lan Fleming - Desde Rusia con amor

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Desde Rusia con amor es la quinta novela de James Bond escrita por Ian Fleming. La inteligencia soviética planea un golpe contra la inteligencia occidental, para esto han escogido como blanco al agente 007 de MI6. La agente Tatiana Romanova es inducida por la coronel Rosa Klebb para que le ofrezca a Bond un decodificador soviético a cambio de que él la lleve a Inglaterra. El agente Grant se asegurará de que no falle la misión. Bond será ayudado por Kerim Bey, un musulmán que se encubre bajo la identidad de un vendedor de tapetes. El desenlace final será que Kerim Bey morirá a manos de Grant en el Expreso de Oriente, Grant será eliminado por Bond y Rosa Klebb será arrestada, no sin antes herir a Bond con un cuchillo escondido en su zapato. El desenlace de esto se ve en la novela Dr. No, en donde Bond se cura.

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– Obtienen éxitos, camarada -comentó el general G. con voz sedosa-. Tal vez los subestima.

El general Vozdvishensky se encogió de hombros.

– Es forzoso que obtengan éxitos, camarada general. Uno no puede sembrar un millón de semillas sin cosechar una sola patata. Personalmente, no creo que los estadounidenses requieran la atención de esta conferencia. -El jefe del RUMID se acomodó en su silla y, con aire impasible, sacó su pitillera.

– Ha sido una exposición muy interesante -dijo el general G. con frialdad-. ¿Camarada general Slavin?

El general Slavin, del GRU, no tenía ninguna intención de comprometerse en nombre del Estado Mayor del Ejército.

– He escuchado con interés las palabras del camarada general Vozdvishensky. No tengo nada que añadir.

El coronel de Seguridad del Estado, Nikitin, del MGB, pensó que no causaría un gran daño dejando al GRU como una organización demasiado estúpida como para tener ideas de cualquier tipo, haciendo al mismo tiempo una discreta recomendación que probablemente concordaría con los pensamientos de los presentes… y que sin duda el general G. tenía en la punta de la lengua. El coronel Nikitin también sabía que, dada la propuesta que les había planteado el Presidium, el servicio secreto soviético lo respaldaría.

– Yo recomiendo al servicio secreto inglés como objetivo de la acción terrorista-declaró con decisión-. Bien sabe el diablo que apenas resultan adversario digno para mi departamento, pero son los mejores de todo un grupo de tercera categoría.

Al general G. le fastidió la autoridad que se percibía en la voz del hombre, y el hecho de que se le hubiese adelantado, porque también él había tenido la intención de declararse a favor de una operación contra los británicos. Dio unos suaves golpecitos con el encendedor sobre el escritorio para restablecer su condición de presidente de la reunión.

– ¿Queda acordado, entonces, camaradas? ¿Un acto contra los servicios secretos británicos?

Las cabezas asintieron con cautela y lentitud en torno a la mesa.

– Estoy de acuerdo. Y ahora, decidamos el objetivo dentro de esa organización. Recuerdo que el comandante general Vozdvishensky dijo algo acerca de un mito del que depende gran parte del supuesto poder de este servicio secreto. ¿Cómo podemos contribuir a destruir ese mito y herir así a la mismísima fuerza motriz de esta organización? ¿Dónde reside ese mito? No podemos destruir a todo su personal con un solo golpe. ¿Reside acaso en el jefe? ¿Quién es el jefe del servicio secreto británico?

El ayudante de campo del coronel Nikitin le susurró al oído a su superior. El coronel Nikitin decidió que ésa era una pregunta que él podía, y quizá debía, responder.

– Es un almirante. Se le conoce por la letra M. Tenemos un zapiska sobre él, pero contiene muy poca información. No bebe mucho. Es demasiado viejo para ir detrás de las mujeres. El público no tiene conocimiento de su existencia. Resultará difícil crear un escándalo en torno a su muerte. Y no será fácil matarlo. Raras veces viaja al extranjero. Dispararle en una calle londinense no sería algo muy refinado.

– Tiene mucha razón en lo que dice, camarada -respondió el general G.-. Pero estamos aquí para encontrar un objetivo que sí cumpla con los requisitos. ¿No tienen a nadie que sea un héroe para la organización? ¿Alguien que sea admirado y cuya ignominiosa muerte pueda provocar consternación? Los mitos se construyen sobre acciones heroicas y personas heroicas. ¿Acaso no tienen a ningún hombre semejante?

Se produjo un silencio en torno a la mesa, mientras todos rebuscaban en su memoria. ¡Tantos nombres que recordar, tantos expedientes, tantas operaciones en marcha cada día por todo el mundo! ¿Quién había en el servicio secreto británico? ¿Quién era el hombre que…?

Fue el general Nikitin, del MGB, quien rompió el incómodo silencio.

– Hay un hombre que se llama Bond -dijo con tono dubitativo.

Capítulo 6

Orden de muerte

El general G., dejando escapar una tremenda obscenidad, dio un sonoro golpe con la palma de la mano sobre el escritorio.

– Camarada, ya lo creo que hay «un hombre que se llama Bond», como dice usted. -Su voz era sarcástica-. James Bond.-Pronunció el nombre como «Shems»-. ¡Y nadie, yo incluido, ha sido capaz de pensar en el nombre de ese espía! Estamos realmente olvidadizos. No es de extrañar que el apparat sea objeto de críticas.

El general Vozdvishensky pensó que debía defenderse a sí mismo y a su departamento.

– Hay incontables enemigos de la Unión Soviética, cama- rada general -protestó-. Cuando quiero saber sus nombres, se los pido al índice Central. Desde luego que conozco el nombre de ese Bond. Ha sido un gran problema para nosotros en diferentes ocasiones. Pero hoy tengo la cabeza llena de otros nombres, nombres de personas que están creándonos problemas ahora, esta semana. Me gusta el fútbol, pero no puedo recordar el nombre de todos los extranjeros que han marcado un gol contra el Dynamo.

– Le gusta hacer bromas, camarada -contestó el general G. para hacer hincapié en este comentario fuera de lugar-. I ste es un asunto serio. Para empezar, yo admito mi fallo al no recordar el nombre de este agente. No me cabe duda de que el camarada coronel Nikitin nos refrescará la memoria aún más, pero recuerdo que este Bond ha frustrado las operaciones de SMERSH en al menos dos ocasiones. Es decir -añadió-, antes de que yo asumiera el control del departamento. Hubo aquel asunto de Francia, en la ciudad de aquel casino. Fue con Le Chiffre. Un soberbio dirigente del Partido en Francia. Se metió tontamente en problemas de dinero. Pero habría salido de ellos de no haber interferido ese tal Bond. Recuerdo que el departamento tuvo que actuar con rapidez para liquidar al francés. El ejecutor debería haberse encargado del inglés al mismo tiempo, pero no lo hizo. Luego estuvo lo de aquel negro nuestro de Har- lem. Un gran hombre… uno de los más grandes agentes extranjeros que jamás hayamos tenido, y con una vasta red para respaldarlo. Había algún asunto relacionado con un tesoro en el Caribe. He olvidado los detalles. Este inglés fue enviado por los servicios secretos y destruyó toda la organización, además de matar a nuestro hombre. Fue un enorme revés. También en este caso, mi predecesor debería haber procedido de modo implacable contra este espía inglés.

El coronel Nikitin intervino.

– Nosotros tuvimos una experiencia similar en el caso del alemán, Drax, y su cohete. Recordará el asunto, camarada general. Una konspiratsia de la máxima importancia. El Estado Mayor estaba profundamente implicado. Se trataba de un asunto de alta política que podría haber dado decisivos frutos. Pero, una vez más, fue ese Bond quien frustró la operación. El alemán resultó muerto. Hubo graves consecuencias para el Estado. Siguió un período de grandes apuros que pudo solucionarse sólo con enormes dificultades.

El general Slavin, del GRU, creyó que debía decir algo. El cohete había sido una operación del Ejército y su fracaso había sido atribuido al GRU. Nikitin sabía eso perfectamente bien. Como de costumbre, el MGB estaba intentando crearle problemas al GRU, sacando a relucir viejas historias de esa manera.

– Solicitamos que su departamento le ajustara las cuentas a ese hombre, camarada coronel -declaró con tono gélido-. No recuerdo que se emprendiera ninguna acción a consecuencia de nuestra solicitud. De haber sido así, ahora no tendríamos que estar preocupándonos por él.

Las sienes del coronel Nikitin palpitaron de furor. Pero se controló.

– Con el debido respeto, camarada general -dijo con voz alta, sarcástica-, la solicitud del GRU no fue confirmada por la Suprema Autoridad. No deseábamos más situaciones incómodas con Inglaterra. Tal vez ese detalle se le haya olvidado. En cualquier caso, si una solicitud semejante hubiese llegado al MGB, se le habría remitido a SMERSH para su ejecución.

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