Ken Follett - El Valle de los Leones

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Rodeado de montañas salvajes, el Valle de los Leones es un lugar legendario de Afganistán donde las costumbres y las personas apenas han cambiado con el paso de los siglos. Un escenario muy apropiado para un relato de espionaje e intriga protagonizado por una joven inglesa, un médico francés y un trotamundos norteamericano, que transcurre en la etapa más terrible de la guerra contra los invasores soviéticos.

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Jean-Pierre le gustaba mucho. Su gran defecto era que tenía un alto concepto de sí mismo; pero hasta en eso era tan ingenuo que resultaba cautivador como un chiquillo jactancioso. Le gustaban su idealismo y su dedicación a la medicina. Poseía un enorme encanto. También tenía una imaginación portentosa que a veces resultaba cómica: cualquier absurdo, tal vez un simple desliz del lenguaje, lo llevaba a lanzarse a un monólogo imaginativo que podía durar diez o quince minutos. Cuando en una ocasión alguien citó un comentario de Jean-Paul Sartre sobre un futbolista, Jean-Pierre se lanzó espontáneamente a hacer el comentario de un partido de fútbol tal como lo podía haber narrado un filósofo existencial. Jane rió hasta las lágrimas. La gente afirmaba que laalegría de Jean-Pierre tenía su reverso, negros estados de ánimo, de depresión, pero Jane jamás tuvo evidencia de eso.

– Bebe un poco del vino de Ellis -dijo tomando la botella que estaba sobre la mesa.

– No, gracias.

– ¿Te estás preparando para vivir en un país musulmán?

– No exactamente.

Tenía un aspecto muy solemne.

– ¿Qué te pasa? -preguntó ella.

– Necesito hablar muy seriamente contigo -contestó él.

– Hace tres días ya mantuvimos esa charla, ¿no lo recuerdas? -preguntó ella con ligereza-. Me pediste que abandonara al tipo con quien salgo para ir a Afganistán contigo, una propuesta que pocas chicas serían capaces de resistir.

– Te pido que hables en serio.

– Muy bien. Todavía no me he decidido.

– Jane. He descubierto una cosa espantosa sobre Ellis.

Ella le dirigió una mirada especulativa. ¿Qué le iría a decir? ¿Inventaría una historia, le diría una mentira con tal de convencerla de que la acompañara? No le creía.

– Bueno, ¿de qué se trata?

– El no es lo que pretende ser -contestó Jean-Pierre.

Hablaba en un tono terriblemente melodramático.

– No es necesario que me hables en tono de enterrador. ¿Qué me quieres decir?

– Que no es un poeta pobre. Trabaja para el gobierno norteamericano.

Jane frunció el entrecejo.

¿Para el gobierno norteamericano? -Su primer pensamiento fue que Jean-Pierre debía de haber entendido mal

– Querrás decir que da clases de inglés a algunos franceses que trabajan para el gobierno de Estados Unidos.

– No me refiero a eso. Se dedica a espiar a los grupos radicales. Es un agente. Trabaja para la CÍA.

Jane lanzó una carcajada.

– ¡Qué absurdo eres! ¿Creíste que diciéndome eso conseguirías que lo dejara?

– Es cierto, Jane. ¿No crees que Ellis no puede ser un espía.

– No puede ser cierto. ¡Yo lo sabría! Hace un año que prácticamente vivo con él.

– Pero no vives con él todo el tiempo, ¿verdad?

– ¡Eso no importa! Lo conozco.

Aún mientras hablaba, Jane pensaba que eso explicaría muchas cosas. Ella realmente no conocía a Ellis. Pero lo conocía lo suficiente como para saber que no era un tipo bajo, despreciable, traicionero y simplemente malvado,

– Lo sabe todo el mundo -seguía diciendo Jean-Pierre-. Esta mañana arrestaron a Rahmi Coskun y todos dicen que Ellis tuvo la culpa.

– ¿Y por qué arrestaron a Rahmi?

Jean-Pierre se encogió de hombros.

– Sin duda por subversivo. De todos modos, Raoul Clermont anda dando vueltas por la ciudad para encontrar a Ellis y alguien quiere vengarse.

– Oh, Jean-Pierre, esto es ridículo -dijo Jane. De repente sintió mucho calor. Se acercó a la ventana y la abrió. Al asomarse a la calle vio la cabeza rubia de Ellis que entraba por la puerta de la calle-. Bueno -dijo, dirigiéndose a Jean-Pierre-. Aquí llega. Ahora tendrás que repetir esta ridícula historia ante él.

Oyó los pasos de Ellis en la escalera.

– Es lo que pienso hacer -contestó Jean-Pierre-. ¿Para qué crees que he venido? Vine a advertirle que lo buscan.

Jane comprendió que Jean-Pierre hablaba con sinceridad: realmente creía en la veracidad de esa historia. Bueno, Ellis en seguida pondría las cosas en su lugar.

La puerta se abrió y entró Ellis.

Parecía sumamente feliz, como si estuviera rebosante de buenas noticias y al ver su cara redonda y sonriente, con su nariz quebrada y sus penetrantes ojos azules, Jane sintió que su corazón se contraía al pensar que había estado flirteando con Jean-Pierre.

Al ver a Jean-Pierre, Ellis se detuvo en el umbral, sorprendido. Su sonrisa perdió parte de su alegría.

– ¡Hola a los dos! -saludó. Cerró la puerta a sus espaldas y le echó la llave, como siempre. Jane lo consideraba una excentricidad, pero en ese momento se le ocurrió que era justamente lo que haría un espía. Trató de sacarse el pensamiento de la cabeza.

Jean-Pierre fue el primero en hablar.

– Te están buscando, Ellis. Están enterados de todo. Vienen en tu busca.

Jane miró alternativamente a uno y al otro. Jean-Pierre era más alto que Ellis, en cambio Ellis tenía hombros más anchos y pecho más fuerte. Se quedaron mirándose como dos gatos que se miden antes de una pelea.

Jane rodeó a Ellis con sus brazos y lo besó con aire culpable.

– A Jean-Pierre le han contado una historia absurda y está convencido de que eres un agente de la CÍA.

Jean-Pierre estaba asomado a la ventana, observando la calle. En ese momento se volvió para encararse con él.

– Díselo, Ellis.

– ¿De dónde sacaste esa idea? -preguntó Ellis.

– Circula por toda la ciudad.

– ¿Y exactamente quién te lo contó a ti? -preguntó Ellis con voz fría como el acero.

– Raoul Clermont.

Ellis asintió. En seguida se dirigió a Jane en inglés.

– ¿ Jane, quieres sentarte?

– No tengo ganas de sentarme -contestó ella con irritación.

– Tengo que decirte algo -agregó él.

No podía ser cierto, ¡no era posible! Jane sintió que una sensación de pánico le atenazaba la garganta.

– ¡Entonces, dímelo en lugar de pedirme que me siente!

Ellis miró a Jean-Pierre.

– ¿Quieres dejarnos solos? -preguntó en francés.

Jane empezó a enfurecerse.

– ¿Qué vas a decirme? ¿Por qué no dices simplemente que Jean-Pierre está equivocado? ¡Dime que no eres un espía, Ellis, antes de que me vuelva loca!

– No es tan sencillo -contestó Ellis.

– ¡Por supuesto que lo es! -exclamó ella con una nota de histerismo en la voz-. El asegura que eres un espía y que trabajas para el gobierno norteamericano y que desde que nos conocemos me has estado mintiendo, continuamente, traicionera y desvergonzadamente. ¿Es cierto eso? ¿Es cierto o no? ¿Y bien?

Ellis suspiró.

– Supongo que es cierto.

Jane se sintió a punto de estallar.

– ¡Cretino! -gritó-. ¡Maldito cretino! ¡Cretino de mierda!

La expresión de Ellis era pétrea.

– Te lo pensaba decir hoy -explicó.

Se oyó una llamada en la puerta. Ambos la ignoraron.

– ¡Nos has estado espiando, a mí y a todos mis amigos! -aulló Jane-. ¡Si supieras lo avergonzada que estoy!

– Mi trabajo aquí ha terminado -aseguró Ellis-. Ya no necesito mentirte más.

– No te daré la oportunidad de hacerlo. ¡No quiero verte nunca más!

Volvieron a llamar a la puerta. Y Jean-Pierre dijo en francés:

– Hay alguien en la puerta.

– No puedes decirlo en serio, es imposible que no quieras volver a verme.

– Todavía no comprendes lo que me has hecho, ¿verdad? -preguntó ella.

– ¡Por amor de Dios, abran esa maldita puerta! -exclamó Jean-Pierre.

– ¡Dios mío! -susurró Jane, acercándose a la puerta y abriéndola bruscamente. Se topó con un individuo grandote, de anchos hombros y chaqueta de dril verde con una manga rasgada. Jane jamás lo había visto antes-. ¿Qué mierda quiere? -preguntó.

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