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Mary Clark: Misterio en alta mar

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Mary Clark Misterio en alta mar

Misterio en alta mar: краткое содержание, описание и аннотация

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El Royal Mermaid es el flamante buque que sirve de escenario a Mary Higgins, una vez mas acompañada de la pluma de su hija Carol, para contarnos una historia de suspense, e intriga, y porque no tambien cargada de humor, el anfitrion del crucero de lujo, ha querido invitar a personas que tienen algo en común, estan comprometidas con nobles causas humanitarias. Entre tanto filántopo, tambien han recibido una invitación de navidad para formar parte del pasaje, la detective amateur Alvirah Meehan y la investigadora privada Regan Reilly, ambas acompañadas por sus maridos, uno de los cuales no es otro que el jefe de brigada Jack Reilly. Para que la trama se pueda sustentar, dos peligrosos criminales fugados, a quienes ayuda el hijo del capitan, se disfrazan de Papá Noel, para pasar desapercibidos, una fuerte tormenta azota el barco, y una pasajera dice haber visto el fantasma de un famoso escritor, un pasajero acecha una valiosisima antigüedad, que será arrojada al mar en una ceremonia fúnebre. Repleta de humor y suspense, la novela te atrapa desde el principio, nuestros protagonistas iran uniendo las piezas que los llevaran a desentrañar el ‘ misterio en alta mar’ y no se puede hacer otra cosa que esperar el desenlace final, a la vez conmovedor y espeluznante, que tiene lugar la última noche del año.

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– Alto y delgado.

– ¡Como el Santa Claus de un cascabel que me dejó tirada en la cubierta! -exclamó Alvirah.

Jack se sacó las cartas del bolsillo para ponerlas sobre la mesa.

– Ya puedes devolver esto a Eric. En mi oficina están bastante seguros de que son números de cuentas bancarias en Suiza. Están trabajando en ello y pronto lo sabremos.

– La cuestión es -dijo Alvirah-: ¿qué hacían esas cartas en el camarote de Eric?

49

Eric no daba crédito a lo que estaba pasando. El barco se había detenido por completo y pronto daría media vuelta para volver a puerto. «Soy hombre muerto», pensó desesperado. Si no podía sacar a esos dos del barco, y los atrapaban al atracar en Miami, Bala Rápida lo mataría seguro. «Aunque me metan en la cárcel, encontrará la manera.» No se podía creer lo estúpido que había sido. Si se hubiera limitado a ayudar a su tío Randolph con aquella empresa, podría haber disfrutado de una buena vida, pensó. Era su único heredero. Habría tenido mucho dinero, en los cruceros viajarían muchas chicas solteras… Podía haberlo tenido todo.

«¡Pase lo que pase tengo que sacar a esos dos del barco!», se dijo.

Corrió a la suite y se metió en su habitación. Mientras todavía pensaba en lo que diría a los dos fugitivos ocultos en el armario, oyó la puerta del pasillo y se dio cuenta de que su tío le había seguido.

– Tío Randolph, no sabes lo mucho que siento que tengamos que volver a Miami -dijo volviéndose hacia él-. Ya sé que para ti debe de ser horrible, con la mala publicidad que ya estamos recibiendo.

El comodoro se dejó caer en el sofá y ocultó la cara entre las manos.

– Ay, hijo, es peor. Es mucho peor.

¿Qué podía ser peor?, se preguntó Eric, empezando a sudar por todos los poros.

– ¿Qué pasa? -logró barbotar con voz rota.

– Estamos prácticamente seguros de que llevamos a un gánster a bordo de polizón. El llamado Bala Rápida Tony Pinto.

– ¿ Co… co… cómo?

– No tenemos ningún problema en el motor. Lo hemos dicho para evitar el pánico entre el pasaje. Como ya debes de saber, Jack Reilly es el jefe de la Brigada Especial de Policía de Nueva York. Estamos siguiendo su consejo. Volveremos a Miami y allí la policía registrará el barco de proa a popa. Ya verás cuando me entere de dónde iba escondido y quién le ha ayudado. -El comodoro alzó la voz-. ¡Que me dejen a solas dos minutos con ese criminal! ¡Ya le daré yo una buena lección!

Eric dio un respingo. Bala Rápida y Highbridge estarían oyendo todo aquello, se dijo. Bueno, por lo menos ya no tenía que darles la noticia. Como decía su abuela, todo tiene su lado positivo. Miró la vitrina de cristal donde reposaban las cenizas de la mujer dentro del cofre de plata. «Nunca te caí bien -pensó-. Por eso salí como salí.»

El comodoro se puso en pie.

– La ceremonia empezará muy pronto. Será breve y emotiva. Luego el capitán pondrá en marcha los motores y pondremos rumbo a casa. Voy a pasar estos últimos y valiosos momentos con tu abuela en la capilla.

En cuanto se marchó su tío, Eric entró en su habitación, cerró la puerta e hizo acopio de valor para abrir el armario. Le sudaban tanto las manos que apenas podía girar el pomo.

– Te mataría ahora mismo, pero todavía te necesito -dijo Bala Rápida sin ninguna emoción en la voz.

– Tenemos que salir del barco mientras siga detenido -apuntó Highbridge-. Dame el teléfono por satélite. Y comprueba en qué posición estamos ahora mismo, la latitud y la longitud. Vamos a llamar a nuestros hombres para que vengan a buscamos en la balsa salvavidas. Ya calcularán cuánto nos ha alejado la deriva.

Bala Rápida se sacó del bolsillo del traje de Santa Claus la pistola de Crater.

– El dinero que te dimos también se viene con nosotros.

Eric alzó la vista hacia el maletero y vio que le habían abierto la bolsa.

– Estábamos buscando nuestra ropa -explicó Bala Rápida-. Lástima que no tuvieras la sensatez de meter en el banco el dinero que te dimos como depósito. Ya puedes olvidarte de él. Habría sido más fácil irnos nadando en lugar de seguir tu plan. Y no pienso marcharme sin mis cartas.

Eric corrió a la mesa de su tío, comprobó la latitud y longitud del barco e informó a Highbridge.

– Mientras tú llamas, yo voy a por las cartas -prometió desesperado.

Cerró las puertas del armario y de su dormitorio y salió al pasillo a la carrera, dispuesto a llamar a la puerta de los Meehan. Pero cuando miraba hacia el ascensor, vio que justo estaban saliendo. Los esperó y comprobó con enorme alivio que no tenía que pedir las cartas.

– Ah, Eric-dijo Alvirah-. Tenemos las cartas de tu amigo.

– Dile que si va a organizar una partida -terció Willy-, me encantaría apuntarme.

Eric cogió la baraja de Bala Rápida con manos sudorosas.

– Claro, claro, ya se lo diré. Muchas gracias.

Sus ojos se posaron un instante en las manchas de chocolate que tenía Willy en la camisa.

Este se echó a reír.

– No creas que soy un guarro. El camarero ha sido muy generoso con el chocolate caliente, pero en mi caso falló cuando me lo echaba en el cuenco del helado. Iba ahora a cambiarme.

– Vaya, lo siento mucho.

Eric aferraba las cartas con tal ansia que le estaban cortando la palma de la mano.

– Nos vemos en la ceremonia de tu abuela -se despidió Alvirah, ya echando a andar por el pasillo.

Eric esperó hasta que los Meehan entraron en su camarote. Necesitaba treinta segundos para llevar a Bala Rápida y a Highbridge a la escalera de la tripulación, calculó. La escalera llevaba directamente a la popa, donde había escondido la balsa. Era arriesgado ir hasta allí, pero si se cruzaban con algún miembro de la tripulación, este no se atrevería a cuestionar a Eric ni a nadie que fuera con él. Winston sí le preocupaba, podía ser un problema puesto que utilizaba esa escalera continuamente para bajar a su cabina, y tenía el don de aparecer de pronto de la nada.

Eric sabía que tenía que llevar a Bala Rápida y a Highbridge a la zona abierta de la cubierta inferior, en la popa, donde estaban guardadas las redes, ganchos y diversos equipamientos impermeables. No había ninguna taquilla ni armario cerrado con llave, razón por la cual ni siquiera había considerado esconder allí a los dos fugitivos. Pero sí había un saliente que lo ocultaba a la vista desde las cubiertas superiores. El riesgo era que alguien los viera mientras tiraban por la borda la balsa hinchable a plena luz del día. Una vez que esos dos estuvieran en la balsa, Eric les pasaría una lona con la que taparse para que cualquiera que viera la balsa pensara que estaba vacía. Pero era de esperar que todo el mundo estuviera en la ceremonia de su abuela.

Eric volvió a la suite, abrió el armario y devolvió a Bala Rápida su baraja.

– Vámonos -ordenó, advirtiendo que Bala Rápida llevaba el portafolio robado y Highbridge se había apropiado de la bolsa de Eric, en la que obviamente habían metido el dinero que le habían adelantado, junto con su ropa.

– Vamos -le espetó Bala Rápida.

Gracias a Dios llegaron a la escalera de la tripulación sin tropezar con nadie. Lo que no sabían es que Alvirah tenía pegada la oreja a la puerta entreabierta de su camarote. En cuanto oyó cerrarse la puerta de la suite del comodoro asomó la cabeza justo a tiempo de ver a Eric y los dos Santa Claus desaparecer al fondo del pasillo detrás de otra puerta. Había visto muchas veces a Winston pasar por allí y estaba segura de que estaba reservada solo a la tripulación.

¡Gracias a Dios!, pensó. Tenía que ser Bala Rápida y el Santa Claus que había visto en cubierta. ¡Y Eric era su cómplice! No podía perder un instante. Willy estaba en la ducha, pero si iba a contarle lo que pasaba sería demasiado tarde y perdería a los fugitivos. De manera que salió al corredor todo lo deprisa que le permitían sus rodillas artríticas. Oyó pasos a lo lejos, resonando varias cubiertas más abajo. Alvirah se agarró a la barandilla y se lanzó en su persecución.

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