Sophie Hannah - Matar de Amor

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Desde hace tres años, Naomi Jenkins conserva un secreto que no piensa desvelar a nadie. Ni siquiera a Robert, su amante, un transportista casado con el que todos los días se encuentra a la misma hora en el mismo motel de siempre. Pero un día Robert no acude a la cita y Naomi decide buscarlo en su casa. A pesar de que el camión está allí, aparcado, ella sospecha que ha ocurrido algo terrible. Sobre todo cuando la esposa de su amante la descubre merodeando por el jardín y le asegura que a partir de ahora las dos estarán mejor sin él. Desesperada, Naomi recurre a la policía para denunciar su desaparición y decide convencerles de que Robert es un psicópata sexual y de que ella podrá ayudarles en la pesquisa, al fin y al cabo, solo necesita indagar en la intimidad de su secreto…
En su nueva novela, Sophie Hannah ofrece un caleidoscopio inquietante de las complejas relaciones entre hombres y mujeres. Una trama en la que, bajo su aparente arquitectura policial, la autora de No es mi hija despliega el mapa de los vínculos marcados por la locura, la obsesión y el miedo.

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Simón había definido la carta de Naomi Jenkins como austera. Él creía que la había escrito Jenkins, aunque quería saber qué opinaba Charlie. «Me echa de menos», pensó ella. La invadió una mezcla de orgullo y felicidad. ¿Acaso importaba que hubiera pensado en verse con Alice Fancourt? Era a ella a quien llamaba en plena noche cuando le preocupaba algo importante.

Asintió con la cabeza mientras leía la carta que «N.J.» había mandado a la página web; por lo poco que sabía de aquella mujer, parecía ser de Naomi. Alguien que ponía objeciones a que la llamaran «señorita» y «señora» también podría ponerlas a que la etiquetaran como «superviviente» de una violación. En realidad, Charlie pensó que tenía razón en eso, aunque ya no la convenció tanto su desdén por otras víctimas de violación -o supervivientes-y su forma de expresarse. Charlie sólo había leído declaraciones oficiales de violaciones; estaban redactadas de forma muy sencilla, porque así debían ser. Nada que ver con las letras de las canciones de un mal álbum de heavy metal, que era la acusación que hacía Naomi en su carta contra las historias de las supervivientes de esa página web. Un relato en primera persona de una violación supuestamente terapéutico debía de ser distinto de una declaración a la policía; había que poner tanto énfasis en los hechos como en los sentimientos, en compartir el dolor con otras personas que hubieran vivido una experiencia similar.

Charlie se masajeó la frente. Los efectos de las cuatro botellas de vino que se había bebido con Graham y Olivia aquella noche estaban empezando a pasársele; notaba la jaqueca en el entrecejo y en la frente. Técnicamente ya era otro día -la madrugada del jueves-, pero a ella le parecía el pesado final de un miércoles largo y exangüe. Estaba indignada consigo misma. Había sido ella quien había insistido en tomar más vino. Había flirteado descaradamente con Graham, lo había invitado al chalet y había obligado a marcharse a su hermana. «Muy bonito, Charlie», se dijo. Aquella noche había actuado de forma implacable, poniendo todo su empeño en pasárselo en grande. «Eres una estúpida que no para de hacer estupideces», pensó.

Graham había sido un cielo. Consciente de que se trataba de algo urgente, dejó de bromear, se vistió rápidamente y abrió la recepción para que Charlie pudiera usar su ordenador. Su despacho era una casucha fría y pequeña en la que sólo cabían dos enormes mesas. En un rincón había una diana para dardos, y, en otro, un enorme refrigerador de agua. Charlie le había contado lo de su dolor de cabeza y Graham había salido corriendo a buscar unos analgésicos.

– Si Steph vuelve y te encuentra aquí te va a echar una bronca -dijo-. Tú ignórala… o la amenazas con contármelo.

– ¿Y por qué iba a importarle? -preguntó Charlie-. Tú eres el jefe, ¿no?

Graham parecía avergonzado.

– Sí, pero… la situación entre Steph y yo es complicada.

Después de trabajar durante muchos años con Simón, Charlie lo sabía todo sobre situaciones complicadas. No hay que mezclar nunca el trabajo con el sexo. ¿Era aquello lo que habrían hecho Graham y Steph? ¿Tan mal había ido? Al menos Charlie y Simón seguían teniendo una sólida relación profesional.

Volvió a pensar en lo que él le había dicho por teléfono. Naomi Jenkins había demostrado que estaba en lo cierto. Algo malo le había ocurrido a Robert Haworth. Algo muy malo, probablemente fatal. ¿Cómo lo había sabido Naomi? Charlie se preguntó si sería la intuición de una amante o la certeza de una asesina en potencia. Si se trataba de lo último, era difícil imaginarse cuál había sido el papel de Juliet Haworth. Después de todo, ella había vivido durante casi una semana en la misma casa que un malherido e inconsciente Robert Haworth.

Según Simón, Haworth había estado en el Star Inn de Spilling la noche del pasado miércoles, como de costumbre. El jueves no se presentó en el Traveltel para reunirse con Naomi, así que lo más probable es que hubiera sido atacado en algún momento de la noche del miércoles, cuando volvió a casa del pub, o el jueves por la mañana, antes de que tuviera tiempo de salir de su casa para ir a trabajar.

Cuando Charlie le llamó, Simón ya había estado en el Hospital General de Culver Valley. Haworth estaba vivo pero inconsciente, en cuidados intensivos. Sin duda, estaría muerto si hubiera transcurrido un día más sin ser atendido. El especialista estaba muy sorprendido de que hubiese aguantado tanto tiempo, teniendo en cuenta la gravedad del traumatismo craneal. Había recibido varios golpes muy fuertes que le habían provocado una hemorragia subdural aguda, una hemorragia subaracnoidea y varias contusiones cerebrales. Haworth había sido intervenido inmediatamente; le habían drenado la hemorragia para disminuir 'a presión cerebral, pero los médicos no se mostraban muy optimistas. Y Simón tampoco.

– No creo que nos enfrentemos a un intento de asesinato por mucho tiempo -dijo.

– ¿Algún indicio de lo que provocó las heridas? -le preguntó Charlie.

– Sí, una piedra enorme. Estaba allí, en el suelo, junto a la cama ni siquiera habían intentado esconderla. Estaba llena de sangre y pelos. Juliet Haworth dijo que su marido y ella la utilizaban como cuña para mantener la puerta abierta. -Simón hizo una pausa-Esa mujer me da escalofríos. Me dijo que Haworth había cogido la piedra del río Culver un día que habían salido a caminar. En cuanto encontré a Haworth, empezó a hablar. Era casi como si se sintiera aliviada, aunque no parecía importarle nada. Me dijo que los anteriores dueños de la casa habían cambiado todas las puertas por unas contra incendios que no se mantenían abiertas…

– De ahí la cuña.

– Sí. Hay una en todas las habitaciones; todas son muy grandes, como la que le machacó la cabeza a Haworth, aunque proceden de ríos diferentes. Al parecer, a Haworth lo entusiasmaba esa idea. Su mujer me contó todo esto, información irrelevante… ¡Incluso me enumeró todos los malditos ríos! Sin embargo, cuando le pregunté si había atacado a su marido, sólo me sonrió. No dijo ni una palabra.

– ¿Te sonrió?

– No quiere ningún abogado. No parece importarle lo que pueda ocurrirle. Da la sensación de estar dispuesta a disfrutar de todo esto, hagamos lo que hagamos.

– ¿Crees que intentó matar a Haworth?

– Estoy seguro. O lo estaría, si no fuera por Naomi Jenkins, que también mintió. También la hemos traído aquí…

– ¿Han terminado ya los forenses con la casa? ¿Y qué me dices de posibles interferencias?

– No, Jenkins está en la Unidad de Custodia de Silsford.

– Buena idea.

– Ella tampoco quiere ningún abogado. ¿Crees que esas dos mujeres pueden estar juntas en esto?

Charlie no lo creía y le dijo a Simón por qué: se parecía demasiado a una fantasía feminista a lo Thelma y Louise. En realidad, dos mujeres que amaban a un hombre infiel solían odiarse mutuamente, y el marido infiel solía salir indemne mientras las dos mujeres aún siguieran deseándole.

Después de leer la historia de Naomi Jenkins, Charlie sintió curiosidad por las demás. Mientras esperaba que Graham volviera con los analgésicos pensó que podría echar un vistazo a algunas de ellas. Clicó los números setenta y tres, setenta y cuatro y setenta y cinco, por ese orden, y las leyó por encima. Todas ellas eran descripciones de violaciones que habían tenido lugar en el propio hogar de la víctima. La número setenta y seis era una sobre la violación cometida por un desconocido, pero la descripción era tan morbosa que Charlie estaba segura de que la había escrito un pervertido. Charlie se preguntó si Naomi Jenkins podría ser una pervertida. Eso explicaría por qué mintió al decir que Haworth la había violado; Charlie estaba convencida de que había mentido. No obstante, en la carta que Naomi había escrito a la página web no había detalles morbosos. Habría podido incluir alguno fácilmente; por lo que Simón le había contado, su declaración estaba llena de ellos, de modo que si era una mujer con mucha imaginación, ¿por qué no escribió toda su fantasía para que apareciera en la página web? Charlie deseó estar en Silsford para hacerle todas aquellas preguntas a Naomi Jenkins y ver la expresión de su cara mientras las respondía.

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