David - AZKABAN.PDF

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—¡Todavía podemos apelar! —dijo Ron con entusiasmo—. ¡No tires la toalla!

¡Estamos trabajando en ello!

Volvían al castillo con el resto de la clase. Delante podían ver a Malfoy, que iba con Crabbe y Goyle, y miraba hacia atrás de vez en cuando, riéndose.

—No servirá de mucho, Ron —le dijo Hagrid con tristeza, al llegar a las escaleras del castillo—. Lucius Malfoy tiene a la Comisión en el bolsillo. Sólo me aseguraré de que el tiempo que le queda a Buckbeak sea el más feliz de su vida. Se lo debo...

Hagrid dio media vuelta y volvió a la cabaña, cubriéndose el rostro con el pañuelo.

—¡Miradlo cómo llora!

Malfoy, Crabbe y Goyle habían estado escuchando en la puerta.

—¿Habíais visto alguna vez algo tan patético? —dijo Malfoy—. ¡Y pensar que es profesor nuestro!

Harry y Ron fueron hacia ellos, pero Hermione llegó antes:

¡PLAF!

Dio a Malfoy una bofetada con todas sus fuerzas. Malfoy se tambaleó. Harry; Ron, Crabbe y Goyle se quedaron atónitos en el momento en que Hermione volvió a levantar la mano.

—¡No te atrevas a llamar «patético» a Hagrid, so puerco... so malvado...!

—¡Hermione! —dijo Ron con voz débil, intentando sujetarle la mano.

—Suéltame, Ron.

Hermione sacó la varita. Malfoy se echó hacia atrás. Crabbe y Goyle lo miraron atónitos, sin saber qué hacer.

—Vámonos —musitó Malfoy. Y en un instante, los tres desaparecieron por el pasadizo que conducía a las mazmorras.

—¡Hermione! —dijo Ron de nuevo, atónito por la sorpresa.

—¡Harry, espero que le ganes en la final de quidditch! —dijo Hermione chillando—. ¡Espero que ganes, porque si gana Slytherin no podré soportarlo!

—Hay que ir a Encantamientos —dijo Ron, mirando todavía a Hermione con los ojos como platos.

Subieron aprisa hacia la clase del profesor Flitwick.

—¡Llegáis tarde, muchachos! —dijo en tono de censura el profesor Flitwick, cuando Harry abrió la puerta del aula—. ¡Vamos, rápido, sacad las varitas! Vamos a trabajar con encantamientos estimulantes. Ya se han colocado todos por parejas.

Harry y Ron fueron aprisa hasta un pupitre que había al fondo y abrieron las mochilas. Ron miró a su alrededor.

—¿Dónde se ha puesto Hermione?

Harry también echó un vistazo. Hermione no había entrado en el aula, pero Harry sabia que estaba a su lado cuando había abierto la puerta.

—Es extraño —dijo Harry mirando a Ron—. Quizás... quizás haya ido a los lavabos...

Pero Hermione no apareció durante la clase.

—Pues tampoco le habría venido mal a ella un encantamiento estimulante

—comentó Ron, cuando salían del aula para ir a comer; todos con una dilatada sonrisa.

La clase de encantamientos estimulantes los había dejado muy contentos.

Hermione tampoco apareció por el Gran Comedor durante el almuerzo. Cuando terminaron el pastel de manzana, el efecto de los encantamientos estimulantes se estaba perdiendo, y Harry y Ron empezaban a preocuparse.

—¿No le habrá hecho nada Malfoy? —comentó Ron mientras subían aprisa las escaleras hacia la torre de Gryffindor.

Pasaron entre los troles de seguridad, le dieron la contraseña («Pitapatafrita») a la señora gorda y entraron por el agujero del retrato para acceder a la sala común.

Hermione estaba sentada a una mesa, profundamente dormida, con la cabeza apoyada en un libro abierto de Aritmancia. Fueron a sentarse uno a cada lado de ella.

Harry le dio con el codo para que despertara.

—¿Qué... qué? —preguntó Hermione, despertando sobresaltada y mirando alrededor con los ojos muy abiertos—. ¿Es hora de marcharse? ¿Qué clase tenemos ahora?

—Adivinación, pero no es hasta dentro de veinte minutos —dijo Harry—.

Hermione, ¿por qué no has estado en Encantamientos?

—¿Qué? ¡Oh, no! —chilló Hermione—. ¡Se me olvidó!

—Pero ¿cómo se te pudo olvidar? —le preguntó Harry—. ¡Llegaste con nosotros a la puerta del aula!

—¡Imposible! —aulló Hermione—. ¿Se enfadó el profesor Flitwick? Fue Malfoy.

Estaba pensando en él y perdí la noción de las cosas.

—¿Sabes una cosa, Hermione? —le dijo Ron, mirando el libro de Aritmancia que Hermione había empleado como almohada—. Creo que estás a punto de estallar. Tratas de abarcar demasiado.

—No, no es verdad —dijo Hermione, apartándose el pelo de los ojos y mirando alrededor, buscando la mochila infructuosamente—. Me he despistado, eso es todo. Lo mejor será que vaya a ver al profesor Flitwick y me disculpe. ¡Os veré en Adivinación!

Se reunió con ellos veinte minutos más tarde, todavía confusa, a los pies de la escalera que llevaba a la clase de la profesora Trelawney.

—¡Aún no me puedo creer que me perdiera la clase de encantamientos estimulantes! ¡Y apuesto a que nos sale en el examen! ¡El profesor Flitwick me ha insinuado que puede salir!

Subieron juntos y entraron en la oscura y sofocante sala de la torre. En cada mesa había una brillante bola de cristal llena de neblina nacarada. Harry, Ron y Hermione se sentaron juntos a la misma mesa destartalada.

—Creía que no veríamos las bolas de cristal hasta el próximo trimestre —susurró Ron, echando a su alrededor una mirada, por si la profesora Trelawney estaba cerca.

—No te quejes, esto quiere decir que ya hemos terminado con la quiromancia. Me ponía enfermo verla dar respingos cada vez que me miraba la mano.

—¡Buenos días a todos! —dijo una voz conocida y a la vez indistinta, y la profesora Trelawney hizo su habitual entrada teatral, surgiendo de las sombras. Parvati y Lavender temblaban de emoción, con el rostro encendido por el resplandor lechoso de su bola de cristal—. He decidido que empecemos con la bola de cristal algo antes de lo planeado —dijo la profesora Trelawney, sentándose de espaldas al fuego y mirando alrededor—. Los hados me han informado de que en vuestro examen de junio saldrá la bola, y quiero que recibáis suficientes clases prácticas.

Hermione dio un bufido.

—Bueno, de verdad... los hados le han informado... ¿Quién pone el examen? ¡Ella!

¡Qué predicción tan asombrosa! —dijo, sin preocuparse de bajar la voz.

Era difícil saber si la profesora Trelawney los había oído, ya que su rostro estaba oculto en las sombras. Sin embargo, prosiguió como si no se hubiera enterado de nada.

—Mirar la bola de cristal es un arte muy sutil —explicó en tono soñador—. No espero que ninguno vea nada en la bola la primera vez que mire en sus infinitas profundidades. Comenzaremos practicando la relajación de la conciencia y de los ojos externos —Ron empezó a reírse de forma incontrolada y tuvo que meterse el puño en la boca para ahogar el ruido—, con el fin de liberar el ojo interior y la superconciencia. Tal vez, si tenéis suerte, algunos lleguéis a ver algo antes de que acabe la clase.

Y entonces comenzaron. Harry; por lo menos, se sentía muy tonto mirando la bola de cristal sin comprender; intentando vaciar la mente de pensamientos que continuamente pasaban por ella, por ejemplo «qué idiotez». No facilitaba las cosas el que Ron prorrumpiera continuamente en risitas mudas ni que Hermione chascara la lengua sin parar; en señal de censura.

—¿Habéis visto ya algo? —les preguntó Harry después de mirar la bola en silencio durante un cuarto de hora.

—Sí, aquí hay una quemadura —dijo Ron, señalando la mesa con el dedo—. A alguien se le ha caído la cera de la vela.

—Esto es una horrible pérdida de tiempo —dijo Hermione entre dientes—. En estos momentos podría estar practicando algo útil. Podría ponerme al día en encantamientos estimulantes.

Acompañada por el susurro de la falda, la profesora Trelawney pasó por su lado.

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