Donna Leon - Aqua alta

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Aqua alta: краткое содержание, описание и аннотация

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Los venecianos conocen bien el concepto de «acqua alta». Con él señalan la crecida periódica de la marea que inunda las calles para deleite de turistas y pesadilla de vecinos. Entre esas aguas se mueve el comisario Brunetti, tratando de resolver crímenes como el del doctor Semenzato, director del museo del Palacio Ducal, que aparece en su despacho con la cabeza aplastada por un llamativo resto arqueológico.
Tan brillante, culto y melancólico como su ciudad, Brunetti tiene que investigar en esta ocasión las redes de contrabando que intervienen en el tráfico internacional de arte, una actividad en la que la codicia puede llegar a tener escalofriantes consecuencias.

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Seguía lloviendo intensamente, y de pronto ella notó la ropa mojada y pegada al cuerpo. Se bajó de la silla con movimientos inseguros y buscó en la habitación una fuente de calor, pero no la había. Se sentó en la silla con los brazos cruzados sobre el pecho, tratando de dominar el temblor que la sacudía, Apretó las manos contra los costados y notó un objeto duro. La fíbula. A través de la tela empapada del pantalón, la oprimió como si fuera un talismán.

Pasaba el tiempo; no hubiera podido decir cuánto. La luz que entraba por las ventanas menguaba, cambiando del plomo mate del día a la penumbra del anochecer. Sabía que tenía que haber luz eléctrica en la habitación, pero le faltaban las fuerzas para buscarla. Además, la luz no cambiaría nada; sólo podría reconfortarla un poco de calor.

Al fin oyó girar una llave en la cerradura y la puerta se abrió para dar paso al hombre que antes la había golpeado. Detrás de él venía el joven que la había traído hasta aquí no recordaba cuánto tiempo atrás.

Professoressa -empezó el más viejo con una sonrisa-, espero que ahora podamos continuar nuestra conversación. -Se volvió a decir algo al joven, en un dialecto que parecía siciliano, pero hablaba tan deprisa que ella no entendió nada. Los dos hombres fueron entonces hacia ella, y Brett no pudo resistir el impulso de levantarse y situarse detrás de la silla.

El más viejo se paró delante de la vitrina que contenía el bol marrón y se quedó mirándolo. El joven se mantenía a su lado y su mirada iba de su compañero a Brett.

Nuevamente, con la delicadeza del entendido que caracterizaba todos sus movimientos cuando manejaba las piezas de su colección, el hombre retiró la cubierta de plexiglás y levantó el bol. Cual un sacerdote que portara una ofrenda a un altar lejano, cruzó la habitación con el bol entre las manos.

– Como le decía antes de la interrupción, creo que procede de la provincia de Ch'ing-hai, aunque también podría ser de Kansu. Seguro que comprende por qué no puedo hacerlo examinar por un perito.

Brett levantó el mentón y miró fijamente al hombre, miró al joven que se mantenía a su lado, como un acólito, miró el bol, vio su belleza y volvió la cara, desentendiéndose.

– Aquí puede verse -dijo el hombre haciendo girar ligeramente el bol- el punto de sellado de los aros. Es extraño, ¿verdad?, que parezca un vaso hecho en un torno. Y el dibujo. Siempre me ha interesado la forma en que los pueblos primitivos utilizaban las formas geométricas, casi como si pudieran adivinar el futuro y supieran que volveríamos a ellas. -Desvió la atención del bol, como si le costara trabajo, para mirar a Brett-: Como le decía, es la pieza más bella de mi colección. Quizá no la más valiosa, pero sí la que más quiero. -Rió entre dientes como el que comparte un chiste con un colega-. ¡Y lo que tuve que hacer para conseguirla!

Ella quería cerrar los ojos y los oídos, no escuchar este desvarío. Pero recordó lo ocurrido cuando había dejado de prestar atención y emitió un sonido interrogativo, no atreviéndose a hablar por el dolor que sabía que ello había de causarle.

– Un coleccionista de Florencia. Un viejo muy testarudo. Habíamos tenido tratos comerciales y cuando se entero de que me interesaban las cerámicas chinas me llevó a su casa para enseñarme su colección. Bien, cuando vi esta pieza, me enamoré. Comprendí que hasta que fuera mía no podría descansar.

Levantó el bol y lo hizo girar otra vez, contemplando la fina tracería de líneas negras que discurrían por el costado, se deslizaban sobre el borde y llegaban hasta el centro del recipiente.

– Le pedí que me lo vendiera, pero él se negó, me dijo que no le interesaba el dinero. Le ofrecí más, más de lo que valía el bol, y luego doblé la oferta. -Apartó los ojos del bol y la miró a ella, tratando de reconstruir y así explicar su indignación. Agitó la cabeza y volvió a mirar la pieza-. Él siguió negándose. Así que no tuve alternativa. Él no me dejó alternativa. Le hice una oferta más que generosa y no la aceptó. Entonces tuve que usar otros métodos.

La miraba invitándola a preguntarle qué se había visto forzado a hacer. Y, de pronto, cuando le vino a la cabeza esta palabra, «forzado», Brett comprendió que aquello no era un guión que él se hubiera preparado para justificar sus actos; aquello no era una escena que él representara para congraciarse con ella. Aquel hombre hablaba con entera convicción. Quiso una cosa, se la negaron, y se vio forzado a tomarla. Así, sencillamente. Y, en el mismo instante, Brett comprendió dónde se encontraba ella: atravesada en su camino, impidiéndole disfrutar libremente de la posesión de las cerámicas que con tantos esfuerzos y gastos había sustraído de la exposición del palazzo Ducale. Y entonces supo que la mataría, que le quitaría la vida con la misma naturalidad con que la había golpeado cuando ella se negó a contestar a su pregunta. Se le escapó un gemido, que él tomó por una pregunta y continuó:

– Quería hacer que pareciera un simple robo, pero, si desaparecía el bol, él comprendería que yo estaba implicado. Pensé en mandar sacarlo y quemar la casa. -Hizo una pausa y suspiró al recordarlo-. Pero no pude. Había allí muchas cosas bellas, y no podía verlas destruidas, -Bajo el bol, mostrándole su interior-. Mire ese círculo, cómo lo rodean las líneas realzando la muestra. ¿Cómo eran capaces de hacer eso? -Se irguió musitando-: Sencillamente prodigioso. Prodigioso.

Mientras tanto, el joven permanecía a su lado sin decir nada, escuchando cada palabra, siguiendo cada gesto con los ojos, inexpresivamente.

El hombre volvió a suspirar y prosiguió:

– Dejé bien claro que eso debía hacerse cuando él estuviera solo. No veía razón para hacer sufrir a la familia. Una noche, cuando regresaba de Siena en automóvil… -se interrumpió, buscando la expresión más delicada-. Sufrió un accidente. Lamentable. Perdió el control del vehículo en la superstrada . El coche se salió de la carretera y se incendió. En medio de la confusión que siguió a su muerte, transcurrió algún tiempo antes de que se descubriera la desaparición del bol. -Su voz se suavizó al cambiar al tono filosófico-. Me pregunto si en mi preferencia por esta pieza pudo influir el que tuviera que tomarme tantas molestias para conseguirla, -Y, en tono más coloquial-: No sabe cómo me alegro de poder finalmente enseñarla a alguien que sea capaz de apreciarla. -Lanzando una mirada al joven, agregó-: Aquí todos tratan de comprender, de compartir mi entusiasmo, pero no han dedicado años al estudio de estas cosas como yo. Y como usted, professoressa .

Su sonrisa se hizo benévola.

– ¿No le gustaría tenerla en la mano, dottoressa ? Nadie más que yo la ha tocado desde que… en fin, desde que la adquirí. Estoy seguro de que le gustará palpar la perfecta curva del fondo. Le sorprenderá lo poco que pesa. Siento no disponer de los medios científicos adecuados. Me gustaría comprobar su composición al espectroscopio, saber de qué está hecha; quizá eso explicara por qué es tan ligera. ¿Querría usted decirme qué le parece?

El hombre sonrió de nuevo y le tendió el bol. Ella hizo un esfuerzo por separar su dolorido cuerpo de la pared en la que estaba apoyado y alargó los brazos tomando cuidadosamente sobre la palma de las manos la pieza que él le ofrecía y miró su interior. Las líneas negras que había trazado una mano hábil, muerta hacía cinco milenios, recorrían el fondo girando aparentemente al azar y dividían espacios blancos que encerraban pequeños círculos negros a modo de dianas. El bol casi parecía vibrar de vida y alegría. Vio que las líneas no estaban espaciadas con regularidad, y esta falta de simetría denotaba el pulso humano y falible del artesano. A través de unas lágrimas involuntarias, Brett contemplaba la belleza de aquel mundo lejano en el que pronto se encontraría ella. Lloraba por su propia muerte y por el poder de este hombre que tenía delante para poseer tanta belleza y perfección.

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