Me instó a hacer memoria y recordar una secuencia de acciones que de tan ordinarias, dijo, casi se me habían olvidado.
No supe de qué hablaba. Me animó a un mayor esfuerzo.
– Piensa en tu sombrero -dijo-. Y en lo que Genaro hizo con él.
Experimenté un brusco choque de reconocimiento. Había olvidado que don Genaro quiso que me quitara el sombrero porque el viento me lo arrancaba a cada momento. Pero yo no quería prescindir de él. Me sentía estúpido en mi desnudez. Usar sombrero, lo cual por lo común nunca hago, me proporcionaba un sentimiento de extrañeza; yo no era en verdad yo mismo, por lo cual estar desnudo no me apenaba tanto. Don Genaro intentó luego cambiar sombreros conmigo, pero el suyo era demasiado pequeño para mí. Hizo chistes sobre el tamaño de mi cabeza y las proporciones de mi cuerpo, y finalmente me quitó el sombrero y me envolvió la cabeza en un poncho viejo, a guisa de turbante.
Dije a don Juan que había olvidado esa secuencia, la cual sin duda ocurrió entre mis supuestos saltos. Y sin embargo, el recuerdo de tales "saltos" resaltaba como una unidad sin interrupción.
– Por supuesto que fueron una unidad sin interrupción, y también lo fueron los juegos de Genaro con tu sombrero -dijo él-. Esos dos recuerdos no pueden acomodarse uno tras otro porque ocurrieron al mismo tiempo.
Movió los dedos de la mano izquierda como si no pudieran encajar en los espacios entre los dedos de la derecha.
– Esos saltos fueron sólo el principio -continuó-. Luego vino tu verdadera excursión a lo desconocido; anoche experimentaste lo impronunciable, el nagual.
Tu razón no puede luchar contra el conocimiento físico de que eres un racimo de sentimientos sin nombre. Tu razón tal vez incluso admita, a estas alturas, que hay otro centro de ensamble: la voluntad , a través de la cual es posible juzgar, calcular y utilizar los extraordinarios efectos del nagual. Por fin tu razón se ha enterado de que podemos reflejar al nagual a través de la voluntad , aunque nunca podamos explicarlo.
"Pero entonces viene tu pregunta: ¿Dónde estaba yo mientras ocurría todo eso? ¿Dónde estaba mi cuerpo? La convicción de que hay un tú real es el resultado del hecho de que has reunido todo cuanto tienes en torno a tu razón . En este momento, tu razón admite que el nagual es lo indescriptible, no porque la evidencia lo haya convencido, sino porque es más seguro admitir esto. Tu razón está en terreno seguro; todos los elementos del tonal están de su lado."
Don Juan hizo una pausa y me examinó. Sonreía con bondad.
– Vamos al sitio de predilección de Genaro -dijo abruptamente.
Se puso de pie y caminamos hasta la roca donde habíamos hablado dos días antes; nos sentamos cómodamente en los mismos sitios, con la espalda contra la roca.
– Hacer que la razón se sienta segura es siempre la tarea del maestro -dijo-. Yo le jugué un truco a tu razón al hacerla creer que el tonal era explicable y previsible. Genaro y yo hemos trabajado para darte la impresión de que sólo el nagual estaba más allá de la explicación; la prueba de que el truco tuvo éxito es que en este momento te parece que, pese a todo cuanto has atravesado, hay todavía un núcleo que puedes reclamar como propio, tu razón . Esto es un espejismo. Tu preciosa razón no es más que un centro de ensamble, un espejo que refleja algo que está fuera de ella. Anoche atestiguaste no sólo lo indescriptible que es el nagual sino también lo indescriptible que es el tonal.
"El último trozo de la explicación de los brujos dice que la razón no hace sino reflejar un orden externo, y que la razón no sabe nada de ese orden; no puede explicarlo, como tampoco puede explicar el nagual. La razón sólo puede atestiguar los efectos del tonal, pero jamás podría comprenderlo o deshilvanarlo. El hecho mismo de que estemos pensando y hablando indica que hay un orden que seguimos sin ni siquiera saber cómo lo hacemos, o qué es el orden ese."
Saqué a -colación la idea de las investigaciones realizadas por el hombre occidental con respecto al funcionamiento del cerebro, como una posibilidad de explicar qué era aquel orden. Él señaló que las investigaciones no hacían más que atestiguar que algo estaba sucediendo.
– Los brujos hacen lo mismo con su voluntad -dijo-. Dicen que por medio de la voluntad pueden atestiguar los efectos del nagual. Ahora puedo añadir que por medio de la razón , sin importar lo que hagamos con ella, o cómo lo hagamos, estamos simplemente atestiguando los efectos del tonal. En ambos casos no hay esperanza, nunca, de entender o de explicar qué es lo que estamos atestiguando.
"Anoche fue la primera vez que volaste con las alas de tu percepción. Eras aún muy tímido. Sólo te aventuraste en la banda de la percepción humana. Un brujo puede usar esas alas, para tocar otras sensibilidades: la de un cuervo, por ejemplo, la de un coyote, un grillo, o el orden de otros mundos en ese espacio infinito."
– ¿Se refiere usted a otros planetas, don Juan?
– Claro. Las alas de la percepción pueden llevarnos a los más recónditos confines del nagual o a los mundos inconcebibles del tonal.
– ¿Puede un brujo, por ejemplo, ir a la Luna?
– Desde luego que sí -replicó-. Sólo que no podría traer un costal dé piedras.
Reímos y bromeamos al respecto, pero él había hablado con toda seriedad.
– Hemos llegado a la última parte de la explicación de los brujos -dijo-. Anoche, Genaro y yo te mostramos los dos últimos puntos que integran la totalidad del hombre: el nagual y el tonal. Una vez te dije que esos dos puntos estaban fuera de uno mismo, y a la vez no lo estaban. Ésa es la paradoja de los seres luminosos. El tonal de cada uno de nosotros es sólo un reflejo de ese indescriptible desconocido lleno de orden: el gran tonal; el nagual de cada uno de nosotros es sólo un reflejo de ese indescriptible vacío que lo contiene todo: el gran nagual.
"Ahora debes quedarte en el sitio de predilección de Genaro hasta que llegue el crepúsculo; para entonces ya habrás metido en su sitio la explicación de los brujos. Ahora, aquí sentado, no tienes nada más que la fuerza de tu vida, que une ese racimo de sentimientos."
Se puso de pie.
– La tarea de mañana es lanzarte solo a lo desconocido, mientras Genaro y yo te observamos sin intervenir -dijo-. Quédate aquí sentado y suspende tu diálogo interno. Puede que reúnas el poder necesario para desplegar las alas de tu percepción y volar hacia esa infinitud.
LA PREDILECCIÓN DE LOS GUERREROS
Don Juan me despertó al rayar el alba. Me dio un guaje lleno de agua y una bolsa de carne seca. Caminamos en silencio unos tres kilómetros hasta el sitio donde yo había dejado el coche dos días antes.
– Este viaje es nuestro último viaje juntos -dijo con voz tranquila cuando llegamos al auto.
Sentí una brusca sacudida en el estómago. Supe a qué se refería.
Se reclinó contra el parachoques trasero mientras yo abría la portezuela del lado derecho, y me miró con un sentimiento que nunca antes había traslucido en sus ojos. Subimos en el coche, pero antes de que yo encendiera el motor, don Juan hizo algunas oscuras observaciones que también entendí a la perfección; dijo que teníamos unos cuantos minutos para estar sentados en el coche y tocar algunos sentimientos muy personales y punzantes.
Permanecí sentado en calma, pero mi espíritu se hallaba inquieto. Quise decirle algo a don Juan, algo que me apaciguara. Busqué en vano las palabras adecuadas, la fórmula que habría expresado aquello que yo "sabía" sin que me lo dijeran.
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