Benito Pérez - Episodios Nacionales - 7 de Julio
Здесь есть возможность читать онлайн «Benito Pérez - Episodios Nacionales - 7 de Julio» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: foreign_antique, foreign_prose, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Episodios Nacionales: 7 de Julio
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Episodios Nacionales: 7 de Julio: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Episodios Nacionales: 7 de Julio»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Episodios Nacionales: 7 de Julio — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Episodios Nacionales: 7 de Julio», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– ¿Y para qué quiere usted las llaves? – preguntó Soledad con el mayor desconsuelo, dejándose caer sobre una silla y abrazando a su padre. – ¿Para qué quiere usted las llaves? Todo lo que usted pueda necesitar queda fuera. Para otro día tendré cuidado de dejarle migas de pan, por si vuelven los gorriones de hoy.
– No te burles… la verdad es que estoy incomodado contigo… Me tratas como a un chiquillo… No puedo hacer cosa alguna sin que tú lo husmees y te enteres de todo. De tal modo me vigilas, que hasta de noche, cuando dormimos, si por acaso me levanto porque tengo calor en la cama, tú vienes tras de mí para ver dónde voy.
– Si usted no hiciera locuras, si se conformara con su suerte, como Dios manda, y no hubiera ya intentado una vez cometer el mayor pecado del mundo, cual es atentar contra la propia vida…
Gil de la Cuadra no contestó nada a esta razón.
– Son aprensiones, hija – dijo al fin inclinando la cabeza. – Y si fuera verdad, vamos a ver, ¿qué tendría de particular? Es hermosísima esta vida para aficionamos a ella, ¿verdad?
– No nos falta nada.
– Nos falta todo. Honor…
– No se pierde por la persecución de la justicia cuando es injusta.
– Tranquilidad.
– La tenemos de sobra.
– No; porque esta es la hora en que yo no sé de qué vivo, ni cómo vivirás tú el día en que yo falte.
– Y para remediar mi orfandad y mi abandono, usted quiere matarse. ¡Linda precaución!
– A quien todo lo ha perdido, hija mía, se le puede perdonar que haga algún disparate.
– ¡Quien todo lo ha perdido!… ¿acaso no vivo yo, o no soy nada?
– Tú eres mucho, tú eres todo; eres todo para mí. Verdad es que te conservo – dijo Gil de la Cuadra, abrazando a su hija. – Pues qué… ¿crees tú que si no existieras, si no tuviera yo junto a mí este rayo de luz, que da vida a mi vida, y esta alma que da apoyo a mi alma, podría sostenerme un día más? ¿Crees que puede sostenerse quien está perdido, humillado, miserable, deshonrado, sin otro lazo con la sociedad que el desprecio que ella muestra y la limosna que me da un pobre maestro de escuela? La religión no basta a consolar a los que hemos fomentado en nuestro entendimiento ciertas ideas. Es triste decirlo; pero debe decirse porque es verdad… Mira tú lo que es el destino, Dios, la Providencia o como quieran llamarlo. En medio de mis desastres, de mi padecimiento, de mi deshonra, yo tenía una esperanza.
Soledad hizo con la cabeza una señal de asentimiento.
– Yo tenía una esperanza, y ¡cuán risueña, cuán bella, hija mía! Era cuanto un padre cariñoso puede desear. Realizada aquella esperanza, yo hubiera subido al cielo como un ángel, tranquilo, sereno, limpio, lleno de Dios. Sin ella… iré a donde mi perverso destino quiera.
– No hay que tomarlo de ese modo.
– ¿Pues de cuál? ¿La realidad puede tomarse de otro modo que como tal realidad? ¿Caben en ella fantasmagorías? No; no te hagas ilusiones. Tu primo no viene ya; nos desprecia como nos desprecian todos los nacidos, porque somos pobres, porque estamos deshonrados, porque somos una vil escoria.
– Mi primo no ha dicho que no vendrá.
– No lo ha dicho; pero ello es que no viene. Quiere romper su compromiso de una manera evasiva. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última carta?
– No lo recuerdo bien – dijo Sola, demostrando que no dedicaba sus ocios a llevar la cuenta de las cartas que escribía el desnaturalizado primo.
– Pues yo sí lo recuerdo. Hace cinco meses y tres días… ¿Qué quiere decir este silencio?
– Que no tiene ganas de escribir, o que está preparando su viaje.
– No te hagas ilusiones; repito que no te hagas ilusiones. En la realidad no puede haber, no hay fantasmagorías. La cuestión es la siguiente…
– Sí, ya lo sé – dijo Soledad riendo.
– Mi pobre hermana, que murió hace cinco años, me dijo en los últimos días de su vida: «deseo ardientemente que mi hijo se case con tu hija…».
– Y usted le contestó: «Yo también deseo que mi niña se case con tu niño…». Sí, ya sé; no es la primera vez que oigo ese cuento.
– Mi hermana y yo tratamos del asunto largamente. Hallábamos las cualidades más apreciables en uno y otro. Ella te creía un ángel del Cielo. Yo veía en su hijo un enviado de Dios. ¡Admirable plan, que ha dado alientos por mucho tiempo a mi cansada vida! He soñado con ese matrimonio, como sueña el mozalbete con la mujer que adora. Después de muerta su madre, Anatolio confirmó con una promesa solemne aquel sagrado testamento moral de la difunta Paula. Yo tuve que marchar a Francia, después fui a La Bañeza, después vine aquí, y en todas partes recibía cartas de mi sobrino, sin que en ninguna de ellas faltase la palabreja o el parrafillo dedicados a ti y al dulce proyecto. Incitábale yo a que viniese, pero él me contestaba que el servicio militar le retenía en Asturias y que se holgaba de ello para poder estar al cuidado de su hacienda en estos tiempos tan revueltos.
– Pero no por eso dejaba de escribirnos y de hablar de la boda… ya, ya sé.
– Después de la época tristísima de mi desgracia, de mi prisión, de nuestra deshonra y pobreza, querida hija mía, he sabido que Anatolio, sirviendo lealmente en el ejército, pasó a la Coruña, después a Santander y Santoña; pero se ha olvidado de nosotros, de su promesa, del deseo de aquella santa mujer su honrada madre. ¿Y sabes tú lo que es esto?
– Esto no es nada, padre – dijo Soledad tratando de calmar la agitación nerviosa del desgraciado D. Urbano, – esto no es más sino que el servicio no le deja tiempo para tomar la pluma.
– No, no, no – exclamó el anciano con ardor. – Te repito que no te forjes ilusiones. En la realidad no hay fantasmagorías.
– En la realidad hay mil cosas que no se comprenden.
– Lo cierto es que hace cerca de un año que no nos escribe. Desde que regresamos a Madrid no hemos visto su letra. Lo que te he dicho… Nuestra pobreza, nuestro decaimiento son la causa de su desvío. ¡Perro mundo y perra humanidad! No existe, no, una sola alma generosa.
– Sí existe, padre.
– Te digo que no existe. Tú no conoces la espantosa realidad de este mundo; tú no conoces este lodazal en que yacemos. ¡Ay! Cuando se escribió el libro de Job se trazó la pintura del mundo. Anatolio ha visto nuestro muladar y nos desprecia. Quizás si nos viera, me echaría en cara culpas que no he cometido, o que si han sido cometidas deben ser perdonadas.
– Pues si se avergüenza de nosotros, no debemos pensar más en él… y se acabó.
– Tonta, ilusa, ¿qué estás diciendo? ¿Tú has pensado lo que va a ser de ti luego que yo me muera?… ¿Tú sabes que el abuelo de Anatolio ha fallecido hace cuatro meses?
– Sí, y que mi primo ha heredado una hacienda regular.
– ¿Una hacienda regular? Una hacienda con la cual hubieras vivido como una reina – exclamó Cuadra oprimiéndose el cráneo con ambas manos. – Porque esa hacienda debía ser para ti, porque Anatolio debía casarse contigo como lo mandó su madre.
¿Y si le ha gustado más otra?
– ¡Horror! ¡Qué despropósito dices! ¡Conque ese miserable será capaz de entregar a otra su mano, su corazón, su casa, su hacienda… que debían ser para ti, sí, para ti, lo repito mil veces!
– Eso sí que es vivir de ilusiones, eso sí que es vivir de fantasmagorías. ¿A eso llama usted realidad?
– No… yo he soñado, he soñado como un insensato, como un niño, como un rapaz enamorado – dijo D. Urbano secando las lágrimas que corrían por sus flacas mejillas. – Yo he soñado durante algún tiempo que tú ibas a ser señora de una hermosa casa, que ibas a tener criados, magníficas praderas, vacas, mieses, bosques. Pero ese joven nos ha hecho traición… porque es una traición, una alevosía.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Episodios Nacionales: 7 de Julio»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Episodios Nacionales: 7 de Julio» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Episodios Nacionales: 7 de Julio» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.