David - SECRETA.PDF
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No sé de lo que serían capaces para negar la existencia de la magia, aunque la tuvieran delante de los ojos... Pero no os creeríais las cosas que a nuestra gente le ha dado por encantar...
—¿COMO COCHES, POR EJEMPLO?
La señora Weasley había aparecido blandiendo un atizador como si fuera una espada. El señor Weasley abrió los ojos de golpe y dirigió a su mujer una mirada de culpabilidad.
—¿Co-coches, Molly cielo?
—Sí, Arthur, coches —dijo la señora Weasley, con los ojos brillándole—.
Imagínate que un mago se compra un viejo coche oxidado y le dice a su mujer que quiere llevárselo para ver cómo funciona, cuando en realidad lo está encantando para que vuele.
El señor Weasley parpadeó.
—Bueno, querida, creo que estarás de acuerdo conmigo en que no ha hecho nada en contra de la ley, aunque quizá debería haberle dicho la verdad a su mujer... Verás, existe una laguna jurídica... siempre y cuando él no utilice el coche para volar. El hecho de que el coche pueda volar no constituye en sí...
—¡Señor Weasley ya se encargó personalmente de que existiera una laguna jurídica cuando usted redactó esa ley! —gritó la señora Weasley—. ¡Sólo para poder seguir jugando con todos esos cachivaches muggles que tienes en el cobertizo! ¡Y; para que lo sepas, Harry ha llegado esta mañana en ese coche en el que tú no volaste!
—¿Harry? —dijo el señor Weasley mirando a su esposa sin comprender—. ¿Qué Harry?
Al darse la vuelta, vio a Harry y se sobresaltó.
—¡Dios mío! ¿Es Harry Potter? Encantado de conocerte. Ron nos ha hablado mucho de ti...
—¡Esta noche, tus hijos han ido volando en el coche hasta la casa de Harry y han vuelto! —gritó la señora Weasley—. ¿No tienes nada que comentar al respecto?
—¿Es verdad que hicisteis eso? —preguntó el señor Weasley, nervioso—. ¿Fue bien la cosa? Qui-quiero decir —titubeó, al ver que su esposa echaba chispas por los ojos—, que eso ha estado muy mal, muchachos, pero que muy mal...
—Dejémosles que lo arreglen entre ellos —dijo Ron a Harry en voz baja, al ver que su madre estaba a punto de estallar—. Venga, quiero enseñarte mi habitación.
Salieron sigilosamente de la cocina y, siguiendo un estrecho pasadizo, llegaron a una escalera torcida que subía atravesando la casa en zigzag. En el tercer rellano había una puerta entornada. Antes de que se cerrara de un golpe, Harry pudo ver un instante un par de ojos castaños que estaban espiando.
—Ginny —dijo Ron—. No sabes lo raro que es que se muestre así de tímida.
Normalmente nunca se esconde.
Subieron dos tramos más de escalera hasta llegar a una puerta con la pintura desconchada y una placa pequeña que decía «Habitación de Ronald».
Cuando Harry entró, con la cabeza casi tocando el techo inclinado, tuvo que cerrar un instante los ojos. Le pareció que entraba en un horno, porque casi todo en la habitación era de color naranja intenso: la colcha, las paredes, incluso el techo. Luego se dio cuenta de que Ron había cubierto prácticamente cada centímetro del viejo papel pintado con pósteres iguales en que se veía a un grupo de siete magos y brujas que llevaban túnicas de color naranja brillante, sostenían escobas en la mano y saludaban con entusiasmo.
—¿Tu equipo de quidditch favorito? —le preguntó Harry
—Los Chudley Cannons —confirmó Ron, señalando la colcha naranja, en la que había estampadas dos letras «C» gigantes y una bala de cañón saliendo disparada—.
Van novenos en la liga.
Ron tenía los libros de magia del colegio amontonados desordenadamente en un rincón, junto a una pila de cómics que parecían pertenecer todos a la serie Las aventuras de Martin Miggs, el «muggle» loco . Su varita mágica estaba en el alféizar de la ventana, encima de una pecera llena de huevos de rana y al lado de Scabbers, la gorda rata gris de Ron, que dormitaba en la parte donde daba el sol.
Harry echó un vistazo por la diminuta ventana, tras pisar involuntariamente una baraja de cartas autobarajables que se hallaba esparcida por el suelo. Abajo, en el campo, podía ver un grupo de gnomos que volvían a entrar de uno en uno, a hurtadillas, en el jardín de los Weasley a través del seto. Luego se volvió hacia Ron, que lo miraba con impaciencia, esperando que Harry emitiera su opinión.
—Es un poco pequeña —se apresuró a decir Ron—, a diferencia de la habitación que tenías en casa de los muggles. Además, justo aquí arriba está el espíritu del ático, que se pasa todo el tiempo golpeando las tuberías y gimiendo...
Pero Harry le dijo con una amplia sonrisa:
—Es la mejor casa que he visto nunca.
Ron se ruborizó hasta las orejas.
4
En Flourish y Blotts
La vida en La Madriguera no se parecía en nada a la de Privet Drive. Los Dursley lo querían todo limpio y ordenado; la casa de los Weasley estaba llena de sorpresas y cosas asombrosas. Harry se llevó un buen susto la primera vez que se miró en el espejo que había sobre la chimenea de la cocina, y el espejo le gritó: «¡Vaya pinta! ¡Métete bien la camisa!» El espíritu del ático aullaba y golpeaba las tuberías cada vez que le parecía que reinaba demasiada tranquilidad en la casa. Y las explosiones en el cuarto de Fred y George se consideraban completamente normales. Lo que Harry encontraba más raro en casa de Ron, sin embargo, no era el espejo parlante ni el espíritu que hacía ruidos, sino el hecho de que allí, al parecer, todos le querían.
La señora Weasley se preocupaba por el estado de sus calcetines e intentaba hacerle comer cuatro raciones en cada comida. Al señor Weasley le gustaba que Harry se sentara a su lado en la mesa para someterlo a un interrogatorio sobre la vida con los muggles , y le preguntaba cómo funcionaban cosas tales como los enchufes o el servicio de correos.
—¡Fascinante! —decía, cuando Harry le explicaba cómo se usaba el teléfono—.
Son ingeniosas de verdad, las cosas que inventan los muggles para apañárselas sin magia.
Una mañana soleada, cuando llevaba más o menos una semana en La Madriguera, Harry les oyó hablar sobre Hogwarts. Cuando Ron y él bajaron a desayunar, encontraron al señor y la señora Weasley sentados con Ginny a la mesa de la cocina. Al ver a Harry Ginny dio sin querer un golpe al cuenco de las gachas y éste se cayó al suelo con gran estrépito. Ginny solía tirar las cosas cada vez que Harry entraba en la habitación donde ella estaba. Se metió debajo de la mesa para recoger el cuenco y se levantó con la cara tan colorada y brillante como un tomate. Haciendo como que no lo había visto, Harry se sentó y cogió la tostada que le pasaba la señora Weasley.
—Han llegado cartas del colegio —dijo el señor Weasley entregando a Harry y a Ron dos sobres idénticos de pergamino amarillento, con la dirección escrita en tinta verde—. Dumbledore ya sabe que estás aquí, Harry; a ése no se le escapa una. También han llegado cartas para vosotros dos —añadió, al ver entrar tranquilamente a Fred y George, todavía en pijama.
Hubo unos minutos de silencio mientras leían las cartas. A Harry le indicaban que cogiera el tren a Hogwarts el 1 de septiembre, como de costumbre, en la estación de Kings Cross. Se adjuntaba una lista de los libros de texto que necesitaría para el curso siguiente:
Los estudiantes de segundo curso necesitarán:
—El libro reglamentario de hechizos (clase 2), Miranda Goshawk.
—Recreo con la «banshee» , Gilderoy Lockhart.
—Una vuelta con los espíritus malignos , Gilderoy Lockhart.
—Vacaciones con las brujas , Gilderoy Lockhart.
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