David - FUEGO.PDF

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—Ése es Cuthbert Mockridge, jefe del Instituto de Coordinación de los Duendes...

Por ahí va Gilbert Wimple, que está en el Comité de Encantamientos Experimentales.

Ya hace tiempo que lleva esos cuernos... Hola, Arnie... Arnold Peasegood es desmemorizador , ya sabéis, un miembro del Equipo de Reversión de Accidentes Mágicos... Y aquéllos son Bode y Croaker... son inefables ...

—¿Qué son?

—Inefables: del Departamentos de Misterios, secreto absoluto. No tengo ni idea de lo que hacen...

Al final consiguieron una buena fogata, y acababan de ponerse a freír huevos y salchichas cuando llegaron Bill, Charlie y Percy, procedentes del bosque.

—Ahora mismo acabamos de aparecernos, papá —anunció Percy en voz muy alta—. ¡Qué bien, el almuerzo!

Estaban dando cuenta de los huevos y las salchichas cuando el señor Weasley se puso en pie de un salto, sonriendo y haciendo gestos con la mano a un hombre que se les acercaba a zancadas.

—¡Ajá! —dijo—. ¡El hombre del día! ¡Ludo!

Ludo Bagman era con diferencia la persona menos discreta que Harry había visto hasta aquel momento, incluyendo al anciano Archie con su camisón. Llevaba una túnica larga de quidditch con gruesas franjas horizontales negras y amarillas, con la imagen de una enorme avispa estampada sobre el pecho. Su aspecto era el de un hombre de complexión muy robusta en decadencia, y la túnica se le tensaba en torno de una voluminosa barriga que seguramente no había tenido en los tiempos en que jugaba en la selección inglesa de quidditch. Tenía la nariz aplastada (probablemente se la había roto una bludger perdida, pensó Harry); pero los ojos, redondos y azules, y el pelo, corto y rubio, lo hacían parecer un niño muy crecido.

—¡Ah, de la casa! —les gritó Bagman, contento. Caminaba como si tuviera muelles en los talones, y resultaba evidente que estaba muy emocionado—. ¡El viejo Arthur! —dijo resoplando al llegar junto a la fogata—. Vaya día, ¿eh? ¡Vaya día! ¿A que no podíamos pedir un tiempo más perfecto? Vamos a tener una noche sin nubes... y todos los preparativos han salido sin el menor tropiezo... ¡Casi no tengo nada que hacer!

Detrás de él pasó a toda prisa un grupo de magos del Ministerio muy ojerosos, señalando los indicios distantes pero evidentes de algún tipo de fuego mágico que arrojaba al aire chispas de color violeta, hasta una altura de seis o siete metros.

Percy se adelantó apresuradamente con la mano tendida. Aunque desaprobaba la manera en que Ludo Bagman dirigía su departamento, quería causar una buena impresión.

—¡Ah... sí! —dijo sonriendo el señor Weasley—. Éste es mi hijo Percy, que acaba de empezar a trabajar en el Ministerio... y éste es Fred... digo George, perdona... Fred es este de aquí... Bill, Charlie, Ron... mi hija Ginny... y los amigos de Ron: Hermione Granger y Harry Potter.

Bagman apenas reaccionó al oír el nombre de Harry, pero sus ojos se dirigieron como era habitual hacia la cicatriz que Harry tenía en la frente.

—Éste es Ludo Bagman —continuó presentando el señor Weasley—. Ya lo conocéis: gracias a él hemos conseguido unas entradas tan buenas.

Bagman sonrió e hizo un gesto con la mano como diciendo que no tenía importancia.

—¿No te gustaría hacer una pequeña apuesta, Arthur? —dijo con entusiasmo, haciendo sonar en los bolsillos de su túnica negra y amarilla lo que parecía una gran cantidad de monedas de oro—. Roddy Pontner ya ha apostado a que Bulgaria marcará primero, y yo me he jugado una buena cantidad, porque los tres delanteros de Irlanda son los más fuertes que he visto en años... Y Agatha Timms se ha jugado la mitad de las acciones de su piscifactoría de anguilas a que el partido durará una semana.

—Eh... bueno, bien —respondió el señor Weasley—. Veamos... ¿un galeón a que gana Irlanda?

—¿Un galeón? —Ludo Bagman parecía algo decepcionado, pero disimuló—. Bien, bien... ¿alguna otra apuesta?

—Son demasiado jóvenes para apostar —dijo el señor Weasley—. A Molly no le gustaría...

—Apostaremos treinta y siete galeones, quince sickles y tres knuts a que gana Irlanda —declaró Fred, al tiempo que él y George sacaban todo su dinero en común—, pero a que Viktor Krum coge la snitch. ¡Ah!, y añadiremos una varita de pega.

—¡No le iréis a enseñar al señor Bagman semejante porquería! —dijo Percy entre dientes.

Pero Bagman no pensó que fuera ninguna porquería. Por el contrario, su rostro infantil se iluminó al recibirla de manos de Fred, y, cuando la varita dio un chillido y se convirtió en un pollo de goma, Bagman prorrumpió en sonoras carcajadas.

—¡Estupendo! ¡Hacía años que no veía ninguna tan buena! ¡Os daré por ella cinco galeones!

Percy hizo un gesto de pasmo y desaprobación.

—Muchachos —dijo el señor Weasley—, no quiero que apostéis... Eso son todos vuestros ahorros. Vuestra madre...

—¡No seas aguafiestas, Arthur! —bramó Ludo Bagman, haciendo tintinear con entusiasmo las monedas de los bolsillos—. ¡Ya tienen edad de saber lo que quieren!

¿Pensáis que ganará Irlanda pero que Krum cogerá la snitch? No tenéis muchas posibilidades de acertar, muchachos. Os ofreceré una proporción muy alta. Así que añadiremos cinco galeones por la varita de pega y...

El señor Weasley se dio por vencido cuando Ludo Bagman sacó una libreta y una pluma del bolsillo y empezó a anotar los nombres de los gemelos.

—¡Gracias! —dijo George, tomando el recibo de pergamino que Bagman le entregó y metiéndoselo en el bolsillo delantero de la túnica.

Bagman se volvió al señor Weasley muy contento.

—¿Podría tomar un té con vosotros? Estoy buscando a Barty Crouch. Mi homólogo búlgaro está dando problemas, y no entiendo una palabra de lo que dice. Barty sí podrá: habla ciento cincuenta lenguas.

—¿El señor Crouch? —dijo Percy, abandonando de pronto su tieso gesto de reprobación y estremeciéndose palpablemente de entusiasmo—. ¡Habla más de doscientas! Habla sirenio, duendigonza, trol...

—Todo el mundo es capaz de hablar trol —lo interrumpió Fred con desdén—. No hay más que señalar y gruñir.

Percy le echó a Fred una mirada muy severa y avivó el fuego para volver a calentar la tetera.

—¿Sigue sin haber noticias de Bertha Jorkins, Ludo? —preguntó el señor Weasley, mientras Bagman se sentaba sobre la hierba, entre ellos.

—No ha dado señales de vida —repuso Bagman con toda calma—. Ya volverá. La pobre Bertha... tiene la memoria como un caldero lleno de agujeros y carece por completo de sentido de la orientación. Pongo las manos en el fuego a que se ha perdido.

Seguro que regresa a la oficina cualquier día de octubre pensando que todavía es julio.

—¿No crees que habría que enviar ya a alguien a buscarla? —sugirió el señor Weasley al tiempo que Percy le entregaba a Bagman la taza de té.

—Es lo mismo que dice Barty Crouch —contestó Bagman, abriendo inocentemente los redondos ojos—. Pero en este momento no podemos prescindir de nadie. ¡Vaya!

¡Hablando del rey de Roma! ¡Barty!

Junto a ellos acababa de aparecerse un mago que no podía resultar más diferente de Ludo Bagman, el cual se había despatarrado sobre la hierba con su vieja túnica de las Avispas. Barty Crouch era un hombre mayor de pose estirada y rígida que iba vestido con corbata y un traje impecablemente planchado. Llevaba la raya del pelo tan recta que no resultaba natural, y parecía como si se recortara el bigote de cepillo utilizando una regla de cálculo. Le relucían los zapatos. Harry comprendió enseguida por qué Percy lo idolatraba: Percy creía ciegamente en la importancia de acatar las normas con total rigidez, y el señor Crouch había observado de un modo tan escrupuloso la norma de vestir como muggles que habría podido pasar por el director de un banco. Harry pensó que ni siquiera tío Vernon se habría dado cuenta de lo que era en realidad.

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