David - FUEGO.PDF

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La cabeza del señor Diggory puso cara de resignación.

—Dice que oyó a un intruso en el patio de su casa. Dice que se acercaba sigilosamente a la casa, pero que los contenedores de basura lo cogieron por sorpresa.

—¿Qué hicieron los contenedores de basura? —inquirió el señor Weasley, escribiendo como loco.

—Por lo que sé, hicieron un ruido espantoso y prendieron fuego a la basura por todas partes —explicó el señor Diggory—. Parece ser que uno de los contenedores todavía andaba por allí cuando llegaron los «pocresías».

El señor Weasley emitió un gruñido.

—¿Y el intruso?

—Ya conoces a Ojoloco, Arthur —dijo la cabeza del señor Diggory, volviendo a poner cara de resignación—. ¿Que alguien se acercó al patio de su casa en medio de la noche? Me parece más probable que fuera un gato asustado que anduviera por allí cubierto de mondas de patata. Pero, si los del Uso Indebido de la Magia le echan las manos encima a Ojoloco, se la ha cargado. Piensa en su expediente. Tenemos que librarlo acusándolo de alguna cosa de poca monta, algo relacionado con tu departamento. ¿Qué tal lo de los contenedores que han explotado?

—Sería una buena precaución —repuso el señor Weasley, con el entrecejo fruncido y sin dejar de escribir a toda velocidad—. ¿Ojoloco no usó la varita? ¿No atacó realmente a nadie?

—Apuesto a que saltó de la cama y comenzó a echar maleficios contra todo lo que tenía a su alcance desde la ventana —contestó el señor Diggory—, pero les costará trabajo demostrarlo, porque no hay heridos.

—Bien, ahora voy —dijo el señor Weasley. Se metió en el bolsillo el pergamino con las notas que había tomado y volvió a salir a toda prisa de la cocina.

La cabeza del señor Diggory miró a la señora Weasley.

—Lo siento, Molly —dijo, más calmado—, siento haber tenido que molestaros tan temprano... pero Arthur es el único que puede salvar a Ojoloco, y se supone que es hoy cuando Ojoloco empieza su nuevo trabajo. ¿Por qué tendría que escoger esta noche...?

—No importa, Amos —repuso la señora Weasley—. ¿Estás seguro de que no quieres una tostada o algo antes de irte?

—Eh... bueno —aceptó el señor Diggory.

La señora Weasley cogió una tostada untada con mantequilla de un montón que había en la mesa de la cocina, la puso en las tenacillas de la chimenea y se la acercó al señor Diggory a la boca.

—«Gacias» —masculló éste, y luego, haciendo «¡plin!», se desvaneció.

Harry oyó al señor Weasley despidiéndose apresuradamente de Bill, Charlie, Percy y las chicas. A los cinco minutos volvió a entrar en la cocina, con la túnica ya bien puesta y pasándose un peine por el pelo.

—Será mejor que me dé prisa. Que tengáis un buen trimestre, muchachos —les dijo el señor Weasley a Harry, Ron y los gemelos, mientras se echaba una capa sobre los hombros y se disponía a desaparecerse—. Molly, ¿podrás llevar tú a los chicos a la estación de King’s Cross?

—Por supuesto que sí —asintió ella—. Tú cuida de Ojoloco, que ya nos arreglaremos.

Al desaparecerse el señor Weasley, Bill y Charlie entraron en la cocina.

—¿Alguien mencionó a Ojoloco? —preguntó Bill—. ¿Qué ha hecho ahora?

—Dice que alguien intentó entrar anoche en su casa —explicó la señora Weasley.

—¿ Ojoloco Moody? —dijo George pensativo, poniéndose mermelada de naranja en la tostada—. ¿No es el chiflado...?

—Tu padre tiene muy alto concepto de él —le recordó severamente la señora Weasley.

—Sí, bueno, papá colecciona enchufes, ¿no? —comentó Fred en voz baja, cuando su madre salió de la cocina—. Dios los cría...

—Moody fue un gran mago en su tiempo —afirmó Bill.

—Es un viejo amigo de Dumbledore, ¿verdad? —dijo Charlie.

—Pero Dumbledore tampoco es lo que se entiende por normal, ¿a que no?

—repuso Fred—. Bueno, ya sé que es un genio y todo eso...

—¿Quién es Ojoloco? —preguntó Harry.

—Está retirado, pero antes trabajaba para el Ministerio —explicó Charlie—. Yo lo conocí un día en que papá me llevó con él al trabajo. Era un auror : uno de los mejores...

un cazador de magos tenebrosos —añadió, viendo que Harry seguía sin entender—. La mitad de las celdas de Azkaban las ha llenado él. Pero se creó un montón de enemigos...

sobre todo familiares de los que atrapaba... y, según he oído, en su vejez se ha vuelto realmente paranoico. Ya no confía en nadie. Ve magos tenebrosos por todas partes.

Bill y Charlie decidieron ir a despedirlos a todos a la estación de King’s Cross, pero Percy, disculpándose de forma exagerada, dijo que no podía dejar de ir al trabajo.

—En estos momentos no puedo tomarme más tiempo libre —declaró—. Realmente el señor Crouch está empezando a confiar en mí.

—Sí, ¿y sabes una cosa, Percy? —le dijo George muy serio—. Creo que no tardará en aprenderse tu nombre.

La señora Weasley tuvo que habérselas con el teléfono de la oficina de correos del pueblo para pedir tres taxis muggles ordinarios que los llevaran a Londres.

—Arthur intentó que el Ministerio nos dejara unos coches —le susurró a Harry la señora Weasley en el jardín de delante de la casa, mientras observaban cómo los taxistas cargaban los baúles—. Pero no había ninguno libre... Éstos no parecen estar muy contentos, ¿verdad?

Harry no quiso decirle a la señora Weasley que los taxistas muggles no acostumbraban transportar lechuzas nerviosas, y Pigwidgeon estaba armando un barullo inaguantable. Por otro lado, no se pusieron precisamente más contentos cuando unas cuantas bengalas fabulosas del doctor Filibuster, que prendían con la humedad, se cayeron inesperadamente del baúl de Fred al abrirse de golpe. Crookshanks se asustó con las bengalas, intentó subirse encima de uno de los taxistas, le clavó las uñas en la pierna, y éste se sobresaltó y gritó de dolor.

El viaje resultó muy incómodo porque iban apretujados en la parte de atrás con los baúles. Crookshanks tardó un rato en recobrarse del susto de las bengalas, y para cuando entraron en Londres, Harry, Ron y Hermione estaban llenos de arañazos. Fue un alivio llegar a King’s Cross, aunque la lluvia caía aún con más fuerza y se calaron completamente al cruzar la transitada calle en dirección a la estación, llevando los baúles.

Harry ya estaba acostumbrado a entrar en el andén nueve y tres cuartos. No había más que caminar recto a través de la barrera, aparentemente sólida, que separaba los andenes nueve y diez. La única dificultad radicaba en hacerlo con disimulo, para no atraer la atención de los muggles. Aquel día lo hicieron por grupos. Harry, Ron y Hermione (los más llamativos, porque llevaban con ellos a Pigwidgeon y a Crookshanks ) pasaron primero: caminaron como quien no quiere la cosa hacia la barrera, hablando entre ellos despreocupadamente, y la atravesaron... y, al hacerlo, el andén nueve y tres cuartos se materializó allí mismo.

El expreso de Hogwarts, una reluciente máquina de vapor de color escarlata, ya estaba allí, y de él salían nubes de vapor que convertían en oscuros fantasmas a los numerosos alumnos de Hogwarts y sus padres, reunidos en el andén. Harry, Ron y Hermione entraron a coger sitio, y no tardaron en colocar su equipaje en un compartimiento de uno de los vagones centrales del tren. Luego bajaron de un salto otra vez al andén para despedirse de la señora Weasley, de Bill y de Charlie.

—Quizá nos veamos antes de lo que piensas —le dijo Charlie a Ginny, sonriendo, al abrazarla.

—¿Por qué? —le preguntó Fred muy interesado.

—Ya lo verás —respondió Charlie—. Pero no le digas a Percy que he dicho nada, porque, al fin y al cabo, es «información reservada, hasta que el ministro juzgue conveniente levantar el secreto».

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