Parecía que fuese ayer cuando Holly celebró su despedida de soltera, pero en realidad habían transcurrido más de siete años. Se había ido a Londres con un grupo de diez chicas a pasar un fin de semana de juerga sin tregua, pero terminó añorando tanto a Gerry que tenía que hablar con él por teléfono a cada hora. Por aquel entonces la dominaba un gran entusiasmo por lo que le aguardaba, y el futuro parecía de lo más prometedor.
Iba a casarse con el hombre de sus sueños y a vivir y envejecer con él hasta el fin de sus días. Durante todo el fin de semana que estuvo fuera contó las horas que faltaban para regresar a casa y el vuelo a Dublín la llenó de entusiasmo. Aunque sólo se había ausentado unos días, a Holly le parecieron una eternidad. Gerry la esperaba en el vestíbulo de llegadas sosteniendo un gran cartel que rezaba: MI FUTURA ESPOSA. Al verlo soltó las maletas, corrió a su encuentro y lo abrazó con todas sus fuerzas. De haber sido por ella, aún seguiría abrazada a él. La gente no sabía el lujo que era poder abrazar a su ser querido cuando le venía en gana. La escena del aeropuerto ahora parecía sacada de una película, pero había sido real: sentimientos reales, emociones reales y amor real porque se trataba de la vida real. La misma vida que se había convertido en una pesadilla para ella.
Sí, finalmente se las había arreglado para levantarse de la cama todas las mañanas. Sí, incluso había conseguido vestirse casi todos los días. Sí, había logrado encontrar un empleo en el que había conocido a gente nueva y sí, por fin, había vuelto a comprar comida y a alimentarse como era debido. Sin embargo, ninguna de aquellas cosas la llenaba de euforia. Eran meras formalidades, algo más que borrar de la lista de «cosas que hace la gente normal». Ninguna de aquellas cosas colmaba el vacío de su corazón; era como si su cuerpo se hubiese convertido en un inmenso rompecabezas, igual que los campos verdes con sus hermosos muros de piedra gris que conectaban toda Irlanda. Había comenzado a trabajar por las esquinas y los bordes de su rompecabezas porque eran las partes fáciles y ahora que ya tenía el marco completo le quedaba pendiente la parte más complicada, llenar el interior. Pero nada de lo que había hecho hasta entonces lograba llenar el vacío de su corazón, aún no había encontrado aquella pieza del rompecabezas.
Holly carraspeó ruidosamente y fingió un acceso de ros para ver si alguna de las chicas despertaba y hablaba con ella. Necesitaba hablar, necesitaba llorar Y ,airear todas las frustraciones y desilusiones de su vida. Ahora bien, ¿qué más podía contar a Sharon y Denise que no les hubiese contado antes? ¿Qué otro consejo podían darle que no le hubiesen dado ya? Holly les repetía las mismas preocupaciones una y otra vez. A veces sus amigas conseguían hacerse entender y ella adoptaba una actitud más positiva y confiada que apenas le duraba unos días, transcurridos los cuales volvía a sumirse en la desesperación.
Al cabo de un rato, cansada de mirar las cuatro paredes, Holly se puso el chándal y bajó al bar del hotel.
Charlie soltó un bufido de frustración al oír que los ocupantes de la mesa del fondo del bar reían a carcajadas una vez más. Siguió fregando la barra y echó un vistazo a su reloj. Las cinco y media y allí estaba él, trabajando sin poder marcharse a casa. Había pensado que era un hombre con suerte al ver que las chicas de la despedida de soltera decidían acostarse antes de lo que esperaba, pero justo cuando estaba acabando de recoger llegó al hotel otro grupo procedente de un club nocturno del centro de Galway que ya había cerrado. Y allí seguían. En realidad hubiese preferido atender a las chicas en lugar de a aquella pandilla de arrogantes que se había instalado al fondo del bar. Aunque ni siquiera eran huéspedes del hotel no tenía más remedio que servirlos puesto que una de sus integrantes era la hija del dueño del hotel, que había tenido la brillante idea de llevar a todos sus amigos al bar. Ella y su arrogante novio, a quienes no podía ver ni en pintura.
– ¡No me digas que vuelves a por otra! -bromeó el camarero cuando una de las mujeres de la despedida de soltera entró en el bar. La vio chocar contra la pared varias veces camino de los taburetes de la barra. Charlie se aguantó la risa.
– Sólo quiero un vaso de agua -dijo Holly, hipando-. Oh, Dios mío -se lamentó al ver su imagen en el espejo que había detrás de la barra. Charlie tuvo que admitir que presentaba un aspecto un tanto chocante, le recordó un poco al espantapájaros de la granja de su padre. El pelo parecía de paja y lo llevaba revuelto, el contorno de los ojos estaba tiznado de rímel corrido y tenía los dientes manchados de vino tinto.
– Aquí tienes -dijo Charlie, sirviéndole un vaso de agua.
– Gracias. -Mojó el dedo en el agua y se limpió el rímel de la cara y el vino de los dientes.
Charlie comenzó a reír y Holly entornó los ojos para leer el nombre de su etiqueta de identificación.
– ¿De qué te ríes, Charlie?
– Pensaba que estabas sedienta. Podría haberte dado una toallita si me la hubieses pedido -dijo riendo entre dientes.
La mujer también rió y suavizó su expresión. -Creo que el hielo y el limón le van bien a mi cutis.
– Vaya, eso sí que es una novedad. -Charlie volvió a reír y siguió limpiando la barra-. ¿Os habéis divertido esta noche?
Holly suspiró. -Supongo.
«Divertirse» no era una palabra que usara a menudo de un tiempo a esta parte. Se había reído de las bromas toda la noche y se había entusiasmado por Denise, pero era consciente de no estar del todo presente. Se sentía como la típica niña tímida del colegio que siempre está ahí pero nunca dice nada ni nadie se dirige a ella. No reconocía a la persona en la que se había convertido; ansiaba ser capaz de dejar de mirar el reloj cada vez que salía, esperando que la velada terminara pronto para poder regresar a casa y meterse en su cama. Quería dejar de desear que el tiempo pasara deprisa y volver a disfrutar del momento. Sí, le costaba trabajo disfrutar de los momentos.
– ¿Estás bien?
Charlie dejó de limpiar la barra y la observó. Tuvo la horrible sensación de que iba a echarse a llorar, aunque estaba acostumbrado a tales situaciones. Mucha gente se ponía melancólica cuando bebía.
– Echo de menos a mi marido -susurró Holly, y los hombros le temblaron.
Charlie esbozó una sonrisa.
– ¿Qué tiene de gracioso? -preguntó Holly mirándolo enojada.
– ¿Cuánto tiempo estaréis aquí?
– El fin de semana -contestó Holly, enrollando un pañuelo usado en el dedo.
Charlie rió y luego preguntó:
– ¿Nunca has pasado un fin de semana sin él? Vio que la mujer fruncía el entrecejo.
– Sólo una vez -contestó finalmente-. Y fue en mi propia despedida de soltera.
– ¿Cuánto hace de eso?
– Siete años. -Una lágrima rodó por su mejilla. Charlie negó con la cabeza.
– Eso es mucho tiempo. Aunque si lo hiciste una vez, podrás hacerlo otra -dijo sonriendo-. El siete es el número de la suerte, como suele decirse. Holly soltó un bufido. ¿De qué hablaba aquel tipo?
– No te preocupes -añadió Charlie con tono amable-. Seguro que tu marido estará muy deprimido sin ti.
– Por Dios, espero que no -contestó Holly, abriendo mucho los ojos.
– ¿Lo ves? Apuesto a que también espera que no estés deprimida sin él. Deberías disfrutar de la vida.
– Tienes razón -dijo Holly, tratando de animarse-. No le gustaría verme infeliz.
– Ése es el espíritu que hay que tener.
Charlie sonrió y dio un brinco al ver que la hija del dueño se dirigía hacia la barra fulminándolo con la mirada.
– ,Oye, Charlie, hace siglos que intento avisarte! -exclamó-. Quizá si dejaras de hablar con los clientes de la barra y estuvieras más por la labor, mis amigos y yo no estaríamos tan sedientos -dijo maliciosamente.
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