– ¿Para siempre? -dijo ahogando un grito-. Debe de costar cientos. -Sí, pero tengo un montón, tendrías que ver la cantidad de cosas que me dio el diseñador. ¡Quería comprarme con sus regalos, el muy descarado! John Paul fingió estar ofendido.
– Apuesto a que le dio resultado-dijo Holly.
– Por supuesto, la primera frase del artículo será: «¡Que todo el mundo salga a comprar uno, son fabulosos!» -John Paul rió.
– ¿Qué más tienes? -preguntó Holly, tratando de mirar al interior del despacho.
– Estoy preparando un artículo sobre qué hay que llevar en las fiestas navideñas que están al caer. Hoy me han llegado unos cuantos vestidos. De hecho -miró a Holly de arriba abajo y ella escondió la barriga-, hay uno que te quedaría de fábula. Ven y te lo pruebas.
– ¡Qué bien! -exclamó Holly riendo-. Aunque sólo echaré un vistazo, John Paul, porque la verdad es que este año no voy a necesitar ningún vestido de fiesta.
Chris, que estaba escuchando la conversación, negó con la cabeza y vociferó desde su despacho:
– ¿Es que nadie trabaja nunca en esta puñetera oficina?
– ¡Sí! -replicó Tracey, gritando a su vez-. Así que cállate y no nos distraigas más.
Todo el personal de la revista rió y Holly hubiese jurado que vio a Chris sonreír antes de dar un portazo para conseguir un efecto dramático.
Después de inspeccionar la colección de John Paul, Holly reanudó el trabajo y al cabo de un rato devolvió la llamada a Denise.
– ¿Diga? Aquí la tienda de ropa anticuada, fea y ridículamente cara. Encargada de mala uva al habla. ¿Qué desea?
– ¡Denise! -exclamó Holly-. ¡No puedes contestar al teléfono así! Denise rió.
– Bah, no te preocupes, tengo identificador de llamadas. Ya sabía que eras tú.
– Hmmm… -Holly desconfiaba; le extrañaba que Denise tuviera ¡dentificador de llamadas en el teléfono del trabajo-. Me han pasado un recado de que me habías llamado.
– Ah, sí, sólo llamaba para confirmar que asistirías al baile. Tom va a reservar mesa para el de este año.
– ¿Qué baile?
– El baile de Navidad al que vamos todos los años, tonta.
– Ah, sí, el baile de Navidad… -Holly rió-. Lo siento, pero este año no puedo ir.
– ¿Cómo que no puedes ir?
– Estaremos de cierre… -mintió. Bueno, desde luego tenía una fecha de cierre pero la revista ya estaba terminada, lo que significaba que en realidad no tenía ninguna necesidad de trabajar ese día hasta tan tarde.
– Pero si no tenemos que estar allí hasta después de las ocho -insistió Denise, tratando de convencerla-. Podrías presentarte a las nueve si así te va mejor, sólo te perderías las copas del aperitivo. Es un viernes por la noche, Holly, no pueden esperar que trabajes un viernes por la noche…
– Oye, Denise, lo siento -dijo Holly con firmeza-. Estoy demasiado ocupada.
– Eso es toda una novedad -musitó Denise.
– ¿Qué has dicho? -preguntó Holly, un tanto enojada.
– Nada -replicó Denise.
– Te he oído. Has dicho que eso era toda una novedad, ¿me equivoco?
– Pues verás, resulta que me tomo el trabajo muy en serio, Denise, y no tengo intención de perder mi empleo por culpa de un baile estúpido.
– Muy bien -rezongó Denise-. Pues no vayas.
– ¡No iré!
– ¡Estupendo!
– Bueno, pues me alegro de que te parezca bien, Denise.
– Holly no pudo evitar sonreír ante el diálogo tan estúpido que mantenían.
– Me alegro de que te alegre -agregó Denise, enojada.
– Oh, no seas tan infantil, Denise. -Holly puso los ojos en blanco-. Tengo que trabajar, es tan simple como eso.
– Bueno, no me sorprende, es lo único que haces últimamente -replicó-. Nunca quieres salir. Cada vez que te llamo resulta que estás ocupada haciendo algo al parecer mucho más importante, como trabajar. Durante mi despedida de soltera parecía que estuvieras pasando el peor fin de semana de tu vida y ni siquiera te dignaste salir la segunda noche. En realidad, no sé por qué te molestaste en ir. Si tienes algún problema conmigo, Holly, ¡preferiría que me lo dijeras a la cara en lugar de portarte como una pelmaza!
Holly se quedó perpleja y miró el teléfono. No podía creer que Denise dijera aquellas cosas. Le parecía mentira que Denise fuese tan estúpida y egoísta como para pensar que todo aquello tenía que ver con ella y no con las preocupaciones íntimas de Holly. No obstante, no era de extrañar que creyera estar perdiendo el j uicio cuando una de sus mejores amigas era incapaz de comprenderla.
– Nunca había oído un comentario más egoísta que ése. -Holly procuró controlar la voz, pero notó que el enojo salpicaba sus palabras.
– ¿Que soy egoísta? -chilló Denise-. ¡Fuiste tú quien se escondió en la habitación durante mi despedida de soltera! ¡Y era mi despedida de soltera! ¡Se supone que eres mi dama de honor!
– Estaba en la habitación con Sharon, ¡lo sabes de sobra! -se defendió Holly.
– ¡Tonterías! Sharon no necesitaba que nadie le hiciera compañía. Está embarazada, no agonizante. ¡No es preciso que estés a su lado veinticuatro horas al día!
Hizo una pausa al darse cuenta de lo que acababa de decir.
Furiosa, Holly dijo con voz cada vez más temblorosa a medida que hablaba:
– Y aún te extraña que no quiera salir contigo. Pues es por esta clase de comentarios estúpidos e insensibles. ¿Alguna vez te has parado a pensar lo duro que resulta para mí? Os pasáis el día hablando de vuestros malditos preparativos de boda, de lo felices que sois y lo entusiasmadas que estáis y de las ganas que tienes de pasar el resto de tu vida compartiendo con Tom la dicha conyugal. Por si no te has dado cuenta, Denise, yo no tuve esa oportunidad porque mi marido murió. Aunque me alegro mucho por ti, de verdad. Me encanta que seas feliz y no pido ningún trato especial, lo único que pido es un poco de paciencia para comprender que ¡no lo habré superado hasta dentro de unos meses! En cuanto al baile, no tengo la menor intención de ir a un sitio que frecuenté con Gerry durante los diez años que estuvimos juntos. Puede que no lo comprendas, Denise, pero por curioso que parezca me resultaría un poco difícil, para decirlo suavemente. ¡Así que no me reservéis un cubierto, estaré muy bien quedándome en casa! -gritó y colgó el auricular de golpe. Rompió a llorar y apoyó la cabeza en el escritorio sin dejar de sollozar. Se sentía perdida. Ni siquiera su mejor amiga la comprendía. Quizás estuviera volviéndose loca. Quizá ya debería haber superado la pérdida de Gerry. Quizás aquello era lo que hacía la gente normal cuando fallecían sus seres queridos. Una vez más pensó que tendría que haber comprado el manual para viudas para ver el tiempo recomendado de luto, dejando así de ser una lata para sus familiares y amigos.
Finalmente el llanto dio paso a unos débiles sollozos y advirtió el silencio que reinaba en la oficina. Comprendió que todo el mundo la habría oído y sintió tanta vergüenza que no se atrevió a salir al cuarto de baño en busca de un pañuelo de papel. Le ardía la cabeza y tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Se secó las lágrimas con la manga de la blusa.
– ¡Mierda! -farfulló tirando unos papeles de encima del escritorio al darse cuenta de que había manchado de base de maquillaje, rímel y pintalabios la manga de su blusa blanca. Se incorporó en el asiento al oír que llamaban a su puerta.
– Adelante -dijo con un hilo de voz.
Chris entró en el despacho con dos tazas de té.
– ¿Té? -propuso arqueando las cejas, y Holly le sonrió débilmente al recordar la broma del día de la entrevista. Chris dejó una taza delante de ella y se sentó en la silla de enfrente-. ¿Estás pasando un mal día? -preguntó con toda la amabilidad de la que era capaz su imponente voz.
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