Cecilia Ahern - Posdata - Te Amo

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Hay personas que esperan toda la vida para encontrar a su alma gemela, pero este no es el caso de Holly y Gerry. Novios desde el instituto, se sentían como si siempre hubiesen estado juntos. Podían acabar las frases del otro, e incluso cuando discutían?como sobre quién debía salir de la cama para apagar la luz cada noche? lo hacían riendo. Holly no sabía qué sería de ella sin Gerry. Nadie lo sabía. Y así fue como comenzó ` La Lista `? como una broma. En previsión de que pudiera sucederle algo malo, Gerry dejaría a Holly una lista de cosas que hacer para salir adelante día tras día.
De pronto, la joven pareja se enfrenta a lo inimaginable: Gerry contrae una enfermedad fatal y fallece. Tres meses después de su muerte, Holly sale de su casa para recoger un misterioso paquete que ha recibido su madre para ella. Cuando lo abre se encuentra con que Gerry ha cumplido su palabra. Le ha dejado ` La Lista `, una serie de cartas con instrucciones para cada mes. Todas van firmadas con `PD: Te amo`.
Rodeada de amigas de lengua afilada y con una familia que la ama y la sobreprotege hasta volverla loca, Holly Kennedy es una heroína de nuestro tiempo: titubea, trastabilla, llora y bromea mientras se abre camino hacia la independencia, hacia una nueva vida de aventura, satisfacción profesional, amor y amistad.

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Holly sacó cuidadosamente la carta del bolso, como si fuera el objeto más delicado del mundo. Acarició con la punta de los dedos la palabra «Agosto» escrita con muy buena letra. Absorbiendo los sonidos y olores que la rodeaban, rasgó con delicadeza el sobre y leyó el sexto mensaje de Gerry.

Hola, Holly:

Espero que estés pasando unas vacaciones maravillosas. ¡Estás muy guapa con ese biquini, por cierto! Espero haber acertado al elegir el sitio, es el mismo al que casi fuimos tú y yo de luna de miel, ¿recuerdas? Bueno, me alegro de que finalmente tú lo hayas visto…

Según parece, si vas hasta las rocas que hay al final de la playa hacia la izquierda desde tu hotel y miras al otro lado, verás un faro. Me han dicho que allí es donde se reúnen los delfines… y que muy poca gente lo sabe. Como sé que adoras a los delfines… salúdalos de mi parte…

Posdata: te amo, Holly…

Con manos temblorosas, Holly metió la carta en el sobre y lo guardó en un bolsillo con cremallera de su bolso. Sentía la mirada de Gerry sobre ella mientras se levantaba y doblaba la toalla. Sentía su presencia. Se encaminó hasta el final de la playa, que quedaba interrumpida por un acantilado. Se calzó las zapatillas de deporte y comenzó a trepar por las rocas para ver qué había al otro lado.

Y allí estaba.

Exactamente donde Gerry lo había descrito, el faro se erguía como si fuese una especie de linterna apuntando hacia el cielo. Descendió con cuidado entre las rocas y se adentró en la pequeña cala. Ahora estaba a solas. Era como estar en una playa privada. Y entonces los oyó. Chillidos de delfines jugando cerca de la orilla, ajenos a la presencia de los turistas que había en las playas vecinas. Holly se dejó caer en la arena para ver cómo jugaban y hablaban entre sí.

Gerry se sentó a su lado.

Puede que incluso le estrechara la mano.

Holly estaba bastante contenta de regresar a Dublín, relajada y morena. Justo lo que el médico había prescrito. Aunque eso no impidió que chasqueara la lengua cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Dublín bajo una intensa lluvia. Esta vez los pasajeros no aplaudieron ni soltaron vítores y el aeropuerto parecía un lugar muy distinto del que habían visto una semana antes. Una vez más, Holly fue el último pasajero en recibir su equipaje y una hora después salieron, apenadas y melancólicas, en busca de John, que las esperaba en el coche.

– Vaya, al parecer el duende no ha trabajado más en tu jardín mientras estabas fuera -dijo Denise, mirando el jardín cuando John detuvo el coche delante de casa de Holly.

Holly se despidió de sus amigas con un abrazo y un beso y se dirigió a la casa, grande y silenciosa. Dentro reinaba un espantoso olor a humedad y fue hasta la puerta de la cocina que daba el patio para abrirla y que circulara el aire.

Mientras giraba la llave en la cerradura miró hacia fuera y se quedó atónita.

El jardín trasero estaba impecable.

El césped cortado. Ni una mala hierba. Los muebles pulidos y barnizados. Una mano reciente de pintura relucía en las tapias. Había flores nuevas plantadas y en el rincón, bajo la sombra del roble, un banco de madera. Holly no salía de su asombro. ¿Quién demonios estaba detrás de aquello?

CAPÍTULO 29

Los días siguientes a su regreso de Lanzarote, Holly trató de no llamar la atención. Tanto a ella como a Denise y Sharon les apetecía pasar una temporadita sin verse. No era algo que hubiesen acordado, pero después de pasar juntas una semana entera Holly estaba convencida de que sus amigas coincidirían en que sería saludable desconectar un poco. Era imposible dar con Ciara, pues cuando no estaba trabajando duro en el club de Daniel estaba por ahí con Mathew. Jack estaba pasando sus últimas semanas de asueto veraniego en Cork, instalado en casa de los padres de Abbey antes de regresar al colegio, y Declan estaba… Bueno, ¿quién sabía dónde estaba Declan?

Ahora que volvía a estar en casa no se sentía exactamente aburrida de la vida pero tampoco rebosante de alegría. Su vida le parecía… vacía y sin sentido. Las vacaciones le habían servido de meta, pero ahora no acababa de ver ningún motivo de peso para levantarse de la cama por la mañana. Y puesto que estaba tomándose un descanso de las amigas, lo cierto era que no tenía con quién hablar. Sólo le quedaba la conversación que pudiera mantener con sus padres. Comparado con el calor sofocante de Lanzarote, el tiempo en Dublín era húmedo y feo, lo que significaba que ni siquiera podía dedicarse a mantener su hermoso bronceado ni a disfrutar de su nuevo jardín trasero.

Algunos días ni siquiera se levantaba de la cama, conformándose con ver la televisión y aguardar… Aguardaba el próximo sobre de Gerry, preguntándose en qué viaje la embarcaría esta vez. Sabía que sus amigas no aprobarían aquella actitud después de haberse mostrado tan positiva durante las vacaciones, pero cuando Gerry estaba vivo ella vivía para él y ahora que se había ido vivía para sus mensajes. Todo giraba en torno a él. Creía sinceramente que su sino había sido conocer a Gerry y disfrutar del privilegio de estar juntos hasta el fin de sus días. ¿Cuál era su destino ahora? Sin duda tendría alguno, a no ser que en las alturas hubiesen cometido un error administrativo.

Lo único que se le ocurrió que sí podía hacer era atrapar al duende. Después de interrogar de nuevo a los vecinos seguía sin saber nada sobre su misterioso jardinero, e incluso comenzaba a pensar que el asunto obedecía a un lamentable error. Finalmente se convenció de que un jardinero se había confundído y había trabajado en el jardín equivocado, de modo que cada día abría el buzón esperando encontrar una factura que se negaría a pagar. Pero no llegó ninguna factura, al menos no de esa clase. De hecho, recibía montones de ellas por otros conceptos, y el dinero se había convertido en un problema. Estaba de créditos hasta las cejas, facturas de luz, facturas de teléfono, facturas de seguros… todo lo que llegaba a través de la puerta eran malditas facturas y no tenía idea de cómo iba a seguir pagándolas. Aunque tampoco le importaba demasiado: se había vuelto impermeable a los problemas irrelevantes de la vida. Sólo soñaba con imposibles.

Un buen día, Holly advirtió que el duende no había vuelto a las andadas. Sólo cuidaba del jardín cuando ella no estaba en casa. De modo que se levantó temprano y fue en coche hasta la vuelta de la esquina. Regresó a pie y se instaló en la cama, dispuesta a presenciar la aparición del jardinero misterioso. Al cabo de tres días de repetir esta estrategia, por fin dejó de llover y el sol comenzó a brillar de nuevo. Holly estaba a punto de perder la esperanza de resolver el misterio cuando de súbito oyó que alguien se aproximaba por el jardín. Saltó de la cama, asustada, sin saber qué debía hacer, a pesar de haber pasado varios días planeándolo. Espió por el alféizar de la ventana y vio a un niño de unos doce años que avanzaba por el sendero tirando de un cortacésped. Se puso el batín de Gerry aunque le iba muy holgado y corrió escaleras abajo sin importarle el aspecto que tenía.

Abrió la puerta de golpe y el niño se llevó un buen susto. Se quedó boquiabierto con el brazo paralizado, el dedo a punto de pulsar el timbre.

– ¡Ajá! -exclamó Holly, encantada-. ¡Creo que he atrapado a mi duendecillo!

El niño boqueaba como un pez en un acuario. Era evidente que no sabía qué decir. Finalmente hizo una mueca como si fuese a romper a llorar y gritó: -¡Papá!

Holly recorrió la calle con la mirada en busca del padre y decidió sonsacar al niño toda la información que pudiera antes de que llegara el adulto. -Así pues, eres tú quien ha estado trabajando en mi jardín.

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