Levantó la vista, asombrado. -¿Qué?
– Me has oído perfectamente. -Holly sonrió-. Mi jefe te llamará mañana.
Richard se mostró abatido.
– Holly, sin duda es muy amable de tu parte, pero no me interesa la publicidad. Me interesa la ciencia.
– Y la jardinería.
– Sí, me gusta la jardinería -convino Richard, confuso.
– Y para eso te llamará mi jefe. Para pedirte que le arregles el jardín. Le he dicho que lo harías por cinco mil. Espero que te parezca bien. -Sonrió al ver a su hermano atónito. Se había quedado sin habla, de modo que Holly añadió-: Y éstas son tus tarjetas. -Le entregó un montón de tarjetas que había preparado en la oficina.
Richard y sus padres cogieron las tarjetas y las leyeron en silencio.
De repente Richard se echó a reír, se puso de pie de un salto y comenzó a bailar con Holly por la cocina, ante la mirada feliz de sus padres.
– Por cierto -dijo Richard cuando se serenó y volvió a leer la tarjeta-, has escrito mal «jardínería». Veo que sigues olvidando los acentos…
Holly dejó de bailar y suspiró frustrada.
– ¡Venga, éste es el último, chicas, lo prometo! -gritó Denise mientras su sujetador salía volando por encima de la puerta del probador. Contrariadas, Sharon y Holly volvieron a desplomarse en sus sillas. -Hace una hora dijiste lo mismo -se lamentó Sharon, quitándose los zapatos y dándose un masaje en los tobillos hinchados.
– Ya, pero esta vez lo digo en serio. Tengo un buen presentimiento con este vestido -dijo Denise, llena de entusiasmo.
– También dijiste eso hace una hora -le recordó Holly apoyando la cabeza en el respaldo y cerrando los ojos.
– Ahora no vayas a quedarte dormida -advirtió Sharon, y Holly abrió de inmediato los ojos.
Denise las había arrastrado a todas las tiendas de vestidos de novia del centro y Sharon y Holly estaban agotadas, irritadas y hartas. Ya no les quedaba nada del entusiasmo que habían sentido por Denise y su boda después de que ésta se probara un vestido tras otro a lo largo de toda la mañana. Y si Holly volvía a oír los irritantes chillidos de Denise una vez más…
– ¡Uuy, me encanta! -gritó Denise.
– Tengo un plan -susurró Sharon a Holly-. Si cuando salga de ahí dentro parece un merengue sentado en una mancha de bicicleta, le diremos que está preciosa.
Holly sofocó la risa.
– ¡Venga, Sharon, no podemos hacer eso!
– ¡Ahora veréis! -vociferó Denise otra vez.
– Aunque pensándolo bien… -Holly miró a Sharon con abatimiento.
– Vale. ¿Estáis listas?
– Sí -contestó Sharon sin entusiasmo.
– ¡Sorpresa! -Denise salió del probador y Holly abrió los ojos desorbitadamente.
– ¡Oh, le queda de maravilla! -exclamó la dependienta, deshaciéndose en elogios.
– ¡Oh, vamos! -protestó Denise-. ¡No me está ayudando nada! Le han gustado todos lo que me he puesto.
Holly miró a Sharon con aire vacilante y procuró no reír al ver su expresión; parecía que estuviera oliendo un tufillo.
Sharon puso los ojos en blanco y susurró:
– Acaso Denise nunca ha oído hablar de eso que llaman comisión?
– Qué andáis cuchicheando vosotras dos? -preguntó Denise.
– Sólo comentaba lo guapa que estás.
Holly frunció el entrecejo.
– Ah, ¿te gusta? -gritó Denise, y Holly hizo una mueca.
– Sí -dijo Sharon con poco entusiasmo.
– ¿Estás segura?
– Sí.
– ¿Crees que Tom se pondrá contento cuando mire hacia el pasillo y me vea caminando hacia él? -Denise incluso dio unos pasos para que las chicas pudieran imaginarlo.
– Sí -repitió Sharon.
– Pero ¿estás segura?
– Sí.
– ¿Crees que vale lo que cuesta?
– Sí.
– ¿En serio?
– Sí.
– Quedará mejor si me bronceo un poco, ¿verdad?
– Sí.
– Oh, ¿no se me ve un culo enorme?
– Sí…
Holly miró a Sharon sobresaltada y comprendió que ni siquiera estaba escuchando las preguntas.
– Vaya, ¿estás segura? -continuó Denise, que obviamente tampoco escuchaba las respuestas.
– Sí.
– Así pues, ¿me lo quedo?
Holly pensó que la dependienta se pondría a saltar de alegría gritando
«¡Sí!», pero en cambio logró contenerse.
– ¡No! -interrumpió Hólly antes de que Sharon volviera a decir que sí. -¿No? -preguntó Denise.
– No -corroboró Holly.
– ¿No te gusta?
– No.
– ¿Es porque me hace gorda?
– No.
– ¿Crees que a Tom le gustará?
– No.
– Pero ¿crees que vale lo que piden por él?
– No.
– Oh. -Se volvió hacia Sharon-. ¿Estás de acuerdo con Holly?
– Sí.
La dependienta puso los ojos en blanco y fue a atender a otra clienta, confiando tener más suerte con ella.
– Muy bien, me fío de vosotras -dijo Denise, mirándose apenada al espejo una vez más-. La verdad es que a mí tampoco acababa de convencerme. Sharon suspiró y volvió a ponerse los zapatos.
– Oye, Denise, has dicho que era el último. Vayamos a comer algo o desfalleceré.
– No, me refería a que era el último vestido que me probaría en esta tienda. Aún quedan montones de tiendas por ver.
– ¡Ni hablar! -protestó Holly-. Denise, estoy muerta de hambre y a estas alturas todos los vestidos empiezan a parecerme iguales. Necesito un respiro.
– ¡Pero se trata de mi boda, Holly!
– Sí, y… -Holly buscó una excusa-. Pero Sharon está embarazada.
– Ah, entonces vale, vayamos a comer algo -aceptó Denise, desilusionada, y se metió en el probador.
Sharon dio un codazo a Holly en las costillas. -Oye, que no estoy enferma, sólo embarazada.
– Es lo único que se me ha ocurrido -dijo Holly con aire cansino.
Las tres amigas se encaminaron lentamente hasta el Bevley's Café y consiguieron ocupar su mesa preferida junto a la ventana que daba a Grafton Street. -Odio ir de compras los sábados -se quejó Holly al ver a la gente chocar y apretujarse en la calle.
– Se acabó el ir de compras entre semana, ya has dejado de ser una dama ociosa-bromeó Sharon, y cogió un pedazo de sándwich y, comenzó a comer.
– Ya lo sé, y estoy muy cansada, pero esta vez tengo la impresión de haberme ganado el cansancio. No como antes, cuando lo único que hacía era acostarme a las tantas después de ver teleinsomne -dijo Holly con tono alegre.
– Cuéntanos el incidente con los padres de Gerry -dijo Sharon con la boca llena.
Holly puso los ojos en blanco.
– Fueron muy groseros con el pobre Daniel.
– Lástima que estuviera durmiendo cuando llamaste. Seguro que si John hubiese sabido que se trataba de eso me habría despertado -se disculpó Sharon.
– No digas tonterías, tampoco fue para tanto. Aunque en aquel momento me lo pareciera.
– Desde luego. No tienen derecho a decirte con quién puedes salir y con quién no -sentenció Sharon.
– Sharon, no estoy saliendo con él. -Holly intentó dejar las cosas claras-. No tengo intención de salir con nadie por lo menos en los próximos veinte años. Sólo fue una cena de trabajo.
– Uuuuu, una cena de trabajo! -exclamaron sus amigas al unísono.
– Sí, ni más ni menos, aunque fue agradable tener un poco de compañía. -Holly sonrió-. Y no os estoy criticando -se apresuró a agregar antes de que tuvieran ocasión de defenderse-. Lo único que digo es que cuando los demás están ocupados resulta agradable tener a alguien con quien charlar. Sobre todo si se trata de compañía masculina, ¿sabéis? Y con él es fácil entenderse y hace que me sienta muy a gusto. Eso es todo.
– Sí, lo entiendo -dijo Sharon, asintiendo con la cabeza-. De todos modos te conviene salir y conocer gente nueva.
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