Hoy, sin embargo, no tenía más fuerzas para pensar en el árbol. Las Voces estaban de nuevo allí, y ella no se molestaba por eso. Al contrario, las necesitaba; ellas le enseñarían el camino, después de morir.
– No te preocupes por mí, Talbo. No tengo miedo de morir -dijo ella.
Llegaron a lo alto de la muralla. Un viento frío soplaba sin parar y Talbo procuró abrigarse con su capa. Loni no sentía ya el frío. Miró hacia las luces de una ciudad en el horizonte y hacia las luces del campamento, al pie de la montaña. Había hogueras en casi toda la extensión del valle. Los soldados franceses aguardaban la decisión final.
Escucharon el sonido de una flauta procedente de allá abajo. Algunas voces cantaban.
– Son soldados -dijo Talbo-. Saben que pueden morir en cualquier momento, y por eso la vida es siempre una gran fiesta.
Loni sintió una inmensa rabia de la vida. Las Voces le estaban contando que Talbo encontraría otras mujeres, tendría hijos, y se haría rico con el saqueo de ciudades. "Pero jamás volverá a amar a nadie como a ti, porque tú formas parte de él para siempre", dijeron las Voces.
Se quedaron algún tiempo mirando el paisaje de allá abajo, abrazados, escuchando el canto de los guerreros. Loni sintió que aquella montaña había sido escenario de otras guerras en el pasado, un pasado tan remoto que ni siquiera las Voces conseguían recordar.
– Somos eternos, Talbo. Las Voces me lo contaron, en la época en que yo podía ver sus cuerpos y sus rostros.
Talbo conocía el Don de su mujer. Pero hacía mucho tiempo que ella no tocaba el tema. Quizá fuese el delirio.
Aun así, ninguna vida es igual a la otra. Y puede ser que no nos encontremos nunca más. Necesito que sepas que te amé mi vida entera. Te amé antes de conocerte. Eres parte de mí. Voy a morir. Y como mañana es un día tan bueno para morir como cualquier otro, me gustaría morir junto con los sacerdotes. Nunca entendí lo que ellos pensaban del mundo, pero ellos siempre me entendieron. Quiero acompañarlos hasta la otra vida. Tal vez yo pueda serles una buena guía, porque ya estuve antes en esos otros mundos.
Loni pensó en la ironía del destino. Había tenido miedo de las Voces porque ellas podían llevarla por el camino de la hoguera. Y, sin embargo, la hoguera estaba en su camino.
Talbo miraba a su mujer. Sus ojos estaban perdiendo brillo, pero aún conservaba el mismo encanto que cuando la había conocido. Nunca le había dicho ciertas cosas: no le había contado sobre las mujeres que recibió como premio de batallas, las mujeres que encontró mientras viajaba por el mundo, las mujeres que estaban esperando que él volviera algún día. No le había contado esto porque estaba seguro de que ella lo sabía todo y le perdonaba porque él era su gran Amor, y el gran amor está por encima de las cosas de este mundo.
Pero había otras cosas que él no había contado y que posiblemente ella jamás descubriría; que había sido ella, con su cariño y su alegría, la gran responsable de que él volviera a encontrar el sentido de la vida. Que fue el amor de aquella mujer el que lo había empujado hasta los más distantes confines de la tierra, porque tenía que ser lo bastante rico como para comprar un campo y vivir en paz, con ella, el resto de sus días. Fue la inmensa confianza en aquella criatura frágil cuya alma se estaba apagando, que lo había obligado a luchar con honor, porque sabía que después de la batalla podía olvidar los horrores de la guerra en su regazo. El único regazo que era realmente suyo, a pesar de todas las mujeres del mundo. El único regazo donde conseguía cerrar los ojos y dormir como un niño.
Ve a llamar a un sacerdote, Talbo -dijo ella-. Quiero recibir el bautismo.
Talbo vaciló un momento; sólo los guerreros escogían la manera de morir. Pero la mujer que tenía enfrente había dado su vida por amor, quizá para ella el amor fuese una forma desconocida de guerra.
Se levantó y descendió las escaleras de la muralla. Loni intentó concentrarse en la música que venía de allí abajo, que hacía la muerte más fácil. Mientras tanto, las Voces no paraban de hablar.
"Toda mujer, en su vida, puede usar los Cuatro Anillos de la Revelación. Tú usaste uno solo, y era el anillo equivocado", dijeron las Voces.
Loni miró sus dedos. Estaban heridos, las uñas sucias. No había ningún anillo. Las Voces se rieron.
"Tú sabes de lo que estamos hablando -dijeron-. La virgen, la santa, la mártir, la bruja."
Loni sabía en su corazón lo que las Voces decían. Pero no se acordaba. Había sabido esto hacía mucho tiempo, en una época en que las personas se vestían diferente y miraban al mundo de otra manera. En aquel tiempo ella poseía otro nombre y hablaba otra lengua.
"Son éstas las cuatro maneras en que la mujer comulga con el Universo -las Voces dijeron, como si fuese importante para ella recordar cosas tan antiguas-. La Virgen posee el poder del hombre y de la mujer. Está condenada a la Soledad, pero la Soledad revela sus secretos. Éste es el precio de la Virgen: no necesitar de nadie, consumirse en su amor por todos, y a través de la Soledad descubrir la sabiduría del mundo."
Loni continuaba mirando al campamento, allí abajo. Sí, lo sabía.
"Y la Mártir -continuaron las Voces-, la Mártir posee el poder de aquellos a quienes el dolor y el sufrimiento no pueden causar daño. Se entrega, sufre, y a través del Sacrificio descubre la sabiduría del mundo."
Loni volvió a mirar sus manos. Allí, con brillo invisible, el anillo de la Mártir circundaba uno de sus dedos. "Podías haber escogido la revelación de la Santa, aun cuando no fuera éste su anillo -dijeron las Voces-. La Santa posee el coraje de aquellas para quienes Dar es la única manera de recibir. Son un pozo sin fondo, donde las personas beben sin parar. Y, si falta agua en su pozo, la Santa entrega su sangre, para que las personas no cesen jamás de beber. A través de la Entrega, la Santa descubre la Sabiduría del mundo."
Las Voces se callaron. Loni escuchó los pasos de Talbo subiendo la escalera de piedra. Sabía cuál era su anillo en esta vida, porque era el mismo que había usado en sus vidas pasadas: cuando tenía otros nombres y hablaba lenguas diferentes. En su anillo, la Sabiduría del Mundo era descubierta a través del Placer.
Pero no quería acordarse de esto. El anillo de la Mártir brillaba, invisible, en su dedo.
Talbo se aproximó. Y de repente, al elevar los ojos hacia él, Loni reparó en que la noche tenía un brillo mágico, como si fuese un día de sol.
"Despierta", decían las Voces.
Pero eran voces diferentes, que ella nunca había escuchado. Sintió a alguien masajeando su muñeca izquierda.
– Vamos, Brida, levántate.
Abrió los ojos y los cerró rápidamente, porque la luz del cielo era muy intensa. La Muerte era algo extraño. Abre los ojos -insistió Wicca, una vez más.
Pero ella necesitaba volver al castillo. Un hombre que amaba había salido para buscar al sacerdote. No podía huir así. Él estaba solo y la necesitaba.
– Háblame sobre tu Don.
Wicca no le daba tiempo para pensar. Sabía que ella había participado en algo extraordinario, algo más fuerte que la experiencia del tarot. Pero aun así no le daba tiempo. No entendía y no respetaba sus sentimientos; todo lo que quería era descubrir su Don.
– Háblame de tu Don -repitió Wicca otra vez.
Ella respiró hondo, conteniendo su rabia. Pero no había manera. La mujer continuaría insistiendo hasta que ella le contase algo.
– Fui una mujer enamorada de…
Wicca tapó rápidamente su boca. Después se levantó, hizo algunos gestos extraños en el aire y volvió a mirarla.
– Dios es la palabra. ¡Cuidado! Cuidado con lo que hablas, en cualquier situación o instante de tu vida. Brida no entendía por qué la otra estaba reaccionando así.
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