Ruth Rendell - Carretera De Odios

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El inspector Wexford regresa para enfrentarse a un caso de talante ecologista. Hasta su propia esposa ha sido tomada como rehén, mientras avanzan las obras de una nueva carretera que causará irremediables daños en el entorno natural de su pueblo. Intriga, crítica social e imprevisibles psicologías.

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Encontró a Tanya sola, pues todos sus compañeros de piso habían salido. A todas luces, consagraba las veladas solitarias a los tratamientos de belleza. Llevaba la cabeza envuelta en una toalla y las uñas recién pintadas. El hedor de un depilatorio impregnaba la habitación.

En un principio se tomó la visita como la de un asistente social preocupado que hubiera acudido a verificar si había recibido el apoyo psicológico que había solicitado. El inspector se dio cuenta de inmediato de que era una egocéntrica a quien no interesaba nadie aparte de ella misma y sus preocupaciones más inmediatas. En cierto modo, aquella actitud constituía una ventaja, pues no tenía intención alguna de hablarle de los secuestros.

Casi cualquier otra persona se habría extrañado, pero Tanya no se sorprendió por las preguntas que le formuló Burden; confirmó la declaración de Clare Cox, pero no le proporcionó ninguna información adicional. Por lo visto, en su opinión Roxane Masood era tan sólo una chica a la que conocía y no le afectaba demasiado, una conocida con quien reírse un rato, tal como ella misma lo expresó, alguien con quien encontrarse para tomar un café y una pasta. En cuanto pudo desvió la conversación de nuevo hacia su terapeuta, una mujer a la que había visto una vez, pero que no había satisfecho sus necesidades.

– Ni siquiera me preguntó cómo fue mi infancia. ¿No le parece curioso? Yo, que iba toda dispuesta a contarle cómo eran mi padre y mi madre, y ella va y ni siquiera me lo pregunta.

El timbre del teléfono eximió a Burden de responder. Más tarde no supo explicar por qué intuyó quién era el autor de la llamada, pero la inspiración le llegó en cuanto la muchacha descolgó el auricular.

Tal vez fue el tono en que dijo «¿Qué?» o la expresión de su rostro, la boca abierta de par en par, los ojos como platos. Burden se levantó, cruzó la estancia en dos pasos, miró a Tanya y le quitó el teléfono. La muchacha pareció aliviada y lo soltó como de una serpiente o un tizón ardiente se tratara.

El autor de la llamada ya había pronunciado un par de frases. Burden se concentró como nunca se había concentrado en su vida.

– … Sagrado. Ya saben qué rehenes tenemos. Ya conocen nuestro precio.

La voz era tal como Jenny la había descrito, monótona y carente de acento.

– Mañana por la mañana tendrán que garantizarnos el cese de las obras de la carretera de circunvalación de Kingsmarkham. No somos exigentes, no somos draconianos; bastará con una moratoria. Interrumpan las obras mientras nos sentamos a negociar. Pero deberán asegurárnoslo públicamente, a través de los medios de comunicación, mañana a las nueve como máximo. De lo contrario, el primero de los rehenes morirá, y les enviaremos su cadáver antes del anochecer. Transmitan este mensaje a la policía y a los medios de comunicación.

Burden guardó silencio. Sabía que no serviría de nada y, en cualquier caso, no quería que el dueño de la voz supiera que no era Tanya Paine quien lo escuchaba.

– Repito: transmitan este mensaje a la policía y a los medios de comunicación. El bloqueo a la publicación no es cosa nuestra. Recuerden que deseamos que se haga publicidad de este asunto. Somos Planeta Sagrado, y nuestra misión consiste en salvar el mundo. Gracias.

Se oyó el clic al colgar el teléfono y la señal de línea desocupada. Burden se volvió y vio a Tanya Paine mirándolo con fijeza, la boca abierta de par en par y los puños apretados.

9

La segunda reunión tuvo lugar a las nueve de la noche en el antiguo gimnasio. Asistieron tanto el jefe de policía como su adjunto, pero fue Wexford quien la presidió. Su equipo había recabado gran cantidad de información, pero al parecer, la más prometedora procedía de Burden, que había hallado la pista de Brendan Royall y por pura casualidad se encontraba en casa de Tanya Paine cuando ésta recibió la llamada de Planeta Sagrado.

– ¿Por qué ella? -inquirió Nicola Weaver.

– Lo mismo me pregunto yo -repuso Burden-. ¿Y por qué emplear palabras como «draconiano» y «moratoria»? Ni siquiera yo estoy seguro de lo que significa «draconiano», y Tanya no es lo que se dice una lumbrera.

El mensaje, que Burden había repetido con la mayor precisión posible, se había introducido en el ordenador y luego proyectado en letras enormes sobre la pantalla.

– Da igual, ¿no? -intervino Damon Slesar-. Lo importante es el mensaje, la esencia, es decir, que a menos que haya un anuncio público antes de las nueve de la mañana, uno de los rehenes… -Estuvo a punto de decir «estirará la pata», pero en el último momento recordó a la esposa de Wexford, por lo que cambió de rumbo-: Uno de los rehenes correrá peligro. Sin duda sabían que Tanya transmitiría eso.

– Aun así fue una suerte que estuviera usted allí, Mike -señaló el jefe de policía-. ¿O tal vez sabían que estaría usted allí?

– No lo creo; no se lo dije a nadie.

– ¿Qué me dices de la voz, Mike? -terció Wexford.

– Cabe la posibilidad de que fuera la misma que dio el primer mensaje a mi mujer, pero por otro lado, Jenny cree que la voz que oyó carecía de acento y no estaba manipulada, mientras que yo estoy bastante seguro de lo contrario. Muchas palabras largas, pero con un pelín de acento cockney. Es como en la tele, cuando oyes a un actor hablar con acento cockney y suena bien… Lo aprenden con ayuda de cintas y lo aprenden bien, pero al mismo tiempo, no es auténtico, sino un cockney televisivo al que nos hemos acostumbrado y que aceptamos. Bueno, pues así sonaba la voz, como alguien que hubiera aprendido cockney a base de cintas y adoptado todas sus inflexiones… Demasiado perfecto para ser verdad, ya me entienden.

A continuación, Lynn Fancourt y Archbold hablaron del nombre que les habían dado en el campamento de Elder Ditches. Se trataba de una mujer llamada Francés (alias Frenchie) Collins, detenida en Brixton por verse involucrada en una refriega. Freya, la mujer que se había quedado sin cabaña, la había mencionado, aunque con tal rencor que Lynn sospechaba que pretendía jugarle una mala pasada. Sin embargo, no quedaría más remedio que seguir la pista.

Karen Malahyde había hecho averiguaciones en el campamento de Framhurst Copses. Allí había descubierto dos pistas que la condujeron a una casa de Flagford que durante mucho tiempo había sido cuartel general de diversas comunas de activistas. Slesar y Hennessy seguirían la pista de Brendan Royall, mientras que Vine debería interrogar de nuevo a Stanley Trotter.

Por su parte, el jefe de policía les refirió lo que había conseguido aquel día. Contra la voluntad de todo el mundo, las condiciones de Planeta Sagrado se harían públicas, pues no les quedaba otro remedio.

– Contraviene todos nuestros principios, ustedes lo saben -comentó Montague Ryder-, pero de lo que se trata es de una moratoria, y no será más que eso… La carretera de circunvalación acabará por construirse.

El ambiente que se respiraba en el gimnasio era bien distinto de lo que hubiera sido de no contarse Dora Wexford entre los rehenes. Quizá los demás presentes sólo lo intuían, pero Wexford estaba convencido de ello. Por grave que fuera el asunto, en otras circunstancias se habría observado cierta ligereza, algunas dosis de humor negro y manifestaciones de sarcasmo. Pero todos actuaban con cautela y embarazo, y cada uno, a su manera, estaba asustado.

Nadie sonrió ni se mostró ingenioso o gracioso al término de la reunión. El jefe de policía y su adjunto se marcharon juntos. Damon Slesar se fue con Karen y ambos acudieron a despedirse de Wexford con actitud extremadamente respetuosa.

– Entonces…, buenas noches, señor -dijo Slesar.

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