Después el Mago dijo: -Ahora es tu turno.
– Señor, haz que entienda que todo lo que me sucede de bueno en la vida es porque lo merezco. Haz que entienda que lo que me mueve a buscar Tu verdad es la misma fuerza que movió a los santos, y que las dudas que yo tengo son las mismas dudas que los santos tuvieron, y que las debilidades que siento son las mismas debilidades que los santos sintieron. Haz que yo sea lo suficientemente humilde como para aceptar que no soy diferente de los otros, Señor. Amén.
Se quedaron en silencio, mirando la puesta de sol, hasta que el último rayo de aquel día abandonó las nubes. Sus almas rezaban, pedían cosas y daban gracias por estar juntas.
Vamos hasta el bar de la aldea -dijo el Mago. Brida se volvió a poner los zapatos y comenzaron a bajar. Una vez más se acordó del día en que había ido a la montaña a buscarlo. Se prometió a sí misma que sólo volvería a contar esta historia una vez más en su vida; no necesitaba continuar convenciéndose a sí misma.
El Mago miró a la chica bajando delante de él, procurando mostrarse familiar con el suelo húmedo y con las piedras, y tropezando a cada instante. Su corazón se alegró un poco, pero pronto volvió a ponerse en guardia.
A veces, ciertas bendiciones de Dios entran astillando todos los vitrales.
Era agradable que Brida estuviese a su lado, pensó el Mago, mientras descendían la montaña. También él era un hombre igual a todos los hombres, con las mismas flaquezas, las mismas virtudes, y aún hoy, no estaba acostumbrado al papel de Maestro. Al principio, cuando `personas venidas de varios lugares de Irlanda llegaban a aquel bosque en busca de sus enseñanzas, él hablaba de la Tradición del Sol y pedía a las personas que comprendiesen lo que estaba a su alrededor. Allí, Dios había guardado Su sabiduría y todos eran capaces de comprenderla a través de unas pocas prácticas, nada más. La manera de enseñar según la Tradición del Sol había sido ya descrita hace dos mil años por el Apóstol: "Y en medio de vos estuve como un débil y tímido, lleno de gran temor, mi palabra y mi prédica no consistieron en discursos llenos de sabiduría, sino en la demostración del Espíritu y de la fuerza divina, para que vuestra fe no se fundase en sabiduría humana, sino en la fuerza de Dios".
No obstante, las personas parecían incapaces de entender lo que explicaba sobre la Tradición del Sol, y se quedaban decepcionadas porque era un hombre como todos los demás.
Él decía que no, que él era un maestro, y todo lo que estaba haciendo era dar a cada uno los medios propios para adquirir Sabiduría. Pero ellas necesitaban mucho más: necesitaban un guía. No entendían la Noche Oscura, no entendían que cualquier guía en la Noche Oscura iluminaría, con su linterna, apenas aquello que él mismo quisiese ver. Y si, por casualidad, esta linterna se apagase, las personas estarían perdidas, por no conocer el camino de regreso.
Pero necesitan un guía. Y, para ser un buen Maestro, también tenía que aceptar las necesidades de los otros. Entonces pasó a rellenar sus enseñanzas con cosas innecesarias, más fascinantes, de modo que todos fuesen capaces de aceptar y de aprender. El método dio resultado. Las personas aprendían la Tradición del Sol y cuando finalmente llegaban a entender que muchas cosas que el Mago había mandado hacer eran absolutamente inútiles, se reían de sí mismas. Y el Mago quedaba contento, porque finalmente había conseguido aprender a enseñar.
Brida era una persona diferente. Su oración había tocado hondo el alma del Mago. Ella conseguía entender que ningún ser humano que pisó este planeta fue o es diferente a los otros. Pocas personas eran capaces de decir en voz alta que los grandes Maestros del pasado tuvieron las mismas cualidades y los mismos defectos que todos los hombres, y esto no disminuyó ni siquiera un poco su capacidad de buscar a Dios. Juzgarse peor que los otros era uno de los más violentos actos de orgullo que él conocía, porque era usar la manera más destructiva de ser diferente.
Cuando llegaron al bar, el Mago pidió dos medidas de whisky.
– Mira a las personas -dijo Brida-. Deben venir aquí todas las noches. Deben hacer siempre lo mismo.
El Mago ya no estaba tan convencido de que Brida realmente se juzgase igual que los otros.
– Estás demasiado preocupada por las personas -respondió-. Ellas son un espejo de ti misma.
– Lo sé. Había descubierto lo que era capaz de ponerme alegre o triste. Y, de repente, entendí que era preciso cambiar esos conceptos. Pero es difícil.
– ¿Qué te hizo cambiar de idea?
– El Amor. Conozco a un hombre que me completa. Hace tres días, él me mostró que su mundo también está lleno de misterios. Entonces no estoy sola.
El Mago se quedó impasible. Pero se acordó de las bendiciones de Dios que astillan los vitrales.
– ¿Tú lo amas?
– Descubrí que puedo amarlo aún más. Si este camino no me enseña nada nuevo a partir de ahora, por lo menos habré aprendido algo importante: es preciso correr riesgos.
Él había preparado una gran noche, mientras descendían la montaña. Quería mostrar cuánto la necesitaba, mostrar que era un hombre como todos los demás, cansado de tanta soledad. Pero todo lo que ella quería eran respuestas a sus preguntas.
– Existe algo extraño en el aire -dijo la joven. El ambiente parecía haber cambiado.
– Son los Mensajeros -respondió el Mago-. Los demonios artificiales, aquellos que no forman parte del brazo izquierdo de Dios, aquellos que no nos conducen a la luz.
Sus ojos estaban brillando. Realmente algo había cambiado y él hablaba de demonios.
– Dios creó a la legión de Su Brazo Izquierdo para perfeccionarnos, para que sepamos qué hacer con nuestra misión -continuó él-. Pero dejó a cargo del hombre el poder de concentrar las fuerzas de las tinieblas y crear sus propios demonios.
Eso era lo que él estaba haciendo ahora. -También podemos concentrar las fuerzas del bien -dijo la joven, un poco asustada.
– No podemos.
Era conveniente que ella preguntase algo, tenía que distraerse. No quería crear un demonio. En la Tradición del Sol, eran llamados Mensajeros, y podían hacer mucho bien, o mucho mal; sólo a los grandes Maestros estaba permitido invocarlos. Él era un gran Maestro, pero no quería hacer eso ahora, porque la fuerza del Mensajero era peligrosa, principalmente cuando estaba mezclada con las decepciones del amor.
Brida estaba desorientada con la respuesta. El Mago actuaba de una manera extraña.
– No podemos concentrar el Bien -continuó él, haciendo un inmenso esfuerzo para prestar atención a sus propias palabras-. La Fuerza del Bien siempre se esparce, como la Luz. Cuando tú emanas las vibraciones del Bien, beneficias a toda la Humanidad. Pero cuando concentras las fuerzas del Mensajero, estás beneficiando -o perjudicando- solamente a ti misma.
Sus ojos estaban brillando. Llamó al dueño del bar y pagó la cuenta.
Vamos a mi casa -dijo-. Voy a preparar un té y me dirás cuáles son las preguntas importantes de tu vida.
Brida vaciló. Él era un hombre atrayente. Ella también era una mujer atrayente. Tenía miedo de que aquella noche pudiera estropear su aprendizaje.
"Tengo que correr riesgos", se repitió a sí misma.
La casa del Mago estaba un poco alejada del pueblo. Brida notó que, a pesar de ser bastante diferente de la casa de Wicca, era confortable y bien decorada. Sin embargo, no había ningún libro a la vista: predominaba el espacio vacío, con pocos muebles.
Fueron a la cocina a preparar el té y volvieron a la sala.
– ¿Qué has venido a hacer hoy aquí? -preguntó el Mago.
– Me prometí a mí misma que volvería el día en que ya supiese algo.
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