeza.

– ¿Voy descaminado?

– No, no. Ella se quedó embarazada en septiembre. En cuanto lo supieron, Thurman se puso en contacto con su agente de seguros y subió la cifra de la cobertura. Con un bebé en camino, aumentan las responsabilidades. Tiene sentido, ¿verdad?

– ¿A cuánto la subió?

– La suya, a un millón. Después de todo, él es el que se gana el pan; sus ingresos serían difíciles de reemplazar. Sin embargo, el papel de ella también es muy importante, así que incrementó su cobertura a medio millón.

– Por lo tanto, su muerte…

– Significaba un millón entero del seguro, porque aún se mantenían la cláusula de la doble indemnización por accidente, además de todas las propiedades que él heredaría. Redondeando, se haría con un total de un millón y medio.

– ¡Jesús!

– ¡Oh, sí!

– ¡Dios mío!

– Sí, tienes razón. Tiene los medios, el móvil y la oportunidad, y es el desalmado más cabrón que nunca haya visto. Y no he sido capaz de encontrar ni la menor prueba que demuestre que es culpable de una sola puta cosa.

Cerró los ojos un momento, y después volvió a mirarme.

– ¿Te puedo preguntar algo?

– Por supuesto.

– ¿Usas seda dental?

– ¿Qué?

– Aspirinas y seda dental; dijiste que eso era todo lo que tenías en tu botiquín. ¿Alguna vez la usas?

– ¡Ah! -le respondí- Cuando me acuerdo. Mi dentista me dio la lata hasta que me la compré.

– A mí me pasa lo mismo, pero yo nunca la uso.

– En realidad yo tampoco. Pero lo bueno es que nunca nos quedaremos sin ella.

– Exacto -dijo él-. Tenemos reservas para toda la puta vida.

4

Aquella tarde me reuní con Elaine Mardell frente al teatro de la calle Cuarenta y Dos, al oeste de la Novena Avenida. Ella llevaba unos vaqueros muy ceñidos, botas de puntera cuadrada y una chupa de cuero negro con cremalleras en los bolsillos. Le dije que le sentaba genial.

– No sé -dijo ella-. Intentaba alejarme del estilo de Broadway, pero creo que me he pasado.

Teníamos buenas localidades, en las primeras filas, aunque el teatro era demasiado pequeño para que ninguna fuera realmente mala. Yo no recordaba el título de la obra, pero trataba sobre personas sin hogar, y el autor pretendía denunciar el problema. Uno de los actores, Harley Ziegler, era un habitual del « Keep It Simple » , un grupo de Alcohólicos Anónimos que se reunía por las tardes en San Pablo Apóstol, a solo un par de bloques de mi hotel. En la función, Harley era un alcohólico que vivía en una caja de cartón. Su actuación resultaba muy convincente, pero ¿cómo no iba a serlo? Unos años antes había desempeñado aquel mismo papel en la vida real.

Al final, nos colamos entre bastidores para felicitarlo y nos encontramos con otra media docena de personas a las que yo conocía de las reuniones. Nos invitaron a unirnos a ellos para tomar un café, pero nosotros preferimos dar un paseo de diez manzanas por la Novena hasta el Paris Green, un restaurante que a los dos nos gustaba. Yo tomé filete de pez espada, y Elaine pidió linguini al pesto.

– No sé qué te parece a ti -le dije-, pero yo creo que llevas demasiado cuero para ser una heterosexual vegetariana.

– Es una de esas pequeñas y disparatadas contradicciones tras las que se esconde el secreto de mi encanto.

– Ya; me preguntaba de dónde venía tanto gancho.

– Pues ya lo sabes.

– Sí, ya lo sé. Por cierto, a medio bloque de aquí mataron a una mujer hace unos meses. Su marido y ella sorprendieron a unos ladrones mientras robaban en el apartamento de sus vecinos de abajo, y ella terminó violada y muerta.

– Ya recuerdo el caso.

– Bueno, ahora es mi caso. Su hermano me contrató ayer; cree que lo hizo el marido. La pareja en cuyo domicilio se produjeron los hechos, los vecinos de abajo, está compuesta por un abogado judío retirado y su mujer; tienen montones de pasta, pero a ella no le robaron las pieles, ¿sabes por qué?

– Porque las lleva puestas continuamente, todas a la vez.

– No, no. Porque es una activista por los derechos de los animales.

– ¿Ah, sí? Bien por ella.

– Supongo. Pero me pregunto si lleva zapatos de piel.

– Probablemente. Pero, ¿a quién le importa? -dijo Elaine, inclinándose hacia delante-. Mira, podrías negarte a comer pan porque la levadura sacrifica su vida para hacerlo. Podrías negarte a tomar antibióticos porque, en el fondo, ¿tenemos algún derecho a asesinar a los pobres gérmenes? Así que ella lleva zapatos de cuero, pero no abrigos de piel. ¿Y qué?

– Bueno…

– Además -añadió-, el cuero está muy bien, pero las pieles son bastante horteras.

– Bueno, visto así…, problema solucionado.

– Genial. Entonces, ¿lo hizo el marido?

– No lo sé. Pasé junto al edificio hace un rato. Luego te puedo indicar cuál es; si te acompaño a casa dando un paseo, nos pilla de camino. A lo mejor recibes algún tipo de vibración y me resuelves el caso simplemente pasando junto a la escena del crimen.

– Tú no tuviste ninguna corazonada.

– No, en realidad yo lo veo bastante claro. El tipo tenía millón y medio de razones para matarla.

– Millón y medio…

– Sí, de dólares -le informé-. Entre el seguro y sus posesiones.

Le conté todo lo que sabía de los Thurman y lo que me habían contado Joe Durkin y Lyman Warriner.

– Lo que pasa es que no sé qué puedo hacer yo que la policía no haya hecho ya. Supongo que tendré que dedicarme a fisgonear un poco; llamar a ciertas puertas, hablar con cierta gente… Estaría muy bien si consiguiese demostrar que él tenía un lío de faldas, pero, por supuesto, eso fue lo primero que investigó Durkin y no lo llevó a ninguna parte.

– Tal vez tenga un novio.

– Eso encajaría perfectamente con la teoría de mi cliente, pero los gays tienen tendencia a creer que todo el mundo lo es.

– Mientras que tú y yo sabemos que todo el mundo es gilipollas.

– Ajá… ¿Te apetecería ir a Maspeth mañana por la noche?

– ¿Y eso a qué viene? ¿A lo de la gilipollez?

– No, es que…

– ¿O debiera decirse idiotez? Ya solo la palabra Maspeth me suena bastante gilipollas, aunque tengo que reconocer que no he estado nunca allí. ¿Qué hay en Maspeth?

Se lo expliqué, y ella me dijo:

– No me gusta demasiado el boxeo. Y no es una cuestión moral, no me importa si dos hombres adultos quieren juntarse y pegarse una buena paliza, pero cambiaría de canal al minuto siguiente. De todos modos, mañana por la noche tengo clase.

– ¿Qué haces este semestre?

– Ficción Latinoamericana Contemporánea. Trata de todos los libros que llevo tiempo diciéndome a mí misma que debería leer; y ahora tengo que hacerlo por obligación.

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