– Si no podemos conseguir un hotel en condiciones, preferiría hacer algo completamente distinto -dijo Olivia tras reflexionar un rato.
– ¿Distinto?
Charlie estaba sorprendida. Olivia había vetado, sin demasiada ambigüedad, cualquier sitio equipado con cocina porque consideraba que requería demasiado esfuerzo, incluso después de que Charlie le aseguró que sería ella quien compraría y cocinaría lo que hiciera falta. En lo que a Charlie respectaba, no le costaba demasiado preparar unas tostadas por la mañana y una ensalada a la hora de comer. Charlie pensó que Olivia debería hacer su trabajo durante un par de días.
– Sí. Un camping o algo así.
– ¿ Un camping ? ¿Y eso lo dice la que no quiso ir a Glastonbury porque la señora de la limpieza no le pone una funda de ganchillo al papel higiénico?
– Mira, no es mi opción preferida. Un bonito hotel en España, en junio, eso era lo que quería. Y si no puedo tenerlo, preferiría no estar en una triste caricatura de lo que deseaba. Al menos un camping sé que es un asco. Se supone que hay que dormir en el suelo, en una tienda, y comer bolsas de patatas fritas…
– Estoy segura de que si alguna vez intentaras ir a un camping te esfumarías como la bruja de El mago de Oz …
– Y, ¿qué me dices de mamá y papá? Hace siglos que no vamos a verlos. Mamá nos espera con los brazos abiertos. Siempre me preguntan cuándo vamos a volver a ir con un tono de voz que amenaza con desheredarnos.
Charlie hizo una mueca. Hacía poco que sus padres se habían instalado en Fenwick, un pueblecito de la costa de Northumberland donde habían desarrollado una obsesión por el golf que no tenía nada que ver con el carácter relajado de ese deporte. Se comportaban como si el golf fuera un trabajo a jornada completa ¿es que iban a ser despedidos si no jugaban de forma muy concienzuda. En una ocasión, Olivia los acompañó al club y luego le contó a Charlie que sus padres habían estado tan relajados como dos mulas cargadas de droga frente a los agentes de aduana de un aeropuerto.
Charlie no se creía capaz de enfrentarse con los tres miembros de su familia más cercana al mismo tiempo. No podía conciliar la idea de sus padres con la de unas vacaciones. Aun así, hacía siglos que había viajado al norte por última vez. Puede que Olivia tuviera razón.
El camarero subió el volumen de la música. Seguía sonando Rod Stewart, pero cantaba otro tema: The First Cut Is the Deepest .
– Me encanta esta canción -dijo el camarero, guiñándole el ojo a Charlie-. Tengo una camiseta que lleva escrito: «Rod es Dios». Suelo ponérmela casi siempre, pero hoy no la llevo.
Bajó los ojos hacia su pecho, aparentemente desconcertado.
La mezcla de Rod Stewart y el papel pintado de cuadros escoceses le sugirió una idea a Charlie.
– Ya sé adónde podemos ir -dijo-. ¿Qué te parecería volar a Escocia?
– Volaré a cualquier sitio donde pueda pasar unas buenas vacaciones. Pero ¿por qué Escocia?
– Estaríamos lo bastante cerca de papá y mamá para ir a comer un par de veces a su casa, pero no tendríamos que quedarnos con ellos. Podríamos tomarnos a toda prisa el asado de la cena y largarnos…
– ¿Adónde? -preguntó Olivia.
– Alguien del trabajo me dio esta tarjeta de unos chalets de alquiler…
– Oh, por el amor de Dios…
– No, escucha. Sonaba bien.
– Estarán equipados con cocina.
Olivia puso cara de aprensión.
– La tarjeta dice que si lo deseas pueden servirte comidas caseras.
– ¿Tres veces al día? ¿Desayuno, comida y cena?
¿Cómo era posible que necesitara una copa mientras aún tenía una en la mano que estaba tomando a largos tragos? Charlie encendió otro cigarrillo.
– ¿Qué tal si llamo y pregunto? De verdad que sonaba muy bien, Liv. Las camas son enormes y todo eso. La tarjeta decía que eran chalets de lujo.
Olivia se echó a reír.
– Serías el sueño de cualquier jefe de marketing, en serio. Hoy en día, a cualquier cosa la llaman «lujo», incluso a cualquier cochambroso bed & breakfast …
– Creo que también tenía spa -la interrumpió Charlie.
– Eso significa un cobertizo en ruinas con un charco de agua fría. Dudo que ofrezcan tratamientos de flotación en seco.
– ¿De verdad quieres eso? ¿Por qué no subimos a la habitación y dejas que te tire por la ventana?
¿Acaso no decían que los buenos chistes siempre tienen un trasfondo de verdad?
– No me culpes por ser un poquito prudente. -Olivia miró a Charlie de arriba abajo, como si acabara de conocerla en ese momento-. ¿Por qué tendría que fiarme de ti cuando es muy evidente que estás loca? -Bajó la voz y siguió hablando con un áspero susurro-. ¡Te inventaste un novio!
Charlie desvió la mirada y lanzó un aro de humo al aire. ¿Por qué sentía la compulsión de contarle a su hermana todo lo que hacía, aun a sabiendas de que iba a criticarla de lo lindo?
– ¿Le pusiste nombre? -preguntó Olivia.
– No quiero hablar de ello. Graham.
– ¿Graham? ¡Por Dios!
– Esa mañana me tomé el desayuno en un bol de los Golden Grahams. Estaba demasiado agotada para ser creativa.
– Si yo hubiera hecho lo mismo que tú, estaría saliendo con un pastelito de manzana y canela. ¿Simón te creyó?
– No lo sé. Creo que sí. En cualquier caso, no se mostró muy interesado.
– Y Graham, ¿tiene apellidos? ¿Leche Semidesnatada, tal vez?
Charlie negó con la cabeza, sonriendo con poco entusiasmo. Se suponía que la capacidad para reírse de uno mismo era una virtud. Y eso era algo que Olivia esperaba que Charlie pusiera en práctica demasiado a menudo.
– Corta por lo sano en cuanto vuelvas -le aconsejó Olivia-. Dile a Simón que has terminado con Graham. Y únete de nuevo al mundo de los cuerdos.
Charlie se preguntaba si Simón les habría contado algo a Sellers y a Gibbs. O, que Dios no lo quisiera, al inspector jefe Proust. Toda la gente del Departamento de Investigación Criminal la consideraba un desastre en el terreno sentimental. Todos sabían lo que sentía por Simón y que él la había rechazado. Sabían que, durante los últimos tres años, se había acostado con más gente que la mayoría de ellos en toda su vida.
Charlie ya se había acostumbrado a su mentira, al nuevo estatus y a la dignidad que le proporcionaba. Quería que Simón pensara que tenía un novio como Dios manda y no otro de sus imposibles ligues de una noche… Una relación que podría durar, como una mujer adulta.
A Olivia no le había contado nada sobre Alice Fancourt y Simón. Era algo que la deprimía demasiado. ¿Por qué Simón había pensado de repente en Alice, después de casi dos años sin estar en contacto con ella? ¿Qué podía tener de bueno volver a verla ahora? Charlie había dado por sentado que él se había olvidado de Alice o que lo estaba intentando. Pero era como si nada hubiera ocurrido entre ellos.
Con mucha solemnidad, él le dijo a Charlie que pensaba llamar a Alice, como si esperara que fuera a reprochárselo. Simón sabía que a ella le importaría. Unos días después, cuando dejó caer al inexistente Graham en la conversación, fue obvio que a él no le importaba.
Olivia siguió hablando, como si Charlie corriera el peligro de olvidarse de todo.
– A Simón le da igual que tengas novio. No sé por qué crees que puedes ponerle celoso. Si te quisiera, te tendría desde hace tiempo.
¿Era posible que Simón descubriera que se había inventado a Graham? Charlie pensaba que, de ser así, no podría soportarlo.
– ¿Quieres que llame a los chalets de Silver Brae o no? -preguntó cansinamente.
– No puede ser peor que este antro. -Olivia imitó el acento escocés-. Está bien, muchacha, ¿por qué no?
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