David - AZKABAN.PDF

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Hermione ahogó un grito.

—¡Rápido! —gimió, apresurándose a desatar a Buckbeak —. ¡Rápido! ¿Dónde vamos? ¿Dónde nos ocultamos? ¡Los dementores llegarán de un momento a otro!

—¡Volvamos a la cabaña de Hagrid! —dijo Harry—. Ahora está vacía. ¡Vamos!

Corrieron todo lo aprisa que pudieron. Buckbeak iba detrás de ellos a medio galope.

Oyeron aullar al hombre lobo a sus espaldas.

Vieron la cabaña. Harry derrapó al llegar a la puerta. La abrió de un tirón y dejó pasar a Hermione y a Buckbeak , que entraron como un rayo. Harry entró detrás de ellos y echó el cerrojo. Fang , el perro jabalinero, ladró muy fuerte.

—¡Silencio, Fang , somos nosotros! —dijo Hermione, avanzando rápidamente hacia él y acariciándole las orejas para que callara—. ¡Nos hemos salvado por poco!

—dijo a Harry.

—Sí...

Harry miró por la ventana. Desde allí era mucho más difícil ver lo que ocurría.

Buckbeak parecía muy contento de volver a casa de Hagrid. Se echó delante del fuego, plegó las alas con satisfacción y se dispuso a echar un buen sueñecito.

—Será mejor que salga —dijo Harry pensativo—. Desde aquí no veo lo que ocurre.

No sabremos cuándo llega el momento. —Hermione levantó los ojos para mirarlo.

Tenía expresión de recelo—. No voy a intervenir —añadió Harry de inmediato—. Pero si no vemos lo que ocurre, ¿cómo sabremos cuál es el momento de rescatar a Sirius?

—Bueno, de acuerdo. Aguardaré aquí con Buckbeak ... Pero ten cuidado, Harry.

Ahí fuera hay un licántropo y multitud de dementores.

Harry salió y bordeó la cabaña. Oyó gritos distantes. Aquello quería decir que los dementores se acercaban a Sirius... El otro Harry y la otra Hermione irían hacia él en cualquier momento...

Miró hacia el lago, con el corazón redoblando como un tambor. Quienquiera que hubiese enviado al patronus, haría aparición enseguida.

Durante una fracción de segundo se quedó ante la puerta de la cabaña de Hagrid sin saber qué hacer. «No deben verte.» Pero no quería que lo vieran, quería ver él. Tenía que enterarse...

Ya estaban allí los dementores. Surgían de la oscuridad, llegaban de todas partes.

Se deslizaban por las orillas del lago. Se alejaban de Harry hacia la orilla opuesta... No tendría que acercarse a ellos.

Echó a correr. No pensaba más que en su padre... Si era él, si era él realmente, tenía que saberlo, tenía que averiguarlo.

Cada vez estaba más cerca del lago, pero no se veía a nadie. En la orilla opuesta veía leves destellos de plata: eran sus propios intentos de conseguir un patronus.

Había un arbusto en la misma orilla del agua. Harry se agachó detrás de él y miró por entre las hojas. En la otra orilla los destellos de plata se extinguieron de repente.

Sintió emoción y terror: faltaba muy poco.

—¡Vamos! —murmuró, mirando a su alrededor—. ¿Dónde estás? Vamos, papá.

Pero nadie acudió. Harry levantó la cabeza para mirar el círculo de los dementores del otro lado del lago. Uno de ellos se bajaba la capucha. Era el momento de que apareciera el salvador. Pero no veía a nadie.

Y entonces lo comprendió. No había visto a su padre, se había visto a sí mismo.

Harry salió de detrás del arbusto y sacó la varita.

¡EXPECTO PATRONUM! —exclamó.

Y de la punta de su varita surgió, no una nube informe, sino un animal plateado, deslumbrante y cegador. Frunció el entrecejo tratando de distinguir lo que era. Parecía un caballo. Galopaba en silencio, alejándose de él por la superficie negra del lago. Lo vio bajar la cabeza y cargar contra los dementores... En ese momento galopaba en torno a las formas negras que estaban tendidas en el suelo, y los dementores retrocedían, se dispersaban y huían en la oscuridad. Y se fueron.

El patronus dio media vuelta. Volvía hacia Harry a medio galope, cruzando la calma superficie del agua. No era un caballo. Tampoco un unicornio. Era un ciervo.

Brillaba tanto como la luna... Regresaba hacia él.

Se detuvo en la orilla. Sus pezuñas no dejaban huellas en la orilla. Miraba a Harry con sus ojos grandes y plateados. Lentamente reclinó la cornamenta. Y Harry comprendió:

—Cornamenta —susurró.

Pero se desvaneció cuando alargó hacia él las temblorosas yemas de sus dedos.

Harry se quedó así, con la mano extendida. Luego, con un vuelco del corazón, oyó tras él un ruido de cascos. Se dio la vuelta y vio a Hermione, que se acercaba a toda prisa, tirando de Buckbeak .

—¿Qué has hecho? —dijo enfadada—. Dijiste que no intervendrías.

—Sólo he salvado nuestra vida... Ven aquí, detrás de este arbusto: te lo explicaré.

Hermione escuchó con la boca abierta el relato de lo ocurrido.

—¿Te ha visto alguien?

—Sí. ¿No me has oído? ¡Me vi a mí mismo, pero creí que era mi padre!

—No puedo creerlo... ¡Hiciste aparecer un patronus capaz de ahuyentar a todos los dementores! ¡Eso es magia avanzadísima!

—Sabía que lo podía hacer —dijo Harry—, porque ya lo había hecho... ¿No es absurdo?

—No lo sé... ¡Harry, mira a Snape!

Observaron la otra orilla desde ambos lados del arbusto. Snape había recuperado el conocimiento. Estaba haciendo aparecer por arte de magia unas camillas y subía a ellas los cuerpos inconscientes de Harry, Hermione y Black. Una cuarta camilla, que sin duda llevaba a Ron, flotaba ya a su lado. Luego, apuntándolos con la varita, los llevó hacia el castillo.

—Bueno, ya es casi el momento —dijo Hermione, nerviosa, mirando el reloj—.

Disponemos de unos 45 minutos antes de que Dumbledore cierre con llave la puerta de la enfermería. Tenemos que rescatar a Sirius y volver a la enfermería antes de que nadie note nuestra ausencia.

Aguardaron. Veían reflejarse en el lago el movimiento de las nubes. La brisa susurraba entre las hojas del arbusto que tenían al lado. Aburrido, Buckbeak había vuelto a buscar lombrices en la tierra.

—¿Crees que ya estará allí arriba? —preguntó Harry, consultando la hora. Levantó la mirada hacia el castillo y empezó a contar las ventanas de la derecha de la torre oeste.

—¡Mira! —susurró Hermione—. ¿Quién es? ¡Alguien vuelve a salir del castillo!

Harry miró en la oscuridad. El hombre se apresuraba por los terrenos del colegio hacia una de las entradas. Algo brillaba en su cinturón.

—¡Macnair! —dijo Harry—. ¡El verdugo! ¡Va a buscar a los dementores!

Hermione puso las manos en el lomo de Buckbeak y Harry la ayudó a montar.

Luego apoyó el pie en una rama baja del arbusto y montó delante de ella. Pasó la cuerda por el cuello de Buckbeak y la ató también al otro lado, como unas riendas.

—¿Preparada? —susurró a Hermione—. Será mejor que te sujetes a mí.

Espoleó a Buckbeak con los talones.

Buckbeak emprendió el vuelo hacia el oscuro cielo. Harry le presionó los costados con las rodillas y notó que levantaba las alas. Hermione se sujetaba con fuerza a la cintura de Harry, que la oía murmurar:

—Ay, ay, qué poco me gusta esto, ay, ay, qué poco me gusta.

Planeaban silenciosamente hacia los pisos más altos del castillo. Harry tiró de la rienda de la izquierda y Buckbeak viró. Harry trataba de contar las ventanas que pasaban como relámpagos.

—¡Sooo! —dijo, tirando de las riendas todo lo que pudo.

Buckbeak redujo la velocidad y se detuvieron. Pasando por alto el hecho de que subían y bajaban casi un metro cada vez que Buckbeak batía las alas, podía decirse que estaban inmóviles.

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