David - FUEGO.PDF

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—¡Como pensar en ese huevo!

—Vamos, Hermione, tengo hasta el veinticuatro de febrero —le recordó Harry.

Había metido el huevo en el baúl del dormitorio y no lo había vuelto a abrir desde la fiesta que había seguido a la primera prueba. Después de todo, aún quedaban dos meses y medio hasta el día en que necesitaría saber qué significaba aquel gemido chirriante.

—¡Pero te podría llevar semanas averiguarlo! —objetó Hermione—. Y vas a quedar como un auténtico idiota si todos descifran la siguiente prueba menos tú.

—Déjalo en paz, Hermione. Se merece un descanso —dijo Ron. Y, al colocar en el techo del castillo las últimas dos cartas, el edificio entero estalló y le chamuscó las cejas.

—Muy guapo, Ron... Esas cejas te combinarán a la perfección con la túnica de gala.

Eran Fred y George. Se sentaron a la mesa con Ron y Hermione mientras aquél evaluaba los daños.

—Ron, ¿nos puedes prestar a Pigwidgeon ? —le preguntó George.

—No, está entregando una carta —contestó Ron—. ¿Por qué?

—Porque George quiere que sea su pareja de baile —repuso Fred sarcásticamente.

—Pues porque queremos enviar una carta, so tonto —dijo George.

—¿A quién seguís escribiendo vosotros dos, eh? —preguntó Ron.

—Aparta las narices, Ron, si no quieres que se te chamusquen también —le advirtió Fred moviendo la varita con gesto amenazador—. Bueno... ¿ya tenéis todos pareja para el baile?

—No —respondió Ron.

—Pues mejor te das prisa, tío, o pillarán a todas las guapas —dijo Fred.

—¿Con quién vas tú? —quiso saber Ron.

—Con Angelina —contestó enseguida Fred, sin pizca de vergüenza.

—¿Qué? —exclamó Ron, sorprendido—. ¿Se lo has pedido ya?

—Buena pregunta —reconoció Fred. Volvió la cabeza y gritó—: ¡Eh, Angelina!

Angelina, que estaba charlando con Alicia Spinnet cerca del fuego, se volvió hacia él.

—¿Qué? —le preguntó.

—¿Quieres ser mi pareja de baile?

Angelina le dirigió a Fred una mirada evaluadora.

—Bueno, vale —aceptó, y se volvió para seguir hablando con Alicia, con una leve sonrisa en la cara.

—Ya lo veis —les dijo Fred a Harry y Ron—: pan comido. —Se puso en pie, bostezó y añadió—: Tendremos que usar una lechuza del colegio, George. Vamos...

En cuanto se fueron, Ron dejó de tocarse las cejas y miró a Harry por encima de los restos del castillo, que ardían sin llama.

—Tendríamos que hacer algo, ¿sabes? Pedírselo a alguien. Fred tiene razón: podemos acabar con un par de trols.

Hermione dejó escapar un bufido de indignación.

—¿Un par de qué, perdona?

—Bueno, ya sabes —dijo Ron, encogiéndose de hombros—. Preferiría ir solo que con... con Eloise Midgen, por ejemplo.

—Su acné está mucho mejor últimamente. ¡Y es muy simpática!

—Tiene la nariz torcida —objetó Ron.

—Ya veo —exclamó Hermione enfureciéndose—. Así que, básicamente, vas a intentar ir con la chica más guapa que puedas, aunque sea un espanto como persona.

—Eh... bueno, sí, eso suena bastante bien —dijo Ron.

—Me voy a la cama —espetó Hermione, y sin decir otra palabra salió para la escalera que llevaba al dormitorio de las chicas.

Deseosos de impresionar a los visitantes de Beauxbatons y Durmstrang, los de Hogwarts parecían determinados a engalanar el castillo lo mejor posible en Navidad.

Cuando estuvo lista la decoración, Harry pensó que era la más sorprendente que había visto nunca en el castillo: a las barandillas de la escalinata de mármol les habían añadido carámbanos perennes; los acostumbrados doce árboles de Navidad del Gran Comedor estaban adornados con todo lo imaginable, desde luminosas bayas de acebo hasta búhos auténticos, dorados, que ululaban; y habían embrujado las armaduras para que entonaran villancicos cada vez que alguien pasaba por su lado. Era impresionante oír Adeste, fideles ... cantado por un yelmo vacío que no sabía más que la mitad de la letra. En varias ocasiones, Filch, el conserje, tuvo que sacar a Peeves de dentro de las armaduras, donde se ocultaba para llenar los huecos de los villancicos con versos de su invención, siempre bastante groseros.

Y Harry aún no había invitado a Cho al baile. Él y Ron se estaban poniendo muy nerviosos aunque, como Harry observó, sin pareja. Ron no haría tanto el ridículo como él, porque se suponía que Harry tenía que abrir el baile con los demás campeones.

—Supongo que siempre quedará Myrtle la Llorona —comentó en tono lúgubre, refiriéndose al fantasma que habitaba en los servicios de las chicas del segundo piso.

—Tendremos que hacer de tripas corazón, Harry —le dijo Ron el viernes por la mañana, en un tono que sugería que se proponían asaltar una fortaleza inexpugnable—.

Antes de que volvamos esta noche a la sala común, tenemos que haber conseguido pareja, ¿vale?

—Eh... vale —asintió Harry.

Pero cada vez que vio a Cho aquel día (durante el recreo, y luego a la hora de la comida, y una vez más cuando iba a Historia de la Magia) estaba rodeada de amigas.

¿Es que no iba sola a ninguna parte? ¿Podría pillarla por sorpresa de camino a los servicios? Pero no: también a los servicios iba acompañada de una escolta de cuatro o cinco chicas. Aunque, si no se daba prisa, se adelantaría algún otro.

Le costó concentrarse en el examen de antídotos, y por eso se olvidó de añadir el ingrediente principal (un bezoar), por lo que Snape le puso un cero. Pero no le preocupó: estaba demasiado absorto reuniendo valor para lo que se disponía a hacer.

Cuando sonó la campana, cogió la mochila y salió corriendo de la mazmorra.

—Nos vemos en la cena— les dijo a Ron y Hermione, y se abalanzó escaleras arriba.

Sólo tendría que preguntarle a Cho si podía hablar con ella, eso era todo... Se apresuró por los abarrotados corredores en su busca, y (antes incluso de lo que esperaba) la encontró saliendo de una clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.

—Eh... Cho... ¿Podría hablar un momento contigo? Tendrían que prohibir las risas tontas, pensó Harry furioso cuando todas las chicas que estaban con Cho empezaron a reírse. Ella, sin embargo, no lo hizo.

—Claro —dijo, y lo siguió adonde no podían oírlos sus compañeras de clase.

Harry se volvió a mirarla y el estómago le dio una sacudida, como si bajando una escalera se hubiera saltado un escalón sin darse cuenta.

—Eh... —balbuceó.

No podía pedírselo. No podía. Pero tenía que hacerlo. Cho lo miraba, y parecía desconcertada. Se le trabó la lengua.

—¿Quieresveviralmailecombigo?

—¿Cómo? —dijo Cho.

—¿Que... querrías venir al baile conmigo? —le preguntó Harry. ¿Por qué tenía que ponerse rojo? ¿Por qué?

—¡Ah! —exclamó Cho, y se puso roja ella también—. ¡Ah, Harry, lo siento muchísimo! —Y parecía verdad—. Ya me he comprometido con otro.

—¡Ah! —dijo Harry.

Qué raro: un momento antes, las tripas se le retorcían como culebras; pero de repente parecía que las tripas se hubieran ido a otra parte.

—Bueno, no te preocupes —añadió.

—Lo siento muchísimo —repitió ella.

—No pasa nada —aseguró Harry.

Se quedaron mirándose, y luego dijo Cho:

—Bueno...

—Sí... —contestó Harry.

—Bueno, hasta luego —se despidió Cho, que seguía muy colorada.

Sin poder contenerse, Harry la llamó.

—¿Con quién vas?

—Con Cedric —dijo ella—. Con Cedric Diggory.

—Ah, bien —respondió Harry.

Y volvió a notar las tripas. Parecía como si durante su breve ausencia hubieran ido a llenarse de plomo.

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