Sophie Hannah - No es mi hija
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Después me dijo que Vivienne Fancourt también era socia de La Ribera, pero que nunca iba al Café Bar Chompers, porque creía que era un «lugar de mala suerte». Por si Vivienne Fancourt iba al gimnasio esa misma tarde, Alice Fancourt dijo que yo no debería entrar por la puerta delantera y la zona de la recepción principal, sino que debería entrar al Café Bar por la puerta de la calle Aider. De ese modo, la Sra. Fancourt estaba segura de que, aun si su suegra se encontraba en las instalaciones, nunca me vería. Le dije que todo eso me sonaba demasiado complicado y le pedí que fuera a la comisaría. Se negó, se puso histérica y dijo que si no me encontraba con ella donde ella decía, no me daría los nuevos datos que tenía. Dijo que Chompers era el lugar al que con seguridad Vivienne Fancourt no acudiría porque «boicotea el lugar por principio».
Le dije a la Sra. Fancourt que intentaría conseguir la aprobación de mi sargento y que la llamaría en diez minutos. Consulté con DS Zailer y le dije que estaba preocupado por lo extraño de las exigencias de la Sra. Fancourt, pero dijo que deberíamos aceptar sus condiciones para obtener cualquier nuevo dato que pudiera tener. La Sra. Fancourt volvió a llamar cuatro minutos después y acordamos encontrarnos en el Café Bar Chompers en el complejo del club La Ribera a las 14.00 h. el lunes 29 de septiembre. La Sra. Fancourt dijo entonces que si ella no estaba allí a las 14.30 h., yo no debería esperarla más. Dijo que temía no poder irse de su casa. Parecía aterrorizada al decirme esto y, después de decir adiós, colgó de inmediato.
29/9/03, 14.00 h.
Área: Café Bar Chompers en el club La Ribera, Saltney Street número 27, Spilling. 14.00 h.: al llegar, Alice Fancourt (véase el índice) ya estaba allí, sentada a una mesa en la zona de no fumadores del salón. Chompers presentaba las siguientes condiciones: lleno, ruidoso, mucho humo, muy caluroso. Había mucho ruido de fondo de gente hablando y riendo y música pop alta que salia de los altavoces repartidos por todo el salón. A un lado del salón, había una zona para niños, llena de juguetes, una piscina de bolas con pelotas de plástico, una pequeña estructura metálica para trepar y una casita de Wendy. Había unos diez niños, de edades comprendidas entre dos y siete años, jugando en esta zona del salón.
Al sentarme, la Sra. Fancourt me dijo: -Observe a los padres. Ni siquiera miran para ver si están bien. Está claro que ninguno de ellos ha temido nunca por la seguridad de sus niños.
Comenté que no había nada que temer y la Sra. Fancourt contestó: -Lo sé. Solo desearía poder decirles lo afortunados que son.
Me dijo que tenía que pedirme un favor. Quería que la ayudara a investigar al padre de su marido (nombre desconocido) sobre quien no le habían comentado nada salvo que había abandonado la casa familiar cuando David Fancourt tenía seis años y que no había estado en contacto con su hijo desde entonces. Le expliqué que no podía hacer nada sin la autorización de mi sargento y que la sargento Zailer no me permitiría investigar al padre de David Fancourt porque no había ningún motivo para hacerlo en relación con ninguna de nuestras investigaciones actuales.
Le pregunté por qué quería averiguar sobre su suegro y me dijo: -Quiero preguntarle por qué lo dejó, por qué abandonó a su hijo. ¿Qué clase de padre haría una cosa así? ¿Por qué nunca nadie lo nombra? ¿Qué pasa si…?
No completó su pregunta, aunque le insistí. Dijo: -Creo que, si pudiera hablar con el padre de David, podría ayudarme a entender mejor a David.
Me dijo que su marido solía «idealizarla» y que ahora la había «demonizado».
– ¿Sabía que las personas que han sido maltratadas y abusadas en su niñez a menudo actúan así? Es una reacción típica -dijo.
Después, la Sra. Fancourt dijo que había en la sala de partos al mismo tiempo que ella una mujer con quien le gustaría entrar en contacto. Dijo que la mujer se llamaba Mandy, pero que no tenía más datos. Me preguntó si podía ayudarla a encontrar a esta mujer. Al principio, parecía no querer contarme por qué estaba interesada en Mandy, pero cambió de idea inmediatamente. Me comentó que le había dicho a Mandy dónde vivía y que había «visto en los ojos de Mandy» que Mandy había reconocido su descripción de Los Olmos (véase el índice). Aseguró que la tranquilizaría mucho poder visitar a Mandy y reasegurarse de que el bebé que estaba al cuidado de Mandy era hija de Mandy y no su propia hija.
– Mandy tenía un novio horrible y agresivo -me comentó la Sra. Fancourt-. ¿Qué pasaría si ella estuviera preocupada porque él pudiera hacer daño a su hija, y hubiera cambiado un bebé por otro? -La Sra. Fancourt entró en pánico y comenzó a llorar al decir esto-. Sería mi error -dijo- por haberle dicho a Mandy dónde vivíamos.
Intenté calmar a la Sra. Fancourt, pero hablaba encima de mis palabras, diciéndome que aunque ella no conocía el nombre del novio de Mandy, podía describirlo. Empezó a hacerlo, pero la interrumpí y le comenté que dudaba mucho de que la sargento Zailer me permitiera seguir este tema. La Sra. Fancourt ignoró este comentario y continuó con la descripción. Dijo que el novio de Mandy tenía pelo castaño pero, añadió: «Seguramente hay algún pelirrojo en su familia. ¿Me entiende? Estoy segura de que uno de sus padres es pelirrojo. Tiene ese tipo de piel marfil, con un tono amarillento.» Durante toda la entrevista, la Sra. Fancourt habló de forma frenética, determinada y peculiar. Parecía tener dificultad para centrarse en un tema a la vez y pasaba de hablar del padre de su marido a hablar del novio de Mandy. Tenía la impresión de que estaba irracionalmente preocupada por estos dos hombres. En este punto se dio cuenta de que no tenía su teléfono móvil con ella y se enfadó mucho, insistiendo en que su marido se lo había «confiscado». Me sentí preocupado por su estado emocional y le aconsejé que consultara con un médico.
Capítulo 1 1
Viernes, 26 de septiembre de 2003
Estoy en la puerta de nuestro dormitorio. David está acostado en la cama. No me mira. A veces la realidad fría y dura de nuestra situación me golpea de nuevo, como si fuera la primera vez: el miedo insoportable, la posibilidad de que todo al final pudiese no salir bien. Así sucede ahora. Mi cuerpo tiembla y debo luchar por mantenerme tranquila.
– ¿Quieres que duerma en otra habitación? -pregunto. Se encoge de hombros. Espero. Después de unos diez segundos, cuando ve que no voy a ninguna parte, dice:
– No, no hagamos las cosas más anormales de lo que ya son. Es por el bien de Vivienne. Aún espera poder mostrar lo que ha pasado como un problema menor: «Solo está diciendo locuras, Mamá, de verdad. Lo superará». Ninguno de nosotros quiere afrontar la preocupación y el disgusto que nuestras noticias le han causado. Alguna vez creí que si Vivienne era feliz entonces yo, como miembro de su círculo más cercano, saldría indemne. La otra cara de todo esto -el miedo a que se acabe el mundo si Vivienne está disgustada- había sido difícil de disipar.
Me siento aliviada de que David no quiera echarme. Quizás, cuando se meta en la cama, me dará su beso habitual de buenas noches. Me siento animada, lo suficiente para decir:
– David, no es demasiado tarde. Sé que es difícil volver atrás después de lo que has dicho pero tienes que desear que la policía encuentre a Florence. ¡Tienes que desearlo! Y la únicaforma es decirles que tú sabes que tengo razón, entonces la buscarán.
Intento mantener el volumen de mi voz a un nivel razonable. David teme a las muestras excesivas de emoción. No quiero presionarlo demasiado.
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