Ernest Hemingway - ¿Por Quién Doblan Las Campanas?

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¿Por Quién Doblan Las Campanas?: краткое содержание, описание и аннотация

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- ¿Qué inglés? -le preguntó cortésmente el teniente coronel.

- El inglés que está con nosotros como dinamitero.

El teniente coronel asintió con la cabeza. No era más que uno de tantos fenómenos inesperados e inexplicables de la guerra. «El inglés que está con nosotros de dinamitero.»

- Será mejor que lo lleves tú en la moto, Gómez -dijo el teniente coronel-. Prepárale un salvoconducto enérgico para el Estado Mayor del general Golz; yo lo firmaré -dijo al oficial de la visera de celuloide verde-. Escríbelo a máquina, Pepe. Ahí están los detalles. -Hizo un gesto a Andrés para que le entregara el salvoconducto-. Y ponle dos sellos. -Se volvió hacia Gómez-. Tendréis necesidad esta noche de un documento en regla. Así tiene que ser. Hay que ser prudentes cuando se prepara una ofensiva. Voy a daros algo todo lo enérgico que sea posible. -Luego, dirigiéndose a Andrés con cariño-: ¿Quieres algo? ¿Quieres algo de beber o de comer?

- No, mi teniente coronel -dijo Andrés-; no tengo hambre. Me han dado un coñac en el último puesto de mando y si tomo algo más acabaré por marearme.

- ¿Has visto movimientos o actividad al otro lado de mi frente cuando lo atravesaste? -preguntó cortésmente el teniente coronel a Andrés.

- Estaba todo como siempre, mi teniente coronel; tranquilo, tranquilo.

El teniente coronel preguntó:

, -¿No te he visto yo en Cercedilla hace cosa de tres meses?

- Sí, mi teniente coronel.

- Ya me lo parecía. -El teniente coronel le golpeó cariñosamente en la espalda-. Estabas con el viejo Anselmo. ¿Cómo está Anselmo?

Andrés respondió:

- Está muy bien, mi teniente coronel.

- Bueno; me alegro -dijo el teniente coronel. El oficial le mostró lo que acababa de escribir a máquina; el teniente coronel lo leyó y lo firmó-. Ahora tenéis que daros prisa -dijo a Gómez y a Andrés-. Atención con la moto -dijo a Gómez-. Utiliza las luces. No puede pasar nada por una simple motocicleta, y tienes que ser muy cuidadoso para que no os ocurra nada. Dadle recuerdos al camarada Golz de mi parte. Nos conocimos después de lo de Peguerinos. -Les dio la mano a los dos-. Pon los papeles en el bolsillo de tu camisa y abróchatela bien -dijo-. Se coge mucho aire cuando se va en moto.

Cuando se fueron, abrió un armario, sacó un vaso y una botella, se sirvió un poco de whisky y llenó el vaso de agua, que tomó de un botijo que había en el suelo, junto a la pared. Luego, con el vaso en la mano, bebiendo a pequeños sorbos, se acercó al gran mapa colgado en la pared y estudió las posibilidades de la ofensiva al norte de Navacerrada.

- Me alegro de que le toque a Golz y no a mí -dijo al oficial que estaba sentado delante de la mesa. El oficial no contestó y, cuando el teniente coronel levantó los ojos del mapa para mirarle, vio que estaba dormido con la cabeza sobre los brazos. El teniente coronel se acercó a la mesa y colocó los dos teléfonos de manera que rozasen la cabeza del oficial, uno a cada lado. Luego se volvió al armario, se sirvió un nuevo whisky con agua y de nuevo se puso a estudiar el mapa.

Sujetándose con fuerza al asiento, mientras Gómez bregaba con el motor, Andrés agachó la cabeza, para sortear el viento, y la motocicleta comenzó su carrera, entre el estrépito de las explosiones, hendiendo con sus luces la oscuridad de la carretera bordeada de álamos; la luz de los faros se hacía más suave cuando la carretera descendía por entre las brumas del lecho de un arroyo y más intensa cuando volvía a subir el camino.

Frente a ellos, un poco más allá, en un cruce de caminos, el faro alumbró la masa de los camiones vacíos que regresaban de las montañas.

Capítulo cuarenta y uno

Pablo se detuvo y se apeó del caballo. Robert Jordan oyó en la oscuridad el crujido de las monturas y el pesado resoplar de los hombres según ponían pie a tierra, así como el tintineo del freno de un caballo que sacudía la cabeza. El olor de los caballos, el olor de los hombres, olor agrio de personas sin aseo, acostumbradas a dormir vestidas, y el olor rancio, a leña ahumada, de los de la cueva se confundió en uno solo. Pablo estaba de pie a su lado y le llegaba un olor a vino y a hierro viejo, semejante al gusto de una moneda de cobre cuando se mete en la boca. Encendió un cigarrillo, cuidando bien de cubrir la llama con sus manos, aspiró profundamente y oyó decir a Pablo en voz muy baja:

- Coge el saco de las granadas, Pilar, mientras atamos a los caballos.

- Agustín -dijo Robert Jordan en el mismo tono de 'voz-, Anselmo y tú venís conmigo al puente. ¿Tienes el saco de los platos para la máquina?

- Sí-dijo Agustín; ¿cómo no?

Robert Jordan fue hasta donde Pilar estaba descargando uno de los caballos, ayudada por Primitivo.

- Oye, mujer -susurró.

- ¿Qué pasa? -le contestó ella, tratando de amoldar al mismo tono su ronca voz, mientras desataba una cincha.

- ¿Has comprendido bien que no se debe comenzar el ataque mientras no oigas caer las bombas?

- ¿Cuántas veces tienes que repetírmelo? -preguntó Pilar-. Te estás volviendo una vieja gruñona, inglés.

- Es sólo para estar seguro -dijo Robert Jordan-; y después de la destrucción del puesto te repliegas sobre el puente y cubres la carretera desde arriba, para proteger mi flanco izquierdo.

- Lo comprendí la primera vez que lo explicaste. ¿O es que no comprendo nada? -susurró Pilar-. Ocúpate de tus asuntos.

- Que nadie haga ningún movimiento, que nadie dispare ni arroje una bomba antes que se haya oído el ruido de la voladura -dijo Robert Jordan, siempre en voz baja.

- No me aburras más -contestó Pilar, encolerizada-. Entendí muy bien todo eso cuando estuvimos en el campamento del Sordo.

Robert Jordan se acercó a Pablo, que estaba atando los caballos.

- No he atado más que los que podrían asustarse -explicó Pablo-. Los otros están atados de manera que basta tirar de la cuerda para desatarlos. ¿Te das cuenta?

- Bueno.

- Voy a explicar a la muchacha y al gitano cómo tienen que hacer para manejarlos -dijo Pablo. Sus nuevos compañeros estaban de pie, apoyados en sus carabinas, formando un grupo aparte.

- ¿Lo has entendido todo? -preguntó Robert Jordan.

- ¿Cómo no? -dijo Pablo-. Destruir el puesto, cortar los hilos, volver al puente. Cubrir el puente hasta que tú lo hagas saltar.

- Y no hacer nada hasta que no comience la voladura -insistió Jordan.

- Eso es.

- Bueno, entonces, buena suerte.

Pablo gruñó a modo de contestación. Luego dijo:

- Nos cubrirás bien con la máquina y con la otra máquina pequeña cuando volvamos, ¿no es cierto, inglés?

- De primera. Os cubriré de primera.

- Entonces, eso es todo. Pero en ese momento conviene que prestes bien atención, inglés. No será fácil si no estás sobre ello.

- Cogeré la máquina yo mismo -dijo Robert Jordan.

- ¿Tienes mucha práctica? Porque no tengo ganas de que me mate Agustín, con todas las buenas intenciones que tiene.

- Tengo mucha práctica. Ya verás. Y si Agustín se sirve de una de las dos máquinas, me cuidaré de que dispare bien por encima de tu cabeza. Muy alto, siempre por encima de tu cabeza.

- Entonces, nada más -dijo Pablo. Luego dijo en voz baja, en tono de confianza-: No tenemos caballos para todos.

«Este hijo de perra -pensó Robert Jordan-. Se creerá que no lo entendí la primera vez.»

- Yo iré a pie -dijo Robert Jordan-; los caballos son para ti.

- No, habrá un caballo para ti, inglés -dijo Pablo en voz baja-. Habrá caballos para todos nosotros.

- Los caballos son tuyos -dijo Robert Jordan-. No tienes que contar conmigo. ¿Tienes bastantes municiones para tu nueva máquina?

- Sí -contestó Pablo-. Todas las que llevaba el jinete. No he disparado más que cuatro tiros, para ensayar. La probé ayer en las montañas.

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