Bond, con la Beretta sujeta con incertidumbre en la mano, siguió lentamente a Kerim en dirección a la ancha brecha abierta por la explosión en el muro del jardín, mientras se preguntaba qué demonios estaba pasando.
La extensión de hierba que había entre el agujero de la pared y la pista de baile era un torbellino de figuras que luchaban y corrían. Sólo cuando Bond llegó al sitio de la pelea pudo distinguir a los rechonchos búlgaros, ataviados con ropas convencionales, de los gitanos. Parecía haber más hombres sin rostro que gitanos, casi dos a uno. Cuando Bond se inclinó a mirar la masa que se debatía, un joven gitano salió despedido de ella, aferrándose el estómago. Se lanzó hacia Bond con los brazos extendidos, tosiendo terriblemente. Dos hombrecillos morenos fueron tras él, empuñando cuchillos.
Por instinto, Bond se apartó a un lado para no tener el grupo detrás de los hombres. Apuntó a las piernas por encima de las rodillas, y el revólver detonó dos veces. Los dos hombres cayeron, sin hacer ruido, de cara sobre la hierba.
Había gastado dos balas. Sólo le quedaban seis. Bond avanzó de lado para acercarse más a la lucha. Un cuchillo pasó silbando junto a su cabeza y se estrelló sobre la pista de baile.
Había sido lanzado hacia Kerim, que salía corriendo de entre las sombras con dos hombres pisándole los talones. Uno de los hombres se detuvo y alzó su cuchillo para arrojarlo, y Bond le disparó desde la altura de la cadera, a ciegas, y lo vio desplomarse. El otro dio media vuelta y huyó entre los árboles. Kerim cayó sobre una rodilla junto a Bond, luchando con su revólver.
– ¡Cúbrame! -gritó-. Se ha atascado al primer disparo. Son esos malditos búlgaros. Sabe Dios qué se creen que están haciendo.
Una mano le tapó la boca a Bond y tiró de él hacia atrás. Al caer, percibió olor a jabón carbólico y nicotina. Sintió que una bota lo golpeaba en la nuca. Mientras rodaba hacia un lado por la hierba, esperó sentir la punzante herida de un cuchillo. Pero los hombres, eran tres, iban por Kerim; y mientras Bond se incorporaba precipitadamente sobre una rodilla, vio que las rechonchas figuras negras se echaban encima del hombre que estaba agachado, el cual lanzó un golpe hacia lo alto con su arma inutilizada y luego se desplomó bajo ellos.
En el mismo momento en que Bond se arrojaba hacia delante y golpeaba con la culata de su arma una redonda cabeza afeitada, algo pasó ante sus ojos y la daga del jefe gitano quedó sobresaliendo de una jadeante espalda. Entonces Kerim se puso de pie y el tercer atacante echó a correr. Un hombre apareció de pronto en medio de la brecha del muro gritando una sola palabra una y otra vez. Los atacantes, uno a uno, interrumpieron la lucha y echaron a correr a toda prisa hacia el hombre, pasaron de largo junto a él y salieron a la calle.
– ¡Dispare, James, dispare! -rugió Kerim-. Ese es Kri- lencu. -Comenzó a correr hacia él. El arma de Bond detonó una sola vez. Pero el hombre se había parapetado detrás del muro, y treinta metros es demasiada distancia para disparar con una automática en medio de la noche. Mientras Bond bajaba su arma aún caliente, se oyó el sonido del arranque de un escuadrón de Lambrettas, y el agente británico se detuvo a escuchar al enjambre de avispas que volaba colina abajo.
Todo quedó en silencio, excepto por las quejas de los heridos. Bond observó indiferentemente a Kerim y Vavra, que volvían a entrar por la brecha y caminaban entre los cueipos, volviendo ocasionalmente uno cara arriba con un pie. Los otros gitanos regresaron de la calle, y las mujeres más viejas salieron apresuradamente de entre las sombras para atender a sus hombres.
Bond experimentó una sacudida. ¿De qué diablos iba todo aquello? Diez o doce hombres habían resultado muertos. ¿Por qué? ¿A quién habían intentado cargarse? A él, no. Cuando estaba en el suelo y listo para que lo mataran, habían pasado de largo e ido por Kerim. Este era el segundo atentado contra la vida de Kerim. ¿Tendría algo que ver con el asunto Romanova? ¿Cómo podían encajar ambas cosas?
Bond se tensó. Su arma detonó dos veces desde la cadera. Un cuchillo cayó, inofensivo, cerca de la espalda de Kerim. La figura que se había levantado de entre los muertos, giró lentamente como un bailarín de ballet y se desplomó de cara al suelo. Bond echó a correr hacia él. Había faltado poco. La luna se había reflejado en la hoja y él había tenido despejada la línea de fuego. Kerim bajó los ojos hacia el cuerpo crispado. Se volvió para mirar a Bond.
Bond se detuvo en seco.
– Condenado necio -dijo con enfado-. ¿Por qué demonios no puede tener más cuidado? Debería acompañarlo una niñera.
La mayor parte del enfado de Bond se originaba en su conocimiento de que era precisamente él quien había atraído una nube de muerte en torno a Kerim.
Darko Kerim sonrió, avergonzado.
– Esto no ha salido bien, James. Usted ya me ha salvado la vida demasiadas veces. Podríamos haber sido amigos. Ahora la distancia que nos separa es demasiado grande. Perdóneme, porque jamás podré pagárselo. -Le tendió una mano.
Bond la apartó a un lado.
– ¡No sea tan necio, Darko! -respondió con aspereza-. Mi arma ha funcionado, eso es todo. La suya, no. Será mejor que consiga una que funcione. Por el amor de Dios, dígame de qué va todo esto. Esta noche ha habido demasiado derramamiento de sangre. Estoy asqueado. Quiero una copa. Acompáñeme y acabemos con ese raki. -Cogió el brazo del corpulento hombre.
Cuando llegaron a la mesa, sembrada con los restos de la cena, un horrible grito penetrante llegó hasta ellos desde las profundidades del jardín. Bond se llevó la mano a la Beretta. Kerim sacudió la cabeza.
– Pronto sabremos detrás de qué van los sin rostro -dijo con tono lóbrego-. Mis amigos están averiguándolo. Puedo adivinar lo que descubrirán. Creo que no me perdonarán nunca por haber estado aquí esta noche. Cinco de sus hombres han muerto.
– Podría haber habido también una mujer muerta -respondió Bond, nada compasivo-. Al menos usted le ha salvado la vida. No sea estúpido, Darko. Estos gitanos conocían los riesgos cuando empezaron a espiar a los búlgaros para usted. Lo de esta noche ha sido una guerra de bandas. -Añadió un poco de agua a cada vaso de raki.
Ambos los vaciaron de un trago. El jefe gitano se acercó a ellos, limpiando la punta de su daga en un puñado de hierba. Se sentó y aceptó el vaso de raki que Bond le ofreció. Parecía bastante alegre. Bond tuvo la impresión de que la pelea había sido demasiado breve para él. El gitano dijo algo con aire socarrón.
Kerim rió entre dientes.
– Dice que lo había juzgado correctamente. Que usted mata bien. Ahora quiere que se enfrente a esas dos mujeres.
– Respóndale que incluso una de ellas sería demasiado para mí. Pero dígale que creo que son hermosas. Me alegraría si me hiciera el favor de declarar empatada la pelea. Esta noche ya han resultado muertos bastantes de los suyos. Necesitará a esas dos muchachas para que tengan hijos para la tribu.
Kerim tradujo. El gitano miró a Bond con amargura y dijo algunas palabras con acritud.
– Dice que no debería haberle pedido un favor tan difícil. Dice que tiene el corazón demasiado tierno para ser un buen luchador. Pero dice que hará lo que le pide.
El gitano hizo caso omiso de la sonrisa de gratitud de Bond. Comenzó a hablarle rápidamente a Kerim, que le escuchaba con atención, interrumpiendo de vez en cuando el flujo de palabras con alguna pregunta. El nombre de Krilencu se mencionaba con frecuencia. Kerim habló después. En su voz había una contrición profunda y no permitió que las protestas del otro le hicieran callar. Se hizo una última referencia a Krilencu. Kerim se volvió a mirar a Bond.
Читать дальше