"Sólo mi miedo enloquecedor me mantuvo en pie.
Finalmente, cuando vio que yo estaba a punto de caer muerto de agotamiento, encendió la hoguera y con las llamas me escudó del aliado.
Don Juan dijo que permanecieron ante la hoguera durante toda la noche. Para él, el peor momento fue cuando su benefactor tuvo que ir en busca de ramas secas y lo dejó solo. Tuvo tanto miedo que le prometió a Dios que iba a dejar el camino del guerrero y se iba a convertir en agricultor.
– Por la mañana, cuando había agotado toda mi energía, el aliado logró empujarme al fuego y sufrí graves quemaduras, agregó don Juan.
– ¿Qué le pasó al aliado? -pregunté.
– Mi benefactor nunca me dijo lo que le pasó -contestó-. Pero siento que sigue vagando por ahí, tratando de encontrar el camino de regreso.
– ¿Y qué pasó con la promesa que le hizo usted a Dios?
– Mi benefactor me dijo que no me preocupara, que había demasiadas cosas que yo aún no comprendía. Mi promesa era seria, pero que no había nadie que escuchara tales promesas, porque no existe un Dios. Lo único que existe son las emanaciones del Águila, y a ellas no hay manera de hacerles promesas.
– ¿Qué habría ocurrido si el aliado lo atrapa? -pregunté.
– Quizá me hubiera muerto de miedo -dijo-. De haber sabido lo que le pasa a uno al ser atrapado hubiera dejado que me alcanzara. En aquel entonces yo era un hombre temerario. Una vez que te agarra el aliado, o te da un ataque al corazón y te mueres del susto, o forcejeas con él. Después de un momento de violenta agitación, la energía del aliado mengua. Aparte de asustarnos, los aliados no pueden hacernos nada con su imitación de ferocidad; nosotros tampoco los afectamos mucho. Estamos verdaderamente separados por un abismo.
"Los antiguos videntes creían que, al momento en que la energía del aliado mengua, sus poderes pasan al hombre con quien forcejea. ¡Qué poderes, ni qué poderes! A los antiguos videntes les salían aliados por las orejas, y el poder de los aliados no les valió un bledo.
Don Juan explicó que, una vez más, les correspondió a los nuevos videntes aclarar esta otra confusión. Descubrieron que lo único que cuenta es la impecabilidad, esto es, la energía que se ahorra. Era cierto que hubo casos entre los antiguos toltecas, de videntes que fueron salvados por sus aliados, pero eso no tuvo nada que ver con el poder de sus aliados, sino más bien con la impecabilidad de esos videntes que les permitió usar la energía de aquéllas otras formas de vida.
Los nuevos videntes descubrieron algo aún más importante; lo que hace a los aliados utilizables o inutilizables para el hombre. Los aliados inútiles, de los cuales hay extraordinarias cantidades, son aquéllos compuestos de emanaciones que no tienen equivalente en los seres humanos. Son tan diferentes a nosotros que resultan completamente incomprensibles. La otra clase de aliados, notablemente escasa en número, está compuesta de seres que poseen emanaciones correspondientes a las nuestras.
– ¿Cómo utiliza el hombre a esa clase de aliados? -pregunté.
– Deberíamos usar otra palabra en vez de utilizar -contestó-. Yo diría que lo que tiene lugar entre videntes y aliados de este tipo es un adecuado intercambio de energía.
– ¿Cómo ocurre el intercambio?
– A través de las emanaciones que coinciden -dijo-.
“Naturalmente, esas emanaciones están en el lado izquierdo del hombre; el lado que jamás se usa. Por esta razón, los aliados están totalmente vedados al mundo de la conciencia normal, o el lado de la racionalidad.
Dijo que las emanaciones coincidentes les dan a ambos un terreno común. Luego, con la familiaridad, se establece un eslabón más profundo, que beneficia a ambas formas de vida. Los videntes buscan la cualidad etérea de los aliados; pueden ser fabulosos guías y guardianes. Los aliados buscan la fuerza del amplio campo energético del hombre, e incluso con él pueden hasta materializarse.
Me aseguró que videntes con experiencia ejercitan esas emanaciones coincidentes hasta que las hacen unirse; en ese momento tiene lugar el intercambio. Los antiguos videntes no supieron que existía tal proceso y desarrollaron complejas técnicas, como la que me había mostrado, para descender a las profundidades que yo vi en el espejo.
– Para ayudarse en su descenso -continuó-, los antiguos videntes tenían una cuerda de fibra especial que se ataban alrededor de la cintura. Tenía una punta remojada en resina, que cabía en el ombligo, como un tapón. Los videntes tenían un asistente o varios que sostenían la cuerda mientras ellos se perdían en su contemplación.
– Pero, ¿llegaron a descender corporalmente? -pregunté.
– Los hombres, en general, tienen enorme capacidad, especialmente si controlan la conciencia -contestó-. Los antiguos videntes eran estupendos. En sus excursiones a las profundidades hallaron maravillas. Para ellos era rutinario encontrarse con aliados.
"Desde luego que ahora ya te das cuenta de que decir las profundidades es usar una metáfora. No hay ninguna clase de profundidades. Lo único que existe es el Aguila y sus emanaciones. El secreto es manejar la conciencia de ser. Sin embargo los antiguos videntes jamás lo entendieron.
Le dije a don Juan que, basándome en lo que él me había contado de su experiencia con el aliado, y en mi propia impresión al sentir la violenta agitación del aliado en el agua, concluí que los aliados son muy agresivos.
– Ni tanto -dijo-. No es que no tengan suficiente energía para ser agresivos, sino que tienen más bien un diferente tipo de energía. Son más como una corriente eléctrica. Los seres orgánicos son como ondas de calor.
– ¿Por qué lo persiguió el aliado durante tanto tiempo? -pregunté.
– Eso no es ningún misterio -dijo-. A los aliados los atraen las emociones. El terror básico es lo que más los atrae; libera el tipo de energía más conveniente para ellos. El terror básico unifica las emanaciones en su interior. Como mi terror básico era ininterrumpido, el aliado comenzó a seguirlo o mejor dicho mi terror enganchó al aliado y no lo soltó.
Dijo que los antiguos videntes al descubrir que el terror animal es lo que los aliados disfrutan por encima de todo, llegaron al extremo de intencionalmente nutrir a sus aliados, asustando a gente a veces hasta matarlos. Los antiguos videntes estaban convencidos de que los aliados tenían sentimientos humanos, pero los nuevos videntes vieron que la energía liberada por las emociones simplemente engancha a los aliados; el cariño es igualmente efectivo, o el odio, o la tristeza, o la alegría.
Don Juan dijo que si él hubiera sentido cariño por aquel aliado, el aliado lo hubiera perseguido de todos modos, pero la persecución hubiera tenido otro cariz. Yo le pregunté qué habría pasado si él hubiera controlado su terror. ¿Habría el aliado dejado de perseguirlo? Contestó que controlar el terror era una estratagema de los antiguos videntes. Aprendieron a controlarlo al punto de poder repartirlo. Con su propio terror enganchaban a los aliados, y al darlo de manera gradual, como si fuera alimento, de verdad esclavizaban a los aliados.
– Los antiguos videntes eran hombres aterradores -agregó don Juan y me encaró con una sonrisa burlona-. No debería referirme a ellos en el pasado pluscuamperfecto -continuó- porque incluso el día de hoy son aterradores. Su intención es dominar, ser los amos de todos y de todo.
– ¿Incluso hoy en día, don Juan? -pregunté buscando que me explicara más.
Cambió de tema, dijo que yo había perdido la oportunidad de sentir un terror básico y sin medida. Comentó que la efectiva manera en que yo había sellado el marco del espejo impidió que el agua se colara atrás del vidrio. Consideraba ésto como el factor decisivo que había impedido que el aliado despedazara el marco.
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