– ¿Y averiguaste algo más sobre su vida? -Denise se inclinó con los ojos brillantes, ávida de nuevos cotilleos-. Es un tanto esquivo ese Daniel. Quizás oculta un enorme secreto. Quizá los fantasmas de su pasado en el ejército estén volviendo para atormentarlo -bromeó.
– Eh… no, Denise, no lo creo. -Holly rió y añadió-: A no ser que sacar brillo a las botas en el campamento de reclutas fuera una experiencia trauinática. No tuvo tiempo de hacer mucho más -explicó.
– Le encantan los soldados erijo Denise con aire soñador.
– Y los pinchadiscos -agregó Sharon.
– Oh, y los pinchadiscos, por supuesto -contestó Denise, sonriendo. -Bueno, sea como fuere le conté mi opinión acerca del ejército -dijo Holly con una sonrisa pícara.
– ¡No puede ser! -exclamó Sharon.
– ¿De qué va esto? -preguntó Denise.
– Y qué te dijo? -Sharon hizo caso omiso de Denise.
– Se rió.
– ¿De qué va esto? -volvió a preguntar Denise.
– De la teoría de Holly sobre el ejército -explicó Sharon.
– Y cuál es? -preguntó Denise, intrigada.
– Pues que luchar por la paz es como follar por la virginidad. Las tres rompieron a reír.
– Sí, pero puedes pasarlo bien un montón de horas mientras lo intentas -dijo Denise, haciendo un chiste.
– ¿Aún no le habéis cogido el tranquillo? -preguntó Sharon.
– No, pero en cuanto se presenta una ocasión lo intentamos, ¿sabes? -contestó Denise, y las tres volvieron a reír-. En fin, Holly, me alegro de que os llevéis bien porque vas a tener que bailar con él en la boda.
– ¿Por qué? -Miró a Denise, confusa.
– Porque es tradición que el padrino baile con la dama de honor en la boda -respondió Denise con los ojos brillantes.
Holly soltó un grito ahogado. -¿Quieres que sea tu dama de honor? Denise asintió entusiasmada con la cabeza.
– No te preocupes, ya se lo he preguntado a Sharon y no le importa -le aseguró Denise.
– ¡Me encantaría! -exclamó Holly, muy contenta-. Pero, Sharon, ¿seguro que no te importa?
– No te preocupes por mí, me conformo con ser la dama hinchada. -¡No estarás hinchada! -Holly rió.
– Claro que sí, estaré embarazada de ocho meses. ¡Tendré que pedir prestada a Denise la marquesina de su tienda para ponérmela de vestido! -
– Espero que no te pongas de parto durante la boda -dijo Denise abriendo mucho los ojos.
– No te preocupes, Denise, no acapararé la atención del público en tu día.
– Sharon sonrió-. No saldré de cuentas hasta finales de enero y eso será semanas después.
Denise se mostró aliviada.
– ¡Por cierto, se me olvidaba enseñaron la foto del bebé! -añadió Sharon con nerviosismo, rebuscando en el bolso. Finalmente sacó una pequeña fotografía de la ecografía.
– ¿Dónde está? -preguntó Denise con ceño.
– Ahí -dijo Sharon, señalando.
– ¡Uau! Es todo un muchachote -exclamó Denise, acercándose la imagen a la cara.
Sharon puso los o¡os en blanco.
– Denise, eso es una pierna, tonta. Todavía no sabemos el sexo.
– Oh. -Denise se sonrojó-. Bueno, felicidades, Sharon. Parece que vas a tener un alienígena precioso.
– Ya vale, Denise -intervino Holly-. Es una foto preciosa.
– Me alegro de oírlo. -Sharon sonrió y miró a Denise, que asintió con la cabeza-. Porque quiero pedirte una cosa.
– ¿Qué? -dijo Holly con expresión preocupada.
– Verás, a John y a mí nos encantaría que fueras la madrina de nuestro bebé.
Holly volvió a ahogar un grito y los ojos se le llenaron de lágrimas.
– ¡Oye, no has llorado cuando te he pedido que fueras mi dama de honor! -vociferó Denise.
– ¡Oh, Sharon, será un honor! -dijo Holly, dando un fuerte abrazo a su amiga-. ¡Gracias por pedírmelo!
– ¡Gracias por aceptar! ¡John se alegrará mucho!
– Venga, no os echéis a llorar las dos ahora -se quejó Denise, pero Sharon y Holly no le hicieron ningún caso y siguieron abrazadas-. ¡Eh! -exclamó de pronto consiguiendo que dejaran de abrazarse.
– ¿Qué?
Denise señaló a través de la ventana.
– ¡No puedo creer que nunca me haya fijado en esa tienda de novias de ahí enfrente! Apurad las bebidas que nos vamos ahora mismo -dijo entusiasmada mientras iba recorriendo el escaparate con la mirada.
Sharon suspiró y fingió que se desmayaba. -No puedo, Denise, estoy embarazada…
– Oye, Holly, he estado pensando -dijo Alice mientras se retocaban el maquillaje en los lavabos de la oficina antes de dar por concluida la jornada.
– Oh, no. ¿Te ha dolido? -bromeó Holly.
– Ja, ja -musitó Alice secamente-. No, en serio, he estado pensando sobre el horóscopo del número de este mes y creo que, aunque resulte inquietante, puede que Tracey haya acertado.
– ¿Por qué? -inquirió Holly con escepticismo Álice soltó el pintalabios y se volvió hacia Holly.
– Bien, primero está lo del hombre alto, moreno y guapo con el que has empezado a salir…
– No estoy saliendo con él, sólo somos amigos -puntualizó Holly por enésima vez.
Alce puso los ojos en blanco. -Lo que tú digas. En fin, luego…
– No salgo con él -repitió Holly.
– Ya, ya -dijo Alce, incrédula-. Da igual, luego… Holly arrojó su bolsa de pinturas contra el lavabo.
– Alice, no estoy saliendo con Daniel.
– Vale, vale. -Alice levantó las manos a la defensiva-. ¡Ya lo he pillado! ¡No sales con él pero por favor deja de interrumpirme y escucha! -Aguardó a que Holly se serenara. Luego añadió-: Bien, también dijo que tu día de suerte sería un martes y hoy es martes…
– Uau, Alice, me parece que ahí sí que das en el clavo -dijo Holly con sarcasmo mientras se aplicaba perfilador de labios.
– ¡Escúchame! -exclamó Alice con impaciencia y Holly se calló-. Y aseguró que el azul era tu color de la suerte. Y resulta que hoy, martes, te ha invitado un hombre alto, moreno y guapo al lanzamiento de Blue Rock.
Alice se mostró complacida con sus conclusiones. -¿Y qué? -respondió Holly, nada impresionada.
– Que es una señal.
– Una señal de que la blusa que llevaba aquel día era azul, motivo por el que Tracey eligió este color en concreto, y resulta que la llevaba porque mis otras blusas estaban sucias. Y eligió el día de la semana al azar. No significa nada, Alice.
Alice suspiró. -Mujer de poca fe. Holly se echó a reír.
– Bueno, si tengo que creerme tu teoría aunque sea una chorrada, entonces no hay duda de que a Brian va a tocarle la lotería y que además será el objeto de deseo de todas las mujeres del planeta.
Alice se mordió el labio y la miró con aire inocente.
– ¿Qué? -preguntó Holly, consciente de que Alice estaba tramando algo. -Verás, hoy Brian ha ganado cuatro euros en el rasca-rasca.
– ¡No me digas! -se mofó Holly-. Bueno, aún nos queda por resolver el grave problema de que al menos un ser humano lo encuentre atractivo. Alice guardó silencio.
– ¿Y ahora qué pasa? -inquirió Holly.
– Nada. -Alice se encogió de hombros y sonrió.
– ¡No es posible! -exclamó Holly, estupefacta.
– ¿Qué no es posible? -El rostro de Alice se iluminó.
– Te gusta, ¿verdad? ¡No puedo creerlo!
Alice se encogió de hombros. -Es simpático.
– ¡Oh, no! -Holly se tapó la cara con las manos-. Estás llevando esto demasiado lejos sólo para demostrarme que tienes razón.
– No estoy intentando demostrar nada.
– Pues entonces, ¡no puedo creer que te guste!
– ¿A quién le gusta quién? -preguntó Tracey al entrar en el lavabo.
Alice negó enérgicamente con la cabeza a Holly, rogándole que no se lo dijera.
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