David - AZKABAN.PDF

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—¿Qué miras? —preguntó Stan.

—Había algo grande y negro —explicó Harry, señalando dubitativo—. Como un perro enorme...

Se volvió hacia Stan, que tenía la boca ligeramente abierta. No le hizo gracia que se fijara en la cicatriz de su frente.

—¿Qué es lo que tienes en la frente? —preguntó Stan.

—Nada —contestó Harry, tapándose la cicatriz con el pelo. Si el Ministerio de Magia lo buscaba, no quería ponerles las cosas demasiado fáciles.

—¿Cómo te llamas? —insistió Stan.

—Neville Longbottom —respondió Harry, dando el primer nombre que le vino a la cabeza—. Así que... así que este autobús... —dijo con rapidez, esperando desviar la atención de Stan—. ¿Has dicho que va a donde yo quiera?

—Sí —dijo Stan con orgullo—. A donde quieras, siempre y cuando haya un camino por tierra. No podemos ir por debajo del agua. Nos has dado el alto, ¿verdad?

—dijo, volviendo a ponerse suspicaz—. Sacaste la varita y... ¿verdad?

—Sí —respondió Harry con prontitud—. Escucha, ¿cuánto costaría ir a Londres?

—Once sickles —dijo Stan—. Pero por trece te damos además una taza de chocolate y por quince una bolsa de agua caliente y un cepillo de dientes del color que elijas.

Harry rebuscó otra vez en el baúl, sacó el monedero y entregó a Stan unas monedas de plata. Entre los dos cogieron el baúl, con la jaula de Hedwig encima, y lo subieron al autobús.

No había asientos; en su lugar; al lado de las ventanas con cortinas, había media docena de camas de hierro. A los lados de cada una había velas encendidas que iluminaban las paredes revestidas de madera.

Un brujo pequeño con gorro de dormir murmuró en la parte trasera:

—Ahora no, gracias: estoy escabechando babosas. —Y se dio la vuelta, sin dejar de dormir.

—La tuya es ésta —susurró Stan, metiendo el baúl de Harry bajo la cama que había detrás del conductor; que estaba sentado ante el volante—. Éste es nuestro conductor; Ernie Prang. Éste es Neville Longbottom, Ernie.

Ernie Prang, un brujo anciano que llevaba unas gafas muy gruesas, le hizo un ademán con la cabeza. Harry volvió a taparse la cicatriz con el flequillo y se sentó en la cama.

—Vámonos, Ernie —dijo Stan, sentándose en su asiento, al lado del conductor.

Se oyó otro estruendo y al momento Harry se encontró estirado en la cama, impelido hacia atrás por la aceleración del autobús noctámbulo. Al incorporarse miró por la ventana y vio, en medio de la oscuridad, que pasaban a velocidad tremenda por una calle irreconocible. Stan observaba con gozo la cara de sorpresa de Harry.

—Aquí estábamos antes de que nos dieras el alto —explicó—. ¿Dónde estamos, Ernie? ¿En Gales?

—Sí —respondió Ernie.

—¿Cómo es que los muggles no oyen el autobús? —preguntó Harry.

—¿Ésos? —respondió Stan con desdén—. No saben escuchar; ¿a que no?

Tampoco saben mirar. Nunca ven nada.

—Vete a despertar a la señora Marsh —ordenó Ernie a Stan—. Llegaremos a Abergavenny en un minuto.

Stan pasó al lado de la cama de Harry y subió por una escalera estrecha de madera.

Harry seguía mirando por la ventana, cada vez más nervioso. Ernie no parecía dominar el volante. El autobús noctámbulo invadía continuamente la acera, pero no chocaba contra nada. Cuando se aproximaba a ellos, los buzones, las farolas y las papeleras se apartaban y volvían a su sitio en cuanto pasaba.

Stan reapareció, seguido por una bruja ligeramente verde arropada en una capa de viaje.

—Hemos llegado, señora Marsh —dijo Stan con alegría, al mismo tiempo que Ernie pisaba a fondo el freno, haciendo que las camas se deslizaran medio metro hacia delante. La señora Marsh se tapó la boca con un pañuelo y se bajó del autobús tambaleándose. Stan le arrojó el equipaje y cerró las portezuelas con fuerza. Hubo otro estruendo y volvieron a encontrarse viajando a la velocidad del rayo, por un camino rural, entre árboles que se apartaban.

Harry no habría podido dormir aunque viajara en un autobús que no hiciera aquellos ruidos ni fuera a tal velocidad. Se le revolvía el estómago al pensar en lo que podía ocurrirle, y en si los Dursley habrían conseguido bajar del techo a tía Marge.

Stan había abierto un ejemplar de El Profeta y lo leía con la lengua entre los dientes. En la primera página, una gran fotografía de un hombre con rostro triste y pelo largo y enmarañado le guiñaba a Harry un ojo, lentamente. A Harry le resultaba extrañamente familiar.

—¡Ese hombre! —dijo Harry, olvidando por unos momentos sus problemas—.

¡Salió en el telediario de los muggles!

Stan volvió a la primera página y rió entre dientes.

—Es Sirius Black —asintió—. Por supuesto que ha salido en el telediario muggle, Neville. ¿Dónde has estado este tiempo?

Volvió a sonreír con aire de superioridad al ver la perplejidad de Harry. Desprendió la primera página del diario y se la entregó a Harry.

—Deberías leer más el periódico, Neville.

Harry acercó la página a la vela y leyó:

BLACK SIGUE SUELTO

El Ministerio de Magia confirmó ayer que Sirius Black, tal vez el más malvado recluso que haya albergado la fortaleza de Azkaban, aún no ha sido capturado.

«Estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano para volver a apresarlo, y rogamos a la comunidad mágica que mantenga la calma», ha declarado esta misma mañana el ministro de Magia Cornelius Fudge. Fudge ha sido criticado por miembros de la Federación Internacional de Brujos por haber informado del problema al Primer Ministro muggle. «No he tenido más remedio que hacerlo», ha replicado Fudge, visiblemente enojado. «Black está loco, y supone un serio peligro para cualquiera que se tropiece con él, ya sea mago o muggle. He obtenido del Primer Ministro la promesa de que no revelará a nadie la verdadera identidad de Black. Y seamos realistas, ¿quién lo creería si lo hiciera?»

Mientras que a los muggles se les ha dicho que Black va armado con un revólver (una especie de varita de metal que los muggles utilizan para matarse entre ellos), la comunidad mágica vive con miedo de que se repita la matanza que se produjo hace doce años, cuando Black mató a trece personas con un solo hechizo.

Harry observó los ojos ensombrecidos de Black, la única parte de su cara demacrada que parecía poseer algo de vida. Harry no había visto nunca a un vampiro, pero había visto fotos en sus clases de Defensa Contra las Artes Oscuras, y Black, con su piel blanca como la cera, parecía uno.

—Da miedo mirarlo, ¿verdad? —dijo Stan, que mientras leía el artículo se había estado fijando en Harry.

—¿Mató a trece personas —preguntó Harry, devolviéndole a Stan la página— con un hechizo?

—Sí —respondió Stan—. Delante de testigos y a plena luz del día. Causó conmoción, ¿no es verdad, Ernie?

—Sí —confirmó Ernie sombríamente.

Para ver mejor a Harry, Stan se volvió en el asiento, con las manos en el respaldo.

—Black era un gran partidario de Quien Tú Sabes —dijo.

—¿Quién? ¿Voldemort? —dijo Harry sin pensar.

Stan palideció hasta los granos. Ernie dio un giro tan brusco con el volante que tuvo que quitarse del camino una granja entera para esquivar el autobús.

—¿Te has vuelto loco? —gritó Stan—. ¿Por qué has mencionado su nombre?

—Lo siento —dijo Harry con prontitud—. Lo siento, se... se me olvidó.

—¡Que se te olvidó! —exclamó Stan con voz exánime—. ¡Caramba, el corazón me late a cien por hora!

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