Había probado todo lo que el mundo puede ofrecer y aun así continuó su caminata, sabiendo que la Noche oscura puede acabar en una cruz, o en una hoguera.
– Todos nosotros estamos en el mundo para correr los riesgos de la Noche Oscura, Señor. Tengo miedo de la muerte, pero no quiero perder la vida. Tengo miedo del amor, porque tiene que ver con cosas que están más allá de nuestra comprensión; su luz es inmensa, pero su sombra me asusta.
Se dio cuenta de que estaba rezando sin saber. El Dios simple la miraba; parecía entender sus palabras, y tomarlas en serio.
Por algún tiempo se quedó esperando una respuesta de Él, pero no oyó ningún sonido, ni percibió ninguna señal. La respuesta estaba allí, frente a ella, aquel hombre clavado en una cruz. Él había cumplido su parte y mostró al mundo que si cada cual cumpliese la suya, nadie más necesitaría sufrir. Porque ya había sufrido por todos los hombres que tuvieron el valor de luchar por sus sueños.
Brida lloró un poco, sin saber por qué estaba llorando.
El día amaneció nublado, pero no iba a llover. Lorens vivía desde hacía muchos años en aquella ciudad, ya entendía sus nubes. Se levantó y fue hasta la cocina a preparar un café.
Brida entró antes de que el agua hirviese. -Fuiste a dormir muy tarde ayer -dijo él. Ella no respondió.
– Hoy es el día -continuó-. Sé lo importante que es. Me gustaría mucho estar a tu lado.
– Es una fiesta -respondió Brida. -¿Qué quieres decir con esto?
– Es una fiesta. Desde que nos conocemos, siempre fuimos juntos a las fiestas. Estás invitado.
El Mago fue a ver si la lluvia del día anterior había perjudicado sus bromelias. Estaban perfectas. Se rió de sí mismo; al final, las fuerzas de la Naturaleza a veces conseguían entenderse.
Pensó en Wicca. Ella no iba a ver los puntos luminosos, porque sólo las Otras Partes pueden verlos entre sí; pero iba a notar la energía de los haces de luz circulando entre él y su discípula. Las hechiceras eran, antes que nada, mujeres.
La Tradición de la Luna llamaba a aquello "Visión del Amor" y, aun cuando esto pudiese suceder entre personas que estuviesen simplemente enamoradas -sin ninguna relación con la Otra Parte-, calculó que esa visión le iba a dar rabia. Rabia femenina, rabia de madrastra de Blancanieves, que no admitía a nadie más bella.
Wicca, no obstante, era una Maestra, y pronto iba a percibir lo absurdo de su pensamiento. Pero a esta altura su aura ya habría cambiado de color.
Entonces se aproximaría a ella, le besaría el rostro y le diría que estaba celosa. Ella diría que no. El le preguntaría por qué había sentido rabia.
Ella respondería que era una mujer y no necesitaba dar explicaciones de sus sentimientos. El le daría otro beso, porque estaría diciendo la verdad. Y le diría que tuvo mucha nostalgia de ella durante el tiempo que estuvieron separados y que aún la admiraba más que a cualquier otra mujer en el mundo, excepto Brida, porque Brida era su Otra Parte.
Wicca se quedaría contenta. Porque era sabia. "Estoy viejo. Me paso el tiempo imaginando conversaciones."
Pero no era debido a la edad, los hombres enamorados siempre se comportan así, reflexionó.
Wicca se puso contenta porque la lluvia había parado y las nubes se disiparían antes del anochecer. La Naturaleza tenía que estar de acuerdo con las obras del ser humano.
Todas las medidas estaban tomadas, cada persona había cumplido su papel, no faltaba nada.
Fue hasta el altar e invocó a su Maestro. Le pidió que estuviese presente aquella noche; tres nuevas hechiceras serían iniciadas en los Grandes Misterios y la responsabilidad sobre sus hombros era enorme.
Después, fue a la cocina a preparar el café. Hizo jugo de naranja, tostadas y comió algunas galletas dietéticas. Continuaba aún cuidando su apariencia, sabía lo bonita que era. No precisaba abdicar de su belleza apenas para probar que también era inteligente y capaz.
Mientras revolvía distraída el café, se acordó de un día como éste, muchos años atrás, cuando su Maestro selló su destino con los Grandes Misterios. Por unos instantes, intentó imaginar quién era entonces, cuáles eran sus sueños, qué esperaba de la vida.
"Estoy vieja. Me paso el tiempo recordando el pasado", dijo en voz alta. Acabó el café rápidamente e inició sus preparativos. Aún tenía algo que hacer.
Sabía, sin embargo, que no se estaba volviendo vieja. En su mundo no existía el Tiempo.
Brida se sorprendió por el gran número de automóviles estacionados al lado de la carretera. Las nubes pesadas de la mañana habían sido sustituidas por un cielo claro, donde la puesta de sol mostraba sus últimos rayos; a pesar del frío, aquel era el primer día de primavera.
Ella invocó la protección de los espíritus del bosque y después miró a Lorens. El repitió las mismas palabras, un poco avergonzado, pero contento de estar allí. Para que continuasen unidos, era necesario que cada uno pisase, de vez en cuando, la realidad del otro. También entre los dos había un puente entre lo visible y lo invisible. La magia estaba presente en todos los actos.
Caminaron rápidamente por el bosque y pronto entraron en el claro. Brida esperaba algo parecido; hombres y mujeres de todas las edades, y probablemente con las profesiones más diversas, estaban reunidos en grupos, conversando entre sí, procurando aparentar que todo aquello pareciera la cosa más natural del mundo. No obstante, estaban tan perplejos como ellos. -¿Son todos estos? -Lorens no esperaba aquello.
Brida respondió que no; algunos eran invitados como él. No sabía exactamente quién debía participar; todo sería revelado en el momento adecuado.
Escogieron un rincón y Lorens dejó la mochila en el suelo. Allí dentro estaba el vestido de Brida y tres damajuanas de vino; Wicca había recomendado que cada persona, participante o invitada, trajese una. Antes de ir de casa, Lorens había preguntado por el tercer invitado. Brida le mencionó al Mago a quien acostumbraba visitar en las montañas y él no le dio la menor importancia.
– Imagina -oyó a una mujer comentando a su lado-. imagina si mis amigas supiesen que esta noche estoy en un verdadero Sabbat.
El Sabbat de las hechiceras. La fiesta que había sobrevivido a la sangre, a las hogueras, a la Edad de la Razón al olvido. Lorens procuró sentirse cómodo, diciéndose a sí mismo que allí existían muchas personas en su misma situación. Notó que varios troncos de leña seca estaban apilados en el centro del claro del bosque y sintió un escalofrío.
Wicca estaba en un rincón, conversando con un grupo. Al ver a Brida, fue en seguida a saludarla y a preguntarle si todo iba bien. Ella agradeció la gentileza y,le presentó a Lorens.
– Invité también a otra persona -dijo.
Wicca la miró, sorprendida. Pero inmediatamente mostró una amplia sonrisa. Brida tuvo la certeza de que sabía de quién se trataba.
– Me alegra -respondió-. La fiesta también es tuya.,Y hace tiempo que no veo a aquel viejo brujo. Quién sabe si ya habrá aprendido algo.
Fue llegando más gente, sin que Brida pudiese distinguir quién era invitado y quién era participante. Media hora después, cuando casi unas cien personas conversaban en voz baja en el claro, Wicca pidió silencio.
– Esto es una ceremonia -dijo-. Pero esta ceremonia es una fiesta. Por favor, ninguna fiesta comienza antes de que las personas llenen sus cálices.
Abrió su damajuana y llenó el vaso de alguien que estaba a su lado. En poco tiempo, las damajuanas circulaban y el tono de las voces aumentaba perceptiblemente. Brida no quería beber; aún estaba vivo en su memoria el recuerdo de un hombre, en un campo de trigo, mostrando para ella los templos secretos de la Tradición de la Luna. Además, el invitado que estaba esperando todavía no había llegado.
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