Y bien precisos eran. Cuando se hizo patente e inocultable que la Península Ibérica se había separado por completo de Europa, así se iba diciendo, Se ha separado, centenares de miles de turistas, como sabemos era el tiempo de su mayor sazón, abandonaron precipitadamente, y dejando cuentas por pagar, los hoteles, paradores, posadas, hostales y residencias, las casas y apartamentos alquilados, los campamentos, las tiendas, las caravanas, provocando de inmediato gigantescos atascos de tráfico, que se agravaron aún más cuando empezaron a ser abandonados los coches en cualquier parte, tardó esto en ocurrir, pero luego fue como un reguero de pólvora, en general la gente es lenta en darse cuenta y aceptar la gravedad de las situaciones, por ejemplo, esta de que no sirve el auto para nada, dado que estaban cortadas las carreteras que llevaban a Francia. En torno de los aeropuertos, como una inundación, había una masa de coches de todo tamaño, modelo, marca y color cerrando arracimados calles y accesos, y desorganizando totalmente la vida de las comunidades locales. Españoles y portugueses, rehechos ya del susto del apagón y negrum, asistían al pánico y no le veían la razón, En definitiva hasta ahora no ha muerto nadie, estos extranjeros, en cuanto los sacan de su rutina, pierden la cabeza, ése es el resultado de tanto adelanto como tienen en ciencia y técnica, y después de este juicio condenatorio iban a escoger, entre los automóviles abandonados, el que más satisfacía su gusto y coronaba sus sueños. En los aeropuertos, los mostradores de las compañías aéreas se veían embestidos por la multitud excitada, babel furiosa de gestos y de gritos, se intentaban y practicaban sobornos nunca vistos para lograr pasaje, se vendía todo, se compraba todo, joyas, máquinas, ropas, reservas de droga, negociada ahora a las claras, el coche está ahí fuera, aquí tiene las llaves y los documentos, si no encuentro plaza para Bruselas me voy aunque sea a Estambul, al infierno, ese turista era de los distraídos, estuvo en el pueblo y no vio las casas. Sobrecargados, con las memorias pletóricas, saturadas, los ordenadores vacilaron, se multiplicaron los errores hasta el bloqueo total. Ya no se vendían pasajes, la gente asaltaba los aviones, un espectáculo feroz, los hombres primero porque eran más fuertes, luego las frágiles mujeres y los inocentes niños, no pocos, niños y mujeres, quedaron pisoteados entre la puerta de la terminal y la escalera de acceso, primeras víctimas, y luego segundas y terceras cuando a alguien se le ocurrió abrirse paso empuñando una pistola y fue abatido por la policía. Se trabó un tiroteo, había otras armas entre la multitud y dispararon, no vale la pena decir en qué aeropuerto ocurrió la desgracia, abominable suceso repetido en dos o tres lugares más, aunque con menos graves consecuencias, allí murieron dieciocho personas.
De repente, recordando alguien que también por mar se podía huir, se inició otra carrera de salvación. Refluyeron los fugitivos, otra vez en busca de sus abandonados automóviles, los encontraron algunos, otro no, pero qué importaba eso, si no había llaves, o las llaves no servían, se hacía un puente, quien no sabía hacerlo aprendió, Portugal y España se convirtieron en el paraíso de los ladrones de automóviles. Cuando llegaban a los puertos, iban en busca de lancha o batel que los llevase, o mejor una trainera, un remolcador, un velero, un quechemarín, y así abandonaban sus últimos haberes en la tierra maldita, partían con la ropa que llevaban en el cuerpo o poco más, un pañuelo, sucio ya, un encendedor sin valor ni gas, una corbata que a nadie le había gustado, no está bien que con tanta saña nos aprovechásemos del infortunio ajeno, fuimos como salteadores de la costa despojando a los náufragos. Desembarcaban los pobres donde podían, donde los llevaban, a algunos los dejaron en Ibiza, Mallorca y Menorca, en Formentera o en las islas de Cabrera o Conejera, al azar, se quedaban los desgraciados, por así decirlo, entre Guatemala y Guatepeor, cierto es que las islas hasta ahora no se habían movido, pero quién podrá adivinar lo que pasará mañana, sólidos para la eternidad parecían los Pirineos, y ya ven. Miles y miles fueron a parar a Marruecos, huidos tanto del Algarve como de la costa española, éstos los que estaban por debajo del cabo de Palos, quienes estaban de ahí para arriba preferían que los llevasen directamente a Europa a poder ser, preguntaban así, Cuánto quiere por llevarme a Europa, y el contramaestre fruncía las cejas, hacía una mueca despectiva, miraba al fugitivo calculando sus posibles, Sabe usted, Europa está donde Cristo perdió el poncho, queda en el fin del mundo, y ni valía la pena responderle, Qué exageración, son sólo diez metros de agua, una vez un holandés se atrevió a usar el sofisma, un sueco lo confirmó, y cruelmente les respondieron, Ah, pues si son diez metros vayan a nado, tuvieron que pedir disculpas y pagar el doble. El negocio floreció hasta que, todos de acuerdo, los países establecieron puentes aéreos para el transporte masivo de sus naturales, pero incluso después de esta providencia humanitaria, hubo quien se hizo rico entre la clase marinera y piscatoria, basta recordar que no toda la gente viajera anda en paz con la legalidad, ésos estaban dispuestos a pagar lo que fuese, no tenían otro recurso, pues las fuerzas navales de Portugal y España patrullaban asiduamente las costas, en alerta máxima, bajo la vigilancia discreta de formaciones navales de las potencias.
También hubo turistas que resolvieron no marcharse, aceptaron como una fatalidad irresistible la ruptura geológica, la tomaron como señal imperiosa del destino, y escribieron a las familias, tuvieron al menos esa atención, les dijeron que no pensaran más en ellos, que se les había mudado el mundo, y la vida, no era culpa suya, eran generalmente gentes de voluntad débil, de esas que van aplazando las decisiones, siempre diciendo, mañana, mañana, pero eso no significa que no tengan sueños y deseos, lo malo es morir antes de poder y saber vivir una parte de ellos. Otros actuaron a la callada, eran los desesperados, desaparecieron simplemente, olvidaron y se hicieron olvidar, la verdad es que cualquiera de estos casos humanos daría, él solo, una novela, la historia de lo que conseguirán ser, e, incluso si no llegan a nada, otra nada será, que no se encuentran dos iguales.
Pero hay quien carga sobre sus hombros obligaciones más pesadas, y de ellas no se les permite huir, tanto es así que cuando los negocios de la patria van mal en seguida nos preguntamos, Y éstos qué hacen, están esperando qué, estas impaciencias contienen una gran parte de injusticia, al final, pobrecillos, tampoco pueden escapar del destino, como mucho le piden al presidente que no cuente con ellos, pero no en una situación como ésta, que sería gran ignominia, la historia juzgaría severamente a los hombres públicos que abandonaran ahora, en estos días en que, hablando con propiedad, el agua se lo lleva todo. Cada uno por su lado, en Portugal y en España, los gobiernos leyeron comunicados tranquilizadores, garantizaron formalmente que la situación no autorizaba excesivas preocupaciones, extraño lenguaje, y también están asegurados todos los medios para la salvaguarda de personas y bienes, en fin, fueron a la televisión los jefes de gobierno, y después, para calmar los ánimos inquietos, aparecieron también el rey de allí y el presidente de aquí, Friends, Romans, countrymen, lend me your ears, dijeron, y, portugueses y españoles, reunidos en sus foros, respondieron a la vez, Sí, sí, words words, sólo words. Ante el descontento de la opinión pública, se reunieron en lugar secreto los primeros ministros de los dos países, primero a solas, luego con miembros de los respectivos gobiernos, conjuntamente y por separado, fueron dos días de conversaciones agotadoras, y al fin se decidió constituir una comisión paritaria de crisis, cuyo objeto principal sería coordinar las acciones de la defensa civil de ambos países, en base a facilitar la potenciación mutua de los recursos y medios técnicos y humanos para hacer frente al reto geológico que apartó la península de Europa diez metros, Si esto no va a más, se decían confidencialmente en los pasillos, el caso no será de gravedad extrema, diré incluso que sería una jugarreta para los griegos, un canal mayor que el de Corinto, tan famoso, Con todo, no podemos olvidar que los problemas de nuestra comunicación con Europa, ya tan complejos históricamente, van a resultar muy dañados, Bueno, pues tendemos unos puentes, A mí, lo que me preocupa es la posibilidad de que el canal se ensanche tanto que puedan navegar por él navíos, sobre todo petroleros, sería un rudo golpe para los puertos ibéricos, y las consecuencias tan importantes, mutatis mutandis, claro está, como las que resultaron de la apertura del canal de Suez, es decir el norte de Europa y el sur de Europa dispondrían de una comunicación directa, y quedaría en desuso, por así decirlo, la ruta de El Cabo, y nosotros nos quedábamos viendo pasar los barcos, comentó un portugués, los otros creyeron haber entendido que los navíos de los que hablaba eran los que fueran pasando por el nuevo canal, sin embargo, sólo nosotros, portugueses, sabemos que son muy otros esos tales barcos, llevan carga de sombras, de anhelos, de frustraciones, de engaños y desengaños, abarrotando las bodegas, Hombre al agua, gritaron, y nadie acudió.
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