David - AZKABAN.PDF
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Pero Hermione rebuscaba en el cuello de su túnica y sacó una cadena de oro muy larga y fina.
—Ven aquí, Harry —dijo perentoriamente—. ¡Rápido!
—Harry, perplejo, se acercó a ella. Hermione estiró la cadena por fuera de la túnica y Harry pudo ver un pequeño reloj de arena que pendía de ella—. Así. —Puso la cadena también alrededor del cuello de Harry—. ¿Preparado? —dijo jadeante.
—¿Qué hacemos? —preguntó Harry sin comprender.
Hermione dio tres vueltas al reloj de arena.
La sala oscura desapareció. Harry tuvo la sensación de que volaba muy rápidamente hacia atrás. A su alrededor veía pasar manchas de formas y colores borrosos. Notaba palpitaciones en los oídos. Quiso gritar; pero no podía oír su propia voz.
Sintió el suelo firme bajo sus pies y todo volvió a aclararse. Se hallaba de pie, al lado de Hermione, en el vacío vestíbulo, y un chorro de luz dorada bañaba el suelo pavimentado penetrando por las puertas principales, que estaban abiertas. Miró a Hermione con la cadena clavándosele en el cuello.
—Hermione, ¿qué...?
—¡Ahí dentro! —Hermione cogió a Harry del brazo y lo arrastró por el vestíbulo hasta la puerta del armario de la limpieza. Lo abrió, empujó a Harry entre los cubos y las fregonas, entró ella tras él y cerró la puerta.
—¿Qué..., cómo...? Hermione, ¿qué ha pasado?
—Hemos retrocedido en el tiempo —susurró Hermione, quitándole a Harry, a oscuras, la cadena del cuello—. Tres horas.
Harry se palpó la pierna y se dio un fuerte pellizco. Le dolió mucho, lo que en principio descartaba la posibilidad de que estuviera soñando.
—Pero...
—¡Chist! ¡Escucha! ¡Alguien viene! ¡Creo que somos nosotros! —Hermione había pegado el oído a la puerta del armario—. Pasos por el vestíbulo... Sí, creo que somos nosotros yendo hacia la cabaña de Hagrid.
—¿Quieres decir que estamos aquí en este armario y que también estamos ahí fuera?
—Sí —respondió Hermione, con el oído aún pegado a la puerta del armario—.
Estoy segura de que somos nosotros. No parecen más de tres personas. Y... vamos despacio porque vamos ocultos por la capa invisible. —Dejó de hablar; pero siguió escuchando—. Acabamos de bajar la escalera principal...
Hermione se sentó en un cubo puesto boca abajo. Harry estaba impaciente y quería que Hermione le respondiera a algunas preguntas.
—¿De dónde has sacado ese reloj de arena?
—Se llama giratiempo —explicó Hermione—. Me lo dio la profesora McGonagall el día que volvimos de vacaciones. Lo he utilizado durante el curso para poder asistir a todas las clases. La profesora McGonagall me hizo jurar que no se lo contaría a nadie.
Tuvo que escribir un montón de cartas al Ministerio de Magia para que me dejaran tener uno. Les dijo que era una estudiante modelo y que no lo utilizaría nunca para otro fin.
Le doy vuelta para volver a disponer de la hora de clase. Gracias a él he podido asistir a varias clases que tenían lugar al mismo tiempo, ¿te das cuenta? Pero, Harry, me temo que no entiendo qué es lo que quiere Dumbledore que hagamos. ¿Por qué nos ha dicho que retrocedamos tres horas? ¿En qué va a ayudar eso a Sirius?
Harry la miró en la oscuridad.
—Quizás ocurriera algo que podemos cambiar ahora —dijo pensativo—. ¿Qué puede ser? Hace tres horas nos dirigíamos a la cabaña de Hagrid...
—Ya estamos tres horas antes, nos dirigimos a la cabaña —explicó Hermione—.
Acabamos de oírnos salir.
Harry frunció el entrecejo. Estaba estrujándose el cerebro.
—Dumbledore dijo simplemente... dijo simplemente que podíamos salvar más de una vida inocente... —Y entonces se le ocurrió—: ¡Hermione, vamos a salvar a Buckbeak !
—Pero... ¿en qué ayudará eso a Sirius?
—Dumbledore nos dijo dónde está la ventana del despacho de Flitwick, donde tienen encerrado a Sirius con llave. Tenemos que volar con Buckbeak hasta la ventana y rescatar a Sirius. Sirius puede escapar montado en Buckbeak . ¡Pueden escapar juntos!
Hermione parecía aterrorizada.
—¡Si conseguimos hacerlo sin que nos vean será un milagro!
—Bueno, tenemos que intentarlo, ¿no crees? —dijo Harry. Se levantó y pegó el oído a la puerta—. No parece que haya nadie. Vamos...
Harry empujó y abrió la puerta del armario. El vestíbulo estaba desierto. Tan en silencio y tan rápido como pudieron, salieron del armario y bajaron corriendo los escalones. Las sombras se alargaban. Las copas de los árboles del bosque prohibido volvían a brillar con un fulgor dorado.
—¡Si alguien se asomara a la ventana..! —chilló Hermione, mirando hacia atrás, hacia el castillo.
—Huiremos —dijo Harry con determinación—. Nos internaremos en el bosque.
Tendremos que ocultarnos detrás de un árbol o algo así, y estar atentos.
—¡De acuerdo, pero iremos por detrás de los invernaderos! —dijo Hermione, sin aliento—. ¡Tenemos que apartarnos de la puerta principal de la cabaña de Hagrid o de lo contrario nos veremos a nosotros mismos! Ya debemos de estar llegando a la cabaña.
Pensando todavía en las intenciones de Hermione, Harry echó a correr delante de ella. Atravesaron los huertos hasta los invernaderos, se detuvieron un momento detrás de éstos y reanudaron el camino a toda velocidad, rodeando el sauce boxeador y yendo a ocultarse en el bosque...
A salvo en la oscuridad de los árboles, Harry se dio la vuelta. Unos segundos más tarde, llegó Hermione jadeando.
—Bueno —dijo con voz entrecortada—, tenemos que ir a la cabaña sin que se note.
Que no nos vean, Harry
Anduvieron en silencio entre los árboles, por la orilla del bosque. Al vislumbrar la fachada de la cabaña de Hagrid, oyeron que alguien llamaba a la puerta. Se escondieron tras un grueso roble y miraron por ambos lados. Hagrid apareció en la puerta tembloroso y pálido, mirando a todas partes para ver quién había llamado. Y Harry oyó su propia voz que decía:
—Somos nosotros. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar; nos la quitaremos.
—No deberíais haber venido —susurró Hagrid.
Se hizo a un lado y cerró rápidamente la puerta.
—Esto es lo más raro en que me he metido en mi vida —dijo Harry con entusiasmo.
—Vamos a adelantarnos un poco —susurró Hermione—. ¡Tenemos que acercarnos más a Buckbeak !
Avanzaron sigilosamente hasta que vieron al nervioso hipogrifo atado a la valla que circundaba la plantación de calabazas de Hagrid.
—¿Ahora? —susurró Harry
—¡No! —dijo Hermione—. Si nos lo llevamos ahora, los hombres de la comisión creerán que Hagrid lo ha liberado. ¡Tenemos que esperar hasta que lo vean atado!
—Eso supone unos sesenta segundos —dijo Harry. Les empezaba a parecer irrealizable.
En ese momento oyeron romperse una pieza de porcelana.
—Ya se le ha caído a Hagrid la jarra de leche —dijo Hermione—. Dentro de un momento encontraré a Scabbers .
Efectivamente, minutos después oyeron el chillido de sorpresa de Hermione.
—Hermione —dijo Harry de repente—, ¿y si entráramos en la cabaña y nos apoderásemos de Pettigrew?
—¡No! —exclamó Hermione con temor—. ¿No lo entiendes? ¡Estamos rompiendo una de las leyes más importantes de la brujería! ¡Nadie puede cambiar lo ocurrido, nadie! Ya has oído a Dumbledore... Si nos ven...
—Sólo nos verían Hagrid y nosotros mismos.
—Harry, ¿qué crees que pasaría si te vieras a ti mismo entrando en la cabaña de Hagrid? —dijo Hermione.
—Creería... creería que me había vuelto loco —dijo Harry—. O que había magia oscura por medio.
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