Sara Paretsky - Ángel guardián

Здесь есть возможность читать онлайн «Sara Paretsky - Ángel guardián» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Ángel guardián: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Ángel guardián»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La detective Victoria Warshawski, mujer independiente, solitaria, aparentemente dura e incapaz de ordenar su vida doméstica y sentimental, vuelve a hacerse cargo de la causa de los desheredados encarnada en dos de sus vecinos: una anciana que vive sola con sus perros y cuya presencia incomoda a los nuevos residentes del barrio y el entrañable señor Contreras, que le pide su ayuda para localizar a un antiguo compañero de trabajo desaparecido cuando hacía averiguaciones sobre las condiciones de jubilación de la empresa en la que ambos trabajaban.

Ángel guardián — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Ángel guardián», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Le cogí las llaves antes de que empezara a explayarse sobre las excentricidades que llevaron al señor Frizell y a su hijo a abandonar a Harriet Frizell. Quizá no hubiera sido tan suspicaz y retraída si su marido hubiese estado allí. O quizá sí.

Los perros me recibieron con una mezcla de desconfianza y júbilo. Se abalanzaron sobre mí cuando abrí la puerta, y luego retrocedieron hacia la cocina, gruñendo y haciendo fintas amenazantes. Como el labrador era el cabecilla, concentré mi atención en él y me agaché para que pudiera olfatear mi mano y recordase que ya me había visto antes.

– Y yo con medias y escarpines. Estoy loca -les confesé a mis acompañantes-. Ofrecerme de buenas a primeras para ocuparme de vosotros, y luego hacerlo con mi ropa de trabajo.

Agitaron la cola en señal de asentimiento. Pensé en ir a casa a ponerme los vaqueros y mis Nikes viejas, pero no me apetecía tener que volver a esa leonera por la noche. El sol de la tarde resaltaba en la pared unas manchas que no eran visibles a la tenue luz del vestíbulo la noche anterior. Por el aspecto y el olor, había estado filtrándose agua desde el tejado. El sol también hacía resaltar la mugre que cubría los suelos y demás superficies.

Le puse la correa al labrador y llevé al quinteto por Racine hacia Belmont. Forcejeó con el collar, pero le mantuve firmemente sujeto: no quería pasarme la noche corriendo detrás de él por todo el barrio. Los demás no necesitaban ir atados: seguían los pasos de su cabecilla.

Cuando Peppy está en su estado normal corremos ocho kilómetros hasta el puerto. Pero no tenía ganas de invertir tanta energía en el equipo de la señora Frizell; les di una vuelta por la manzana, me cercioré de que tenían agua y comida, y los encerré en la casa. Aullaron tristemente cuando me fui. Me sentía un poco culpable, pero no quería cargar con ellos después de ese fin de semana. Cuando volviera de Pittsburgh vería en qué estado se encontraba la señora Frizell e intentaría conseguir a alguien que se ocupara de ellos hasta que volviera a estar bien. Llamaría a su entusiasta hijo, Byron, para saber qué cantidad pensaba destinar a su cuidado, y si podríamos conseguir algo de dinero para contratar a alguien que paseara a los perros.

Una vez en casa, me sumergí agradecida en mi pulcra bañera. Me pregunté si el terrible ejemplo de la señora Frizell me haría cambiar de costumbres.

– No -dijo Lotty, cuando más tarde la hice partícipe de esa idea por teléfono-. Tal vez durante una semana consigas tenerlo todo inmaculado, pero luego la porquería empezará otra vez a acumularse… Carol dice que fue a verte la noche pasada para discutir sus planes contigo. ¿Vas a ponerte de parte de Max y empezar a murmurar contra mí?

– No-o-o -dije lentamente-, pero tampoco voy a intentar discutir con ella. Tal vez tú y yo seamos demasiado alérgicas a los lazos familiares, esos lazos que ahogan y amordazan, para ver las cosas positivas que consigue con…, bueno, con atarse a sus familiares.

– ¿Por qué no te concentras en atrapar criminales, Vic, y dejas las motivaciones profundas para los psiquiatras? -me espetó Lotty.

Colgamos tras esa nota quebradiza. Eso me llevó a Pittsburgh en un bajo estado de ánimo, pero dediqué concienzudamente dos días a Daraugh. Ese Moss suyo había nacido y crecido en uno de los barrios más elegantes de Pittsburgh. Su vida había seguido las etapas habituales de la liga juvenil, el campamento de verano, deportes en el instituto, drogas, detenciones, novillos en la escuela superior, y finalmente un trabajo estable en una compañía química. El que hubiese sido chico de almacén en lugar de jefe de sección no tenía por qué avergonzarle: había trabajado duro durante cinco años y su jefe había lamentado que se fuera.

Escribí mi informe para Daraugh en el avión de vuelta a casa. Lo único que tenía que hacer era dedicar una hora por la mañana a pasarlo a máquina y mil seiscientos dólares serían míos. Desde el aeropuerto me fui a bailar al Cotton Club para celebrar mi regreso sana y salva, mis virtuosos hábitos de trabajo y mis honorarios.

El viernes me tomé mi tiempo para levantarme, correr un poco hasta el puerto de Belmont y pararme a la vuelta en el restaurante Dortmunder para desayunar. A eso de las once recogí mi informe para llevármelo a mecanografiar a mi oficina del Pulteney. Al bajar me detuve a decirle al señor Contreras que estaba en casa.

Estaba fuera, en el jardín de atrás, cuidando sus dos metros cuadrados de terreno. Había sembrado la semana anterior y estaba quitando ansiosamente las microscópicas malas hierbas.

– Hola, pequeña. ¿Quieres ver a la princesa? No te imaginas lo que han crecido los cachorros desde que te fuiste. Espera un momento. Voy a abrirte. Hay algo de lo que quiero hablarte antes de que te vayas.

Se limpió las callosas manos en un gigantesco pañuelo estampado y recogió su rastrillo y su trasplantador. Después de perder todos sus útiles de jardinería el verano anterior, no soltaba los nuevos ni para una pausa de cinco minutos.

Mientras guardaba sus herramientas en el sótano se interesó por mi viaje, pero cuando me preguntó por tercera vez cuánto duraba el vuelo, me convencí de que tenía otra cosa en la cabeza. Su exquisito concepto de la etiqueta le impedía abordar sus propias preocupaciones hasta que terminase de acariciar a la perra y admirar a sus retoños. Esta vez no se opuso a que los cogiera y acariciara, pero los limpió uno por uno cuidadosamente cuando los volví a dejar junto a ella.

El señor Contreras nos miraba celoso mientras me contaba con todo pormenor el comportamiento de Peppy durante mi ausencia: lo mucho que había comido, que no le importaba que él los cogiera, y si no me parecía que podríamos quedarnos con uno o dos: el macho con una oreja negra y la otra dorada parecía tenerle un afecto especial.

– Lo que usted diga, jefe -me enderecé y recogí mis papeles del brazo del sofá-. Con tal de que no me toque sacarlos cuando sean grandes, no me importa. ¿Era de eso de lo que quería hablar?

– Oh -se interrumpió en medio de sus protestas de que podía perfectamente arreglárselas con tres perros, y además, ¿quién había paseado a Peppy mientras yo perdía el tiempo en Pittsburgh?-… No, no. Es algo personal -se sentó en el borde de un viejo sillón color mostaza y se miró las manos-. Creo, pequeña, que no me vendría mal una ayuda. Me refiero a tu tipo de especialidad.

Al llegar a ese punto alzó la vista y levantó una mano para acallarme pese a que no había hecho ademán de hablar.

– No quiero que lo hagas por caridad. Estoy dispuesto a pagar lo mismo que esos estirados de los barrios ricos, así que no creas que voy a pedirte ningún favor.

– Ah, ¿y para qué necesita mi especialidad?

Inspiró profundamente y soltó de golpe toda su historia. Mitch Kruger había desaparecido. El señor Contreras lo había echado el lunes, exasperado por sus borracheras y su gandulería. Y luego a mi vecino empezó a remorderle la conciencia. El miércoles se había acercado a la pensión de la calle Archer donde Kruger había encontrado un sitio para dormir.

– Sólo que no estaba allí.

– ¿No cree que podía estar fuera, empinando el codo?

– Sí, claro, eso imaginé yo también. Al principio no lo pensé dos veces. De hecho, ya me volvía y me dirigía derecho a la parada del autobús, cuando la señora Polter, la dueña de la casa, ya sabes, una auténtica casa de huéspedes: sólo hay espacio para que duerman siete u ocho tipos, y les da el desayuno… Bueno, el caso es que me llamó, creyendo que estaba buscando habitación, y le dije que estaba buscando a Mitch.

Le llevó sus buenos diez minutos soltar todo el rollo. En resumidas cuentas, al parecer Kruger no había vuelto a la pensión desde que se registró el lunes por la tarde. Había prometido pagarle a la señora Polter el martes por la mañana, y ella quería su dinero. O bien que el señor Contreras se llevara las pertenencias de Kruger para que pudiera darle la cama a otro. El señor Contreras apechugó con los cincuenta pavos para reservarle la cama por una semana -con efecto retroactivo hasta el lunes, señaló amargamente- y cogió el autobús de la avenida Damen para volver a casa.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Ángel guardián»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Ángel guardián» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Sara Paretsky - Body Work
Sara Paretsky
Sara Paretsky - Golpe de Sangre
Sara Paretsky
Sara Paretsky - Marcas de Fuego
Sara Paretsky
Sara Paretsky - Indemnity Only
Sara Paretsky
Sara Paretsky - Deadlock
Sara Paretsky
Sara Paretsky - Sin previo Aviso
Sara Paretsky
Sara Paretsky - Medicina amarga
Sara Paretsky
Sara Paretsky - Sisters on the Case
Sara Paretsky
Sara Paretsky - A Woman’s Eye
Sara Paretsky
Sara Paretsky - Windy City Blues
Sara Paretsky
Sara Paretsky - Fire Sale
Sara Paretsky
Sara Paretsky - Punto Muerto
Sara Paretsky
Отзывы о книге «Ángel guardián»

Обсуждение, отзывы о книге «Ángel guardián» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x