Martha Grimes - Las Posadas Malditas

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La novelista norteamericana Martha Grimes es una verdadera revelación. Ha sido aclamada por la crítica por su habilidad para recrear en sus novelas el clima inglés con que supieron deleitar a sus lectores Agatha Christie, Margery Allingham o Ngaio Marsh.
En las típicas posadas de un lejano pueblo ocurren dos crímenes difíciles de entender, con autor o autores más difíciles de descubrir. Los sospechosos abundan, sin embargo. El vicario, un conde y su ridícula tía americana, un funcionario retirado o su aburrida esposa, un escritor de misterio de dudosa reputación, y su sensual "secretaria", el pulcro propietario de una de las posadas, un anticuario, una encantadora poetisa… El inspector Richard Jury, afable y pragmático, logra develar el misterio de las dos muertes pero no puede evitar una tercera. Las posadas malditas es una verdadera obra maestra de ingenio y de suspenso.

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– Le agradezco muchísimo la información, vicario. Ninguno de nosotros, la policía, quiero decir, lo habría averiguado jamás. – El vicario sonrió, resplandeciente. – Usted estuvo en la posada del señor Matchett el jueves por la noche y querría hacerle una o dos preguntas.

– ¡Qué horrible asunto!, ¡qué terrible! – su relato de la cena la noche en que habían matado a Small fue menos detallado que los informes de los otros huéspedes. El vicario había estado jugando a las damas con Willie Bicester-Strachan entre las nueve y las diez, dijo.

– No puedo creer que esto esté pasando en Long Piddleton. Hace cuarenta y cinco años que vivo aquí. Al principio vine como párroco. Mi esposa murió hace nueve años, Dios la tenga en su gloria. Pero la señora Gaunt me ha cuidado muy bien, junto con las mucamas que he tenido. Como Ruby. – Su expresión pareció adquirir un aire de asombro. – Ruby ha estado ausente más tiempo que de costumbre esta vez

– Hablemos de Ruby Judd. Tengo entendido que debía volver pero no apareció. ¿Cuándo fue exactamente?

– El miércoles, creo. ¡Cielo santo!, hace una semana . Cómo vuela el tiempo. Me pidió permiso para irse por unos días a visitar a su familia en Weatherington.

– Ya veo. ¿Hay alguna foto de Ruby en algún lado? ¿En su cuarto, puede ser?

El vicario pareció sorprendido ante este pedido.

– No lo sé. Quizá la señora Gaunt pueda fijarse. – llamó a la señora Gaunt, una dama esquelética y de aspecto triste, y le pidió que subiera al cuarto de Ruby en busca de una foto, si es que había alguna.

La señora Gaunt emitió un ruido con la garganta que podría haber sido destinado a cualquiera de ellos y se retiró.

El reverendo Smith dijo en un susurro:

– A la señora Gaunt no le gusta mucho Ruby. Dice que se pasa todo el día leyendo fotonovelas, incluso cuando se supone que está barriendo la iglesia. La señora Gaunt la pescó una o dos veces sentada, en la iglesia, en lugar de trabajar.

– ¿Es una muchacha muy religiosa? – preguntó Jury.

El vicario se rió.

– En absoluto. Se estaba pintando las uñas.

Al menos el anciano no era excesivamente piadoso, pensó Jury. El comportamiento de Ruby parecía resultarle algo sumamente divertido.

La señora Gaunt regresó a paso ligero, con los labios apretados. En la mano sostenía dos instantáneas.

– Estaban en el espejo – dijo como si hubieran sido fotos obscenas de almanaque de gomería. Aspiró por la nariz y se fue.

El vicario se las alcanzó a Jury.

– No estará pensando que le pasó algo a Ruby, ¿no? Puede preguntarle a Daphne Murch por ella. Eran muy amigas, tienen la misma edad. Es más, fue esa chica Murch la que me consiguió a Ruby.

Jury se guardó las fotografías en el bolsillo.

– Usted no parece preocupado, vicario. ¿Ruby hace esto a menudo?

– Bueno, se ha ido una o dos veces antes. Creo que tiene un novio. En Londres, quizá. Ruby no es una mala chica. Pero como casi todos los jóvenes, es un poco atolondrada.

Jury cambió de tema.

– Usted es muy amigo del señor Bicester-Strachan. Sé que no querría entrar en terreno de confidencias, pero, ¿podría darme algún detalle de ese asunto que lo hizo irse de Londres? – Jury no agregó que no sabía nada en absoluto de “ese asunto”. Contaba con que la debilidad del vicario por los chismes fuera más poderosa que sus sentimientos más nobles y no fue decepcionado. Por cierto, Smith intentó una protesta. Balbuceó un poco pero en seguida se dispuso a contar lo que sabía.

– Bicester-Srachan era funcionario subalterno en el Ministerio de Guerra y hubo un “incidente”: al parecer, cierta información cayó en manos de quien no debía poseerla, información la que sólo Bicester-Strachan y algunos otros tenían acceso. Nunca fue llevado a juicio; nadie pudo probarle nada, por lo que yo sé. A él no le gusta hablar de eso, como se imaginará. Pero eso explica que se haya retirado tan joven. Bicester-Strachan no es tan viejo como parece. No tiene mucho más de sesenta año aunque aparente ochenta. Creo que eso se debe a la impresión de ese asunto. – El reverendo Smith se inclinó en su asiento y anunció sentencioso: – Agatha piensa que son los comunistas que están detrás de todo esto, y podría tener razón.

Melrose Plant había guardado paciente silencio durante toda la visita, pero en ese momento no pudo menos que preguntar:

– ¿Y cómo se las arregla mi tía para hacerlos intervenir?

El vicario pensó un momento.

– No sabría decirlo. Usted sabe que Agatha es muy reservada.

– ¿Reservada? – era la primera vez que Melrose oía esa característica adjudicada a su tía.

– Ajá. Estábamos barajando teorías, y ella pensó que, con la historia de Bicester-Strachan…, bueno, es posible, ¿no? ¿No podrían querer matarlo él?

– ¿Conoce bien al señor Darrington, vicario? – preguntó Jury, tratando de apartar su atención de los agentes dobles.

– No muy bien, en realidad. No es muy asiduo visitante de la iglesia. Sé que trabajaba en una editorial en Londres. ¿Sabe que escribió unas novelas de misterio? – pareció disfrutar su siguiente observación: – Hay momentos en que dudo de que la señorita Hogg sea, como dice él, su “secretaria”.

– Hay momentos en todos lo dudamos – dijo Melrose.

Según el informe de Pratt, el vicario no había estado presente en la posada Jack and Hammer la noche en que mataron a Ainsley. Sin embargo, Jury e preguntó:

– ¿Estuvo cerca de la posada Jack and Hammer la noche del viernes, vicario?

El vicario pareció casi decepcionado por tener que responder:

– No, me temo que no podré ayudarlo. Ése es un emblema muy poco común. ¿Saben? Hay sólo otro igual, en…

Jury lo interrumpió.

– En cuanto a ese asunto de las muescas… Ese tipo de cosas no las conoce la gente común. ¿Se lo ha mencionado a alguien por aquí?

El vicario enrojeció.

– Tengo que admitir que me gusta mucho hablar de las historias de estos viejos lugares. Sí, estoy seguro de habérselo mencionado a varias personas. No recuerdo a quién, en realidad. Se ha cometido más de una asesinato en las posadas. Hubo uno en Colnbrook…

Melrose Plant se apresuró a interrumpirlo. No tenía intención de escuchar todas las aventuras de la puerta-trampa de Colnbrook.

– Me parece que el inspector Jury se refiere a otra cosa, reverendo.

– Bueno, por supuesto, yo no creo que Matchett ni Scroggs tengan nada que ver con estas muertes tan espantosas… aunque hay algo desagradable acerca de la esposa de Matchett. Es una pena que el pasado venga a fastidiar el presente. – Su mirada se dirigió hacia Jury, al parecer deseoso de encender una llamita por ese lado. – Crime passionel , algo así. Matchett tenía una amiga…

Jury sonrió.

– La policía consideró en su momento que el señor Matchett no había tenido nada que ver con la muerte.

– Se sorprendería de la cantidad de asesinatos que tenemos que caratular así. Es bastante decepcionante ver cuán incompetente es en realidad la policía. – El vicario se ruborizó y Jury se puso de pie. – Gracias por su ayuda, señor. Ahora debo retirarme.

Una vez afuera con Plant, Jury se detuvo a mirar la hermosa ventana de la iglesia que daba al este.

– Si quiere entrar… – dijo Plant.

Jury negó con la cabeza.

– “Un lugar serio en una seria tierra es éste”.

Los dos miraban las torres del campanario.

– ¿Le gusta la poesía, inspector? – preguntó Plant.

Jury asintió.

– Vi que Vivian iba a la comisaría. A hablar con usted, supongo. Dígame, ¿qué le pareció?

Los ojos de Jury se fijaron en una fascinante ramita a sus pies.

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