Lars Kepler - El Hipnotista

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Estocolmo. Una familia es asesinada. El único superviviente de la masacre es Josef, el hijo de la familia que tiene sólo 15 años. También sobrevive Evelyn, su hermana mayor, que se ha salvado porque vive en una casa en el campo. Erik Maria Bark es médico e hipnotizador. La noche del asesinato el comisario Joona Linna, encargado de la investigación, le llama para que someta a Josef a una sesión de hipnotismo en el hospital de Estocolmo, donde está ingresado. Unos días más tarde el hijo de Erik Maria Bark, Benjamin, es secuestrado de su propia cama. Erik emprenderá la búsqueda de su hijo junto a Linna, Simone, su mujer y su suegro Kennet Sträng… Juntos intentarán resolver estos dos misterios…

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Kennet siente un vahído que le nubla la vista un breve instante. Cruza con cuidado el camino resbaladizo y desciende hacia el lago a través del césped quemado por la escarcha.

– Hola -saluda.

Nicke alza la vista.

– ¡Eres tú! -exclama.

Se acerca corriendo y abraza a Kennet.

– Aida -dice, excitado-. Aida, es él. ¡Ese hombre tan viejo!

La chica le dirige a Nicke una sonrisa pálida e inquieta. Tiene la punta de la nariz roja a causa del frío.

– ¿Y Benjamín? -pregunta-. ¿Lo han encontrado?

– No, aún no -dice Kennet mientras Nicke ríe y continúa abrazándolo y saltando a su alrededor.

– ¡Aida! -exclama Nicke-. Es tan viejo que incluso le han quitado su pistola…

Kennet se sienta en el banco junto a la chica. Los árboles desnudos forman manchas oscuras a su alrededor.

– He venido a decirte que Wailord ha pasado a disposición de los servicios sociales.

Aida vuelve el rostro hacia él; su expresión es de escepticismo.

– Han identificado a los demás -prosigue Kennet-. Eran cinco en el grupo de Pokémon, ¿no es así? Birk Jansson lo ha reconocido todo, pero no tiene nada que ver con la desaparición de Benjamín.

Nicke se queda quieto al oír las palabras de Kennet y lo mira boquiabierto.

– ¿Has vencido a Wailord? -dice.

– Sí -responde Kennet con voz severa-. Se ha ido.

Nicke empieza a bailar dando vueltas en el sendero. Su enorme corpachón despide vapor en el aire frío. De repente vuelve a quedarse quieto y contempla a Kennet.

– Eres el Pokémon más fuerte. ¡Eres Pikachu! ¡Tú eres Pikachu!

Nicke abraza feliz a Kennet y Aida ríe con expresión de sorpresa.

– Pero ¿y Benjamín? -pregunta.

– No fueron ellos quienes se lo llevaron, Aida. Quizá hayan hecho muchas tonterías, pero no se llevaron a Benjamín.

– Pero tienen que ser ellos, tienen que ser ellos.

– En verdad, no lo creo -dice Kennet.

– Pero…

Kennet saca la fotografía impresa del ordenador de Benjamín, la que le envió Aida.

– Ahora debes contarme qué es este sitio -dice con voz amable pero firme.

Ella empalidece y niega con la cabeza.

– Lo prometí -dice en voz baja.

– Las promesas no sirven cuando la vida de alguien está en peligro, ¿me oyes?

Pero ella aprieta los labios y desvía la mirada. Nicke se acerca y mira el papel.

– Fue su madre quien se la dio -dice alegremente.

– ¡Nicke!

Aida mira enojada a su hermano.

– Pero fue así -dice Nicke, indignado.

– ¿Cuándo aprenderás a cerrar la boca? -replica ella.

Kennet los hace callar.

– ¿Sixan le dio a Benjamín esta fotografía? ¿A qué te refieres, Nicke?

El chico mira ansioso a su hermana, como si esperara que le diera permiso para contestar a la pregunta, pero ella niega con la cabeza en dirección a él. Kennet siente que la frente le duele donde recibió el impacto, nota un latido fuerte y constante.

– Ahora contéstame, Aida -dice luchando para mantener la calma-. Realmente no está nada bien callar en esta situación.

– La fotografía no tiene nada que ver con esto -repone ella, angustiada-. Le prometí a Benjamín que no se lo contaría a nadie, pasara lo que pasase.

– ¡Dime lo que representa la imagen!

Kennet oye el eco de su propia voz resonar entre las casas. Nicke parece asustado y triste. Aida aprieta tercamente los labios aún más. Kennet se obliga a tranquilizarse nuevamente. Él mismo puede oír cuan inestable es su voz cuando intenta explicar:

– Aida, escúchame bien. Benjamín morirá si no lo encontramos. Es mi único nieto. No puedo dejar pasar ninguna pista sin investigar.

Se hace un completo silencio. Luego Aida se vuelve hacia él y declara entre sollozos:

– Nicke ha dicho la verdad. -Traga con fuerza antes de continuar-: Fue su madre quien se la dio.

– ¿A qué te refieres?

Kennet mira a Nicke, que asiente varias veces con vehemencia.

– No Simone -dice Aida-, sino su verdadera madre.

Kennet siente náuseas que ascienden rápidamente hacia su garganta. De repente nota un intenso dolor en el tórax. Trata de respirar profundamente y siente que el corazón golpea con pesadez en su pecho. Cuando comienza a pensar que está a punto de sufrir un ataque cardíaco, el dolor remite nuevamente.

– ¿Su verdadera madre? -inquiere.

– Sí.

Aida saca un paquete de cigarrillos de su mochila pero no llega a encender ninguno, ya que Kennet le quita suavemente la cajetilla de las manos.

– No puedes fumar -dice él.

– ¿Por qué?

– No tienes dieciocho años.

Ella se encoge de hombros.

– Vale, de todos modos no me importa -replica secamente.

– Bien -dice Kennet, al tiempo que siente que su mente piensa con una inexplicable lentitud.

Busca en su memoria datos relacionados con el parto de Benjamín. Las imágenes pasan agitándose: el rostro de Simone, rojo de tanto llorar tras un aborto espontáneo, y luego, aquel día de San Juan en que llevaba un holgado vestido estampado. Ya se encontraba en un avanzado estado de gestación. Kennet recuerda cuando fue a visitarlos a la maternidad y ella le mostró al bebé. «Mira que chico tan guapo -le dijo sonriendo con un leve temblor en los labios-. Se llamará Benjamín, el hijo predilecto.»

Kennet se restriega los ojos con fuerza, se rasca debajo de la venda y pregunta:

– ¿Cómo se llama… su verdadera madre?

Aida mira en dirección al lago.

– No lo sé -contesta con voz monótona-, se lo juro. Pero ella le dijo a Benjamin su verdadero nombre. Todo el tiempo lo llamaba Kasper. Era buena, siempre lo esperaba después de la escuela. Lo ayudaba con los deberes y creo que a veces le daba dinero. Estaba muy triste por haberse visto obligada a separarse de él.

Kennet alza la fotografía:

– Y esto, ¿qué es?

Aida echa un vistazo a la imagen.

– Es la tumba familiar, de la verdadera familia de Benjamin. Sus parientes están enterrados ahí.

Capítulo 43

Jueves 17 de diciembre, por la noche

Las escasas horas de luz del día ya han quedado atrás, y la oscuridad de la noche ha descendido nuevamente sobre la ciudad. En casi todas las ventanas al otro lado de la calle se ven estrellas de adviento. Un fuerte aroma a uvas asciende de la copa de grapa italiana que está sobre la mesita baja del salón. Simone está sentada sobre el suelo de parquet mirando algunos bocetos. Después de bajarse del coche de su padre en el cruce de las calles Sveavägen y Odengatan, se dirigió a su casa y se quitó la ropa mojada. Luego se envolvió en una manta y se acostó. Se quedó dormida en el sofá y no se despertó hasta que Kennet llamó. Más tarde llegó Sim Shulman.

Ahora está sentada en el suelo y sólo lleva puesta la ropa interior. Bebe el licor, que le hace arder el estómago. Coloca los bocetos en fila; son cuatro hojas de papel rayado que presentan una exposición que él planea para el centro de arte de Tensta.

Shulman habla por teléfono con el conservador del centro mientras camina en círculos por el salón. De repente, el suelo de parquet, que cruje bajo sus pisadas, deja de hacer ruido. Simone nota que él se ha movido para poder ver entre sus muslos. Lo nota claramente. Junta los bocetos, coge la copa y bebe un sorbo sin mirar a Shulman. Separa un poco los muslos y se imagina cómo la mirada de él intenta penetrar con ardor. Ahora él habla más lentamente, resulta obvio que quiere terminar la conversación. Simone se echa sobre su espalda y cierra los ojos, nota el calor cosquilleante en los senos mientras lo espera, la afluencia de sangre, la entrepierna húmeda. Shulman ha dejado de hablar y se acerca. Ella permanece con los ojos cerrados, separa un poco las piernas. Oye que él baja la cremallera de su pantalón. De repente nota su mano en la cadera. Él la hace rodar sobre su vientre e hincar las rodillas en el suelo, le baja las bragas y la penetra desde atrás. Simone no está preparada todavía. Ve sus propias manos delante de sí, con los dedos inmóviles sobre el parquet de roble. Las uñas, las venas del dorso de la mano. Tiene que sujetarse para no caer hacia adelante cuando él empuja dentro de ella, severo y solitario. El fuerte aroma de la grapa hace que se sienta mal. Querría pedirle a Shulman que se detuviera, que lo hicieran de otro modo. Querría empezar de nuevo en el dormitorio, estando próximos de verdad el uno del otro. Él jadea con pesadez y eyacula en su interior. Se retira y camina hacia el cuarto de baño. Simone se sube las bragas y se queda tendida en el suelo. Una extraña impotencia parece estar a punto de apoderarse de ella, de apagar sus pensamientos, sus esperanzas, su alegría. Ya no le importa nada que no esté relacionado con Benjamín.

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