– Lamento tener que decirle esto, Emilito, pero no entiendo de qué está hablando -dije.
– Llegar adonde cruzan los brujos consiste en desplazar la conciencia de la vida cotidiana, presente en el cuerpo físico, al doble -replicó-. Escucha con atención. La conciencia de la vida cotidiana es lo que queremos desplazar del cuerpo al doble. ¡La conciencia de la vida cotidiana!
– ¿Pero eso qué significa, Emilito?
– Significa que buscamos la sobriedad, la mesura, el control. No nos interesan la locura ni los resultados confusos.
– ¿Pero qué significa en mi caso? -insistí.
– Te abandonaste a tus excesos y no desplazaste tu conciencia de la vida cotidiana a tu doble.
– ¿Qué hice?
– Otorgaste a tu doble una conciencia desconocida e imposible de controlar.
– A pesar de todo lo que ha dicho, Emilito, me resulta imposible creer todo esto -dije-. De hecho, es realmente inconcebible.
– Claro que es inconcebible -asintió-. Pero si lo que quieres es algo concebible, no tienes que estar sentada ahí, aferrada a tus dudas, gritándome. Para ti, algo concebible es estar desnuda con las piernas arriba.
Esbozó una sonrisa lasciva que me dio escalofríos. No obstante, antes de que pudiera defenderme, su expresión adoptó una seriedad absoluta.
– Sacar al doble de manera fácil y armoniosa y desplazar a él nuestra conciencia de la vida cotidiana es algo que no tiene igual -indicó con voz suave-. Hacer eso es inconcebible.
"Ahora hagamos algo totalmente concebible. Vayamos a desayunar.
Mi tercera noche en la casa del árbol fue como salir de campamento. Simplemente me metí a la bolsa de dormir, caí en un sueño profundo y me desperté al amanecer. Bajar también fue más fácil. Le había encontrado el modo a manejar las cuerdas y las poleas sin forzar la espalda y los hombros.
– Hoy es el último día de tu fase de transición -anunció Emilito después del desayuno-. Tienes mucho trabajo que hacer. Pero eres relativamente aplicada, así que no será demasiado difícil.
– ¿Qué quiere decir con fase de transición?
– Has pasado por una transición de seis días, desde la última vez que hablaste con Clara hasta ahora. No lo olvides; pasaste seis noches en el árbol, tres sin conocimiento y las otras tres consciente. Los brujos siempre cuentan los acontecimientos en series de tres.
– ¿También yo tengo que hacer las cosas en series de tres? -pregunté.
– Claro que sí. Eres la heredera de Nélida, ¿no? Eres la continuación de su línea. -Esbozó una sonrisa socarrona y agregó-: pero por ahora tienes que hacer lo que yo te diga. Recuerda que, por el tiempo que sea necesario, yo seré tu guía.
Las palabras de Emilito me hicieron tragar saliva. Mientras que había sentido un estremecimiento de orgullo cada vez que Nélida me incluía con ella, no me agradaba en absoluto que el cuidador me relacionara con él.
Al observar mi incomodidad, me aseguró que fuerzas superiores al control de cualquier persona nos habían reunido para cumplir con una tarea específica. Por lo tanto, debíamos respetar las reglas, porque así era como se hacían las cosas en su tradición de brujería.
– Clara preparó tu lado físico al enseñarte a recapitular y aflojó tus compuertas con los pases brujos -explicó-. Mi trabajo consiste en ayudar a solidificar tu doble y luego en enseñarle a acechar.
Me aseguró que nadie más, excepto él, podía enseñarme a acechar con el doble.
– ¿Podría usted explicarme qué significa acechar con el doble? -pregunté.
– Por supuesto que podría explicártelo. Pero no sería prudente hablar de ello, porque acechar significa actuar, no hablar sobre el actuar. Además, ya sabes lo que significa, puesto que lo has practicado.
– ¿Dónde y cuándo lo he practicado?
– La primera noche que dormiste en la casa del árbol -dijo Emilito-; cuando estabas a punto de morir del miedo. Esa vez tu razón no supo cómo manejar la situación, de modo que las circunstancias te obligaron a depender de tu doble. Fue tu doble el que acudió en tu ayuda. Desbordó las compuertas que tu temor había abierto de par en par. Eso lo llamo acechar con el doble.
"El nagual y Nélida son los maestros del doble y te darán los últimos toques -prosiguió-, siempre y cuando yo pueda realizar el trabajo básico. A mí me corresponde prepararte para ellos, al igual que correspondió a Clara prepararte para mí. A menos que yo te prepare, ellos no podrán hacer nada en absoluto contigo.
– ¿Por qué Clara no podía seguir siendo mi maestra? -pregunté, tomando un sorbo de agua.
Me miró y luego parpadeó como un pájaro.
– La regla dicta tener a dos escoltas -indicó Emilito-. Cada uno de nosotros tuvo a dos escoltas. Pero el último no es escolta sino maestro. Y ese es un nagual; eso también lo dicta la regla.
Emilito explicó que el nagual Julián Grau no sólo fue maestro suyo, sino que fue el maestro de cada uno de los dieciséis miembros de la casa. El nagual Julián, junto con su propio maestro, otro nagual llamado Elías Abelar, los encontraron a todos, uno por uno, y les ayudaron en su camino hacia la libertad.
– ¿Por qué los apellidos Grau y Abelar se repiten tanto?
– Son apellidos de poder -explicó Emilito-. Cada generación de brujos los utiliza. El apellido de los naguales cambia cada generación. Eso significa que Juan Miguel Abelar heredó su apellido de Elías Abelar. Pero el nuevo nagual, el que venga después de Juan Miguel Abelar, heredará el apellido Grau de Julián Grau. Esa es la regla de los naguales.
– ¿Por qué dijo Nélida que soy una Abelar?
– Porque eres igual que ella. Y la regla dice que heredarás su apellido o su nombre o, si tú lo deseas, nombre y apellido. Ella misma heredó el nombre y el apellido de su predecesora.
– ¿Quién estableció esa regla y para qué sirve? -pregunté.
– La regla es el código que rige la vida de los brujos y evita, de ese modo, que se vuelvan arbitrarios o caprichosos. Deben adherirse a los preceptos fijados para ellos, porque los estableció el espíritu mismo. Esto fue lo que me dijeron y no tengo motivos para dudarlo.
Emilito me contó que su otra maestra fue una mujer llamada Talía. La describió como la mujer más exquisita que uno pudiese imaginar que existe sobre la faz de la Tierra.
– Creo que Nélida es el ser más exquisito -solté de manera brusca, pero me interrumpí antes de decir más. De otro modo hubiera sonado igual que Emilito, totalmente rendida a una devoción absoluta.
Emilito se inclinó encima de la mesa de la cocina y dijo, con el aire de un conspirador a punto de revelar un secreto:
– Estoy de acuerdo contigo. Pero espera a que Nélida realmente se apodere de ti; entonces la amarás como si no existiese el mañana.
Sus palabras no me sorprendieron, porque atinaban a expresar algo que yo ya sentía; amaba a Nélida, como si la conociese desde siempre. Como si fuese la madre que en realidad nunca tuve. Le dije que para mí era el ser más amable, más bello e impecable que me había encontrado en mi vida, pese al hecho de que hasta hacía unos días ni siquiera sabía que existiese.
– Pero por supuesto que la conocías -protestó Emilito-. Cada uno de nosotros fue a verte y Nélida te veía con mayor frecuencia que nadie. Cuando llegaste con Clara, Nélida ya te había enseñado infinidad de cosas.
– ¿Qué me habrá enseñado? -pregunté, inquieta.
Se rascó la cabeza por un momento.
– Te enseñó, por ejemplo, a evocar a tu doble para pedir consejo -contestó.
– Según usted, eso hice la primera noche en la casa del árbol. Pero no sé qué hice en realidad.
– Claro que sí. Lo has hecho siempre. ¿Qué me dices de tu técnica de mirar el horizonte del Sur en busca de consejo?
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