Los tres policías dieron una vuelta en coche por la ciudad haciendo tiempo hasta la hora del almuerzo. No comerían juntos. Dejaron el coche cerca de una zona de restaurantes y se dispersaron, cada uno a lo suyo, para volver a encontrarse noventa minutos exactos después en una plaza un poco retirada, donde el comisario, esta vez al volante, recogería a sus subordinados. Evidentemente, nadie sabe por aquí quienes son, además, ninguno lleva en la cabeza una P mayúscula, pero el sentido común y la prudencia aconsejan que no paseen en grupo por el centro de una ciudad por muchos motivos enemiga. Es cierto que ahí van tres hombres, y más adelante otros tres, pero una rápida ojeada bastará para percibir que se trata de gente normal, perteneciente a la vulgar especie de los transeúntes, personas corrientes, al abrigo de cualquier sospecha, tanto la de ser representantes de la ley como la de ser perseguidos por ella. Durante el paseo en coche el comisario quiso conocer las impresiones que los dos subordinados sacaron de la conversación con el hombre de la carta, precisando, sin embargo, que no estaba interesado en oír juicios morales, Que él es un canalla de marca mayor, ya lo sabemos, luego no vale la pena perder tiempo buscando otros calificativos. El inspector tomó la palabra para decir que había apreciado, sobre todo, la manera de orientar el interrogatorio del comisario, omitiendo con superior habilidad cualquier referencia a la malévola insinuación contenida en la carta, la de que la mujer del médico, dada su excepcional situación personal cuando la ceguera de hace cuatro años, podría ser la causa o de algún modo estar implicada en la acción conspiradora que condujo a la capital al voto en blanco. Fue notorio, dijo, el desconcierto del tipo, él esperaba que el asunto principal, si no único, de la diligencia de la policía fuera ése, y al final le salió el tiro por la culata. Casi daba pena verlo, terminó. El agente estuvo de acuerdo con la percepción del inspector, destacando, además, lo estupendo que había sido para el desmoronamiento de las defensas del interrogado la alternancia de las preguntas, ora el comisario, ora el inspector. Hizo una pausa y, en voz baja, añadió, Señor comisario, es mi deber informarle de que usé la pistola cuando me mandó que fuera con el hombre, La usaste, cómo, preguntó el comisario, Se la metí entre las costillas, probablemente todavía tiene la marca del cañón, Y por qué, Pensé que iba a tardar mucho tiempo en encontrar la fotografía, que el tipo se aprovecharía de la pausa para inventar algún truco que entorpeciera la investigación, algo que le forzase a usted a alterar la línea del interrogatorio en el sentido que a él le conviniera más, Y ahora qué quieres que haga, que te ponga una medalla en el pecho, preguntó el comisario, en tono sarcástico, Se ganó tiempo, señor comisario, la fotografía apareció en un instante, Y yo estoy a punto de hacerte desaparecer a ti, Pido disculpas, señor comisario, Vamos a ver si no me olvido de avisarte cuando te haya disculpado, Sí señor comisario, Una pregunta, A sus órdenes, señor comisario, Le quitaste el seguro al arma, No señor comisario, no se lo quité, Te olvidaste de quitárselo, No señor comisario, lo juro, la pistola era sólo para asustar al tipo, Y conseguiste asustarlo, Sí señor comisario, Por lo visto voy a tener que darte esa medalla, y ahora haz el favor de no ponerte nervioso, no atropelles a esa vieja ni te saltes el semáforo, si hay algo que no quiero es tener que dar explicaciones a un policía, No hay policía en la ciudad, señor comisario, la retiraron cuando se declaró el estado de sitio, dijo el inspector, Ah, ahora comprendo, ya me estaba extrañando tanta tranquilidad. Pasaban al lado de un jardín donde se veían niños jugando. El comisario miró con un aire que parecía distraído, ausente, pero el suspiro que súbitamente le salió del pecho puso en evidencia que debía de estar pensando en otros tiempos y en otros lugares. Después de almorzar, dijo, me llevan a la base, Sí señor comisario, dijo el agente, Tiene alguna orden que darnos, preguntó el inspector, Paseen, vayan a pie por la ciudad, entren en cafés y en tiendas, abran los ojos y los oídos, y regresen a la hora de cenar, esta noche no saldremos, supongo que habrá latas de reserva en la cocina, Sí señor comisario, dijo el agente, Y tomen nota de que mañana trabajaremos por separado, el audaz conductor de nuestro coche, el policía de la pistola, hablará con la ex mujer del hombre de la carta, el que va en el asiento de la muerte visitará al viejo de la venda negra y a su prostituta, yo me reservo a la mujer del médico y al marido, en cuanto a la táctica, seguiremos fielmente la que hemos usado hoy, ninguna mención al asunto del voto en blanco, nada de caer en debates políticos, dirijan las preguntas hacia las circunstancias en que se cometió el crimen, a la personalidad de su supuesta autora, háganlos hablar del grupo, de cómo se constituyó, si ya se conocían antes, qué relaciones mantuvieron después de recuperar la vista, qué relaciones tienen hoy, es probable que sean amigos y quieran protegerse unos a otros, pero pueden cometer errores si no se han puesto de acuerdo sobre lo que deben decir y sobre lo que les conviene callar, nuestra tarea es ayudarlos a cometer esos errores, y, como la perorata ya se ha alargado demasiado, apunten en la memoria lo más importante, que nuestra aparición, mañana por la mañana, en las casas de esas personas, se realizará exactamente a las diez y media, no digo que se pongan a sincronizar los relojes porque eso sólo pasa en las películas de acción, pero tenemos que evitar que los sospechosos puedan comunicarse, avisarse unos a otros, y ahora vamos a comer, ah, cuando regresen a la base entren por el garaje, el lunes me informaré de si el portero es de confianza. Una hora y cuarenta y cinco minutos más tarde el comisario recogía a los ayudantes que lo esperaban en la plaza, para luego irlos dejando, sucesivamente, primero al agente, después al inspector, en barrios diferentes, donde intentarían cumplir las órdenes recibidas, es decir, pasear, entrar en cafés y en tiendas, abrir los ojos y los oídos, en resumen, olfatear el crimen. Regresarán a la base para la anunciada cena de latas y dormir, y cuando el comisario les pregunte qué novedades traen, confesaran que ni una sola de muestra, que los habitantes de esta ciudad no serán sin duda menos habladores que los de cualquier otra, pero no hablan acerca de lo que más importa oír. Tengan esperanza, dirá, la prueba de que existe una conspiración reside precisamente en el hecho de que no se hable de ella, el silencio, en este caso, no contradice, confirma. La frase no era suya, sino del ministro del interior, con quien, después de entrar en la providencial, s.a., sostuvo una rápida conversación por teléfono, la cual, aunque la vía era segura, satisfizo todos los preceptos de la ley del secretismo oficial básico. He aquí el resumen del diálogo, Buenas tardes, habla papagayo de mar, Buenas tardes, papagayo de mar, respondió albatros, Primer contacto con la fauna avícola local, recepción sin hostilidad, interrogatorio eficaz con la participación de gavioto y gaviota, buenos resultados obtenidos, Sustanciales, papagayo de mar, Muy sustanciales, albatros, conseguimos excelente fotografía de la bandada de pájaros, mañana comenzaremos el reconocimiento de las especies, Felicidades, papagayo de mar, Gracias, albatros, Oiga papagayo de mar, A la escucha, albatros, No se deje engañar por ocasionales silencios, papagayo de mar, si las aves están calladas, no quiere decir que no se encuentren en los nidos, el tiempo calmo esconde la tempestad, no lo contrario, sucede lo mismo con las conspiraciones de los seres humanos, el hecho de que no se hable de ellas no prueba que no existan, ha comprendido, papagayo de mar, Sí, albatros, he comprendido perfectamente, Que va hacer mañana, papagayo de mar, Atacaré al águila pescadora, Quién es el águila pescadora, papagayo de mar, acláreme, La única que existe en toda la costa, albatros, que se sepa no hay otra, Ah, sí, ya lo veo, Deme órdenes, albatros, Cumpla rigurosamente las que le di antes de partir, papagayo de mar, Serán rigurosamente cumplidas, albatros. Después de asegurarse de que los micrófonos estaban desconectados, el comisario masculló un desahogo, Qué payasada ridícula, oh dioses de la policía y del espionaje, yo papagayo de mar, él albatros, sólo falta que comencemos a comunicarnos por medio de gañidos y graznidos, tempestad, por lo menos, ya tenemos. Cuando los subordinados llegaron, cansados de tanto patear la ciudad, les preguntó si traían novedades y ellos respondieron que no, que habían puesto todos sus cuidados en ver y en escuchar, pero desgraciadamente con nulos resultados, Esta gente habla como si no tuviera nada que esconder, dijeron. Fue entonces cuando el comisario, sin citar la fuente, pronunció la frase del ministro del interior de las conspiraciones y de los modos de ocultarlas.
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