Se agachó a recoger una piedrecilla y la sostuvo ante mis ojos entre el pulgar y el índice de la mano izquierda.
Ésta es una piedra porque tú conoces el hacer que la hace piedra -dijo.
– ¿Qué dice usted? -pregunté con un sentimiento de genuina confusión.
Don Juan sonrió. Parecía estar tratando de ocultar un deleite malicioso.
– No sé por qué te confundes tanto -dijo-. Las palabras son tu predilección. Deberías estar en el cielo.
Me lanzó una mirada misteriosa y alzó las cejas dos o tres veces. Luego volvió a señalar la piedra que sostenía frente a mis ojos.
– Digo que tú haces de esto una piedra porque conoces el hacer necesario para eso -dijo-. Ahora, si quieres parar el mundo , debes parar de hacer .
Pareció darse cuenta de que yo seguía sin entender, y sonrió meneando la cabeza. Luego tomó una rama y señaló el borde desigual de la piedra.
– En el caso de esta piedrita -prosiguió-, lo primero que hace el hacer es encogerla y dejarla de este tamaño. Por eso lo que debe hacerse, lo que hace un guerrero cuando quiere parar el mundo , es agrandar una piedrita, o cualquier otra cosa, por medio del no-hacer .
Se puso de pie y colocó el guijarro en un peñasco y luego me pidió acercarme a examinarlo. Me dijo que mirara los hoyos y las concavidades del guijarro y tratase de percibir sus minucias. Si lograba captar el detalle, dijo, los hoyos y concavidades desaparecerían y yo entendería el significado de "no-hacer".
– Esta pinche piedra te va a volver loco hoy -dijo, Mi rostro debe de haber reflejado desconcierto. Don Juan me miró y soltó la carcajada. Luego fingió enojarse con la piedra y la golpeó dos o tres veces con su sombrero.
Lo insté a clarificar su propósito. Argumenté que, haciendo un esfuerzo, le sería posible explicar cualquier cosa que quisiera.
Me miró con aire ladino y meneó la cabeza como si la situación fuera desesperada.
– Claro que puedo explicar cualquier cosa -dijo, riendo-. ¿Pero podrás tú entenderla?
Su insinuación me sobresaltó.
– Hacer te obliga a separar la piedrita de la piedra grande -continuó-. Si quieres aprender a no-hacer , digamos que debes juntarlas.
Señaló la pequeña sombra que el guijarro arrojaba sobre el peñasco y dijo que no era una sombra sino una goma que adhería a ambos. Luego dio la media vuelta y se alejó, diciendo que más tarde volvería a echarme un vistazo.
Durante largo rato me quedé mirando la piedrecilla. No me era posible enfocar la atención en los diminutos detalles de los agujeros y las concavidades, pero la pequeñísima sombra proyectada sobre el peñasco adquirió un enorme interés. Don Juan tenía razón; era como un pegamento. Se movía y fluía. Tuve la impresión de que algo la exprimía desde el pie del guijarro.
Al volver don Juan, le dije lo que había observado en relación con la sombra.
– Ése es un buen comienzo -repuso-. Un guerrero se entera de muchas cosas fijándose en las sombras.
Luego sugirió que tomase yo el guijarro y lo enterrara en algún sitio.
– ¿Por qué? -pregunté.
– Lo has estado observando mucho rato -dijo-. Ya tiene algo de ti. Un guerrero trata siempre de afectar la fuerza de hacer cambiándola en no-hacer . Hacer sería dejar la piedra por ahí porque no es más que una piedrita. No-hacer sería tratarla como si fuera mucho más que una simple piedra. En este caso, la piedrita se ha empapado de ti durante largo rato y ahora es tú, y por eso no puedes dejarla ahí nada más, sino debes enterrarla. Pero si tuvieras poder personal, no-hacer sería convertir esa piedra en un objeto de poder.
– ¿Puedo hacer eso ahora?
– Tu vida no es lo bastante compacta. Si vieras , sabrías que el peso de tu preocupación ha convertido esa piedra en algo sin ningún chiste, por eso lo mejor es cavar un agujero y enterrarla y dejar que la tierra absorba la pesadez.
– ¿Es verdad todo esto, don Juan?
– Responder sí o no a tu pregunta es hacer . Pero como estás aprendiendo a no-hacer , debo decirte que en realidad no importa que todo esto sea verdad o no. Aquí es donde el guerrero tiene un punto de ventaja sobre el hombre común. Al hombre común le importa que las cosas sean verdad o mentira; al guerrero no. El hombre común procede de un modo especifico con las cosas que sabe ciertas, y de modo distinto con las cosas que sabe no son ciertas. Si se dice que las cosas son ciertas, él actúa y cree en lo que hace. Pero si se dice que las cosas no son ciertas, no le importa actuar o no cree en lo que hace. En cambio, un guerrero actúa en ambos casos. Si le dicen que las cosas son ciertas, actúa por hacer . Si le dicen que no son ciertas, actúa de todos modos, por no - hacer . ¿Ves lo que quiero decir?
– No, no veo para nada a qué se refiere usted -dije.
Las aseveraciones de don Juan despertaban mi ánimo belicoso. Yo no podía hallar sentido a lo que me decía. Dije que eran incoherencias, y él se burló de mí y repuso que yo ni siquiera tenía un espíritu impecable en lo que más me gustaba hacer: hablar. Llegó a burlarse de mi dominio verbal y a tacharlo de defectuoso e impropio.
– Si vas a ser pura boca, sé un guerrero bocón. -dijo y rió a carcajadas.
Me sentí abatido. Los oídos me zumbaban. Experimenté un calor incómodo en la cabeza. De hecho, me hallaba apenado, y probablemente ruboroso.
Me puse de pie y fui al chaparral y sepulté la piedrecilla.
– Te estaba fregando un poco -dijo don Juan cuando regresé y volví a sentarme-. Y sin embargo sé que si no hablas no entiendes. Hablar es hacer para ti, pero hablar no viene al caso y, si quieres saber a qué me refiero con lo de no-hacer , debes hacer un ejercicio sencillo. Como nos ocupa el no-hacer , no importa si haces el ejercicio ahora o dentro de diez años.
Me hizo acostarme y, tomando mi brazo derecho, lo dobló por el codo. Luego dio vuelta a mi mano hasta que la palma miraba al frente; curvó los dedos como si asieran una perilla de puerta, y empezó a mover mi brazo hacia adelante y hacia atrás en una trayectoria circular; la acción semejaba la de empujar y jalar una palanca unida a una rueda.
Don Juan dijo que un guerrero ejecutaba ese movimiento cada vez que deseaba sacar algo de su cuerpo: por ejemplo, una enfermedad o un sentimiento indeseable. La idea era empujar y jalar una imaginaria fuerza oponente hasta sentir que un objeto pesado, un cuerpo sólido, frenaba el libre movimiento de la mano. En el caso del ejercicio, el "no-hacer" consistía en repetirlo hasta sentir con la mano el cuerpo pesado, aunque de hecho uno jamás pudiera creer que fuese posible sentirlo.
Empecé a mover el brazo y tras corto rato mi mano se puso fría como el hielo. Yo había empezado a sentir, en torno de ella, una especie de materia pulposa. Era como si me hallara agitando un liquido de viscosidad pesada.
Don Juan hizo un movimiento súbito y asió mi brazo para detener el movimiento. Todo mi cuerpo se estremeció, como agitado por alguna fuerza invisible. Él me escudriñó mientras yo tomaba asiento; luego caminó en torno mío antes de volver a sentarse en el sitio donde había estado.
– Ya hiciste bastante -dijo-. Puedes hacer este ejercicio en otra ocasión, cuando tengas más poder personal.
– ¿Hice algo mal?
– No. No-hacer es sólo para guerreros muy fuertes y tú no tienes aún el poder para agarrarte con eso. Ahora nada más atraparías cosas horrendas con la mano. Conque hazlo poquito a poco, hasta que ya no se te enfríe la mano. Cuando conserva su calor, puedes sentir con ella las líneas del mundo.
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