David - FUEGO.PDF

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—Myrtle —dijo Harry pensativamente—, ¿cómo se supone que me las arreglaré para respirar?

Al oír esto, los ojos de Myrtle se llenaron de lágrimas.

—¡Qué poco delicado! —murmuró ella, tentándose en la túnica en busca de un pañuelo.

—¿Por qué? —preguntó Harry, desconcertado.

—¡Hablar de respirar delante de mi! —contestó con una voz chillona que resonó con fuerza en el cuarto de baño—. ¡Cuando sabes que yo no respiro... que no he respirado desde hace tantos años...! —Se tapó la cara con el pañuelo y sollozó en él de forma estentórea.

Harry recordó lo susceptible que Myrtle había sido siempre en lo relativo a su muerte. Ningún otro fantasma que Harry conociera se tomaba su muerte tan a la tremenda.

—Lo siento. Yo no quería... Se me olvidó...

—¡Ah, claro, es muy fácil olvidarse de que Myrtle está muerta! —dijo ella tragando saliva y mirándolo con los ojos hinchados—. Nadie me echa de menos, ni me echaban de menos cuando estaba viva. Les llevó horas descubrir mi cadáver. Lo sé, me quedé sentada esperándolos. Olive Hornby entró en el baño: «¿Otra vez estás aquí enfurruñada, Myrtle?», me dijo. «Porque el profesor Dippet me ha pedido que te busque...» Y entonces vio mi cadáver... ¡Ooooooh, no lo olvidó hasta el día de su muerte! Ya me encargué yo de que no lo olvidara... La seguía por todas partes para recordárselo. Me acuerdo del día en que se casó su hermano...

Pero Harry no escuchaba. Otra vez pensaba en la canción de las sirenas: «Nos hemos llevado lo que más valoras.» Daba la impresión de que iban a robarle algo suyo, algo que tenía que recuperar. ¿Qué sería?

—.... y entonces, claro, fue al Ministerio de Magia para que yo dejara de seguirla, así que tuve que volver aquí y vivir en mi váter.

—Bien —dijo Harry vagamente—. Bien, ahora estoy más cerca que antes... Vuelve a cerrar los ojos, por favor, que quiero salir.

Tras recoger el huevo del fondo de la piscina, salió, se secó y se volvió a poner el pijama y la bata.

—¿Volverás a visitarme en mis lavabos alguna vez? —preguntó en tono lúgubre Myrtle la Llorona , cuando Harry cogía la capa invisible.

—Eh... lo intentaré —repuso Harry, pero pensando para sí que no lo haría a menos que se estropearan todos los demás lavabos del castillo—. Hasta luego, Myrtle... Y

gracias por tu ayuda.

—Adiós —dijo ella con tristeza.

Harry se volvió a poner la capa, y la vio meterse a toda velocidad por el grifo.

Fuera, en el oscuro corredor, Harry consultó el mapa del merodeador para comprobar que no había moros en la costa. No, las motas que correspondían a Filch y a la Señora Norris estaban quietas en la conserjería. Aparte de Peeves, que botaba en el piso de arriba por la sala de trofeos, parecía que no se movía nada más. Harry había ya emprendido el camino hacia la torre de Gryffindor cuando vio otra cosa en el mapa...

algo evidentemente extraño.

No, Peeves no era lo único que se movía. Había una motita que iba de un lado a otro en una habitación situada en la esquina inferior izquierda: el despacho de Snape.

Pero la mota no llevaba la inscripción «Severus Snape», sino «Bartemius Crouch».

Harry miró la mota fijamente. Se suponía que el señor Crouch estaba demasiado enfermo para ir al trabajo o para asistir al baile de Navidad: ¿qué hacía entonces colándose en Hogwarts a la una de la madrugada? Harry observó atentamente los movimientos de la mota por el despacho, que se detenía aquí y allá...

Harry dudó, pensando... y luego lo venció la curiosidad. Dio media vuelta, y continuó andando en sentido contrario, hacia la escalera más cercana. Iba a ver qué se traía Crouch entre manos.

Bajó la escalera lo más silenciosamente que pudo, aunque algunos retratos volvían la cara con curiosidad cuando crepitaba alguna tabla del suelo, o hacia frufrú la tela del pijama. Avanzó muy despacio por el corredor del piso inferior, apartó a un lado un tapiz que había en la mitad del pasillo, y empezó a bajar por una escalera más estrecha, un atajo que lo dejaría dos pisos más abajo. Seguía mirando el mapa, reflexionando. La verdad era que no parecía propio del correcto y legalista señor Crouch meterse furtivamente en el despacho de otro a aquellas horas de la noche.

Y entonces, cuando había descendido media escalera sin pensar en lo que hacía, concentrado tan sólo en el peculiar comportamiento del señor Crouch, metió una pierna en el escalón falso que Neville siempre olvidaba saltar. Se tambaleó, y el huevo de oro, aún húmedo del baño, se deslizó de debajo de su brazo... Se lanzó hacia delante para intentar cogerlo, pero era ya demasiado tarde: el huevo caía por la larga escalera, repicando como un gong en cada uno de los escalones. Al mismo tiempo se le escurrió la capa invisible. Harry la cogió, pero entonces se le resbaló de la mano el mapa del merodeador y cayó seis escalones más abajo, donde, atrapado como estaba en el peldaño por encima de la rodilla, no podía alcanzarlo.

En su caída, el huevo de oro atravesó el tapiz que había al pie de la escalera, se abrió de golpe y comenzó a gemir estridentemente en el corredor de abajo. Harry sacó la varita e intentó alcanzar con ella el mapa del merodeador para borrar el contenido, pero estaba demasiado lejos para llegar hasta él.

Volviéndose a tapar con la capa, Harry escuchó atentamente, arrugando el entrecejo por el miedo. Casi de inmediato...

—¡PEEVES!

Era el inconfundible grito de caza del conserje Filch. Harry oyó sus pasos arrastrados acercarse más y más, y su sibilante voz que se elevaba furiosamente.

—¿Qué es este estruendo? ¿Es que quieres despertar a todo el castillo? Te voy a coger, Peeves, te voy a coger. Tú... Pero ¿qué es esto?

Los pasos de Filch se detuvieron. Se oyó un chasquido producido por metal al golpear contra otro metal, y los gemidos cesaron. Filch había cogido el huevo y lo había cerrado. Harry permanecía muy quieto, con la pierna aún atrapada en el escalón mágico, escuchando. En cualquier momento Filch apartaría a un lado el tapiz esperando ver a Peeves... y no lo encontraría. Pero si seguía subiendo la escalera vería el mapa del merodeador y, tuviera o no puesta la capa invisible, el mapa del merodeador mostraría el letrero «Harry Potter» en el punto exacto en que se hallaba.

—¿Un huevo? —dijo en voz baja Filch al pie de la escalera—. Cielo mío

—evidentemente la Señora Norris se encontraba con él—, ¡esto es el enigma del Torneo! ¡Esto pertenece a uno de los campeones!

Harry empezó a encontrarse mal. El corazón le latía muy aprisa.

—¡PEEVES! —bramó Filch con júbilo—. ¡Has estado robando!

Apartó el tapiz, y Harry vio su horrible cara abotargada, y los ojos claros y saltones que observaban la escalera oscura y (para él) desierta.

—¿Te escondes? —dijo con voz melosa—. Te voy a atrapar, Peeves... Te has atrevido a robar uno de los enigmas del Torneo, Peeves. Dumbledore te expulsará por esto, ratero...

Filch empezó a subir por la escalera, acompañado por su escuálida gata de color apagado. Los ojos como faros de la Señora Norris, tan parecidos a los de su amo, estaban fijos en Harry. No era la primera vez que éste se preguntaba si la capa invisible surtía efecto con los gatos. Muerto de miedo, vio a Filch acercarse poco a poco en su vieja bata de franela. Intentó sacar el pie del escalón desesperadamente, pero sólo consiguió hundirlo un poco más. De un momento a otro, Filch vería el mapa o se tropezaría con él...

—Filch, ¿qué ocurre?

El conserje se detuvo unos escalones por debajo de Harry, y se volvió. Al pie de la escalera se hallaba la única persona que podía empeorar la situación de Harry: Snape.

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