– Bueno, es mucho menos peligroso de lo que he hecho hasta ahora. Pero tampoco es tan seguro como enseñar en un jardín de infancia.
Ella le sonrió. Sabía adónde iría a parar, y eso la hacía feliz. -Además, tendré mi base de operaciones aquí, en Nueva York -agregó Ellis.
Eso la tomó de sorpresa.
– ¿En serio?
– ¿Por qué te sorprende tanto?
– Porque yo he presentado una solicitud de trabajo en las Naciones Unidas. Aquí, en Nueva York.
– ¡No me dijiste que pensabas hacerlo! -exclamó él, herido. -Tú tampoco me hablaste de tus planes -contestó ella, indignada.
– Te los estoy contando ahora.
– Y yo te los estoy contando ahora.
– Pero, ¿me habrías abandonado?
– ¿Por qué tenemos que vivir donde tú trabajas? ¿Por qué no podemos vivir donde trabajo yo?
– En el mes que estuvimos separados me olvidé por completo de lo malditamente susceptible que eras -confesó él.
– Es cierto.
Hubo un silencio.
Al rato, Ellis volvió a hablar.
– Bueno, de todos modos, ya que los dos estaremos en Nueva York…
– ¿Podríamos compartir una casa?
– Sí -contestó él, vacilante.
De repente ella lamentó haber perdido los estribos. En realidad Ellis no era desconsiderado, sino sólo tonto. Allá en Afganistán estuvo a un tris de perderlo y ahora nunca podría estar enojada con él demasiado tiempo, porque siempre recordaría lo que la aterró el pensamiento de que los separarían para siempre, y tampoco olvidaría hasta qué punto se alegró cuando lograron sobrevivir y pudieron permanecer juntos.
– Bueno -contestó en un tono de voz más suave-. Compartamos la casa.
– En realidad, yo estaba pensando en la posibilidad de convertirlo en algo oficial. Claro, si lo deseas.
Eso era lo que ella había estado esperando.
– ¿Oficial? -repitió, como si no lo entendiera.
– Sí -contestó él incómodo-. Quiero decir que podríamos casarnos. Siempre que tú también lo desees.
Ella lanzó una carcajada de puro placer.
– ¡Hazlo bien, Ellis! -protestó-. ¡Declárate!
El le tomó la mano.
– Te amo, Jane, querida mía. ¿Quieres casarte conmigo?
– ¡Sí! ¡Sí! -exclamó ella-. ¡En cuanto sea posible! ¡Mañana!
¡Hoy!
– Gracias -dijo él.
Ella se inclinó y lo besó.
– Yo también te amo.
Entonces se quedaron en silencio, cogidos de la mano y mirando la puesta de sol. Es gracioso -pensó Jane-, pero ahora Afganistán me parece una cosa irreal, algo así como un mal sueño, vívido pero ya no aterrorizante. Recordaba bien a su gente: Abdullah, el mullah y Rabia, la partera, el apuesto Mohammed, la sensual Zahara y la fiel Fara, pero las bombas y los helicópteros, el miedo y las penurias se iban borrando de su memoria. Tenía la sensación de que ésta era la verdadera aventura: casarse, criar a Chantal y convertir el mundo en un lugar mejor donde ella pudiera vivir.
– ¿Vamos? -preguntó Ellis.
– Sí. -Le dio un apretón final a la mano de Ellis y luego la soltó-. Tenemos mucho que hacer.
El puso en marcha el coche e iniciaron el viaje de regreso a la ciudad.
[1]Mullah: intérprete de las leyes y dogmas del Islam.
[2]Imagina eso
[3]En español en el original.